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Sandra Lorenzano

28/04/2024 - 12:02 am

La crónica como viaje emocional

Alma es una cronista que se ha enfrentado a múltiples situaciones de riesgo, pero en todas ellas, y más allá del miedo, se ha tomado tiempo para la investigación, ha convivido con la gente, se ha emocionado con y por ella, por esos otros desconocidos, que se han vuelto siempre parte de la propia vida.

La lectura es “un espacio de silencio en un mundo muy ruidoso. Un espacio para entender realmente, lentamente, un mundo tan difícil. La lectura es una manera de tener esperanza”.

Quise empezar mi colaboración de hoy con esta frase de Alma Guillermoprieto (Ciudad de México, 27 de mayo de 1949) para cerrar con ella esta semana en que celebramos el Día del Libro, y a la vez para rendirle homenaje a una escritora que es ya un mito para quienes nos dedicamos a las letras. En especial para quienes creemos que uno de los géneros literarios más interesantes en el momento actual es la crónica. Sobre todo la crónica escrita por mujeres, por lo menos en México. Nombres como Daniela Rea, Marcela Turati, Blanche Petrich, Elia Baltazar, o Paula Mónaco, entre otros, hablan de algunas de las maravillosas herederas del trabajo de Alma.

¿Qué hay en las crónicas de Alma que han dejado (y que dejan cotidianamente) una huella tan fuerte en nuestras letras, en nuestra lengua?

Hay esa mirada en la que la cabeza y la piel son inseparables. La realidad le pasa a Alma por el cuerpo, por la voz, por la lengua, y esa realidad encarnada se vuelve relato que fluye; cuento, historia, compromiso, empatía; suma de ética y estética como reto y placer del texto.

Desde la Nicaragua sandinista al Perú de Fujimori y Vargas Llosa, desde la violencia en El Salvador a la lucha libre de las cholitas bolivianas, de Eva Perón a la fuerza de las mujeres zapatistas, de Marta Graham a la danza en la revolución cubana, de la brillantez de Mary Wolstoncraft al ritmo inigualable de Celia Cruz, del mundo de los pepenadores a las escolas do samba, no hay aspecto de América Latina que no haya encontrado un sitio en la pluma privilegiada de Alma.

Borges decía que escribir poesía es ejercitar una magia menor. ¿Qué pones tú, Alma, en el caldero de esa magia para escribir tus maravillosas crónicas?, le pregunté hace algunos meses en una hermosa charla que tuvimos Guadalupe Alonso y yo con ella, en la Casa Universitaria del Libro de la UNAM.[1]

“Algunos escriben como si estuvieran construyendo un motor -nos respondió-, pero otros escribimos como si estuviéramos preparando una bebida que seduzca. A mí me importa muchísimo seducir a los lectores. Que al escribir primero divierta, de ser posible; segundo, interese; tercero, conmueva; cuarto, enoje, pero sobre todas esas cosas que si tú me estás leyendo, sientas que estás conmigo en el lugar en el que estoy. Y apesta ese sitio, y hace un calor espantoso, y no soporto realmente al tipo con el que tengo que estar hablando porque es un tipo que trafica con seres humanos, pero yo quiero que tú huelas esa peste y veas al tipo y escuches las estupideces que dice. Ésa es mi manera de estar presente en las situaciones a las que yo acudo: viendo, oliendo, escuchando, paladeando, para que cada uno de ustedes pueda estar ahí conmigo. (…) Involucro los sentidos y mis propias emociones en ese caldero. Yo no hago periodismo. La objetividad fría no me es mi interés: hago reportería. Trato de que todo lo que digo sea exacto, que sea comprobable, pero que el viaje que invito a hacer en ese texto sea emocional.”

Alma soñaba con ser bailarina de danza contemporánea. Por ello se mudó muy joven con su madre a Nueva York para continuar su formación con la gran Marta Graham, primero, y luego con Merce Cunningham. De hecho, fue él quien le hizo una propuesta que le cambiaría la vida: ir a Cuba a sumarse como profesora a las Escuelas Nacionales de Arte. Era el año 1969 y, como ella misma lo cuenta en su libro La Habana en un espejo, ese viaje “trastornó mi vida por completo”. A éste siguieron muchos más, alimentados siempre por su pasión por América Latina, que le han permitido sumergirse en los dolores y los sueños de nuestro continente.

Como lo relata en su crónica “La llamada sandinista”[2], una experiencia determinante en su vocación periodística fue haber estado a bordo de un avión de Braniff rumbo a Chile, el 11 de septiembre de 1973, día del brutal golpe de Estado contra Salvador Allende. Mientras ella lloró al enterarse, el resto de los pasajeros celebraban con champaña. Por supuesto no pudieron aterrizar en Santiago y ella regresó a México. Allí, cinco años después, “instalada en la desidia y la decepción”, vio por televisión la llegada del sandinismo al poder.  “Se trataba apenas del inicio de una gran gesta –o por lo menos, eso deseábamos ardientemente los que soñábamos con revoluciones y despertamos de nuevo a la ilusión ese día”. Hoy ya conocemos el modo terrible en que  terminó esa gesta.

El editor del Latin American Newsletter, donde Alma recortaba noticias que mandaban a Londres una vez a la semana, le pidió que fuera a cubrir lo que estaba sucediendo en el país centroamericano. Así, y porque el colega que debía cubrir esa zona del mundo no estaba en la redacción ese día, se inició en el periodismo.

“Lo importante era que yo (¡yo!) me encontraba a años luz de mi casa y de mi vida tranquila, metida en una entrevista con un personaje clandestino, en un país tropical en el que se cocinaba una revolución. Y lo verdaderamente importante era que, en esas circunstancias, no me perseguían ni el miedo a la vida, ni a los demás: fatalmente tímida desde siempre, acababa de descubrir el alivio. Un cuaderno de apuntes y un bolígrafo eran el mejor escondite.”

Ve entonces al primer muerto de su vida, después serán cientos. “Quizás demasiados.”

Alma es una cronista que se ha enfrentado a múltiples situaciones de riesgo, pero en todas ellas, y más allá del miedo, se ha tomado tiempo para la investigación, ha convivido con la gente, se ha emocionado con y por ella, por esos otros desconocidos, que se han vuelto siempre parte de la propia vida. Su gran tema ha sido nuestro continente, tanto explicado para el lector angloparlante  (desde joven escribió para el New York Times, el Washington Post y The Guardian, entre otros medios), como para los lectores latinoamericanos.

“En realidad -ha dicho- la persona que escribe crónicas es una suerte de traductor del mundo o de la realidad. Todos vemos los elementos sueltos, pero no les damos una lectura conjunta, articulada.”

Dejo para comentar en una nota futura su conmovedor proyecto 72 migrantes, sobre la masacre de San Fernando Tamaulipas. Un altar virtual en honor a las víctimas, en el que participaron 72 escritores y 72 fotógrafos, y que se transformó en libro gracias a la Editorial Almadía.

Por su trabajo delicado y dedicado, comprometido, profundo, ha recibido múltiples reconocimientos, uno de los más importante, sin duda, ha sido el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades en el año 2018. En la ceremonia, ante lo reyes de España, con un vestido morado que aludía al mismo tiempo al color de las luchas feministas y a la República Española, hizo una celebración del oficio de reportera; un oficio compartido con tantos otros. Su discurso partió de la primera persona pero, como siempre lo ha hecho, para abarcar a todos los demás, porque “en estos tiempo de división, juntos somos más”.

“Un mundo en el que las grandes potencias se involucran en las decisiones de países más pequeños, se trafica con niños; a los migrantes que llegan desesperados a nuestras fronteras se les vuelve a lanzar de una patada al mar o al desierto, es un mundo en el que hacemos falta para que quede constancia de estos horrores.(…) “¿Cómo se enterarían ustedes de estos y todos los demás hechos y retos que ocurren fuera de su entorno inmediato sin nosotros, los reporteros?”

Después de recordar a su amigo Javier Valdés y a todos los periodistas asesinados por contar esos horrores, les recordó a los más jóvenes que, sin embargo, “Ningún otro oficio como este les va a regalar un mundo, un universo, la realidad entera; trágica, abochornante, terca, chistosísima, horrenda, mágica. El regalo de la realidad real, inmensa y maravillosa.”[3]

“¿Qué nos justifica luchar tanto si no es para llegar a un futuro mejor?”, se pregunta con frecuencia. Pero Alma Guillermoprieto sabe la respuesta: necesitamos siempre una utopía, algo con qué soñar. Ella nos acompaña, desde sus letras, en estos sueños.

Retomando la frase del inicio, podríamos decir que la lectura de Alma Guillermoprieto “es una manera de tener esperanza”.

Algunos de sus títulos son:

–Samba (1990)

–El año en que no fuimos felices (1998)

–Al pie de un volcán te escribo (1995)

–Las guerras en Colombia: Tres ensayos (1999)

–Looking for History: Dispatches from Latin America (2001)

–La Habana en un espejo (2005)

–72 migrantes, 2011.

–Los Placeres y los días (2015).

–¿Será que soy feminista? (2020).9


[1] Esa charla puede verse en https://youtu.be/WhIC_LnCze8

[2] https://cronicasperiodisticas.wordpress.com/2009/11/09/la-llamada-sandinista/

[3] Discurso de recepción del Premio Princesa de Asturias
https://youtu.be/Ezx442ZQ2Vc?si=WR02LH1ilU1IPKvA

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, sus libros más recientes son "Herida fecunda" (Premio Málaga de Ensayo, 2023), "Abismos, quise decir" (Premio Clemencia Isaura de Poesía, 2023), y la novela "El día que no fue" (Alfaguara). Académica de la UNAM, se desempeña como Directora del Centro de Estudios Mexicanos UNAM-Cuba. Es además, desde 2022, presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación). sandralorenzano.net

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