Un nuevo recopilatorio del ex vocalista de The Clash rescata temas de su etapa anterior a la mítica banda de rock, canciones en solitario y tesoros inéditos.
Además del recopilatorio de Joe Strummer, esta semana comentamos los discos de Cat Power, Devo, Diego García, Fucked Up, Lonnie Holley y Molly Burch
Por Luis J. Menéndez
Madrid/Ciudad de México, 15 de octubre (ElDiario.es/SinEmbargo).– Durante un corto periodo de tiempo, en el periodo que va de 1979 a 1980, The Clash fueron posiblemente la banda de rock más importante del mundo. El éxito terminó desintegrando a un grupo en lucha con las adicciones, su devenir artístico y, lo más complicado de todo, con la coherencia entre su discurso revolucionario y la forma en la que estaban afrontando sus propias vidas.
Unos años más tarde, cuando en consecuencia The Clash salta por los aires, arranca otro mito tal vez no tan mediático pero infinitamente más romántico: el del Joe Strummer. Un nómada que se paseaba a menudo por nuestro país y al que se solía ver como un parroquiano más en un local de Malasaña, a la vera del Sacramonte o perdido por un arenal de Almería.
La discografía de Strummer a partir de la disolución de The Clash fue, como su propia vida, dispersa y mayormente desconocida. Como una suerte de inmediato precedente de Manu Chao, las canciones de Joe Strummer y sus discos en compañía de los Mescaleros surgen del mestizaje y la colisión de estilos: punk, dub, folk, sonidos africanos y latinos.
Sustituyó a Shane McGowan al frente de los Pogues, cantó con Johnny Cash y Bono, colaboró con The Levellers, Lee Perry o The Black Grape y produjo a nuestros 091. El camino vital y musical de Strummer entre 1986 y su fallecimiento en 2002 resulta inabarcable y nunca terminará de salir completamente a la luz por muchos documentales que se rueden sobre su figura.
Por eso este recopilatorio, compuesto por 32 canciones, trasciende el interés de este tipo de productos. El título hace referencia a su paso por The 101ers, el grupo en el que militó antes de formar The Clash y del que aquí se incluyen dos temas. A partir de ahí, el resto del álbum hace un recorrido que arranca con Love Kills, canción que compuso para la banda sonora de Sid & Nancy, y acaba con una serie de canciones inéditas: Rose of Erin, The Cool Impossible, London Is Burning y U.S. North. Esta última es una demo junto a Mick Jones que se va hasta los 10 minutos y que posiblemente se registrara en paralelo a la colaboración de Strummer en calidad de productor del disco de Big Audio Dynamite No. 10, Upping St.
Entre medias, material en solitario y junto a Mescaleros, rescatado con la ayuda de su viuda Lucinda Tait, quien ha abierto el cofre de los tesoros para la ocasión. Canciones que en ocasiones resultan sublimes -la tardía Coma Girl no tiene nada que envidiar al material que convirtió a The Clash en mito- y que en otras muestran a un músico en tránsito hacia no se sabe bien dónde, en un constante estado de búsqueda que define su personalidad casi tanto como sus composiciones.
CAT POWER
Chan Marshall nunca ha sido de las que se guardan nada. "Wanderer" es su primer disco en seis años, y su portada representa a la persona que definitivamente le ha cambiado la vida: su hijo. "Sun" (2012) ya daba las primeras señales de reconciliación consigo misma, señales que en "Wanderer" se convierten en todo un ejercicio de madurez y crecimiento personal: "No hay nada como el tiempo para enseñarte dónde has estado, y no hay nada como el tiempo para darte las cosas que necesitas", canta en "You Get".
De alguna forma Chan Marshall recoge velas en su décimo largo. Apenas hay rastro del coqueteo con el soul que le dio sus momentos de mayor reconocimiento público a la altura de "The Greatest" (2006) y "Jukebox" (2008). Sin embargo, la economía de estas nuevas canciones hace pensar en toda la etapa previa a aquellos discos, cuando Marshall se ganó el respeto como singular cantautora indie.
Pero también es cierto que su particular momento vital sitúa estas once canciones muy lejos del sonido descarnado y confesional de "What Would the Community Think" (1996), "Moon Pix" (1998) o "The Covers Record" (2000). La aparición de su nueva amiga Lana del Rey, con la que Cat Power ha girado por todo el mundo, lejos de convertirse en una anécdota sirve para dar el tono de un disco agradable, moderadamente vintage, bien parido y al que se le reconoce el oficio. De hecho, es posible que ahí precisamente radique su mayor inconveniente.
DEVO
El mundo había cambiado para Devo a mitad de los 80. La furia punk y el desenfado de la nueva ola rápidamente dio paso a una concepción del pop filtrada y masticada desde las grandes discográficas, dando lugar a los artistas de radiofórmula que aún hoy dominan el mercado.
En ese contexto y tras el fracaso sin paliativos de su anterior disco, "Shout" (1984), a la banda de Ohio tampoco le pilló por sorpresa el portazo de Warner, con quien habían publicado discos hoy históricos como "Q: Are We not Men?" "A: We Are Devo!" o "Freedom of Choice". Para colmo de males, Devo perdieron a su batería Alan Myers, que fue sustituido a marchas forzadas por David Kendrick, componente de Sparks. Con este panorama y un acuerdo con un sello menor como era Enigma, la banda afrontó la grabación de su séptimo álbum.
Lejos de mejorar su situación, "Total Devo" hundió un poco más el estatus de la banda. Condicionado por las circunstancias y por un presupuesto pírrico (sólo hay que ver el videoclip sobre estas líneas), el disco apostaba por canciones de corte más directo y abiertamente bailables como "Baby Doll" o "Disco Dancer". Sin embargo el público que les había prestado atención hacía poco más de un lustro ahora les daba la espalda. "Total Devo" se reedita hoy buscando una reevaluación e incluyendo un segundo disco con diferentes versiones de esos singles, con demos y canciones inéditas. Y el tiempo, caprichoso, le sienta fenomenal.
DIEGO GARCÍA
Al abrir la carpeta, diversos textos de Alejandro Jodorowsky, Jorge Luis Borges o un tutorial para la mediación abordan desde puntos de vista distintos el concepto del laberinto. Es innegable que la concepción de la música de Diego García tiene algo de ello, sólo hay que verle en una de sus escasas apariciones en directo rodeado de cables, sintes modulares y reproductores de cinta, para entender que el asturiano afronta sus canciones como un laberinto en el que lo más sencillo sería perderse y desaparecer para siempre. Sin embargo "Labyritmos", su segunda colección de canciones registradas entre 2012 y 2017, destaca por encima de todo por su pulsión melódica y abiertamente pop.
Eso, que ya se intuía en "Estela discoidea", se convierte ahora en un hecho palpable: para García posiblemente resulte tan importante la meta como el camino. El oyente, sin embargo, sólo conoce la foto final. Y hay que decir que lo que esa foto muestra es deslumbrante: un kraut sintético que ha heredado de Stereolab su pasión por las melodías juguetonas.
Condenado a habitar el underground tanto por su apuesta estética como por sus decisiones a la hora de darle visibilidad proyecto, Labyritmos acrecienta el runrún internacional alrededor de un artista que mira de frente a Tim Gane o a buena parte de los artistas de Ghost Music.
La corta tirada de "Estela discoidea" se agotó rápidamente y su segunda entrega, publicada en una preciosa edición 10” de vinilo transparente y con carpeta desplegable, va camino de que ocurra lo mismo de forma aún más rápida. Coleccionistas, aficionados al género y especuladores harían bien en echarle rápidamente el guante.
FUCKED UP
En "David Comes to Life" (2011) Fucked Up crearon un personaje para convertir aquel disco en una suerte de ópera rock -"hardcore ópera" habría que decir- conducida por las desventuras del pobre David Eliade. En su quinto disco la banda canadiense le resucita otra vez para enviarle a una misión aún más arriesgada en la que atraviesa diferentes umbrales y dimensiones en la busca de un hombre desaparecido. Una misión casi suicida en la que David terminará por encontrarse a sí mismo.
Musicalmente, la banda continua enganchada a la apasionada interpretación vocal de Damian Abraham, pero el gran giro de guión de este trabajo llega por la asunción de galones del guitarrista Mike Halichuck y el batería Jonah Falco. El disco fue registrado en diferentes sesiones y supone un paseo por multitud de estilos musicales, del hardcore rock con el que identificamos a la banda al kraut rock, la psicodelia, el sonido disco, el shoegaze o el indie-pop. Las colaboraciones de J. Mascis, Jennifer Castle, Miya Folick, Alice Hansen o Ryan Tong no hacen más que ampliar un poco más la paleta de un disco ya de por sí policromático.
DONNIE HOLLEY
La vida de Lonnie Holley es en sí misma una obra de arte. Nacido en 1950 de una familia de 27 hijos (él era el séptimo) su biografía oficial dice que a los cuatro años su padre lo canjeó por una botella de whisky. Más conocido por su faceta escultórica, Holley sitúa su bautismo artístico cuando, cavando la fosa para enterrar a dos sobrinos fallecidos en un incendio, encontró unas piezas de metal que le inspiraron para facturar sus primeras obras.
"MITH" es su tercer disco en una carrera musical que arrancó a los 62 años y para la que cuenta con la colaboración de amigos ilustres como Laraaji o el recientemente fallecido Richard Swift. Su concepción del blues y el soul es doliente y radicalmente libre, y se apoya por igual en la ortodoxia - "Back for Me" es en lo esencial un piano blues por el que se cuelan vientos de inspiración free- que en las posibilidades de las nuevas tecnologías.
Entre ecos de Sun Ra y sus alucinadas visiones cósmicas, hay espacio para la crítica social -”Desperté en una América jodida”- y para una siniestra representación del mundo. Más allá de las posibles asociaciones que viene a la cabeza al escuchar su música, de Waits a Gil Scott-Heron, estamos ante un artista con una poderosa voz propia.
MOLLY BURCH
Tras estrenarse el pasado año con Please Be Mine, la artista de Austin radicada en California termina de perfilar su sonido con estas once canciones de sabor clásico e innegable encanto. El sonido tremolo de la guitarra empuja la música de Molly Burch en una dirección bastante cercana a la de un Chris Isaac en versión femenina, igualmente magnífica en el aspecto vocal. Aunque en el caso de Molly hay un mayor componente pop y hasta cierto groove en temas como "First Flower" o "True Love" que inocula optimismo a sus canciones y hasta las empuja por la senda de lo bailable.
A pesar de que ella misma ha señalado siempre a Nina Simone o Billie Holiday como sus mayores influencias, los aires orbisonianos de este trabajo la convierten en una suerte de versión luminosa, amable y vintage de la pujante Angel Olsen. Y más allá de que la fórmula está más que definida, no hay peros que ponerle a un disco encantador.