Carlos Vargas Sepúlveda
Marco es autodefensa. Lleva con él un rifle y a un joven ayudante. Dice que antes de armarse trabajaba descargando camiones de pollinaza. Daba sus servicios a la gente que tenía corrales en la entrada de Tepalcatepec. Pero ahora se dedica a andar de aquí para allá, pues no hay chambas, no como antes. Sus días y noches las ocupa apoyando en la barricada de Cholula. También se le ve por el lado de La Estanzuela, Loma Blanca y Pinolapa. Su cuerpo robusto le permite hoy cargar sin pedos el AK-47.
Es el domingo 22 de agosto de 2021. A las seis de la tarde habrá una reunión de emergencia en el jardín Lázaro Cárdenas, vocea una camioneta mientras recorre el pueblo de Tepalcatepec. Desde las 5:30 cientos de pobladores, mujeres, hombres, niños y ancianos, arriban al punto indicado. Luego llegan las autodefensas y policías rurales. El comandante Tilín toma el micrófono y pide que todos los que estén en condiciones optimas para pelear contra el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) acudan pronto a las barricadas. Faltan 23 días para que los soldados de Nemesio Oseguera Cervantes se aproximen a las puertas de su pueblo.
Cuando en las principales ciudades mexicanas la preocupación se centraba en la probable tercera ola de contagios de COVID-19, en Aguililla inició una cacería. Todo abril, todo mayo. Fue una matanza. Las casas de personas a las que vinculaban con Cárteles Unidos fueron incendiadas. Levantaron personas y las desaparecieron. Había ojos por todo el municipio. Siempre alguien viendo quién es quién y qué hace. Jóvenes fueron secuestrados sólo por traer en el celular algún mensaje que no le parecía al Cártel Jalisco. Los llevaban a interrogatorio y ya no volvían. Los hombres de Nemesio actuaron con total impunidad.
“Es que cuando te arrebatan todo, hasta el miedo te quitan”, dice Gilberto Vergara, párroco de Aguililla. Durante meses, a través de la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, emitió documentos en los que describía lo que ocurría en el municipio en el que nació Nemesio Oseguera Cervantes. Lo hacía para que las personas que le pedían ayuda, tuvieran la oportunidad de cruzar la frontera entre México y Estados Unidos para hallar un refugio lejos de la violencia desatada por la guerra entre los cárteles.
“Mira, ahí tienen un monstruo”, dice el piloto mientras señala un costado de la carretera Apatzingán-Aguililla. Frente a la camioneta que conduce aparece entonces un tanque artesanal estacionado que lleva tatuada una leyenda de cuatro letras: “CJNG”.
“Yo no sólo busco nomás a mi hijo, ando por los otros 42”, decía Bernardo Campos Santos, padre de José Ángel Campos Cantor, uno de los 43 normalistas desaparecidos en Iguala, Guerrero. Durante siete años, el hombre originario de Tixtla caminó, caminó y caminó para hallar respuestas. Murió sin encontrarlas.
En la calle Matamoros, incrustada en el barrio de Tepito, se vive en otro año. Tal vez es 2019 o algún momento de 2021, pero definitivamente no es 2020. Ahí las reglas para evitar que la COVID-19 se propague no existen. Incluso se reta al virus con bromas sobre “caldos de murciélago”. Ahí no hay Semáforo Rojo, dicen.
Las aglomeraciones en el Centro Histórico de la capital siguieron hoy, cuando la Jefa de Gobierno anunció que la amenaza por la COVID-19 para la Zona Metropolitana (la capital mexicana y el Estado de México) es muy seria, por lo que desde el 21 de diciembre regresarán al Semáforo Rojo.
A Luis Poblano le llamaron la mañana del 21 de noviembre de 2019. Las personas se identificaron como trabajadores de Santander. “Detectamos un movimiento inusual en su tarjeta por 5 mil 900 pesos”, le dijeron. Luego le pidieron información para cancelar la transacción. Era un engaño.
Jesús ahorró 10 años para comprarse un terreno. Tuvo que trabajar y trabajar para juntar más de 400 mil pesos. Una mañana de septiembre de 2020, sin embargo, desde su cuenta de Santander desconocidos llevaron a cabo transferencias y lo dejaron sin nada. El hombre reclamó entonces al banco. Esperó 20 días por la respuesta. Luego le dijeron que su caso no procedía.
Alitze Hernández Aceves, de 23 años de edad, abordó un Uber el 26 de mayo de 2020. Se encontraría ese día con un sujeto identificado como Alexis Eduardo. Desde entonces la joven dejó de comunicarse con la familia, quien hoy clama ayuda a las autoridades del Estado de México y Ciudad de México para localizarla.
Conchita busca una cadena de plata. Lo hace con una varilla metálica y kilométricos viajes desde su Juventino Rosas, municipio en el centro-norte de Guanajuato. Comenzó hace 3 años en las fiscalías locales, ahora lo hace en parcelas que un día fueron usadas por criminales para esconder cadáveres. La cadena de plata que busca estaba en el cuello de Luz María García Sierra, su hija. La llevaba puesta cuando desapareció.
Unos dicen que nunca nadie vio ni escuchó nada. Otros aseguran que era un secreto a voces desde hace años. A Paco, por ejemplo, un día le llamaron y le dijeron que fuera a buscar atrás de la Planta Química, allá donde el agua del Río Lerma baña el Rancho Nuevo de Salvatierra. Y entonces emprendió un viaje encapuchado. Lo hizo para ayudar a los que comparten su dolor. Su hija, desaparecida a principios de 2020, está viva, dice él. Pero eso no le impide rasgar la tierra y enterrar la varilla metálica en busca de las víctimas que ha dejado la creciente violencia en Guanajuato.
Desde la noche del martes 27, miles y miles de feligreses comenzaron a reunirse en la periferia de la iglesia de San Hipólito, en la colonia Guerrero de la Alcaldía Cuauhtémoc. Todos buscaban venerar a San Judas Tadeo. Se trató del primer evento que juntó multitudes en la capital desde que la Secretaría de Salud declaró el inicio de la Jornada Nacional de Sana Distancia en marzo.
“¿Me puede dar una casa?”, cuestionó una persona en situación de calle.
Iba bañado en sudor. Vestía playera morada sin mangas, short negro y tenis amarillos. Justo antes de doblar hacia avenida 20 de Noviembre, el keniano Duncan Maiyo espejeó. Fue un ligero movimiento de cuello. Quería ver si alguien le podía arrebatar la gloria, pero no: el etíope Girmay Birhanu y el eritreo Amanuel Mesel traían casi 4 minutos de desventaja. Entonces Duncan logró ver la Catedral Metropolitana y el letrero que marcaba el final de los primeros 42 kilómetros del Maratón de la Ciudad de México.