Fabrizio Lorusso
23/01/2025 - 12:05 am
Desaparición forzada y memoria contra el olvido de José Salvador Cárdenas Fuentes
José Salvador Cárdenas Fuentes iba a cumplir veinte años cuando su vida fue interrumpida. Con él asesinaron su proyecto de vida, su fe y el futuro.
Como integrante de la Plataforma por la Paz y la Justicia en Guanajuato e investigador de la Universidad Iberoamericana León, en este 2025 he podido acompañar junto con mi colega Raymundo Sandoval a la familia de José Salvador Cárdenas Fuentes, joven que fue detenido-desaparecido por efectivos del Ejército mexicano el 17 de marzo de 2017, poco antes de que cumpliera 20 años.
José fue víctima de desaparición forzada, tortura y ejecución extrajudicial, pues fue encontrado una semana después cerca de la carretera Irapuato-Salamanca con una herida de arma de fuego en la cabeza. Gracias a un “amparo buscador”, interpuesto por la familia justo después de la detención arbitraria, y a las investigaciones consecuentes de la jueza Karla Macías del Juzgado IX de Distrito de Irapuato, y pese a las múltiples apelaciones y quejas de la Secretaría de la Defensa Nacional (Defensa) a lo largo de los años, la sentencia fue ratificada el pasado 22 de noviembre y comenzó a surtir sus efectos de inmediato.
Primeramente, impuso a la Defensa un proceso de reparación integral del daño a favor de la mamá y el papá de José, y este incluye tanto una reparación económica como una disculpa pública y dignificación de la memoria, además de ordenar a las autoridades competentes, como la Fiscalía General de la República (FGR), el avance de las investigaciones y la condena de los culpables.
El texto siguiente se deriva del discurso que, en representación de la familia y con la confianza y el permiso de ella, pronuncié el 18 de enero pasado a manera de cierre del acto de disculpa pública que realizó la Defensa, acatando la sentencia plenamente, en el contexto de una ceremonia histórica, por ser la primera en un espacio tan simbólico como la Alhóndiga de Granaditas de Guanajuato, en público, y por un caso de desaparición forzada (vea el video del evento en seguida).
Por parte de la Defensa, hubo dos breves participaciones de los comandantes actuales de las dos dependencias condenadas por la desaparición: Vicente Pérez López, comandante interino de la XII Zona Militar, y Marco Antonio Ramírez Tenorio, comandante del 8vo Regimiento Blindado de Reconocimiento. La disculpa pública incluye el reconocimiento de los hechos pero también un compromiso político a la no repetición. Y nos llama como academia, periodismo o sociedad civil a impulsar una política pública de memoria real en el estado y en la República, pues los intentos del sexenio pasado, por ejemplo, con una propuesta de Ley General de Memoria y la propia Comisión de la Verdad por Graves Violaciones a DH entre 1965-1990 no culminaron o quedaron a deber.
La sentencia fue a contracorriente por cuatro motivos: uno, la actitud de “litigar en contra de las víctimas” o burocratizar procesos de justicia y reparación, que en muchas ocasiones mantiene CEAV, la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas federal; dos, la falta de avance durante ocho años de la investigación ministerial y la causa penal correspondiente por desaparición y homicidio de la FGR (carpeta 27956/2017); y, tres, igualmente la ausencia de recomendaciones o sanciones de parte de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), aun cuando sí tiene una queja abierta por el caso (Expediente CNDH/2017/2762/Q); por último, la sentencia tuvo que pasar por colegiados y la Suprema Corte, apelaciones y reveses durante ocho años, pero sobrevivió y ahora comienza a surtir efectos que abonan a la justicia en contra de la impunidad.
Aunque sólo podamos contar unos fragmentos de su historia de vida, gracias a la confianza y disposición de sus familiares, lo hacemos con todo el cariño y respeto para que se sepa más de un joven que, por motivo de la violencia de Estado en su contra, solo hemos podido conocer a través de fotografías, palabras, emociones y recuerdos transmitidas por sus deudos.
¿Quién era José?
José Salvador Cárdenas Fuentes iba a cumplir veinte años cuando su vida fue interrumpida. Con él asesinaron su proyecto de vida, su fe y el futuro.
Se rompió el tejido social de la familia y de la comunidad. En el momento de su desaparición a manos de militares, la noche de aquel 17 de marzo de 2017, y en los días siguientes, mucha gente salió a buscarlo y dio testimonio. Él iba a un baile con su novia en la Calera, localidad vecina, pero nunca llegó.
Lo encontraron una semana después, sin vida, sin nombre, lejos de casa, ejecutado extrajudicialmente. Ahora, hoy, este acto de disculpa pública es un primer paso, logrado gracias a un amparo, a la lucha de la familia y al trabajo de una jueza que debería ser la norma, y no la excepción.
La restitución con vida ya es imposible. Lo que sí es posible es imaginar un camino de reparación, siempre limitada, dolorosa, pero necesaria. Imaginar un tejido social que resiste y cambia para bien.
Esto significa que debemos recomenzar de lo común, de la solidaridad activa por parte de toda la sociedad, no sólo de la que está aquí reunida. Debemos sostener los trabajos de la memoria y la exigencia de verdad en contra de la violencia, del olvido y del estigma que, injustamente, muchas veces acompañan a víctimas inocentes.
La reparación es un proceso largo, que apenas comienza con el reconocimiento público de un abuso de la autoridad, de una grave violación a los derechos humanos en contra de José Salvador, y que continúa con el reconocimiento de su honradez y alegría, con la restitución de su historia y de su nombre, de sus actos dadivosos y de sus proyectos truncados, que merecen memoria, respeto y justicia.
Lo que causan la violencia, la injusticia y la desaparición es un quiebre del tiempo y del espacio, de la identidad, y de todos los derechos de una persona y sus deudos.
Desaparición que es “forzada” porque nadie desaparece por voluntad propia, como en cambio, seguido, escuchamos decir a las autoridades para normalizar y banalizar este grave fenómeno.
Y es “forzada” también cuando la cometen quienes deberían de protegernos desde el Estado y luego ocultan los hechos y el paradero de la víctima.
José siempre había vivido en Rancho Nuevo del Llanito. Quizás pocos lo ubiquen, pero está entre Irapuato, Romita y Silao, y es una de las tantas comunidades de México a las que debemos nuestro bienestar, nuestro alimento, el aire y los horizontes.
Sin embargo, hoy en día, como bien lo escribió la periodista irapuatense Daniela Rea, en aquel campo que nos alimentaba, miles de familias buscan a sus seres queridos desaparecidos.
Y en ocasiones los encuentran en la tierra, protegiéndolos como tesoros de inestimable valor, y los devuelven a sus seres queridos, con gestos de humanidad y rebeldía a un sistema que no los busca y, al contrario, los desaparece dos, tres, o miles de veces.
José Salvador tiene un hermano, muchos tíos, primos, una sobrinita, dos sobrinos, amigos de infancia, vecinos y recuerdos que lo quisieron y lo quieren, y con quienes trabajaba, jugaba, bailaba, pasaba sus mejores momentos y comía su platillo favorito: los nopales fritos con garbanzos que le mandaba su abuelita.
Él vivía con sus papás, dedicados desde siempre a la pesada labor del campo, al cuidado de la casa y de los animales del corralito. Ilusionados, como toda mamá y papá, de poder darles mejores condiciones de vida a sus dos hijos, de que hicieran su casa y familia propia.
El papá de José y su hermano, así como muchos compañeros de la comunidad, migraron un tiempo a Estados Unidos, por voluntad, por necesidad, justamente con la esperanza de construir un hogar y un futuro digno aquí en México, en donde para demasiadas personas todavía faltan oportunidades. También José lo intentó, pero tuvo que volver antes de cruzar. Aun así, no se desesperó, siguió con su vida y adelante.
Risueño y jocoso, bailador y amante del futbol, José era un fiel de las “cascaritas” en la cancha del rancho con sus amigos. Y era superfan del equipo local, los Coyotes del Llanito, y también de las “invencibles” Chivas de Guadalajara.
Su alegría contagiaba al entorno. Dice su mamá que “él disfrutaba la vida al cien por ciento”, porque, decía, “ahora vivo, mañana quién sabe”. Era muy sociable, y gran estimador de la música norteña. La que más bailaba, esmeradamente.
En primaria y secundaria jugaba como portero y delantero, pero luego tenía menos tiempo y comenzó a trabajar en el campo con su papá y tíos, que sembraban sorgo, maíz, zanahoria. También cuidaba a los animales, sobre todo las borreguitas, las predilectas.
Pero una de sus vocaciones era la mecánica, arreglar cosas, entrarle a la talacha cada vez que el camión del sorgo o el tractor, viejo y cansado, lo necesitara. Desde chiquito, de hecho, él ya manejaba el tractor, barbechaba, rastreaba, arreaba.
José era muy afectuoso con sus padres, querido por todos en la comunidad. Todavía la gente lo recuerda, lo extraña. Cuentan que cuando nació su sobrina, era su adoración, pues le gustaban mucho los niños y ya, también él, finalmente era tío. Cada vez que salía, a los morritos por allí les andaba comprando en el puesto, les regalaba churritos y hielos de limón y fresa.
De cariño, la gente le decía “Chile Seco”, recordaron entre risas sus padres, la vez que hablamos. Fue un tío quien lo apodó así, cuando vio que crecía alto y delgado más que él. Y también creció en el trabajo y en su fe.
Varias veces participó en la procesión que realizan cada mes de enero los devotos a San Juan de los Lagos. Marchan tres días hasta allá, hermanados en el camino contra el frío. José Salvador sabía todo del campo, llevaba cuatro años ayudando a la familia en aquella labor, además de cultivar la paciencia en los arreglos mecánicos.
De hecho, cuando decidió dejar la prepa, su maestro le habló a su mamá y le dijo que volviera, que sí sabía y podía, pero él prefirió tomarse un tiempo de los estudios y seguir trabajando. Quería construir su casa, quizás casarse, pero después. Trabajar los terrenitos que le había dejado un tío, y seguir apoyando a la comunidad. El anhelo de una vida simple y digna.
Como todos los hombres y las mujeres de su edad, José se enamoraba, tenía sueños, fe, decepciones, pasiones y fuerza. Grababa videos, era amiguero y salía mucho.
Sus papás, su hermano y sus sobrinos extrañan su canto y voz, y lo harán por siempre. Piden que no se repita lo que le sucedió, que las autoridades respeten la vida y la legalidad, que nunca más haya “justicia por propia mano”, pues eso no es justicia.
El respeto a nuestros derechos sí lo es. Lo es, saber qué pasó y por qué pasó. Por eso, ellos esperan, junto con todas y todos nosotros, el tiempo de la memoria, de la verdad y de la justicia.
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