Oscar Schmidt, el brasileño que no quiso ser futbolista y tenía todo para triunfar en la NBA

25/09/2013 - 1:00 am

Por David Moreno

Foto: Efe
Oscar Schmidt. Foto: Efe

Ciudad de México, 25 de septiembre (SinEmbargo/LaCiudadDeportiva).– Brasil es un país plenamente identificado con el futbol. En todo su enorme territorio los chicos patean una pelota y la mueven entre las piernas con gracia y agilidad, esas dos características han hecho que los futbolistas brasileños jueguen con enorme éxito en las ligas de todo el planeta y que el balompie sea el deporte nacional del gigante sudamericano. Pero Brasil no es solamente futbol. Si bien se dice que los pequeños cariocas o paulistas llegan al mundo con una pelota atada a los pies, también existen casos de bebés brasileños que nacen con el balón atado a otras extremidades.

El 16 de febrero de 1958 en la ciudad de Natal – ubicada al norte del país – uno de esos casos se dio: un chico llegó al mundo pero traía la pelota entre las manos. Al paso de los años se convertiría en uno de los mejores jugadores de basquetbol de toda la historia, pero que –quizá por haber nacido en el sur del continente americano– no ha tenido el reconocimiento que se merece. Su nombre es Oscar Schmidt y es uno de los más grandes encestadores han pisado las duelas del mundo.

Oscar Schmidt empezó a jugar baloncesto cuando cumplió los trece años. Como suele suceder con los chicos que destacan por su altura –medía 1.85 – esta característica fue lo primero que llamó la atención de algún entrenador y fue reclutado por un equipo de su localidad. Ahí comenzó a desarrollar la capacidad encestadora que lo llevaría a recorrer muchas arenas en el orbe y a ser uno de los atletas brasileños más destacados dentro del concierto olímpico mundial.

Schmidt tenía una técnica fantástica para tirar de larga distancia. Elevaba su cuerpo en una perfecta posición horizontal, con las piernas juntas, con una mano dándole dirección al balón y con la otra flexionando la muñeca de tal manera que la pelota hiciera una comba perfecta hasta terminar encestándose en el aro. Era elegante para disparar y tremendamente audaz para hacerlo. Nunca rehuía a pedir la pelota en los últimos segundos de un partido para definirlo y ganarlo. Quizá por eso le apodaron el “Mano Santa”, apodo que comparte con otro extraordinario tirador, pero éste de origen mexicano: Arturo Guerrero.

Ahí no quedan las coincidencias entre ambos jugadores, pues los dos rechazaron ofertas del basquetbol de la NBA para poder continuar participando con su selección nacional en una época en la que los jugadores de la mejor liga del planeta no podían representar a sus países en competencias de la FIBA. Sacrificaron sus carreras – y quizá sus billeteras – por amor a la camiseta nacional, algo realmente extraño en nuestros días.

Hasta la fecha, expertos y aficionados se preguntan que hubiera pasado si el exquisito tirador brasileño hubiese llegado a la NBA. Hoy podríamos estar hablando de uno de lo mejores jugadores en la historia de la liga. Los números avalan esta afirmación: nadie en la historia del juego ha anotado más puntos que él, ni siquiera el gran Kareem Abdul –Jabbar, quien con sus 38, 387 está lejos de los 49, 737 conseguidos por el brasileño. Ostenta además el récord de más puntos anotados en un partido olímpico (55 ante España en los Juegos de Seúl 1988), es –de acuerdo a los números– el mejor basquetbolista en la historia del olimpismo. Fue campeón en Brasil con el Sirio, campeón en Italia con el Caserta y Subcampeón de la recopa europea con es mismo equipo.

Foto: Especial
Foto: Especial

Pero hubo un momento en la carrera de Oscar Schmidt que fue determinante para encumbrarlo como uno de los grandes de la historia. En 1987 los Juegos Panamericanos se disputaron en la ciudad de Indianápolis en los Estados Unidos. Los norteamericanos armaron un poderoso equipo en el que se incluían a futuras estrellas de la NBA como David Robinson y Danny Manning. Los estadounidenses no iban a permitir que se les escapara la medalla de oro en uno de sus deportes nacionales pues además tenían como sede a uno de los estados más basquetboleros de todo su territorio: Indiana, el estado en el que Bobby Knight dictaba las reglas del deporte ráfaga.

En la primera ronda del torneo continental los jóvenes de las barras y las estrellas pulverizaron con más de 100 puntos a México, Argentina, Venezuela y Panamá. Después, en los cuartos de final, despacharon con facilidad a los uruguayos y aunque relativamente sufrieron con los boricuas en las semifinales, nadie dudaba que iban a colgarse la presea áurea. El Market Square Arena se disponía a ser testigo de otro momento glorioso en el baloncesto del continente. Lo fue, solo que el protagonista no fue el almirante Robinson sino Oscar Schmidt.

Para la selección estadounidense todo parecía apegarse al guión después de la primera mitad: se fueron al descanso con el marcador a su favor 68 – 54. ¿Qué sucedió en el vestidor verde-amarillo en el intermedio? Tal vez una de las pláticas motivacionales más importantes de la historia de los panamericanos. O quizá, Oscar Schmidt hizo algún ejercicio para afinar la puntería, o tal vez las dos cosas. Lo que ahí pasó ha quedado entre jugadores y cuerpo técnico. Lo cierto es que el canastero brasileño regresó a la duela para meter 35 puntos, silenciar a más de 16000 fanáticos y enterrar a los orgullosos norteamericanos en su propia catedral: 120–115 se leía en la pizarra final.

Al concluir el partido Schmidt se desplomaría en la duela llorando de emoción, sabía que acababa de hacer historia. Terminó con 46 puntos y con la gloria de su lado. Los brasileños le habían propiciado a Estados Unidos su primera derrota en casa y con ello generado la primera llamada de atención al basquetbol norteamericano de que el nivel colegial no era ya suficiente para competir con el resto del mundo. De alguna manera el hombre que se negó a jugar en la NBA por no poder participar defendiendo a los colores de su país, fue quien giró la llave que le abrió la puerta a los jugadores de esa liga al escenario internacional.

Oscar Schmidt se retiró de las duelas el 26 de mayo de 2003, tenía 45 años de edad de los cuales 29 fue basquetbolista profesional. Partició en cinco Juegos Olímpicos y fue electo al salón de la fama de la FIBA en el año 2010. En años recientes se le detectó un cáncer en el cerebro, pero su espíritu guerrero se ha negado a claudicar y ha jugado el partido de su vida en contra de la enfermedad.

En Brasil el futbol es prácticamente una religión. Pero en medio de la misma suelen parecer atletas superdotados que rompen con los dogmas establecidos por el sacrosanto deporte. Oscar Schmidt fue uno de ellos. Un ídolo en su país, alguien que merece ser recordado por el planeta entero como uno de los más grandes basquetbolistas de toda la historia, por ser ese brasileño que no fue futbolista pero que manejó un balón como pocos lo han hecho en el mundo.

Un auténtico genio.

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