Jorge Alberto Gudiño Hernández
08/12/2024 - 12:01 am
Ciudad desmoronada
"Es un tanto irónico que las condiciones para que las motocicletas transiten en esta ciudad sean las peores de los últimos año".
Un muy buen amigo lleva décadas andando en moto. Una moto grande, a decir verdad. Sus argumentos para hacerlo tenían que ver, sobre todo, con la velocidad. No es que corriera en las calles, sino que, como todos sabemos, las motos pueden pasar por espacios por los que los coches no. A eso se suma la idea de que es un vehículo menos contaminante y que ocupa menos sitio en las calles en relación con el número de personas que traslada. Supongo que, en cierta medida, también existe algo de adrenalina y de libertad asociados con el manejo de las motos. Yo nunca he manejado una más de dos minutos.
Por razones administrativas, de seguros, de créditos o algo similar, le tocaba cambiar su moto. La entregó a la agencia donde la vendieron. Tocaba, entonces, escoger una nueva. Eso hace varios meses. Sigue sin hacerlo. A la pregunta expresa contesta que el pavimento de esta ciudad no está en condiciones para circular en motocicleta.
No puedo estar más de acuerdo. Llevo un par de llantas ponchadas en los últimos meses; sé de varios que acumulan más. Tengo conocidos a los que se les ha roto la suspensión por caer en un bache. Basta pasar la mirada con atención sobre las calles para darse cuenta de que su estado es lamentable. No sólo hay baches, agujeros y fisuras por todos lados. También se acumulan reparaciones mal hechas. Es común toparse con un montecito, un tope donde no lo había. Se rellenó con asfalto (¿chapopote?) el hueco y se aplanó mal. Si lo que molesta es el montículo, no hay que preocuparse: éste desaparecerá a los pocos días, dando la triunfal bienvenida al bache que lo antecedió.
El folclor urbano también tiene lo suyo. Antes pasaba sólo en calles dentro de las colonias: una llanta, un palo, un cono de esos naranjas avisando del agujero. El faro para que nuestra nave no encalle en tremendo boquete. También hay escobas, tapas de coladeras, un hombre hecho de palos y banderas. En las últimas semanas, estos avisos, hechos por vecinos generosos (pues las autoridades poco hacen, al menos, para advertir del peligro), se han reproducido en las vías rápidas. Manejar en esta ciudad cada vez más se parece a un videojuego.
Tomé un transporte privado la semana pasada. Me contó de sus ponchaduras, del lío que implica pedir al gobierno capitalino que corra con los gastos (algo que se puede, aunque implica enormes pérdidas de tiempo), de compañeros suyos que, por caer en un bache, han perdido el control y han chocado. “Es que hay hasta en el segundo piso y en el tramo de cuota”, me dijo. Le pregunté, más con ingenuidad que por crítica, si en verdad era tan difícil esquivarlos (yo, que ya he caído en varios). Me aseguró que el problema son las motos. Uno esquiva, trae una a un lado y la que se arma. Y hay motocicletas por todos lados. Lo peor, sostuvo, es que la mayoría traen papeles apócrifos. Así que ni pensar en los seguros.
Baches y motocicletas ilegales en una ciudad que se desmorona.
Es un tanto irónico que las condiciones para que las motocicletas transiten en esta ciudad sean las peores de los últimos años y ello coincida con el incremento exponencial de estos vehículos. Creo que celebro que mi amigo ya no vaya a usar moto.
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