La Etología Clínica atiende problemas de conducta en especies; en la medicina humana es equiparable a la psiquiatría. La UNAM trata la salud mental de animales de compañía y, de paso, también la de sus dueños.
Ciudad de México, 6 de junio (SinEmbargo).– Kenji acude puntual a su cita. Con un físico imponente y poco más de un año de edad, el pastor alemán recibe tratamiento para controlar su agresividad hacia las personas y otros perros en el Hospital Veterinario de Especialidades en Fauna Silvestre y Etología Clínica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). El perro fue canalizado por recomendación de su veterinario, pues no dejaba que lo tocaran en las consultas, tampoco se le podía controlar fácilmente.
Luego de cinco meses de tratamiento, su propietario Jorge González cuenta que la mejoría es notable: está más tranquilo, ya no es agresivo con sus familiares, no ladra tanto y responde mejor a las órdenes, algo que ni un entrenamiento de 6 mil pesos pudo conseguir.
Hace 15 años, este hospital brindaba atención un día a la semana, actualmente tienen agenda llena hasta septiembre y atiende de 10 a 12 pacientes diarios. El centro se encarga de la salud física y mental de ejemplares de fauna silvestre, animales de compañía y mascotas exóticas. Por sus consultorios han pasado por igual perros, gatos, hurones, jerbos, loros y prácticamente cualquier especie que funja como mascota no convencional; también atienden caballos, animales de granja o que están en zoológicos y circos.
Itzcóatl Maldonado, coordinador Académico y Administrativo de dicho hospital, explica que la Etología Clínica estudia y atiende los problemas de comportamiento en distintas especies; “de hecho en medicina humana es equiparable a la psiquiatría”, menciona.
Maldonado comenta que los perros son los principales asistentes –hasta 96% del total– seguidos por gatos y otros animales domésticos. También plantea que los canes siempre han sido los pacientes con mayores problemas de comportamiento, entre los que destacan: orinar y defecar en lugares inapropiados; agresión a sus propietarios, a personas en general y a otros perros; fobias (a truenos, cohetes, etcétera); ansiedad por una separación, la cual involucra ladridos excesivos o llanto cuando el dueño no está, así como crisis de ansiedad que incitan al animal a romper objetos o morderlos.
Eso le ocurría a Kim, una perra que fue encontrada en la calle por su actual dueña, María Mireya Guerrero: “Olía terrible y estaba llena de rastas”, narra. De talla pequeña y muy alegre, la perra ladraba mucho cuando se quedaba sola en casa y los vecinos comenzaron a quejarse, otro detalle es su gran necesidad de atención –probablemente por sus antecedentes de abandono– pues durante la entrevista estuvo insistente con su dueña, buscando que la acariciara.
Pasearla se tornó difícil, pues comenzó a jalarse y a ser agresiva con otros animales; además, confunde los juegos bruscos con ataques. Mireya comenta que Kim apenas lleva un mes de tratamiento y ya ha corregido algunas conductas: no ladra tanto y permanece más tranquila cuando está sola. A sus siete años, le gusta mucho correr y dar paseos, hacer ejercicio la tranquiliza, así que ahora se enfocarán en la agresividad y su búsqueda de atención. Por lo pronto, debe continuar con la actividad física –siempre con correa– y los juegos bruscos tienen que evitarse en su presencia.
RELACIONES COMPLEJAS, ENFERMEDADES Y EMOCIONES
La relación con un animal de compañía es mucho más compleja de lo que creemos. Maldonado comenta que, con mucha frecuencia, los conflictos ya mencionados se deben a una comunicación inadecuada, así como a no poner límites y normas claras desde que el animal es un cachorro. “En la gran mayoría de los casos hay un déficit de comunicación entre el propietario y el animal; no logran entenderse y las señales enviadas por ambos se malinterpretan”, explica.
El especialista plantea que al no existir un intercambio verbal con los animales, ellos intentan leer la postura corporal, actitud, tono de voz y expresiones faciales, asunto complicado debido a la diferencia de especies: “Yo puedo darle una indicación verbal muy clara para mí, pero el animal se confunde o lo hace de manera distinta. Si un perro ladra excesivamente porque quiere atención y la obtiene cuando volteo o lo regaño para que se calle, ladrará aun más, reforzando la conducta. Así que lo primero que hay que hacer es enseñarle al propietario a comunicarse con su mascota, hacer que entiendan que la mente es compleja y entender la de un ser que no se expresa verbalmente aun más”, destaca.
Maldonado afirma que a pesar de no poder decir lo que les ocurre, los animales tienen conductas o síntomas que también se manifiestan en los humanos: fiebre, diarreas, estornudos, secreción, depresión. “Se puede hablar de padecimientos mentales en animales, expertos hablan de trastornos por déficit de atención, depresión –muy ligada a malestares físicos, así como a una respuesta retardada a los estímulos– difícilmente es crónico en ellos, pero desde luego hay tristeza”. El experto añade que las emociones descritas y estudiadas en animales son ira, frustración, tristeza, alegría y sorpresa; para quien aún tenga dudas, puntualiza: “Claro que podemos hablar de emociones en ellos”.
Por su parte, Alberto Tejeda, coordinador y Clínico de Especialidades del Hospital Veterinario de Especialidades de la UNAM, expone que la ansiedad en animales, además de considerarse un trastorno mental, tiene los mismos componentes neurofisiológicos que presentan las personas, “inclusive cuando se trabaja con medicamentos, se hace con psicofármacos para tratamiento humano. El especialista añade que los problemas son principalmente en perros adultos jóvenes –de año y medio o dos–, pues en animales mayores los casos no son frecuentes. “Algunos presentan algo muy similar al Alzheimer; de hecho las lesiones a nivel cerebral son las mismas que en los humanos, esto provoca que orinen donde no deben, pierden comandos, olvidan las cosas, literalmente”, describe.
El experto asegura que, a veces, el comportamiento es una conducta normal que disgusta al humano y para saber si es patológica deben descartarse factores físicos y saber si existe una alteración neurológica o metabólica. Para detectar qué altera la conducta del animal se hacen estudios minuciosos al paciente y un interrogatorio clínico detallado al propietario, añade.
“En muchos de los casos, la mayoría de los animales atendidos tienen problemas asociados a deficiencias en su mantenimiento, por condiciones y alimentación inadecuadas, provocadas por el desconocimiento de los propietarios”, complementa Maldonado.
RESPONSABILIDAD HUMANA
Los entrevistados coinciden en que otro factor clave en el desarrollo de conductas problemáticas son los dueños. Alberto Tejeda plantea que aunque los animales tienen una carga genética (raza, sexo, grado de inteligencia) nosotros modelamos las buenas y malas conductas con el trato, “la responsabilidad recae en los dueños y en el mal manejo de éstos”, asevera. Maldonado confirma sus palabras y asegura que, comúnmente por ignorancia, éstos promueven conductas negativas, incluso en algunos casos fomentan la agresión a perros y personas, lo que constituye un problema grave en el que ambos requieren atención. “Debemos detectar si el dueño también necesita tratamiento y canalizarlo; si un perro es agresivo y el propietario tiene un perfil igual, se le sugiere asistir con un terapeuta, le proponemos instituciones con las que puede trabajar”, destaca.
Instalados en el área de Consulta para Animales con Problemas Conductuales, Kenji y Jorge practican los comandos básicos que recomendó Tejeda: dueño y mascota deben caminar juntos, el perro debe sentarse cada vez que se le ordene. En tanto, un grupo de alumnos observan y evalúan su conducta, el clínico supervisa el proceso y le da indicaciones al propietario; a pesar de su inquietud por notar extraños cerca, el animal muestra una conducta satisfactoria durante toda la sesión, por lo que obtiene felicitaciones, caricias y bocadillos.
EL TRATAMIENTO
Tejeda expone que el procedimiento consta de tres partes: educación al propietario, modificación de interacción con herramientas de control, (arneses y collar de cabeza) en casos de ansiedad severa se proporcionan fármacos, “la medicación puede ser necesaria para aquellos animales con grados de ansiedad alta, pero al igual que con los humanos, el medicamento no resuelve todo y debe acompañarse de terapia, hay casos que necesitan tratamiento farmacológico de por vida especialmente, cuando el factor que desencadena la ansiedad no logra identificarse plenamente”. Tejeda añade que se requiere medicación debido a que hay “animales muy ansiosos o miedosos y cuando están así no piensan claramente”.
Del mismo modo, se establecen comandos básicos como el sentado, caminar juntos y que el animal acuda cuando se le llame; cabe señalar que no es un entrenamiento, pues éste consiste en acatar órdenes: “Eso no sirve para un perro que orina en distintos lugares por ansiedad o miedo, si el entrenamiento es con base a castigos el problema puede volverse más grave, un perro puede actuar agresivamente porque es ansioso y si recibe correctivos físicos, el animal empieza a tener miedo y ataca para que no le peguen”, alerta Tejeda.
Tampoco se emplean castigos, regaños o golpes, se generan recursos para promover la obediencia, para que el animal haga lo que el propietario le pide de manera adecuada. Los métodos del hospital están en contra del dolor y hacen énfasis en un trato que incluya disciplina y normas claras: “No es que no se deba ser firme, el problema con los castigos es que podemos excedernos”, precisa el clínico.
Al igual que la medicina humana aquí no se puede generalizar, ya que sin importar que haya muchos pacientes de la misma raza o especie, todos, al igual que sus propietarios, son individuos únicos; así que no hay un estimado, hay casos que toman un par de meses, otros hasta más de un año.
El tratamiento depende de un diagnóstico preciso de los factores que desencadenaron la conducta y la dinámica social en casa; también requiere la disposición del dueño y que éste comprenda cabalmente cómo realizar las modificaciones.
En el consultorio María Mireya y Tejeda hablan sobre el progreso de Kim, que salta en todo momento a las piernas de su dueña, quien debe ignorarla; para ello debe bajarla jalando su collar sin mirarla, si continúa, la propietaria debe levantarse y caminar un poco, el objetivo es que el animal brinque sólo cuando su propietaria lo desee. Después de insistir e incluso intentar subir a mis piernas, la perra se tranquiliza.
Kenji permanece tranquilo mientras su dueño relata que ambos están mejor desde que recibe atención, dice que le gusta porque fomentan la parte positiva, la amabilidad; se hace énfasis en mostrarle cariño, así como dar caricias y premios para reforzar el aprendizaje: “Aquí no me echan la culpa, como en el entrenamiento, donde muchos se rindieron y dijeron que no había solución, además me sugirieron usar el collar de asfixia para controlarlo, eso implica maltratarlo. Antes tenía callos y heridas en las manos porque no podía calmarlo, ahora es más fácil pasear y la relación es mejor”, expone. La dueña de Kim dice que el tratamiento ha sido de gran ayuda para su mascota, entiende que es un proceso que tomará tiempo y mayor atención de su parte, pues a veces olvida las reglas asignadas, pero en general van muy bien.
Aunque en los dos casos falta resolver las agresiones a otros perros, el diagnóstico es favorable, algo que no ocurre en todos los casos. Tejeda establece que hay situaciones más difíciles que otras pero, aclara, no es porque determinadas especies sean problemáticas en sí mismas. “Hasta ahora sólo hemos tenido tres casos de perros con conductas agresivas difíciles de controlar, con un mal pronóstico, lo más complicado son agresiones a otros perros: atendí a dos hembras Yorkshire Terrier que de tener roces normales (hay conflictos comunes entre ellos) comenzaron a pelear hasta herirse gravemente; tuvieron que vivir separadas”, relata.
CONSECUENCIAS DE NO ATENDER EL PROBLEMA
Itzcóatl Maldonado revela que al no haber buena comunicación, ni atender los problemas de comportamiento, los animales son maltratados, abandonados, echados a la calle, regalados o llevados a albergues. A decir del experto cuando esto sucede sólo se pasa el problema a otros y los más perjudicados son los menos culpables: “Sufren las consecuencias de un dueño que no planificó ni pensó qué temperamento quería en una mascota, con qué nivel de actividad, si puede o no prestarle atención suficiente”.
El entrevistado destaca que antes de adquirir un animal de compañía se debe tener una reflexión muy similar a la que se hace sobre si se desea tener hijos, asunto que en la mayoría de los casos ni siquiera se medita: “Los tenemos por tenerlos no lo planificamos, si a los hijos los abandonan, con un perro o un gato es más fácil; abres la puerta, los corres. Además de ser una forma de violencia, el abandono favorece la población de animales ferales, no se detienen a pensar en las consecuencias”.
Maldonado sugiere asesorarse con un veterinario para que éste ayude a decidir cuál es la mejor especie o raza de acuerdo a las condiciones de vida, dinámica familiar y personal. De esa forma hay gran probabilidad de que el acoplamiento del nuevo integrante en la familia sea satisfactorio y traiga momentos de alegría y bienestar para ambas partes, en vez de terminar regalando al animal, abandonándolo o solicitando la eutanasia sin ninguna justificación orgánica.
Así que antes de hacer compras impulsivas, provocadas por la belleza del animal, el furor o la ternura que nos provoca, hay que informarse sobre el temperamento de la especie y pensar cuánto tiempo y cariño estamos dispuestos a proporcionarle.
Después de escuchar las inquietudes de los dueños, hablar sobre su progreso, despejar dudas y recibir indicaciones, las consultas de Kenji y Kim terminan. Ambos se van con pronósticos favorables. Afuera, echados y jadeando, dos nuevos pacientes esperan con sus dueños para ser atendidos…