Con diez pesos se inicia la ruta de compras en una de las 175 estaciones del metro de la Ciudad de México. Se trata de una revista con 250 tratamientos para el cuidado del cabello.
Una señora interrumpe su sesión de maquillaje matutino para sacar dinero de su cartera. Al hojearla se da cuenta de que en realidad son sólo cortes de pelo. Intenta regresarla, pero es inútil. El vendedor se pierde entre la gente.
Para ir de shopping en cada una de las once líneas de este transporte -que ofrece servicio a más de cinco millones de usuarios-, se necesita más tiempo que dinero. Con 15 horas –divididas en tres días- y 581 pesos se puede comprar desde DVD’S piratas hasta pomada de aceite de víbora y veneno de abeja para las torceduras.
DÍA 1
Son las once de la mañana y la línea 3 es un sueño: no hace calor, no hay olores putrefactos, nadie se empuja, pelea o grita por ganar un asiento. La mayoría está disponible; sin embargo, en Viveros termina la tranquilidad.
Un veinteañero camina entre los pasillos con una bocina colgada sobre los hombros. Ofrece un MP3 titulado “Todos vs. todos“, electrónica, psyco, reggae, tribal y ska son algunas de las opciones para “echar la fiesta”, con solo diez pesos.
Apenas termina de hablar, cuando se escucha a todo volumen I Will Survive, de Gloria Gaynor. Se trata de otro vendedor que ofrece los “mejores éxitos de la música disco”. Dos señores compran sin remordimiento. Total, ¿qué son diez pesos?
Aún no terminan de cobrar, cuando otro compañero muestra el manual de fórmulas “que contiene equivalencias y conversiones, la tabla periódica, aritmética, la ley de los signos, física y geometría”. Por curiosidad lo compro.
Nada espectacular. Las explicaciones básicas de las sumas, restas, multiplicaciones y divisiones de tres dígitos. Algunas fórmulas de física, química y aritmética. 15 hojas de papel couché, en las cuales, se intenta explicar todo y nada a la vez.
Segundos después un señor con la playera de las Chivas del Guadalajara y cabello canoso rompe la concentración con los soundtracks más populares de las películas de Hollywood. Se escucha la voz de Whitney Houston:
“I will always love you,
I will always love you”…
El siguiente producto a simple vista tiene mayor utilidad a diferencia de la mercancía anterior. Se trata de la versión digital del Nuevo Código Penal 2012, “una herramienta para conocer y ejercer los derechos como ciudadanos”, repite el vendedor.
“¡Con este material aprenderás a crear una demanda, denuncia, amparo!”, grita a los cuatro vientos. Me entusiasmo y lo compro.
Sin embargo, jamás sabré si dijo la verdad. Mi PC no reconoció el DVD. Nunca aprenderé a crear una denuncia, un amparo ni a ejercer mi derecho como ciudadana con una inversión de diez pesos.
Mientras algunas personas duermen, se maquillan o clavan su mirada en las ventanas del metro dándole la espalda al de junto, un hombre maduro ofrece un libro titulado “La Ausencia”. No dice el nombre del autor, pero asegura que el ejemplar que sujeta con sus manos es la cura para sobrevivir al dolor que ocasiona la pérdida de un ser querido. Cada usuario decide quedarse con su propio dolor. Declinan la oferta.
En la estación del metro Hidalgo, una mujer de cabello rizado y pantalones entallados ofrece un costurero de bolsillo conformado por seis hilos, agujas de diferentes tamaños, un par de botones y unas tijeras.
Los colores son rosa, naranja, café, rojo, verde y morado. Los botones son tan pequeños como una lenteja, las tijeras no tienen filo y sólo tiene diez agujas del mismo tamaño.
“¿Te da comezón y no tienes quién te rasque por la noche?... Aquí tengo la solución”, exclama en tono histriónico un señor de gorra que ofrece manitas rascadoras de madera a los pocos pasajeros que se encuentran en Deportivo 18 de Marzo. Sutilmente dos sujetos alzan la mano.
Para Leonor viajar en el metro “es un ratito” que ocupa para leer, pensar en sus problemas y rezar, y que de repente los vagoneros suban gritando o con las bocinas retumbando por el alto volumen la desconcentran.
“Un vendedor llega y te pone la música a todo volumen. Uno entiende que no hay trabajo y deben ganarse la vida, pero no a costa de nuestro bienestar”, explica la mujer de 50 años.
El siguiente recorrido corresponde a la línea 5. Muy pocos ambulantes. En la estación Aragón, una vendedora ofrece una mica protectora para la pantalla del celular por diez pesos. No específica modelo, ni tamaño. Una pareja de novios compra.
Una señora de pants rosado ofrece dos barras de amaranto por cinco pesos, sin embargo, tiene poco éxito a diferencia de la joven que vende las galletas de bombón y las pasitas de chocolate.
En la línea 1 con dirección Pantitlán-Observatorio cualquiera admite que los programas sociales jamás serán suficientes para subsanar el fenómeno de los niños de la calle. Mientras una niña flaquita, descalza, de pelo negro entona una canción con su acordeón, su compañerito con una mano sujeta su biberón y con otra el bote de plástico con el que pide limosna.
Tan solo en 2010, el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI) reveló que en México existían 3.6 millones niños trabajadores de 5 a 17 años, de los cuales, el 30 por ciento laboraba en el sector agrícola.
Una joven alta de pelo castaño saca de su bolsa una manzana y un chocolate. Con la mano le hace señas al niño para que regrese “no tengo cambio, pero te doy comida”, le dice mientras le hace un cariño en su mejilla.
“No estoy en contra de que vendan, pero que utilicen a niños me enoja. Obviamente tampoco les pienso dar dinero. De peso en peso a la semana es una cantidad considerable”, se justifica Alicia, originaria de Monterrey, quien desde hace un par de años se mudó a la Ciudad de México por cuestiones laborales.
Más adelante, dos mujeres se suben al vagón al mismo tiempo. La primera, de pelo teñido y escote pronunciado ofrece chocolates tipo kínder sorpresa por cinco pesos, y cajas de treinta chicles Clorets por diez pesos.
Lleva enredados entre los dedos de las manos billetes de 20, 50 y 100 pesos. Mientras busca las monedas para dar cambio, la otra mujer ofrece pilas AA y AAA de una marca impronunciable.
A continuación, se acabaron las visitas al podólogo, al menos así lo pregona la vendedora de caderas pronunciadas que afirma tener la solución en sus manos: alicates por cinco pesos.
No tienen funda de plástico. Los mangos están flojos, los filos no tienen precisión para cortar la uña, están tan desequilibrados que no se puede cortar ni un hijo del suéter.
Alrededor de tres mil ambulantes venden música, documentales, DVD y “chinaderas” –productos chinos- dentro de los vagones del metro, explica Federico Manzo, integrante de la Comisión de Transporte y Vialidad de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal.
“Este problema tiene repercusiones de mayor envergadura. Hay cuestiones de contrabando y comercio ilegal que se escapan al control de las autoridades locales”, comenta para Sin Embargo MX.
DÍA 2
Los vendedores ambulantes tienen la capacidad de romper con la indiferencia que acompaña a miles de usuarios durante su trayecto. Un hombre treintañero de físico robusto -que ocupa uno de los asientos reservados-, no le causará mayor interés ver a una mujer embarazada con mochila e hijo en brazos parada, pero sí comprar unas pasitas de chocolate de cinco pesos.
“De moda… de novedad… LLéveselo únicamente a cinco pesos… cinco pesos le vale, cinco pesos le cuesta…”, son algunas de las frases que utilizan para ofrecer productos fútiles como maravillosos.
El segundo trayecto inició en la línea nueve de Pantitlán a Tacubaya. A partir de la estación de Jamaica el ambulantaje inició. Un chico ofrece estilógrafos (lapicero rellenable de tinta para hacer trazos de diferente grosor). Al destapar la envoltura uno se da cuenta que se trata de un juego de espirógrafos de plástico en colores fluorescentes, que con sólo mirarlos se pueden romper.
En la siguiente estación un hombre barbudo vende un MP3 con 160 éxitos de la salsa. Como si se tratara de una subasta, otro de sus compañeros ofrece 200 temas más, pero de reggaeton con Wisin & Yandel, Daddy Yankee, Tito “El Bambino”.
En el documento titulado resultados de dispositivos y acciones de prevención del delito, en 2011 las autoridades del Sistema de Transporte Colectivo Metro consignaron al Juzgado Cívico a 38 mil 797 vendedores ambulantes que operaban en la informalidad, sin embargo, es problable que la mayoría haya regresado a su actividad; a decir del asambleísta panista “muchos quedan libres con pagar 60 o 100 pesos”.
“Un ambulante puede ser llevado al juzgado entre 20 y 25 veces al año. Este caso se asemeja mucho al de la prostitución tolerada en las calles, donde la policía prefiere la extorsión a perder tiempo y gasolina en remitirlas”, agrega.
El siguiente rumbo es la línea 7. De Barranca del Muerto al Rosario sólo hay dos comerciantes. Un niño flaquito con ropa deslavada se acerca a cada usuario con una bolsa de chicles bubaloo. Detrás de él, un señor con bocinas sobre los hombros ofrece “lo mejor de la salsa”.
En la línea 6 el panorama luce libre de vendedores, Del Rosario a Martín Carrera sólo un comerciante ofrece dos pelón rico por cinco pesos. Varias personas alzan la mano.
De Martín Carrera a Santa Anita el ambulantaje vuelve a florecer. Aún no arranca el vagón cuando una vendedora ofrece dos barras de chocolate “macizo” por cinco pesos. A unos cuantos pasos se escucha:
“Ella durmió al calor de las masas,
Y yo desperté queriendo soñarla,
Algún tiempo atrás, pensé en escribirle”…
Sí, uno de los mayores éxitos de Gustavo Cerati con Soda Stereo disponible por sólo diez pesos. El desencanto termina con la voz chillona de otro vendedor, quien ofrece pelotas antiestrés.
“El bonito regalo para el niño o la niña”, no para de repetir. Un señor compra cinco de diferentes colores. Paga 50 pesos por unos pedazos de plástico rellenos de harina.
Después de una década de no volver a escuchar a los héroes de mi infancia, una señora ofrece calcomanías para cuadernos de los Power Rangers. Es un paquete de veinte piezas. Todas en su mayoría están dobladas y desgastadas. Las imágenes están fuera de foco. Con letras negras y borrosas aparecen las palabras: escuela, grado y grupo, nombre y dirección.
A pesar de tener carro, Juan Reyes, de 48 años de edad, prefiere trasladarse de su casa al trabajo y viceversa en metro, pues además del alto costo de la gasolina, explica que el tráfico “es cada vez más insoportable”, sin embargo, el exceso de ambulantes en el metro es tan sólo una pequeña realidad de lo que se vive en el Distrito Federal.
“El ambulantaje es un mal que ha lastimado la imagen de la Ciudad de México. Les han robado espacios a los usuarios no sólo son del metro, sino de las calles, las avenidas, estamos sufriendo en un desequilibrio en la regulación. Responden a interés político más que social”, sostiene este padre de familia.
Sin Embargo MX, estableció contacto con las autoridades del Sistema de Transporte Colectivo Metro a través de la Gerencia de Atención al Usuario encabezada por Samuel Ayala, quien aseguró que el tema de los vagoneros es del dominio de Luis Enrique Villatoro gerente de seguridad, por lo cual, intentaría pactar la entrevista, pero después de una semana no hubo ninguna respuesta.
DÍA 3
En la terminal de Cuatro Caminos de la línea azul está una joven de nariz aguileña y postura encorvada. Sostiene una bolsa de casi un metro repleta de cajas de colores, mientras que en su espalda lleva una mochila negra a punto de reventar.
“Llévese los colores Prismacolor. 20 le vale, 20 le cuesta”, repite insistente.
Tiene una mirada vidriosa. Se pone en cuclillas unos segundos sin dejar de gritar su letanía. Se para y estira sus pies de un lado a otro. Dice que desde las seis de la mañana inició su jornada laboral. Son las tres de la tarde, lo cual, quiere decir que le queda una hora más para sacar la última ganancia del día. Después es imposible vender. Los vagones vomitan gente.
Confiesa que en un “buen día” puede llegar hasta los 500 pesos -si eso se multiplica por treinta días se tiene un total de 15 mil pesos- cantidad que sabe jamás ganaría en un trabajo porque sólo tiene la secundaria, “la verdad ni para ir a pedir trabajo. Lo único que sé hacer es vender”, dice resignada.
Sin embargo, el sueldo habitual de un vagonero oscila entre 200 y 300 peos diarios; además de la cuota que deben pagar a los líderes por su derecho de piso, sostiene Federico Manzo.
“Por lo general un vagonero puede pagar de cuota 50 a 200 pesos, dependiendo de lo que venda y en qué línea esté. Siempre las más cotizadas son la 1,2 y 3”.
Los ambulantes saben todo el movimiento del metro: la duración de las horas pico, el tipo de gente que viaja en diferentes horarios, a qué hora viajan los niños con las abuelas, o las parejitas que buscan romance.
“A veces vendo audífonos, micas para celular o artículos escolares. Discos no porque las bocinas pesan unos 15 kilos”, revela la joven vendedora sonriente.
De Cuatro Caminos a Tasqueña a uno le pueden ofrecer desde un folder de lona hasta pastillas Broncolín para la tos. En la estación General Anaya, un hombre con tatuajes y perforaciones en la nariz y la ceja intensa hacerse pasar por voceador al ofrecer ejemplares del periódico Excélsior en cinco pesos. Tres personas no dejan pasar la oportunidad y lo compran.
El siguiente destino es la línea 8 de Constitución de 1917 a Garibaldi. No hay espacio para la cortesía. Dos o tres ambulantes se amontonan y hablan al mismo tiempo.
Uno ofrece un cuadernillo con los nombres de los Presidentes de México;sin embargo, el listado finaliza hasta la administración de Vicente Fox Quesada.
En la línea B con dirección Buenavista- Ciudad Azteca se encuentra una variedad de productos exóticos.
“La muy indispensable y milagrosa pomada de aceite de víbora y veneno de abeja, para los calambres, torceduras, dolores reumáticos o luxaciones”, repite una señora mientras saca de su maletín negro cada una de la mercancía.
Es un frasco de plástico sin etiqueta. Es un líquido pegajoso color verde con un olor entre acetona, vinagre y menta. A pesar de la dudosa procedencia no faltó quién levantara la mano.
El siguiente se trata de un recetario de veinte platillos navideños. A cuatro meses de que concluya el año, los vagoneros ya se anticiparon. Nada espectacular. Romeritos, pierna enchilada, lomo en salsa de ciruela, bacalao, ensalada de noche buena y ponche.
Una chica de voz ensordecedora ofrece un paquete con 30 repuestos de mariposas para sujetar aretes. “Son diez color oro y veinte de plata”, grita animosa. Por fin llegamos a Ciudad Azteca.
A decir de Federico Manzo, el ambulantaje dentro del metro aumentó en 45 por ciento en la última década “no crece más no por una cuestión de necesidad, sino porque ya no hay espacio”, explica.
De acuerdo con el censo de la Gerencia de Seguridad Institucional del Sistema de Transporte Colectivo (STC Metro), en el Distrito Federal existen casi tres mil vagoneros dirigidos por 15 organizaciones diferentes.
Sin embargo, a pesar de ser una actividad regulada en la Ley de Transporte y Vialidad, así como en la Ley de Cultura Cívica, “el problema está en las mafias, no en el comercio. El problema es cuando las autoridad se presta a la negociación con las mafias”, agrega el panista”.
En el último semestre del 2012, se han construido 320 espacios dentro de las instalaciones del metro, de las cuales, sólo 80 han sido ocupados.
“Eso demuestra que no hay una buena voluntad tanto del Gobierno del Distrito Federal, ni de los líderes del ambulantaje para formalizarse y despejar todas las instalaciones dentro y fuera del metro”, enfatiza.
Y es que más allá de retirar a los ambulantes, éstos han ganado espacios con el paso del tiempo. Las salidas son un laberinto para los usuarios que buscan llegar a la avenida principal.
“Los que operan en los vagones no me afectan tanto como los que se ubican en los pasillos de los trasbordos o en los andenes, porque verdaderamente es una cueva de lobos. Hay rateros y gente malviviente que sale de ahí o incluso también vende. Lamentablemente ellos dicen que se vende mejor adentro que afuera. Entonces, mientras los pasajeros sigamos consumiendo esto nunca terminará”, explica Maribel Serrano, usuaria de 30 años.
Mientras existan consumidores seguirán viajando entre los vagones del metro la piratería, la fayuca y comida chatarra para ser comercializada por diez pesos.