Para muchos, la masacre parece demostrar una vez más que el Gobierno ha perdido el control de vastas zonas de México ante los narcotraficantes y puso en duda la estrategia de seguridad del Presidente, Andrés Manuel López Obrador, que se centra en tratar de resolver los problemas sociales subyacentes en lugar de combatir a los cárteles con la fuerza militar.
“Ahora este lugar se va a convertir en un pueblo fantasma”, dijo Steven Langford, ex Alcalde de La Mora y hermano de una de las fallecidas, Christina Langford. “Muchas personas se van a ir”.
Por Peter Orsi
LA MORA, México (AP) — Después de los funerales y de enterrar a varias de las mujeres y niños estadounidenses asesinados por un cártel del narcotráfico en una emboscada, los residentes de La Mora, una aldea de alrededor de 300 habitantes, tienen que enfrentar el miedo provocado por los ataques en una comunidad muy unida.
"No me siento seguro aquí, y no me sentiré, porque la verdad es que no estamos seguros aquí como comunidad”, dijo David Langford entre lágrimas al dirigirse a los asistentes al sepelio de su esposa, Dawna Ray Langford, el jueves. Los residentes de La Mora se consideran “mormones” aunque no están afiliados a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Mientras la comunidad de Colonia LeBarón está tranquila desde el asesinado de uno de sus miembros en 2009 y la posterior instalación de una base de seguridad, La Mora carece de esa presencia, al menos hasta que la masacre del lunes hizo que las fuerzas estatales y federales se desplegaran en la zona para proteger a los dolientes. El tiempo que permanezcan allí será crucial para determinar el futuro de la aldea.
"Estamos aquí en las montañas, no tenemos acceso a las autoridades, o muy, muy poco”, añadió David Langford.
Soldados mexicanos hicieron guardia durante los entierros del jueves, un recordatorio de los peligros que enfrentan al vivir en un territorio que se disputan dos cárteles de la droga.
El primer funeral fue por una madre y sus dos hijos, que fueron sepultados en ataúdes de madera de pino tallados a mano en una sencilla tumba excavada en el rocoso suelo. En mangas de camisa, con trajes o vestidos modestos, alrededor de 500 dolientes mostraron su dolor por la tragedia bajo carpas blancas. Algunos lloraban mientras otros entonaban cantos.
Los miembros de la comunidad extendida, muchos de los cuales tienen doble nacionalidad estadounidense y mexicana, habían construido los féretros y utilizaron palas para cavar la tumba compartida en el pequeño cementerio de La Mora.
Los asistentes al sepelio pasaron junto a los cuerpos para darle el último adiós a Dawna Ray Langford, de 43 años, y a sus hijos Trevor, de 11, y Rogan, de 2.
Los tres fueron sepultados juntos, como fallecieron el lunes, cuando los pistoleros dispararon una lluvia de balar contra su camioneta cuando circulaban por un camino sin pavimentar rumbo a otro asentamiento, la Colonia LeBarón, en el vecino estado de Chihuahua. Seis niños y tres mujeres fallecieron en la emboscada contra el convoy de tres autos.
En una dura y emotiva ceremonia, los familiares relataron los valientes intentos de rescatar a sus seres queridos luego del ataque y cómo algunos de los niños caminaron kilómetros por las montañas para volver a la comunidad, situada a unos 110 kilómetros (70 millas) al sur de la frontera con Arizona.
No se hablaba de venganza en esta comunidad profundamente religiosa, solo de justicia.
“Dios se encargará de los malvados”, señaló Jay Ray, el padre de Dawna, en su panegírico.
David Langford dijo que su esposa era una heroína por decirles a sus hijos que se escondieran mientras su vehículo era atacado.
“Me resulta difícil perdonar”, apuntó. “Generalmente soy un hombre muy misericordioso, pero este tipo de atrocidades no tienen cabida en una comunidad civilizada”.
“Mis hijos fueron asesinados de manera brutal, brutal (...) y mi amada esposa”, agregó.
De los sobrevivientes, dijo, a su hijo Cody le colocaron una placa en la mandíbula, que estará inmovilizada por seis semanas.
La hermana menor de Dawna Ray, Amber, de 34 años, la recordó como una madre dedicada a sus 13 hijos y un ama de casa a la que le encantaba reír y horneaba los mejores pasteles de cumpleaños.
A Dawna le gustaba decir que “no hay nada en la vida que una taza de café no pueda mejorar”, relató.
Los tres féretros, dos de ellos de tamaño infantil, fueron colocados en la parte trasera de camionetas pickups, en las que también viajaban familiares, para su traslado al cementerio. Cientos de dolientes los siguieron a pie.
Horas más tarde, hubo una ceremonia por Rhonita Miller y cuatro de sus hijos, que también fueron asesinados en la emboscada en la carretera entre La Mora y el estado de Chihuahua.
En un patio cubierto de pasto y ante cientos de personas, fue descrita como una mujer con un “espíritu inocente y un corazón hermoso” que “podía iluminar una habitación” con su risa.
Su hijo Howard Jr. amaba el basquetbol y recientemente había anotado su primer triple. Su hija Kristal era “la niña de los ojos de su padre”. Y los mellizos Titus y Tiana, nacidos el 13 de marzo, fueron recordados como “dos ángeles perfectos en los primeros momentos de sus vidas”.
Sus cuerpos volverían a recorrer después el camino en el que murieron para ser enterrados en la Colonia LeBarón. Las dos comunidades, cuyos habitantes están relacionados, se unieron en una muestra de duelo.
Patrullas del ejército mexicano pasaban regularmente por el único camino pavimentado de la comunidad.
Pistoleros del cártel de Juárez habrían montado supuestamente la emboscada dentro de una guerra territorial con el cártel de Sinaloa, y las víctimas se adentraron en ella.
Según las autoridades mexicanas, los agresores podrían haber confundido las camionetas en las que iban las mujeres con las que utiliza el cártel rival.
Pero Julián LeBarón, cuyo hermano Benjamín, un activista contra el crimen, fue asesinado por sicarios de un cártel en 2009, rechazó esa versión.
“Tenían que saber que eran mujeres y niños”, dijo agregando que los ocho menores que sobrevivieron contaron que una de las madres salió de su camioneta con las manos en alto y aun así fue baleada.
Para muchos, la masacre parece demostrar una vez más que el Gobierno ha perdido el control de vastas zonas de México ante los narcotraficantes.
Y puso en duda la estrategia de seguridad del Presidente, Andrés Manuel López Obrador, que se centra en tratar de resolver los problemas sociales subyacentes en lugar de combatir a los cárteles con la fuerza militar.
“Ahora este lugar se va a convertir en un pueblo fantasma”, dijo Steven Langford, ex Alcalde de La Mora y hermano de una de las fallecidas, Christina Langford. “Muchas personas se van a ir”.