Susan Crowley
07/12/2024 - 12:03 am
Jeanne Dielman, ¿una mujer como todas?
"Jeanne Dielman, 23, quai du commerce, 1080 Bruxelles, es la metáfora de la crueldad ciega que azota a una mujer todos los días sin que nos querramos dar cuenta".
Como cada año, el 25 de noviembre se conmemoró el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, que llama la atención sobre la crueldad que todos los días se cierne contra millones. Enorme es la contribución de mujeres y hombres que luchan para crear consciencia. El arte es otra forma de canalizar las pulsiones humanas y llevarlas a una reflexión profunda y catártica, sin manipularlas. Se dice de las tragedias clásicas que, si fueran representadas con más frecuencia, serían una escuela de conocimiento para nosotros. En ellas se encarnan los más altos y sublimes sentimientos y también las más bajas pasiones. La tragedia es la ejemplificación de los alcances de la condición humana. En la era contemporánea el cine de arte se ha convertido en un impulsor de historias con sentido último. Renovación del género clásico, no tiene como fin entretener o procurar finales felices, busca generar la anagnórisis o revelación de una realidad que todos conocemos pero que solemos negar. Es el caso de Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles de la directora belga Chantal Akerman (Bélgica 1950-2015) y que puede verse en Youtube o mejor aún en MUBI.
La vida de Jeanne Dielman es como la de muchas otras. Resiste la monotonía de cada día. Las labores cotidianas del hogar que realiza casi como una autómata parecen abstraerla de cualquier malestar o queja. Parte de su día lo dedica al hijo adolescente del que cuida. A diario prepara los alimentos, lava los platos, hace la limpieza del pequeño y austero departamento. Apenas su hijo se ausenta, Jeanne recibe a un hombre. Después de un frío saludo, entran a la recámara. Cierra la puerta. La cámara fija en el pasillo levanta una pequeña sensación de intriga. El paulatino cambio de iluminación marca el paso de tiempo; un par de horas tal vez; entonces, Jeanne y el hombre salen de la habitación. Él desembolsa unos billetes y se los entrega. Despidiéndose con suma indiferencia, acuerdan volver a verse. Jeanne deposita el dinero en una sopera de porcelana. Centro de mesa y a la vez alcancía. Más tarde, recibe al hijo, le da de cenar y le prepara la cama en la sala. Salvo alguna salida de compras mínimas y realizar algún pago, la trayectoria diaria de Jeanne no es más que un sometimiento, al parecer, autoimpuesto. Un encarcelamiento al que se consagra sin resistencia.
¿Qué es lo que hace que se haya considerado el mejor filme de todos los tiempos? La revista de crítica Sight and Sound con más de 1600 especialistas, publica su lista cada diez años. La colocó por encima del Citizen Kane, 2001, o de la fantástica In the mood for love.
Sin mayor clima dramático, actuada por la sublime Delphine Seyrig, icono para los cinéfilos de culto de los años sesenta, es una de las razones para permanecer tres horas frente a la pantalla. Chantal Akerman construye un relato de integridad; más que una pieza de buen cine es una experiencia que nos lleva con toda delicadeza y, al mismo tiempo, rigor, al abismo que la directora quiere. El cine de Akerman es honesto sin caer en los manidos recursos del melodrama ni los lugares comunes. De principio a fin, nos plantea un filme extremo. La protagonista se prostituye y con ello paga las cuentas. Un planteamiento por demás humano que podría prestarse a cualquier salida. Aquí no parece haberla. Jeanne no busca liberarse, se ha resignado y por voluntad actúa su propia cárcel que más pareciera un laboratorio en el que no cabe ni lo sórdido, ni lo trasgresor.
Difícil de soportar el diario acontecer de una mujer que, como muchas otras, vive una vida hundida en la rutina y en la que, a pesar de no haber sobresalto alguno, puede ocurrir algo que cambie las cosas abruptamente. A su paso, el relato esclaviza. Es el tedio vital mejor contado de la historia del cine. Pero tendrán que transcurrir tres horas y no se trata de arruinar el final a los posibles espectadores. Akerman mereció un sitio de primera en el entorno de cine de hombres y lo consiguió.
En estos días se lleva a cabo una retrospectiva de su obra en el museo Jeu de Paume de París. A lo largo de las salas, su cine se despliega como si de pinturas en movimiento se tratara. Las escenas de sus películas Hotel Monterrey; Yo tú él, ella. Desde luego Jeanne Dielman; Noche y día. Los documentales Del Este; Del Otro lado, entre otras obras maestras, llenan el espacio de belleza y de un lenguaje femenino, vibrante. Lleno de significados ambiguos, de rostros icónicos, de tramas que a primera vista no ofrecen sobresaltos. Diarios íntimos que parten de la poesía de su autora. Es la pulsión de Jeanne que no es de sexo, es de muerte.
Con apenas 25 años, Akerman cambió en 1975 la historia del cine. Incomprendida por ser mujer y por su brote de intimidad cruda y sin decorados, de una belleza arrasadora. Parecería que en esta película lo sabía todo a pesar de su edad, al menos, nos lo mostró todo, por eso las tres horas de duración.
Máxima representante de la post Nouvelle Vague (la nueva ola de cine francés), la cineasta belga establece guiños que pueden ser un tableau vivant de cualquiera de los cuadros de Edward Hopper: una mujer melancólica, abandonada, sumida en sus pensamientos y asfixiada. Desazón que se traduce en lentos movimientos. También se siente el allure de Marguerite Duras de frases cortas, miradas suspendidas. Duración interior a lo Virginia Woolf. Akerman logra conjugar el cine con la literatura, cuadro por cuadro. Se convierte en la impulsora de una fotografía prístina, lo hace como la legendaria fotógrafa Tina Barney instigando a sus personajes a que se confiesen delante del espectador. Como después lo haría Thomas Ruff, inspirado en su cine. Akerman fue también la precursora del cine de culto del alemán Win Wenders y del genial Gus Van Sant. No en vano ambos la consideran su diosa. Y también parece afectar a la premio Nóbel Annie Ernaux quien, me atrevo a decir, habrá visto sus películas y seguramente se dejó influir, eso se siente en su literatura.
El reto visual de Akerman apunta al misterio de lo femenino, pero golpea el imperio del patriarcado. Y no es que cumpla con agendas de moda. Data de la primera mitad de los setenta, una especie de protofeminista. Lejos de los activismos a veces contestatarios y politizados, logra un relato profundamente incómodo en el que el espectador será pieza clave para que el enigma sea revelado y haga sentido. Los pasos de Jeanne son perfectos. Son ritmo y armonía en su tedioso acontecer. Pero, de un momento a otro, el ritmo se vuelve sincopado. Las papas se queman, los zapatos del hijo no brillan por más que son cepillados. Un cliente y unas tijeras. Y aquí es donde la película pasa a convertirse en una tragedia, en el mejor nivel, clásica, demostrativa en intensidad. Es la maquina deseante del pathos griego que se traga a sí misma, que se ahoga en su propia femineidad.
¿Qué pudo pasar en el alma de Akerman para suicidarse a los 65 años? Dicen que fue una fuerte depresión a consecuencia de la muerte de su madre. Podría ser una obsesión por tocar el fondo de la condición humana. ¿qué película vio antes de morir y por qué decidió no contarla? Los 65 años de Akerman dejan muchas cuotas pendientes. Sus últimos trabajos son documentales exhaustivos. Uno de ellos realmente importante para los mexicanos, Del otro lado, el relato de quienes tienen que dejarlo todo e ir en busca de una mejor vida para encontrar humillación y maltrato.
El arte, en este caso el cine de arte, nos brinda la oportunidad de ver plasmada nuestra esencia. Es la fuente de conocimiento. El artista tiene la responsabilidad de escarbar en el alma de cada uno de nosotros, en nuestros miedos y deseos. Jeanne Dielman, 23, quai du commerce, 1080 Bruxelles, es la metáfora de la crueldad ciega que azota a una mujer todos los días sin que nos querramos dar cuenta. Es la alienación. Una prisionera que todos podemos ser. Ha matado sus deseos y se ha condenado. La sociedad al otro lado de la puerta donde vive Jeanne, es cómplice y debe hacerse responsable por su silencio y la indiferencia ante el daño infringido a cada mujer. Voltear la cara es fácil, pero cuando nos enfrentamos a un cine poderoso como el de Akerman ya no es posible ignorarlo. @Suscrowley
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