CONVERSACIÓN CON RICARDO PIGLIA

29/10/2011 - 12:00 am

Sus frases son eslabones de una cadena que pareciera no tener fin, entrelazándose en la imaginación de un cuento a otro, de una novela a otra, de un personaje a otro. Sueños cargados de realidad  tan recurrentes como puntuales, en sus esféricos ocho minutos que los conforman. Ideas cuya única concreción posible era transformarse en palabra. Ser nombradas por alguien para significarse en la otredad.

El esquizofrénico vacío. Una historia apenas plausible a partir de los otros,  con sus voces en eco, con sus voces en rumor, su violento silencio, su justicia a medias, su horror perpetuo, con miedo a desaparecer una y otra vez. En constante diálogo con los muertos. Sin olvido ni perdón. Con el dolor irreconciliable en las venas, con su propia historia a cuestas. La voz de un pueblo que, entre uniformes, con la memoria viva y la piel sangrante, transita en la melancolía del tango mientras, el destino, bebe mate en un cafetín de avenida Corrientes.

El futuro frente al pasado escrito en lunfardo donde Él, Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1940), escritor imprescindible de la narrativa latinoamericana contemporánea y considerado como el gran iniciador de lo que algunos gustan de llamar “la nueva literatura argentina”, ha sido capaz de adentrarse en la profundidad de la mirada de la abuela, haciendo de su pañuelo blanco, un pergamino sobre el que vierte, subvierte y revierte aquello, transformándolo en diálogo pertinaz y contundente. En voz que da cuerpo al afecto, potenciándolo hasta el delirio.

 

Escribir y escribirte a partir de personajes        

En lo personal, prefiero llamarlo un escritor vital, un rebelde, aquél que ha hecho de la ensoñación escritural, de la experiencia literaria y del ser argentino una metáfora franca y contundente donde sus historias son vigías y sus personajes testigos de la Argentina misma, imaginada por muchos, narrada por otros pero vivida por unos cuantos, dándoles sentido en un espacio mucho más amoroso que la realidad dentro del tiempo subjetivo de las páginas.

Su cabellera lo semeja a Beethoven; sus lentes transparentes, su sonrisa, su voz cálida,  la mano izquierda rascándose constantemente la frente y mirando sin dejar de observar, analizar ni pensar. Convencido —lo ha declarado infinidad de veces— de que “la conversación literaria es un género importante al que la crítica no ha dado el lugar que merece”, él se deja seducir ante la posibilidad del encuentro y  no escatima veracidad.

Han pasado 40 años de que se editara el primer volumen de cuentos de Ricardo Piglia: La Invasión, el cual ahora se reedita vía Editorial Anagrama. Pasado y memoria. Recuerdo y olvido. Fidelidad y evocación. Ricardo, receloso de sí mismo como es, confiesa su sentir al respecto en el prólogo: “Reescribir viejas historias tratando de que sigan iguales a lo que fueron es una benévola utopía literaria, más benévola en todo caso que la esperanza de inventar  siempre algo nuevo. Una ilusión suplementaria podría hacernos pensar que al reescribir los relatos que concebimos en el pasado volvemos a ser los que fuimos en el momento de escribirlos”.

La revisión de La Invasión, fue para mí un desafío. Me lo planteé así, no se trataba sólo de hacer una simple reedición del libro sino ver si era posible trabajar un poco en él, no cambiarlo, tratando de ser fiel al modo en que yo imagino que era cuando lo escribí. Era interesante la experiencia. Volver a aquellos años e incluso a los lugares en que escribía, los cuales volvieron con mucha nitidez; los años de pensión, los bares; se produce un efecto muy extraño, de distancia, muy  interesante. El tiempo es raro con relación a la literatura.

Además, un escritor añora,  quiere y busca —y a veces lo logra—, ser leído como si fuera un desconocido. Desde luego, leemos los libros con cierto conocimiento previo, muchas veces. Si yo leo hoy, un libro de Carlos Fuentes, no va a ser lo mismo que cuando leí hace 30 años, en Buenos Aires, Los Días Enmascarados. Lo que uno sabe de un escritor, influye sobre su lectura. El primer libro, en ese sentido, siempre es un acontecimiento, porque uno va a descubrir una intriga.

 

El arte de  vivir la vida, leerla, recordarla y escribirla…

“Como escritor, el arte de leer la vida  es muy complejo y subjetivo, como los sueños: puedo contártelos pero no sería fiel. Por un lado, escribo un diario, desde hace muchos años y eso, ya me produce una sensación rara con la experiencia personal porque no sé muy bien lo que voy a contar en él. No me planteo un tema deliberado. Algunos podrían pensar que el diario es un modo de leer la vida, básicamente por el hecho, de que habitualmente, releo lo escrito en otros tiempos; ahí están los rastros de lo que fue mi experiencia de vida en esos momentos y, lo más intrigante es que, lo que recuerdo con mucha nitidez, no está escrito en él, como si en ése momento para mí no hubieran tenido ninguna importancia y, experiencias que, en la lectura parecen fundamentales, no me las acuerdo. Ahí estaría esa tensión entre leer la vida, recordarla, vivirla”.

Hay en Ricardo Piglia una ligazón a la vivencia literaria tal que podría no sólo explicarse, sino cargarse de simbolismo, más su estudio es aun vago y simple, entre otras cuestiones, porque las historias, los personajes y las situaciones que permean la narrativa del autor de Ciudad Ausente son el  punto nodal de la  subjetividad colectiva argentina donde, la reminiscencia del pasado es vigía del presente, donde la melancolía se hace fuerza y la nostalgia coraje.

“Yo insistiría en la importancia del lugar, porque puede haber hoy una tendencia, que me parece que está muy conectada con los intereses editoriales, una especie de escritura universal, global, donde se pretende ser, deliberadamente, escritor universal y ser ilocalizable. Desde sus temas, desde su estilo,  los escritores tratan de que no haya ninguna marca del lugar que son, mientras que para mí es al revés: uno escribe dentro de una tradición; trabaja y dialoga con ella, lee desde ahí y si tiene suerte, lo que escribe, al estar vinculado al ámbito del cual viene, provoca efectos en la gente. El modelo paradigmático en esto, sería Juan Rulfo, uno de los  grandes escritores universales que al mismo tiempo pareciera no haber salido nunca de una zona mínima, ni siquiera de todo México”, plantea.

Tal paradoja es visible hoy desde la política y es no sólo digna de análisis sino de balance, sobre todo cuando se viven momentos de tensa calma en la Argentina que reavivan entre otras emociones el dolor, la angustia, a partir del Caso López, lo cual nos lleva a pensar y a reformular no sólo la nueva literatura argentina y su influencia, sino su nueva desmemoria, sus nuevos mecanismos represivos a pesar de la experiencia que tal pareciera estarnos hablando de una necesidad insoslayable, diría el psicoanálisis, de una compulsión a la repetición.

 

Información vs. experiencia

“Me parece que la cultura argentina, en los últimos 30 años ha estado marcada en la experiencia del horror, de la represión estatal, una experiencia muy difícil de transmitir en la intensidad que tuvo y la dimensión que adquirió en las redes sociales. Todavía no sabemos bien el efecto que produce una experiencia como ésta. El terror generalizado, indiscriminado, con los acontecimientos más extremos, fueron las cosas más atroces que uno puede imaginar, realizadas al mismo tiempo en el interior de una realidad que parecía circular siempre  normalmente”, explica Piglia.

“Esa memoria que persiste, reaparece de un modo terrible en el Caso López. Julio López durante la dictadura, fue secuestrado y torturado por un policía; era un obrero que ni siquiera tenía una relación muy orgánica con los grupos armados de aquel momento. El policía ahora fue llevado a juicio y él asistió como testigo y sale de ahí, tras declarar y le vuelve a pasar lo mismo: otra vez secuestrado, torturado y seguramente, ahora muerto. Esto es un signo de cómo la cultura argentina está marcada por esa situación”, añade.

 

–¿Qué relación tiene la literatura con eso?

–Es muy difícil de definir. Para nosotros —y esto incluye a los escritores argentinos con los que estoy en constante conversación— es muy importante diferenciar información de experiencia. La información sobre el genocidio y la violencia terrorista de Estado, ha logrado alcanzar, digamos, un estado de conocimiento, pero transmitir la experiencia, al menos intentarlo, es algo que la literatura debiera hacer.

Recuerdo un hecho, al cual siempre vuelvo, porque ahí se condensa un poco esta conversación: en el año de 1978, a dos años del golpe, voy a visitar  a una Madre de Plaza de Mayo que había perdido a dos de sus hijos, una hija y un hijo, los dos secuestrados y desaparecidos.  Esta mujer, Catalina Cristina, vivía en un departamentito muy humilde en el Once; la fui a ver junto con otros amigos y me dijo algo tan pero tan increíble: “Yo le contesto a la televisión, le digo cosas, porque dicen tantas mentiras y yo no puedo soportarlas. Cuando los miro, les hablo y les contesto. ¿Sabes lo que pienso? Que si me dieran un minuto, si me dijeran siéntate, yo ya tengo pensado todo lo que debo decir en la televisión, si me dieran ese minuto, podría desarmar toda esta mentira que esta gente está construyendo”.

Lo extraordinario es que Catalina Cristina, aislada, sola, desesperada, en realidad terminó imponiendo su verdad. Por eso digo que tampoco tendríamos que ser tan pesimistas, porque en ese momento estaba todo ese poder, que se concentraba en la televisión y que era, desde luego, la voz oficial, estaba intervenida, era pura propaganda política y ella se enfrentaba al relato estatal, diciendo: “Yo con un minuto me arreglo” y ese minuto es el que en verdad logra imponer. Eso también es la experiencia. No sólo la del horror, sino la experiencia de que la gente recuerde la lucha, no sólo debemos verla estrictamente como una historia negativa siempre, sino que hubo todo lo otro: el movimiento de las madres, el activismo de los derechos humanos, porque la cuestión de los desaparecidos tenía que ver exactamente con borrar las huellas.

 

Pasión y desencuentro       

Ya lo decía Freud: “Lo difícil no es cometer el crimen, sino borrar las huellas” y la historia argentina tiene esos dos movimientos: el del horror y el del testigo que es capaz de decir. Así, tanto para la literatura latinoamericana del siglo XX como para la nueva literatura argentina, la prosa de Piglia ha sido ese testigo ya no sólo desde aquellos primeros cuentos de La Invasión, sino con mayor énfasis en lo que sería un tajante parteaguas en La Novela como género: Respiración Artificial (1980) pues plantea ante todo la desestructuración de la estructura, donde es el diálogo lo que da sentido y relación, sólo comparable y matizado desde luego a aquello que hiciera James Joyce con el monólogo interior y que no es, sin embargo, sino otra forma de diálogo cuyo interlocutor subjetivo no es otro que el relato psicoanalítico aprehendido, apuntalando una nueva significación del relato, en este caso, colectivo.

Entramos a un terreno quizá más complejo que la subjetividad misma, esa relación amorosa cargada de pasión y desencuentro, sólo posible entre dos amantes: el psicoanálisis y la literatura, donde en Piglia no sólo se genera un vínculo con la otredad sino en los elementos que necesita la palabra para poder ser narrada. No busca psicologizar el relato ni adornar la locura ni metaforizar su terminología, sino que ha creado un co-relato donde se dimensionan los vínculos sociales, conscientes e  inconscientes que nos permiten leer la historia de vida de la Argentina.

“Tampoco habría que caer en la creencia de que me siento como el testigo de los hechos. Ante todo, creo que una escritura escucha los relatos múltiples y éstos al circular son la materia social de la literatura, ésta cuenta lo real ya narrado, ése que se mueve a diario por las ciudades; ése es el punto donde lo conectaría, con la forma. Los relatos intentan manejarse con esa circulación de narraciones que se intercalan y se entrecruzan y se chocan entre sí.

“En cuanto al vínculo con el psicoanálisis: ¿Qué quiere decir nombrar? ¿Qué significa? La literatura siempre acaba encontrando los restos de los lenguajes sociales que circulan en las novelas de hechos y de personajes; sin duda, Freud trajo a la cultura una gran nomenclatura que aunque podría parecer muy esquemática, abre los sentidos. En el centro, está ahí para mí el gran tema: delirio y narración. Yo no lo he hecho deliberadamente, sin embargo, han ido apareciendo esos personajes que, en determinado momento, escapan a cierta lógica  o a cierta construcción racional y empiezan a funcionar como héroes perdidos dentro de la historia”, plantea el escritor.

 

La idea del pensamiento

Quizá, sea viable en la discusión que las desavenencias entre psicoanálisis y literatura no se den dentro de la palabra que nombra sino en la forma en que éstas se nombran y entrelazan. A pesar de que ambos pueden ser —y de facto lo son— metáfora del pensamiento que les permite existir,  desde su estrecha relación con el lenguaje se acercan de distinta manera al espíritu del escritor-lector-crítico para ser interpretados nuevamente; en la literatura, el lenguaje al hacerse voz se conecta con zonas donde la razón no termina de poder intervenir.

“Escribir es una enfermedad”, “Escribo para no morir”, “A través de la palabra, del lenguaje, doy sentido a aquello que me es imposible entender del mundo que me rodea”, entre otras, parecen ser las frases constantes del subtexto literario del siglo XX, apuntalando el XXI, donde el escriba contemporáneo busca, primordialmente su origen, con el anhelo de que sea, su obra, la que se explique en sí misma dentro de un tiempo y espacio determinado —y determinante— del caos; quien narra, entreteje mecanismos propios de la personalidad de quien escribe y éste a su vez, genera en las historias aquellas emociones, sensaciones y pensamientos propios del Ser generando, con o sin intención, el espejo prescindible y necesario que le dé no sólo comunión sino complicidad con el lector; éste entonces genera un vínculo que facilitará la apropiación, primero del texto, después del autor.

Ricardo Piglia, al despsicologizar su narrativa, lo que genera no es una explicación de sí mismo al narrar. Él no va más con la novela psicológica, cada uno de sus párrafos parecen tener como gran estrategia el “no expliquemos como somos ni lo que somos. Somos lo que somos, tratemos mejor de entender cómo es que, en la medida en que pensamos quiénes somos y nuestro lugar en el lugar en el que estamos (valga la redundancia), entonces somos, porque lo que nos ha conformado es un pensamiento social. Somos voz y cuerpo.

“Lo más interesante de la cuestión es la idea de pensamiento. El escritor busca vivir vidas paralelas, vidas alternativas, la propia no es lo central, sino aquellas posibles, las vidas que uno podía haber vivido, un sueño que creo que todos tenemos.

“A veces, pensamos en una situación del pasado y nos cuestionamos sobre lo que hubiera ocurrido si tiráramos para otro lado, si no hubiéramos conocido a aquella mujer, si no hubiésemos visitado  tal lugar y comienza a darse uno cuenta, que lo que surge de ese momento —que de entrada uno ni siquiera percibió como una encrucijada, como una decisión fundamental—, fue un tipo de relación con su propia experiencia, totalmente distinta. Uno en realidad elige las cosas cotidianas pero las centrales, no. Sucede que te das cuenta, muchos años después que ahí había una elección y al mirar retrospectivamente encuentras las alternativas posibles. Ahí está la mirada del novelista, en todo aquello que se podría vivir sustentada en la intriga. La idea de cambiar de vida, de ser otro, es lo que más me interesa”, explica.

 

Pensar aquello que aún no ha sido pensado

“Me interesa muchísimo la noción de pensamiento, en el sentido de hilvanar aquello que todavía no ha sido pensado. La literatura estaría ligada a la posibilidad de escribir los pensamientos que todavía no fueron pensados y que al escribirlos, se conviertan en algo; esto es una cosa que suele suceder muy claramente cuando uno lee y encuentra aquello que estuvo a punto de pensar y no alcanzó a hacerlo, pero a quien está leyendo sí, y por eso le gusta.

“Esa relación entre lo que se está por pensar y lo que se puede llegar a decir es el punto crucial de la literatura y me hace leer a los escritores que trabajan en esa dirección. Hay, creo, redes de escritores que se comunican entre sí, muchas veces sin conocerse y forman ciertas poéticas con rasgos comunes, a veces  en tiempo simultáneo.

“Podemos hablar de un pensamiento argentino. Desde luego que existe y hay una forma muy particular de pensar donde yo suelo hablar de tradición, de una especie de novela familiar, donde uno se inventa una red de antepasados que construye uno mismo, donde uno dialoga con ellos, algunos contemporáneos, otros muertos, en el interior de la cual uno se siente incluido.

“Uno de los cuestionamientos de este planteamiento sería no que tanto está de la realidad en la ficción o cómo buscamos la realidad en la ficción —que sería un camino bastante habitual— sino cómo buscamos la ficción en la realidad, qué presencia tiene, cómo actúa y eso puede ser la locura. Es por ahí donde se pudiera pensar que hay una tradición de pensamiento en argentina muy fuerte y ver sus efectos y funciones.

“En ese sentido podríamos hablar de una tradición literaria argentina que está muy intrigada por cuáles son los límites de lo real; donde el término fantástico es demasiado restringido para dar cuenta de una constante de incertidumbre sobre la realidad, la verdad, la ficción;  ese juego donde las relaciones siempre son una relación incierta que en cierto punto caracteriza una tradición de la literatura argentina. No es la única, hay otras tradiciones muy importantes, pero creo que ésta es una línea que ha dejado cierta marca en el escritor contemporáneo, que básicamente se construye en el Río de La Plata y Buenos Aires que tiene mucho que ver con esta relación entre narración realidad-verdad; ficción-sociedad. Ahí es donde yo he tratado de trabajar”, relata el escritor de Adrogué.

Así el final del encuentro con el relato pigliesco personal que dé paso a otro relato, a otras narrativas que lo resignifique en el otro que lee, escribe y critica, pues a final de cuentas es esto lo que hace la literatura: discute de otra manera.

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