Autor: Alejandro Rosas
Durante la mayor parte del siglo XX, la figura presidencial se vislumbraba lejana, distante, e incluso ajena dentro de la conciencia colectiva de los ciudadanos. Los espacios presidenciales parecían lugares sagrados –casi míticos-, a los cuales, muy pocos tenían acceso.
La residencia oficial de Los Pinos se convirtió en uno de los grandes iconos del sistema político mexicano, incluso por encima de Palacio Nacional. Cuando la gente paseaba por Chapultepec, transitaba por Tacubaya o comenzaba a utilizar avenidas como Constituyentes, Parque Lira y Molino del Rey, invariablemente surgía la conversación en torno de la casa presidencial.
Los mexicanos sabían que las grandes decisiones, las reflexiones, las reuniones de alto nivel se realizaban tras los muros custodiados por el Estado Mayor presidencial. El sitio era propicio; no fue un azar que desde los tiempos del imperio azteca y luego durante el virreinato, los gobernantes encontraran en la naturaleza del bosque, el lugar adecuado para el retiro que alentaba la reflexión.
No fue un azar tampoco, que a lo largo del siglo XX, Palacio Nacional fuera desplazado paulatinamente por la residencia oficial de Los Pinos, que dejó de ser exclusivamente el domicilio sexenal del mandatario, para convertirse también en la oficina principal del presidente de la república.
Por años, cada 1 de septiembre, horas antes del informe de gobierno, la televisión transmitía en vivo desde aquel paraje en el bosque de Chapultepec. El presidente en turno se presentaba con su familia, en alguna de las salas de la residencia oficial, hablaba del país, de sus logros, pero también se permitía un espacio para conversar de sus preocupaciones personales, de sus actividades cotidianas. Al entrevistador en turno, también se le permitía recoger las opiniones de la primera dama y de los hijos, que habitaban Los Pinos durante seis años.
Indudablemente la transmisión en vivo desde Los Pinos, causaban expectación. No por el significado político de la fecha, ni por la forma de gobernar. Aquellos minutos que transcurrían antes de que el presidente abordara el automóvil que debía llevarlo al recinto del Congreso, era el único momento en que los ciudadanos podían asomarse al interior de Los Pinos, a la vida cotidiana e íntima del presidente de la república. Al concluir la jornada, tenían que transcurrir 365 días para acceder nuevamente a la residencia oficial.
La gente difícilmente podía darse una idea de cómo eran verdaderamente Los Pinos. En las noticias o en la prensa, generalmente se podían encontrar imágenes de los salones como el Venustiano Carranza o el Adolfo López Mateos, donde se realizaban los actos oficiales presididos por el gobernante, pero nada más.
A partir del triunfo de Vicente Fox en las elecciones del 2 de julio del 2000, el presidente de la República decidió abrir la residencia oficial a la ciudadanía, a la gente, a la nación mexicana. Así, la casa presidencial dejó atrás su política de puertas cerradas y en la mejor tradición democrática, abrió sus puertas el 21 de septiembre del 2001 para escribir una nueva historia.
Pasado y presente fueron puestos en manos de los ciudadanos para conocer algo que parecía condenado a permanecer guardado por mucho tiempo: el espacio del presidente de la República.
Publicado por Wikimexico / Especial para SinEmbargo