En México, 61.5 millones de personas consumen telenovelas, según el Instituto Federal de Telecomunicaciones. ¿Y qué ha ido Netflix a buscar a México? Una telenovela. Lo que nadie esperaba es que La Casa de las Flores fuese a revolucionar el concepto arcaico de ficción rosa atrapando al público más dispar y en todas las partes del planeta.
Ciudad de México, 21 de septiembre (ElDiario.es/SinEmbargo).– Si este duelo fuese en torno al olfato empresarial de Netflix y su camaleónica capacidad de contentar a sus clientes, no habría discusión. Son los mejores en ofrecer lo que la gente quiere, y la gente (lo admita o no) quiere telenovelas.
Ya lo hicieron en España al buscar un melodrama romántico de época como Velvet o Gran Hotel para invertir por primera vez en nuestro país. No querían La isla mínima ni un House of Cards castizo, por mucha expectación que esas ideas despertasen. Querían Las chicas del cable, cero riesgo y varios millones de recaudación.
En México, 61.5 millones de personas consumen telenovelas, según el Instituto Federal de Telecomunicaciones. ¿Y qué ha ido Netflix a buscar a México? Una telenovela. Lo que nadie esperaba es que La Casa de las Flores fuese a revolucionar el concepto arcaico de ficción rosa atrapando al público más dispar y en todas las partes del planeta.
La familia de la Mora ha sido el revulsivo perfecto para el final del verano. Su frivolidad y estética colorida ofrecen una sensación ficticia de felicidad estival. Es el símil televisivo de la novela negra, del reggaetón y de todos esos placeres culpables que prometemos abandonar al llegar el otoño. En el metro, en el trabajo y en la cola de la panadería, La casa de las Flores es la serie de moda porque, además, han conseguido que comentarla en público no sea sinónimo de la humillación más absoluta.
Las situaciones machistas han dado lugar a la celebración de las distintas sexualidades, las drag queens y los matriarcados. Si bien la historia principal sigue consistiendo en los líos de faldas del padre, los secretos inconfesables de los hermanos y en la decadencia económica de la típica familia rica mexicana, son sus toques "progres" los que la han colocado en el candelero.
Sin embargo, por muchas pestañas postizas y tacones de plataforma que la disfracen, La casa de las Flores es una telenovela de inicio a fin: con su argumento predecible, su endogamia sexual y su tufo a producto buenista de calidad dudosa. Conscientes de que no es (por suerte) Betty la fea ni Pasión de Gavilanes, nos debatimos sobre si esta telenovela merece ser destacado como uno de los mejores productos de la plataforma.
Lo mejor de La Casa de las Flores, sin duda, ha sido ver cómo la gente más férrea, digna y que se considera intelectual ha tenido que ir admitiendo, poco a poco, que se ha enganchado a una telenovela. “No bueno, no es exactamente una telenovela. Es como indie, como más moderna”. Lo cierto es que no. La Casa de las Flores es una telenovela al uso que utiliza sus recursos más clásicos para armar una trama que, en vez de hacerte sentir compungido, te hace reír.
Su segundo punto fuerte es que los personajes son de lo más gracioso y no serios y dramáticos como pasa en las telenovelas de todo el mundo. Paulina será recordada durante años por la generación Netflix por su forma de hablar, por la escena de los mariachis y por su “me saludas al Cacas”.
Su estética kitsch sigue la estela del imaginario más hortera de las series de después de comer, pero llena las escenas de color. Su cabecera, el cuadro de la familia y la tienda de flores, está todo tan recargado que a veces importa más bien poco qué es lo que está pasando y aún así es muy difícil perderse. Y este es otro de sus puntos fuertes: no pasa casi nada, pero es imposible no ver el siguiente capítulo.
La visibilidad LGTBI y trans es otra de las razones por las que merece la pena ver la serie. América Latina es la cuna de este tipo de tramas, pero también uno de los lugares en el mundo en el que la tasa de violencia contra las personas trans es extremadamente preocupante. La ONU hizo un llamamiento el mes pasado ante esta situación porque, en mes y medio, se produjeron 10 muertes violentas de personas trans en México.
Las mujeres transexuales en América Latina sufren una cadena de violencias que, normalmente, terminan en la muerte y que, en muchas ocasiones, les hace imposible cursar estudios u optar a un trabajo fuera del mundo de la prostitución. Es por todo esto que el papel de Paco León en La Casa de las Flores es esencial, te guste más o menos que esté interpretado por un hombre cis.
Seamos sinceros, es difícil no caer rendido ante La casa de las Flores durante el primer, segundo y hasta quinto capítulo. De primeras, su paleta de colores hipnotiza como un caleidoscopio, pero basta con rascar un poco el pigmento para descubrir que fracasa en lo único que toda telenovela debería prometer: adicción. Contra todo pronóstico y titular complaciente, La casa de las Flores no engancha.
El director Manolo Caro sabía que no tenía mucho tiempo para convencer al público de Netflix de que necesitaban consumir una telenovela, así que disparó toda su artillería en los primeros episodios. Fogonazos de feminismo, tolerancia LGTB, purpurina, traición y muerte ciegan al espectador convenciéndole de que no hay rastro de ranciedad en esta tragicomedia. Y en buena parte así es. Lo que ocurre es que, al quedarse sin recursos (a la altura de los capítulos Magnolia y Peonía aproximadamente), La casa de las Flores recurre al vademécum la telenovela clásica. ¿Dónde queda la innovación entonces?
El gran fallo de la serie de Netflix es prometer una revolución -sexual- que no consigue mantener y que le hace naufragar entre dos aguas. Han metido en una coctelera todo lo que sería irreverente para una novela rosa mexicana -drag queens, transexuales, bisexuales, strippers, marihuana y vídeos gays caseros- sin hacer el esfuerzo de unirlo en la trama con coherencia. La Casa de las Flores es fachada, diversión y visibilidad sin mayor compromiso. Es decir, La casa de las flores se vende como manifiesto y no llega ni a carroza del Orgullo.
La propia elección de Paco León (cis) como mujer transexual sirve como muestra, cuya interpretación además nos retrotrae sin mucho tino a sus parodias de Raquel Revuelta en Hommo Zapping. Pero no solo eso, también el tópico del bisexual lascivo, el gay infiel o el transexual sin mayor contexto que unas medias de cristal y una operación de tetas rayan la superficialidad.
La comedia es bienvenida y a nadie le amarga una risotada gracias a la genial Paulina y la aún más genial Cecilia Suárez que la interpreta. El problema es que quieren contar tantas cosas, reivindicar tantas otras y mantener el pico de comedia e interés dramático que resulta un ejercicio narrativo casi imposible. Muchas veces no sabemos si estamos ante el doloroso descubrimiento de una sexualidad escondida o ante su sketch. Si nos quieren mostrar la difícil realidad laboral de las drag queens o parodiarlas al estilo Saturday Night Live.
Mientras estamos en el sofá dilucidando todas estas cosas, el interés por la trama se pierde. Y, por un momento, no sabemos si es mejor una atroz y entretenida Pasión de Gavilanes o una genialidad aburrida como La casa de las Flores.