Sandra Lorenzano
El exilio es también la opción estética del que prefiere ubicarse más allá de las fronteras, sean estas geográficas o genéricas (de géneros sexuales y literarios). Ser exiliado es entonces buscar la libertad de creación por fuera de cánones y hegemonías impuestas.
Hay algo allí que bordea el horror y la perversión, pero que elige quedarse del lado de la celebración de la vida; con el cuerpo marcado, con la extrañeza ante sí mismos y ante el mundo, pero con la posibilidad de reinventarse.
Lo que sí es nuevo es que la literatura que se escribe de aquel lado del Atlántico se ocupe de estos temas. O vamos a decirlo mejor: hay un número importante de escritoras latinoamericanas que viven en España, que son migrantes ellas mismas, y que -como las activistas que vemos en el performance- también han decidido visibilizar las situaciones de precariedad que sufren las mujeres.
Marian Anderson y Florence B. Price supieron, como tantas mujeres segregadas y violentadas a lo largo de los siglos, que son las redes de cuidados sororos las que nos protegen y salvan.
El resultado es, como en todos sus trabajo anteriores, éticamente impecable, siempre comprometido con la desgarrada realidad del país, pero desde un lugar respetuoso y delicado.
Como si realmente pudiéramos hacer un corte en el fluir de la existencia y empezar casi de cero, hacemos balances y listas de propósitos para comenzar el nuevo ciclo.
Hoy quiero preguntarme “simplemente” dónde está guardada la memoria, la mía, la de ustedes. Esa memoria que nos recuerda cada día quiénes somos, formada por historias propias y ajenas; por lo que vivimos y por lo que nos han contado, por los relatos leídos y escuchados.
Feliz cumpleaños a la gran Josefina Vicens. Los invito a que volvamos a sus obras para celebrar la vida, las creaciones y la maravillosa búsqueda de libertad de esa niña que “se portaba mal”.
“Es que no hay un solo tipo de silencio: el silencio puede ser condena o búsqueda, sombra o luz”.
Si contar y contarnos nuestra propia historia puede ser sanador, la capacidad de mostrar un hecho doloroso, un evento trágico o traumático, a través de estos pequeños dispositivos creados por cada una de las personas que participa, logra multiplicar ese efecto que de origen a la resiliencia.
“Y a lo mejor sólo leo y escribo para repetir esa sensación arcaica, primigenia. ¿Quién puede saberlo? A lo mejor para sentir cerca esa tibieza que me daba seguridad frente al mundo”.
A medio siglo de nuestro propio 11 de septiembre, el horror y el amor siguen mezclándose, y así seguirá siendo hasta que se abran las grandes alamedas.
La lista de artistas que miran el mundo a través de la lente es cada vez mayor. Entre ellas, mis ojos y mi corazón tienen una favorita: Lucero González.
Mientras tanto, sigamos cantando y bailando para celebrar cada nuevo encuentro, cada nuevo abrazo, en Argentina, y exijamos que este México nuestro, con más de cien mil personas desaparecidas, no se siga desangrando.