Conforme uno acumula años (envejece, pues), parece inevitable quejarse de las novedades. En su momento los viejos sabios de la memoria renegaron de los libros, pues mermarían sus capacidades mnemotécnicas. Se renegó de la revolución industrial, de la imprenta, de la radio y de la televisión. Quizá hubo menos quejas con la popularización de la computadora personal, aunque se creo una nueva brecha que dividía a quienes eran analfabetos tecnológicos de quienes usaban bien las nuevas herramientas. Algo que, evidentemente, hacían mejor los jóvenes. Así que el reniego de los viejos volvía a aparecer.

Ahora nos quejamos de las pantallas de bolsillo, de los teléfonos celulares, pues. Acaparan la atención de las generaciones más jóvenes y, también, de muchos adultos. Se han convertido en el entretenimiento ideal: pueden llenar cada minuto de espera, de impaciencia, de aburrimiento. A cambio, se han llevado la concentración y la capacidad de atender por largos minutos a lo que sucede fuera de la pantalla. Al menos, ésa es la queja de los mayores.

Para colmo, a esta tecnología a la que le falta poco para implantarse en nuestros cuerpos como apéndices que facilitan la vida (no nos espantemos, los anteojos existen hace siglos, las prótesis también, los aparatos para mejorar la escucha tienen varias décadas en nuestro entorno), ahora se suma la inteligencia artificial. Algo que, probablemente, pocos de nosotros entendamos y, mucho menos, utilicemos de manera consciente (que, de la otra, hace tiempo que lo hacemos).

Y el reniego parece tener sentido: es una tecnología que se modifica a sí misma y que tiene la capacidad de encontrar soluciones a problemas que ni siquiera le fueron planteados. El temor catastrofista de consumidores de ciencia ficción nunca ha tenido un mayor sustento: ¿y si la IA decide que los seres humanos somos prescindibles?

Más allá de especulaciones distópicas, lo cierto es que la IA ya está con nosotros y es inevitable que se vaya apropiando de nuevos espacios a diario. Si echamos la vista atrás, de poco valieron los reniegos de los defensores de la memoria, de la palabra escrita, de la palabra impresa, del trabajo sin máquinas, de la radio o de la televisión. Todas esas tecnologías de las que se renegó en exceso terminaron formando parte de nuestra civilización. Acaso lo interesante es que, desde la palabra escrita hasta la fecha, convivimos con todas y cada una de esas tecnologías de las que renegaron nuestros antepasados.

Toca, entonces, el turno de ver qué hacemos con la IA. Ya nos zambullimos, sin pensarlo siquiera, en la adicción que nos significan las pantallas. Quizá también lo estemos haciendo con la IA, a la que le entregaremos cada día más encomiendas de nuestra cotidianeidad. Veamos cuál será el costo que acabemos pagando porque, eso sí, renegar sirve de poco.

Jorge Alberto Gudiño Hernández

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Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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