VIII. Maximino: el lado oscuro de la sucesión presidencial

01/12/2013 - 12:00 am

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Autora: Angélica Vázquez del Mercado

Hedonista, Maximino Ávila Camacho no titubeaba en los medios para satisfacer sus deseos. Era seductor con las mujeres y, con los hombres, ejercía el encanto del macho alfa. Amante de los toros y los caballos, con frecuencia se le veía en los cosos retando a la muerte; vestido de corto, montaba gallardo acompañado de alguna de sus bellas amantes sin el temor de verse descubierto. Era soberbio y ególatra.

Tenía una larga trayectoria en la política y ejercía un poder desmedido en Puebla, su estado natal. Pero Maximino encarnaba a lo peor de la clase política mexicana, la hizo más perversa y corrupta. Se le responsabilizaba por la muerte o la desventura de más de uno de sus adversarios (en la política, en el amor...).

"Vive siempre dentro de una realidad dulce o cruel...", decía el periodista Regino Hernández Llergo, "huye de la mentira en todas sus formas. Siempre conoce, en una palabra, el terreno que pisa. Y es tan profundamente humano, que igual sería capaz de ahorcarse él mismo si su deber se lo exigiera, que llorar ante el drama de un amigo. Ese es Maximino Ávila Camacho, el hombre con gran parecido físico y moral a Mussolini". El lambiscón de Salvador Novo no lo bajaba de nacionalista y patriota. Lo cierto es que lo mismo era temido que admirado, por tirios y por troyanos.

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Enfermo de ambición y de poder, lo quería todo. Intentó colarse en las elecciones para suceder a Cárdenas y después a su hermano. Don Manuel amaba y respetaba a Maximino, pero lo conocía bien. Además, no contaba con el apoyo del grupo en el poder: demasiados enemigos para un "suspirante" a la presidencia. Cuando se destapó al candidato oficial en 1946, Miguel Alemán el "cachorro de la Revolución", a Maximino no le quedó de otra más que replegarse. Mientras tanto, Alemán se pertrechaba entre sus aliados.

Como secretario de Gobernación en el sexenio de don Manuel, y en medio de la Segunda Guerra Mundial, también había acaparado fuerzas entre los diferentes actores políticos y sociales. Competían en galanura, pero a la fuerza bruta de Maximino se oponía la hegemonía del capital como el amo de los destinos nacionales. Alemán tenía de su lado a quienes buscaban la paz y la estabilidad que permitiera el desarrollo y la inversión en un país donde todo estaba por hacerse.

A principios de 1945, Maximino murió durante una comida en su honor. Dicen que lo envenenaron. A partir de ese momento, la sonrisa don Miguel Alemán dominó la campaña presidencial y el 1o. de diciembre de 1946 se convirtió en el primer presidente civil del siglo XX mexicano.

Publicado por Wikimexico / Especial para SinEmbargo

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