Diego Petersen Farah
26/05/2023 - 12:02 am
Los límites del dedazo
"Todos los precandidatos de Morena tienen claro que la decisión recaerá en el encuestador de Palacio".
El dedo apunta, el dedo señala y a fin de cuentas escoge. Al mismo tiempo el dedo discrimina; solo uno será el elegido y el resto tendrá que conformarse, ¿o no?
Si la elección del candidato a la presidencia de la república de Morena fuera realmente por una encuesta, solo dos de los contendientes tendrían posibilidades: Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, en ese orden. Sin embargo, el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, está seguro de que él será el candidato, confía en que el milagro ocurrirá y que las encuestas de Morena sorpresivamente cambiarán la tendencia y que en un par de meses aparecerá arriba de todos gracias al masivo apoyo popular. Ricardo Monreal, en la más cristiana de las resignaciones reza: “el señor de Palacio me lo otorgó, el señor de Palacio me lo quitó; alabado sea el señor de Palacio”. En contraste, el siempre controvertido Gerardo Fernández Noroña llora, llora y hasta mueve sus manitas porque su amigo el presidente primero lo dejó de saludar y luego lo sacó del juego de la sucesión.
Todos los precandidatos de Morena tienen claro que la decisión recaerá en el encuestador de Palacio, que la elección interna se decidirá por un voto y que todos tienen que jugar el juego de las encuestas. A pesar de que todo el día se habla de la madre de todas las encuestas, las corcholatas están más preocupadas por agradar al presidente que a los ciudadanos, esos que, supuestamente, expresarán su voluntad en una, dos o más encuestas sorpresa, pues a estas alturas ninguno sabe ni quién la va a hacer ni qué van a preguntar.
El dedazo está tan arraigado en la cultura política mexicana que ni siquiera se ve como un problema. Se considera que el presidente saliente debe tener opinión al menos relevante sobre quién quiere que sea su sucesor. El problema del dedazo nunca ha sido seleccionar al ganador, sino asegurar que los perdedores acepten la derrota pues, así como el juego no tiene reglas, tampoco hay una forma única de procesar las inconformidades. Ese es el reto, y no siempre sale bien. La decisión de Miguel de la Madrid de nombrar a Carlos Salinas por poco le cuesta la elección al PRI que tuvo que recurrir al fraude para mantener el poder en 1988. La decisión de Salinas de nombrar a Colosio terminó con la salida de Manuel Camacho del PRI y una guerra, literalmente, a balazos.
En el caso de Morena hay poca duda sobre la capacidad que tiene el presidente de amarrar a los perdedores, la duda está si los perdedores van a poder domar a sus equipos tras la derrota. Está claro que los seguidores de Sheimbaun no participarían en una campaña de Ebrard o de Adán Augusto y viceversa. La pregunta es se quedarían en Morena o se irán a buscar mejor futuro en otro lado. Dicho de otra manera, el dedazo tiene límites y riesgos.
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