Netflix continúa la historia de James y Alyssa, la serie basada en la novela gráfica de Charles Forsman que fue una de las mejores comedias negras de 2018.
La segunda temporada, aunque aborda conceptos interesantes, no aporta nuevas ideas y se siente como un relato alargado que poco más tiene por explorar.
Por José Antonio Luna
Madrid, 12 de noviembre (ElDiario.es).– The End Of The F***ing World fue una de las sorpresas del 2018. La serie de la cadena británica Channel 4 basada en una novela gráfica de Charles Forsman estrenada por Netflix consiguió, sin hacer mucho ruido, convertirse en una de las comedias negras del año. La química entre James (Alex Lawther) y Alyssa (Jessica Barden), los discursos contraculturales a medio camino entre lo salvaje y lo tierno o la reivindicación de la naturalidad en aspectos como la menstruación y las relaciones sin estereotipos, aportó a un relato que debía quedarse como estaba: con 8 dosis de 20 minutos con sus fallos, pero con corazón y cabeza. No fue así
Netflix ha decidido continuar con la serie más allá de la historia original escrita por Charles Forsman. Algo que, teniendo en cuenta el final de la primera temporada -James recibiendo un disparo de la policía tras matar a un psicópata que pretendía violar a su pareja-, acarreaba evidentes riesgos en cuanto a lo narrativo se refiere. Aun así, no sería la primera vez que un producto aparentemente acabado consigue tener una segunda vida gracias la habilidad de los guionistas. Para esta nueva hornada de capítulos, además, se contaba con el propio autor de la novela gráfica como escritor de cada capítulo. Había que darle una oportunidad.
La clave estaba en explorar qué ocurrió con Alyssa tras los sucesos ocurridos anteriormente, un personaje suficientemente potente para cargar con el peso dramático de la narración. Ella intenta rehacer su vida yéndose con su madre al campo y, forzosamente, acaba dando pasos para convertirse en aquello que nunca deseó pero a lo que la sociedad la empuja: a tener una pareja, casarse y construir una familia. No está conforme del todo con lo que hace y ni siquiera sabe por qué siente la necesidad de ello, pero aun así acaba siendo arrastrada por los protocolos porque, sencillamente, es más fácil eso que remar contra la corriente.
Centrar el foco por completo en Alyssa habría estado genial. Es de las pocas tramas que mantienen enganchado al espectador y que justifican una continuación, pero los problemas llegan cuando se intenta expandir el universo de The End Of The F***ing World mediante la inclusión forzosa de nuevos personajes y recuperando a otros que habría sido mejor olvidar.
El primer capítulo de esta temporada ya chirría en este aspecto. Nos presenta a Bonnie, una amante del profesor al que los dos protagonistas mataron para salvar sus vidas. Esta acaba obsesionándose tanto con el docente que, una vez que descubre a sus asesinos, decide vengar su muerte. El punto de partida ya es de por sí problemático: se muestra a una mujer coaccionada por un psicópata, creyente del amor romántico y con cierto síndrome de Estocolmo. Es un Kill Bill a la inversa, como si Uma Thurman decidiera vengar la muerte de su pareja en lugar de luchar contra los lazos tóxicos que le ataban a él.
UN INNECESARIO PASO ATRÁS
A pesar de que pueda ser spoiler, resulta complicado abordar una crítica de la serie sin hablar de uno de sus principales problemas: la vuelta de James. Su irrupción en la trama se significa como un ancla al pasado, que obliga a repetir conflictos ya abordados en episodios anteriores, en busca de réplica actualizada. Y si bien es cierto que algunos de los conceptos que se abordan son interesantes, no son más una lectura entrelíneas y no conceptos en lo que profundice en realidad.
Llama la atención, en primer término, su aproximación al significado del paso del tiempo. Ahora sus dramas parecen más “adultos” y no son aquellos adolescentes que querían ver el mundo arder. Ellos mismos, anárquicos por naturaleza, intentan encontrar ese sentido inexistente de la vida que supuestamente aparece cuando te haces adulto. Pero que nunca llega. Y eso provoca que se sientan desamparados, sin futuro y, por tanto, nostálgicos de una etapa en la que hacer gamberradas era la única filosofía.
Otro aspecto en el que se centra es en la percepción del amor pasado, aquel que en realidad nunca nos llenó tanto como imaginamos. Los meses y nuestra memoria selectiva son culpables de hacer que ese amante pasajero se convierta en un pilar que nunca fue. Es lo que sienten James y Alyssa. Echan de menos ese abrazo en la playa, insultar a la camarera de un bar o bailar juntos tras colarse en una casa desconocida. Pero todo ha cambiado y ellos no son los mismos que entonces. Ese es el peligro de traer al presente los recuerdos: que no siempre es agradable aceptar que son solo eso, viejos periodos que nunca volverán.
Sin embargo, este aspecto se aborda superficialmente ya que la segunda temporada de The End Of The F***ing World parece pensada esforzadamente para ofrecer un final satisfactorio -propio de la escuela del 'fueron felices y comieron perdices'-. Uno en el que se asegura que, por muy incomprendido que seas, siempre habrá una media naranja que te complete. Algo que otros relatos ya abordaron desde un punto de vista más maduro. La conclusión de La La Land, sin ir más lejos, es efectiva por esto mismo: a veces la vida no te pone donde quieres y hay que renunciar a cosas, por muy bonito que fuera bailar en un planetario entre estrellas.
UN VIDEO DE LOS COEN
En la primera parte éramos conscientes de ciertos errores, como su abuso del golpe de efecto y su división en ocho partes impuesta a machete. También del recurrente uso de flashbacks y voces en off que recuerdan constantemente al espectador en qué tiene que fijarse. Sin embargo, esta vez parecen recursos todavía más gratuitos porque pesa la sensación de saber lo suficiente de los protagonistas y lo que piensan como para que, encima, se recalque con el plano formal.
The End Of The F***ing World no deja de subrayar cada matiz de la historia. Y uno agradecería que la ficción también deje espacio para que el espectador rellene esos huecos en blanco por sí mismo. Algo que sus creadores no tienen intención de que ocurra.
No hay prácticamente ningún momento sin música de fondo. A veces es efectivo, pero otras resulta cargante y gratuito. No es algo nuevo: ya en la primera temporada estaba bañada de ese montaje para dar un aire más dinámico y teenager, pero quizá no deberían haber abusado tanto del mismo si lo que se plantea ahora es un cambio de tono.
The End Of The F***ing World tampoco oculta sus claras referencias al cine de los Coen o al de Tarantino (la alusión a la Novia de Kill Bill es más que evidente). Y puede que a veces se acerque, especialmente en el que quizá sea su mejor episodio: el penúltimo, donde se dan una serie de situaciones a medio camino entre el drama y lo ridículo. El inconveniente es que, por lo general, el efecto carece de valor efectista por culpa de unos personajes que nunca nos llegan a importar del todo. Es lo que ocurre cuando se vuelve a una relación que ya ha tocado techo: que no hay mucho más que añadir.