Ciudad de México, 1 de diciembre (SinEmbargo).- Khalilah Boyd tenía 17 años cuando Cassius Clay entró a la panadería donde trabajaba. La joven afroamericana tenía puesto su uniforme blanco cuando se dio cuenta que un boxeador con mucho futuro le estaba coqueteando. Afuera, en las calles, se vivía una de las épocas más significativas de los Estados Unidos. Diversas ideologías luchaban por establecerse y el color de piel era un motivo para discriminar o ser respetado. Sin embargo, dentro de ese establecimiento con el olor del pan horneándose, un hombre le entregó un papel con su nombre estampado a una joven que estudiaba la preparatoria que solo atinó reírse.
Gaius Cassius murió en el año 31 D.C. Su mayor aportación histórica fue ser uno de los asesinos del emperador Julio César. Un guerrero romano sanguinario que ayudó a formar el rumbo del mundo occidental. Khalilah recordó a ese personaje que había repasado en la escuela cuando vio ese papel que le había dado aquel hombre que estaba parado frente a ella, tan incrédulo como pocas veces lo estaría en su vida. Con sutileza le devolvió el autógrafo mientras se iba ahogando la risa esparcida por el lugar. "¿Qué es ese nombre tan romano? Deberías saber más sobre tu propia historia", le dijo medio en broma. Esas palabras retumbarían de una forma que nadie esperaba.
De boxeador a ícono cultural, uno de los más simbólicos en la historia del deporte. Aquel hombre que flotaba como mariposa y picaba como abeja no se quedó con el simple mote de deportista. Con suma interacción social, expandió su mente alejándose de la burbuja de confort que todo atleta de élite tiene a su disposición. Atraído por la Nación del Islam -llamados "Islamistas Negros"- se declaró miembro de la organización tras coronarse como Campeón de Pesos Pesados en 1964. Clay, su apellido, había sido el sobrenombre que sus antecesores esclavos habían recibido de sus dueños en su trayecto desde África. Valiente y exitoso, nunca rechazó todo lo que significó cada triunfo obtenido.
Malcolm X, principal imagen de la "Nación del Islam" y quien había abandonado su anterior apellido Little, visitó las Naciones Unidas junto al prominente boxeador el 6 de marzo de 1964 en uno de los actos más recordados por la comunidad afroamericana. Tras el suceso, el líder de la organización Elijah Muhammad, concedió al pugilista dos nombres prestigiosos que se les daba a los musulmanes convertidos: Muhammad (el que es digno de alabanza) y Ali (el cuarto Califa guiado dignamente). Elijah y Malcolm X terminarían distanciados por una serie de conspiraciones. Muhammad Ali escribiría con sus puños una parte de la historia del deporte.
El cambio resultó ser una sorpresa poco aceptada en la sociedad. Ali se convirtió -para siempre- en una figura polémica y controvertida para las políticas del mundo deportivo. De sus golpes se enganchó el movimiento por los derechos civiles así como el derecho de profezar una religión distinta a la de la mayoría. Un ser humano quería solo escapar del pasado humillante de su antiguo apellido. Pronto se dio cuenta de que no sería tan simple y, como si fuese un rival más, se puso frente a toda la adversidad para seguir luchando. Se enorgulleció de su nuevo nombre y continuó. Tantas generaciones lo verían -lo siguen viendo- como parte esencial de una disciplina pasional.
Tiempo después de aquel primer episodio en aquella panadería, él regresó con la noticia ante la chica que lo había noqueado sentimentalmente. Khalilah sonrió, lo felicitó y tiempo después cambió el Boyd por Ali a pesar de que su padre no estuviera de acuerdo que se casara con alguien que "ni siquiera tenía un empleo formal". Tiempo después tendrían cuatro hijos, se divorciarían y él tendría otros dos matrimonios. Antes de la vinculación espiritual y militante, un encuentro entre dos personas dinamitó un parte-aguas para la vida de un hombre ilustre, del boxeo y de la sociedad. Querido u odiado, Muhammad Ali es un ícono elemental.