Jorge Javier Romero Vadillo
07/06/2018 - 12:00 am
La apuesta socialista en España
Berlín. La crisis económica desatada hace una década condujo a la Unión Europea a la mayor crisis política desde su nacimiento, con el tratado de Maastricht de 1992. La caída de los niveles de vida, la percepción de carencia de futuro por parte de los jóvenes, buena parte de ellos sin empleo, y la presión migratoria de los expulsados por la guerra o la pobreza de los países del otro lado del Mediterráneo, ha provocado el surgimiento de nuevas expresiones políticas que, con base en discursos demagógicos, tratan de captar el descontento social y el desencanto respecto a los partidos tradicionales, de corte programático y con definiciones ideológicas ubicadas en en el eje izquierda–derecha tal como se le entendió durante más de un siglo.
Berlín. La crisis económica desatada hace una década condujo a la Unión Europea a la mayor crisis política desde su nacimiento, con el tratado de Maastricht de 1992. La caída de los niveles de vida, la percepción de carencia de futuro por parte de los jóvenes, buena parte de ellos sin empleo, y la presión migratoria de los expulsados por la guerra o la pobreza de los países del otro lado del Mediterráneo, ha provocado el surgimiento de nuevas expresiones políticas que, con base en discursos demagógicos, tratan de captar el descontento social y el desencanto respecto a los partidos tradicionales, de corte programático y con definiciones ideológicas ubicadas en en el eje izquierda–derecha tal como se le entendió durante más de un siglo.
Los movimientos emergentes, frecuentemente calificados como populistas a pesar de la ambigüedad del término, son distintos entre sí, pero comparten su desprecio por los partidos de siempre: los de las grandes familias ideológicas que se consolidaron después de la Segunda Guerra Mundial, principalmente los socialdemócratas, los demócrata cristianos y los liberales. El impacto que han tenido en los distintos países ha variado, en relación a la fortaleza e institucionalización del sistema de partidos y del arreglo democrático: mientras que en Alemania los partidos históricos han sobrevivido, en Francia han sido casi arrasados; en Italia, donde la debacle partidista comenzó mucho antes, desde el inicio de la década de 1990 debido a la caída del muro de Berlín y a la operación judicial contra la corrupción política, las organizaciones que dominaron el escenario durante los últimos 25 años han recibido un duro golpe en las elecciones de hace tres meses y finalmente se ha formado gobierno con base en la coalición de dos fuerzas que se presentan como antisistema, una claramente alineada a la derecha extrema y la otra más ambigua, pero con un talante relativamente más izquierdista.
La coalición que ha formado gobierno en Italia está integrada por dos partidos que pretenden no serlo –sobre todo uno de ellos, Cinco Estrellas– y que tienen posiciones difíciles de reconciliar, pero comparten su rechazo a la inmigración, a los partidos de siempre y a la forma en la que se ha dado la integración europea. El nuevo gobierno italiano representa una amenaza al futuro de la Europa unificada que, sumado al desafío planteado por el presidente de Hungría y al del partido dominante en Polonia, amenazan la continuidad de la del proyecto de manera incluso más grave que la salida del Reino Unido como resultado del voto motivado por pulsiones de rechazo similares.
Por eso resulta refrescante el rumbo elegido por el nuevo gobierno socialista de España, relevo del conservador que a duras penas había logrado integrarse después de dos elecciones sin mayoría, debido también al desgaste de los partidos tradicionales de centro izquierda y centro derecha y a la aparición de dos nuevas expresiones con pretensiones de captar el descontento social post crisis.
A diferencia de lo ocurrido en otros países de la Unión Europea, las fuerzas políticas emergentes en España no son ni euroescépticas ni anti migración. Es probable que el reciente pasado autoritario haya vacunado a los españoles contra la demagogia ultra. El aprecio por Europa y la relativa aceptación de la migración han diferenciado a la crisis de representación española, pues ni Ciudadanos ni Podemos –los dos partidos emergentes de carácter nacional– enarbola discursos anti europeos o xenófobos. Si bien comparten en alguna medida el discurso antipolítico de otras formaciones contemporáneas, no han aparecido tampoco fuerzas nacionalistas extremas, con excepción, claro, del independentismo catalán, que comparte rasgos con otros nacionalismo insolidarios, como el de la Liga Norte italiana.
Pero durante la última semana los acontecimientos en España han dado un gran vuelco, cuando la justicia sentenció por corrupción al Partido Popular, cabeza de un gobierno prendido con alfileres, encabezado por un líder tozudo y desprestigiado. Presidente de un gobierno minoritario, Mariano Rajoy intentó salvar los papeles pero, en un golpe de audacia, el líder socialista Pedro Sánchez, al que casi todos daban por muerto, planteó una moción de censura y logró los votos para tumbar al gobierno de Rajoy.
Sánchez ha formado gobierno pero cuenta tan solo con algo más de 80 diputados en un Congreso de 350. Para desplazar a Rajoy logró el apoyo de los nacionalistas vascos y, de manera más delicada, de los independentistas catalanes. Sin concesiones explícitas, el socialista concitó el apoyo de fuerzas que evidentemente calculan que el nuevo gobierno mejora sus perspectivas o, al menos, esperan entablar´un diálogo que con Rajoy estaba totalmente cancelado. A pesar del encono y la deslealtad institucional de los partidos que se han declarado en rebeldía del orden constitucional para promover una república catalana independiente, la posibilidad de negociación ha aumentado sustancialmente con el relevo gubernamental.
Pero no solo es importante la descompresión de la olla catalana. Lo es todavía más que en tiempos de insolidaridad y euroescepticismo el nuevo gobierno español se proclame a favor de la consolidación europea y plantee una política migratoria más sensata. También es refrescante su compromiso con la igualdad y la inclusión de mujeres en posiciones clave para la toma de decisiones. Sánchez fue audaz en su apuesta para tirar a Rajoy y ahora quiere mostrarse como una alternativa real, diferente, comprometida con la igualdad entre los sexos, la recuperación de las políticas de equidad, de promoción de la cultura y de recomposición de la unidad de España. El nombramiento de Josep Borrell, un veterano político socialista catalán abiertamente opuesto a la independencia, con experiencia en el gobierno desde los tiempos de Felipe González, tiene especial importancia, pues es una señal de voluntad para encontrar un nuevo encaje de Cataluña en el estado español.
Mientras en toda Europa los partidos socialdemócrata están de capa caída yen muchos países la idea de mayor integración europea chirría, Pedro Sánchez le ha devuelto la esperanza al Partido Socialista Obrero Español y contribuye a la creación de un bloque europeista que plante cara a los demagogos que pululan en diversos países de la Unión. No la tiene fácil, con una coalición precaria, pero la apuesta vale la pena.
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