Sandra Lorenzano
El bolero atraviesa cualquier brecha generacional y todas las clases sociales. Basta ver el público que va hoy a los conciertos de Luis Miguel: abuelas con sus nietos, parejas sesentonas que recuerdan tal vez su primer baile, grupitos de adolescentes fresas, todos cantando a voz en cuello.
La crueldad de los regímenes autoritarios es que no sólo torturan y asesinan a quienes defienden valores contrarios a los suyos, valores éticos como la libertad, la igualdad y la justicia, sino que les roban su propia muerte, impidiendo que sean sepultados con la dignidad que merecen.
El exilio es también la opción estética del que prefiere ubicarse más allá de las fronteras, sean estas geográficas o genéricas (de géneros sexuales y literarios). Ser exiliado es entonces buscar la libertad de creación por fuera de cánones y hegemonías impuestas.
Hay algo allí que bordea el horror y la perversión, pero que elige quedarse del lado de la celebración de la vida; con el cuerpo marcado, con la extrañeza ante sí mismos y ante el mundo, pero con la posibilidad de reinventarse.
Lo que sí es nuevo es que la literatura que se escribe de aquel lado del Atlántico se ocupe de estos temas. O vamos a decirlo mejor: hay un número importante de escritoras latinoamericanas que viven en España, que son migrantes ellas mismas, y que -como las activistas que vemos en el performance- también han decidido visibilizar las situaciones de precariedad que sufren las mujeres.
Marian Anderson y Florence B. Price supieron, como tantas mujeres segregadas y violentadas a lo largo de los siglos, que son las redes de cuidados sororos las que nos protegen y salvan.
El resultado es, como en todos sus trabajo anteriores, éticamente impecable, siempre comprometido con la desgarrada realidad del país, pero desde un lugar respetuoso y delicado.
Como si realmente pudiéramos hacer un corte en el fluir de la existencia y empezar casi de cero, hacemos balances y listas de propósitos para comenzar el nuevo ciclo.
Hoy quiero preguntarme “simplemente” dónde está guardada la memoria, la mía, la de ustedes. Esa memoria que nos recuerda cada día quiénes somos, formada por historias propias y ajenas; por lo que vivimos y por lo que nos han contado, por los relatos leídos y escuchados.
Feliz cumpleaños a la gran Josefina Vicens. Los invito a que volvamos a sus obras para celebrar la vida, las creaciones y la maravillosa búsqueda de libertad de esa niña que “se portaba mal”.
"Es que no hay un solo tipo de silencio: el silencio puede ser condena o búsqueda, sombra o luz".
Si contar y contarnos nuestra propia historia puede ser sanador, la capacidad de mostrar un hecho doloroso, un evento trágico o traumático, a través de estos pequeños dispositivos creados por cada una de las personas que participa, logra multiplicar ese efecto que de origen a la resiliencia.
"Y a lo mejor sólo leo y escribo para repetir esa sensación arcaica, primigenia. ¿Quién puede saberlo? A lo mejor para sentir cerca esa tibieza que me daba seguridad frente al mundo".
A medio siglo de nuestro propio 11 de septiembre, el horror y el amor siguen mezclándose, y así seguirá siendo hasta que se abran las grandes alamedas.