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Alma Delia Murillo

13/10/2018 - 12:03 am

Conformidad y orquídeas negras

Un olor agridulce de clóset, era el interior de un guardarropa que me parecía una recámara, muchos años después aprendería que eso se llama “walk in closet”; a mí me resultaba cognitivamente imposible relacionar el concepto ropero con aquella cosa descomunal. Apretaba las rodillas contra mi abdomen y mis orejas rozaban un vestido animal print de la marca Versace.

Muchas veces he querido y quiero conformarme. Imagen: Pinterest.

A Jacqueline L’Hoist, por su empatía infinita

 

Una luz apagada cerquita de mi nariz, en mis ojos.

Un olor agridulce de clóset, era el interior de un guardarropa que me parecía una recámara, muchos años después aprendería que eso se llama “walk in closet”; a mí me resultaba cognitivamente imposible relacionar el concepto ropero con aquella cosa descomunal. Apretaba las rodillas contra mi abdomen y mis orejas rozaban un vestido animal print de la marca Versace.

Tenía ocho años, mi madre me escondió ahí porque así se lo ordenó la dueña de la casa. Yo era la hija de la señora de la limpieza. Es que había visitas y yo estaba muy negra, muy “pinche prieta” como me decía la niña rubia hija de la señora rubia dueña de la casa también rubia porque estaba toda pintada de amarillo.

Esa niña me provocaba terror y angustia, “pollito” le apodaban. Y sí, ella era como un pollito amarillo, dorado, hijo del sol, de ojos radiantes y bondadosos, pollito Disney y pollito Pixar, personaje rubio nacido para representar el lado hermoso y bondadoso del mundo. Yo en cambio había nacido en el lado malo, el lado oscuro, el lado de la noche, el atávico mundo de un universo sospechoso y maligno donde las pieles son color café y  los ojos negros y el pelo negro y, seguramente —cómo va a ser distinto—, las intenciones negras.

A mi madre la corrieron de ese empleo porque un día cortó un trozo de pay de queso para que yo, su negrita, lo probara. Gatas. Nacas. Indias. Rateras. Pinches negras.

El pollito se dio gusto insultándonos. Mi madre me dijo: “no les hagas caso”. La escuché llorar en la noche, le pregunté si era por lo que nos habían dicho, entonces lloró más fuerte y luego me llenó la cara de besos y me dijo que lloraba porque cómo íbamos a pagar la renta de ese mes, la forma en la que ellas nos habían insultado era lo de menos.

El recorrido ha sido largo, el estigma del color oscuro, el negro y todos sus derivados, la polisemántica del café con su nutrida creatividad me ha llovido a cántaros: morenita pero bonita, cásate con un güero para mejorar la raza, buscamos un perfil con otra imagen, eres morena pero no pareces mexicana, negra ríete para que salgas en la foto, con qué va a pagar su estancia en Berlín señorita Murillo, let me see your passport Miss Murillo porque con esa cara sospechosa no se sabe con qué intenciones viene usted a nuestro país.

Hay un lado del mundo, donde estamos los de piel morena, que es objeto de desconfianza, de cuestionamiento. No sé cómo es que nos organizamos pero existe un grupo de personas que pueden cuestionar a otras porque el pigmentómetro se los permite.

La señora rubia y su pollito tenían una orquídea negra que me hipnotizaba. Y tomaban café negro. Y les gustaba el chocolate negro. Y yo tenía ocho años y no podía dejar de pensar en el color negro, en cómo escapar del estigma, en cómo encontrar la cara buena del negro y no entendía por qué era una cosa tan mala, me empañaba en buscar una grieta que filtrara dignidad, orgullo, aceptación.

Con los años aprendí que no era sólo el color, era todo: un origen, una clase social, un nombre, un apellido, una escuela pública, la marca de un auto, un código postal, la marca de un vestido, las estrellas de un hotel, los asientos de un avión, el perfil de puesto en una empresa, las políticas de atención en un restaurante. El mundo y este país están sistemáticamente configurados para rechazar a un segmento, para discriminar sin tregua a unos sobre los que se imponen otros.

Muchas veces he querido y quiero conformarme. Guardar silencio. Dejar el tema en paz, pero es que no es una batalla única, mi experiencia no es mía, sería pobre y mezquino pensarlo. Somos tantos, somos tantas.

No hace mucho un airado lector dejó un comentario en una columna mía que rezaba así: “la pobreza de tu genética se nota en tus rasgos indígenas”,  dijo eso porque no le gustó mi postura respecto de un tema de transporte público.

A veces quisiera no volver sobre el tema, escucho una voz, cierto pudor personal que me dice “ya, deja de contar estas lastimerías, cambia de página”. Pero es que somos tantos, somos tantas.

Y vuelvo a la orquídea negra y  su belleza perturbadora, a la belleza del poema de Nicolás Guilén: repica el negro bien negro.

Y no me escondo y no me conformo porque ya no tengo ocho años, porque ahora entiendo que no se trata de un color, pero sí.

@AlmaDeliaMC

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