Jessica González Castro
Nos encontramos atrapados en una especie de “malabarismo ético” que nos permite navegar en la contradicción de amar a los animales y, al mismo tiempo, financiar su sufrimiento.
Los santuarios no sólo benefician a los animales; también transforman a las personas que los visitan. Para muchas personas, ver a los animales viviendo con dignidad y respeto provoca una conexión profunda que cambia sus perspectivas sobre el consumo y el uso de animales. Son lugares que nos invitan a reflexionar sobre nuestras acciones y el impacto que tienen en otros seres.
¿Alguna vez te has preguntado si la carne en tu plato realmente estaba destinada a estar allí por mandato divino? Es fácil evitar pensar en el origen de nuestros alimentos y asumir que los animales nos fueron “dados” para comer.
Sólo el año pasado, al menos 24 ambientalistas y activistas por los derechos de la tierra fueron asesinados, desaparecidos o encarcelados en México y Centroamérica. Las corporaciones agrícolas y mineras están en el centro de la violencia.
La idea de que siempre hemos comido carne es una simplificación histórica. La alimentación de nuestros antepasados variaba enormemente según la época, la ubicación y las condiciones climáticas.
A pesar de los avances tecnológicos y científicos que han proporcionado alternativas viables, los testeos en animales aún persisten en muchos laboratorios de todo el mundo.
Los cerdos son seres complejos, inteligentes y empáticos que merecen ser reconocidos como tales.
Más allá de los argumentos científicos, reconocer la sintiencia de los animales es un acto de empatía y compasión. Es mirar a los ojos de otro ser y reconocer en ellos y ellas una experiencia de vida tan valiosa como la nuestra.
La cuestión de si los peces sienten dolor no sólo plantea dilemas éticos, sino que también nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con estos animales acuáticos.
La música a todo volumen busca enmascarar los gritos, permitiendo a quienes trabajan desconectarse de esa dura realidad. Despellejan, cortan por la mitad, descuartizan y degüellan a los animales a una velocidad inimaginable, pues, cuanto más rápido se realice el proceso, mayor será la ganancia económica.
En México, la realidad para los delfines es cruel e injusta, somos una nación que ha visto crecer su industria de delfinarios hasta convertirse en una de las más grandes y poderosas del mundo.