Ciudad de México, 17 enero (SinEmbargo).- Con la muerte en la víspera de José Sulaimán, no muere el boxeo en México, pero casi.
El presidente del Consejo Mundial del Boxeo, dejó de existir a los 82 años, en la misma semana en que también muriera el poeta argentino Juan Gelman, dos hechos que al coincidir hicieron explotar las redes sociales.
¿Ahora sigue Chabelo?, se preguntaron los internautas, siguiendo la línea no científica que establece que siempre son tres los famosos que expiran en un periodo corto de tiempo.
Si habrá o no tercer fenecido ya lo dirá la realidad.
Mientras tanto no es exagerado afirmar que con la desaparición de Sulaimán, luego de una larga convalecencia posterior a una operación de corazón que se le hiciera en octubre pasado, no sólo se va un hombre irrepetible, con una extraordinaria historia de vida y superación existencial: también se va un modo de entender primero el boxeo y luego el deporte.
Si los aficionados al pugilato coinciden en que la actividad en la que México ostenta un pasado glorioso está de la patada por decir lo menos, sin Sulaimán las cosas se pondrán todavía mucho más difíciles.
Estamos hablando del hombre que prácticamente inventó el boxeo contemporáneo en nuestro país, que supo manejar los destinos de este deporte con mano férrea y un estilo muy discutible, poco democrático y con tratos con dios o con el diablo o con ambos si la situación lo requería.
¿Había otra manera? Alguna vez el deporte del mundo, que parece ir dejando muy de a poco (de a poquísimo, diríamos) una línea dirigencial expresada por hombres adictos y adeptos a quedarse durante muchos años en el sillón de mando (desde laFIFA al COI a nadie le ha gustado cumplir periodos de gobierno y abrir el juego a elecciones limpias y participativas), tendrá que hacer un mea culpa, un largo y profundo autoanálisis.
Samaranch, Vázquez Raña, Havelange, Grondona…la lista es infinita y José Sulaimán ocupa un lugar de privilegio en ella, pisaron todos los lodos en un camino donde supieron llevar la práctica deportiva al cielo.
Sorteando guerras, desencuentros políticos, barreras idiomáticas, crisis económicas, desastres naturales, el pase de las prácticas amateur a las profesionales, la incorporación de las grandes marcas a las actividades atléticas, los viejos dirigentes llevaron al deporte a la cima y lo convirtieron en lo que hoy es: un espectáculo que mueve millones y que constituye una parte importante en la actividad cotidiana de media humanidad.
Y lo hicieron sin importarles ser los malos de la historia.
Ahora que el deporte está en manos de las corporaciones, ¿añoraremos a esos paternalistas decididos y osados, visionarios que no aceptaban un no como respuesta y que siempre estaban un paso más adelante que el resto?
UN HOMBRE AFICIONADO AL PODER
José Sulaimán cumplió en diciembre pasado 38 años como presidente del Consejo, uno de los más importantes del mundo y fue el gran ausente durante la 50 edición de la convención mundial que tuvo lugar en Tailandia.
Fue amigo personal del detestado ex presidente de Argentina, Carlos Menem y combatió el apartheid sudafricano cuando era peligroso hacerlo y los organismos poderosos como el que él dirigía preferían hacer la vista gorda.
En su cabeza, el boxeo era algo que había que organizar casi en forma cotidiana y no le tembló el pulso ni bajó la voz cuando la televisión quiso, como es su costumbre, arrasar con todo en su deporte.
A su casa al sur de la ciudad, llegaba gente como Mike Tyson, a quien la esposa de Sulaimán llamaba “Miguelito”. También iba Julio César Chávez en busca de consejos que nunca aplicaba.
“Quisiera que me vieran caballeroso, justo, humano, pero firme”, dijo hace una década, cuando fuimos a hacerle una larga entrevista a su casa, una mansión decorada con barroquismo donde no faltaban esas cabezas de animales disecados propias de series como Dallas, por dar un ejemplo.
Recordaba sus días de infancia. Cuando era muy cobarde, le tenía miedo a todo hasta que un día le tocó enfrentarse “al asesino de la primaria”. “Me manchó el traje, le manché el suyo y me dio unos golpes que me hicieron ver la luna, las estrellas y todo el universo”.
En una pelea de botana perdió ante un niño más fuerte que él, “pero él no me ganó a juntar los centavos”.
Peleó un tiempo como amateur hasta que se fracturó la quijada. Tenía 18 años cuando dejó el ring y comenzó a dedicarse a la labor de dirigente.
“Al principio el boxeo era un deporte romántico, fiero, sangriento, porque a la gente no le interesaba la salud del pugilista sino el espectáculo, la sangre, el drama. El boxeador ganaba poco dinero, apenas para subsistir. Pero la televisión llegó y dominó el boxeo. Con ella empezó el primer paso para la destrucción del pugilato, porque el día en que a la televisión se le ocurra abandonar al boxeo, ¿qué pasará? Por causa de la televisión el boxeo actual es un deporte metalizado que se orienta hacia el color del dólar”.
Decía que el boxeo olímpico era la poesía y el profesional la sublimación de la competencia, el ganar como sea. Bajo su mando, se pasó de los 15 a los 12 rounds, se instituyeron exámenes médicos más rigurosos y José Sulaimán murió convencido de que el Mal de Parkinson que asuela a su ídolo, Cassius Clay, no tiene nada que ver con el boxeo.
Aseguraba que el argentino Carlos Monzón se había caído junto a su mujer del fatídico balcón que le quitó a ella la vida, aunque la justicia determinó que se trató de un caso de violencia doméstica y mandó a la cárcel al campeón.
Le gustaba mirar Rocky, aunque solía decir que el boxeo no necesitaba de películas porque ya es dramático en sí mismo.
“El boxeo es la historia de cómo un muchacho de poca educación, que viene de la nada, sube, encuentra la gloria y luego no sabe qué hacer con ella”.
“Julio César Chávez tiró todo por la borda, aunque lo hizo empujado por la sociedad. La sociedad lo lastimó porque quiso ser parte de Chávez. Salir en la foto junto a él”.
“En el boxeo ya no hay mafias. La que manda es la televisión”.
En 2002, durante la ahora histórica conferencia de prensa de Myke Tyson y Lennon Lewis en la que los boxeadores comenzaron a agredirse verbal y físicamente, sufrió una caída que le dejó grandes secuelas y la enemistad con Tyson, quien lo amenazó e insulto en dicha circunstancia.
“A mí no me importa el número uno, pero si me lo quitas te mato, me dijo. Mira nada más quién me estaba amenazando, un chico que a mi esposa le dice mamá, al que ella llama Miguelito y uno de los grandes amigos de mi hijo Mauricio”.
Hijo de libaneses, nacido en Tamaulipas el 30 de mayo de 1931, recorrió el país y el mundo apoyando el boxeo, un deporte al que amaba y que –decía- “jamás va a morir”.
“Los que dicen que el boxeo va a morir son los que comen bistec con manteca y no entienden qué es el hambre. Mientras haya hambre, habrá boxeo. El que está satisfecho no arriesga su vida por dinero”: José Sulaimán, genio y figura, ha dicho adiós. El boxeo está huérfano.