Julieta Cardona
Me hablarás de tus ansiedades y otros trastornos: “Yo estoy loca así”, y te dejarás caer desde lo alto y sin paracaídas.
Lacan dijo algo como que una adicción es un goce, y un goce es como el ronroneo de un gato: no sirve para nada, pero ahí está y es incontenible.
. Mi vieja que ni vive en este país donde yo vivo pero que, supongo, la ha reclamado en estos tiempos porque no hay algo tan poderoso como el origen.
Te tranquilizan varias cosas. Por ejemplo, sentir cómo la luz va ocupándolo todo, voltear a los lados, observar los relieves de las montañas y saber que nunca, ni en un millón de años, podrías tocar tanta belleza.
Me pregunto si pensaré en las palabras que me escribiste cuando me fui de ti y de aquella parte del mundo poco más o menos arrumbada por ser el lugar.
Una sonríe por amabilidad, por nervios, por condicionamiento, por empatía, por simpatía, por pena. A veces por resignación.
“Desobedecer para desbaratar la duda. La ansiedad. Las tentaciones. Las señales. La lealtad a joderlo todo”.
Hablarás de las abejas, del polen, de cómo se transporta la vida. Te soltarás el pelo. Hablaré del saludo del viento, de los prismas en las montañas, de la timidez de los árboles.
Este sistema, esta cultura de la desacreditación y del maltrato nos obliga a engordar y perpetuar el entrenamiento que se nos da a las mujeres para suprimir la ira. Se nos entrena para desvivirnos complaciendo al resto. Se nos desalienta el poder en todas sus manifestaciones.
Y bueno, quizá eso sea lo único que no cambie, se me ocurre, por dos cosas: porque el romanticismo también vino a jodernos la existencia y porque cuando creemos –así, a secas– nos volvemos dioses.
Hace ya un buen rato leí esta joya no recuerdo dónde. Decía: “Si matas una cucaracha, eres un héroe; si matas una bella mariposa, eres malo. La moral tiene criterios estéticos”. Y las opiniones tienen reglas moralinas.
“Y no se nos olvida porque la vida siempre es otra cosa: un día fuimos las dos, otro tus mujeres, otro mis magdalenas, otro tus tacones y otro mis estrellas de mar”.
nos hace falta sincronía con el aire, aventarnos al precipicio de los ciclos y liarnos de lleno con el movimiento natural de la vida para dejar de preguntarnos por qué todo lo que respira se descompone. incluida la esperanza.
Y aunque parezca cosa imposible, una se acostumbra. A ver un cepillo de dientes. A dormir sobre una almohada al centro de la cama. A que no suene el teléfono. Al amontonadero de sentimientos. A la ausencia. Al frío.
porque mover las piernas era conmoverse por el flujo natural de las cosas.
te pasaste de lista y al no remediarlo ni mintiendo a borbotones, se te mandó al sillón de madrugada; después de lamentarte y lloriquear un rato, agarraste la sábana que te consolaba y saliste a la terraza.