Diego Petersen Farah
23/02/2018 - 12:00 am
De la constitución moral y sus consecuencias
Olga Sánchez Cordero
Andrés Manuel sigue empeñado en complicarse la vida, o quizá a llegado a ese momento de sublimación del poder en el que el dulce encanto de la propia voz hace que los políticos dejen de escuchar a los otros para escucharse solo a sí mismos. Resucitar la idea, planteada hace seis años de la constitución moral, en la que se funda la república amorosa, no es un chiste malo, ni una idea de cantina en medio de la borrachera; es un riesgo verdadero, porque Andrés cree en ella.
Todos podemos coincidir que moralizar la vida pública es un de los grandes retos de este país; que el combate a la corrupción pasa, entre otras cosas, por cambiar la forma en que los mexicanos entendemos el servicio público; que mientras sigamos pensando en términos de obtener un “hueso” o que siga vigente, entre broma y broma, la sentencia de “no pido que me den, sino que me pongan donde hay”, difícilmente vamos a ganar la batalla contra la corrupción.
Pero brincar de la necesaria moralización del servicio público a normar la moral a través de normas fundamentales, eso es una Constitución, hay un brinco cuántico y un riesgo enorme. La tentación de todos los grupos moralistas, sean católicos, cristianos o evangélicos, es imponer reglas de comportamiento a la sociedad y normar la moral pública. No se trata de una inocente visión del bien, hay detrás de ello verdaderas amenazas al Estado laico. No es gratuito ni podemos pasar por alto que la propuesta la hace López Obrador ante el consejo político de su nuevo socio, el Partido Encuentro Social (PES) que es lo más cercano a un partido confesional, mucho más de lo que el PAN estuvo en su peor momento de mochería.
En Brasil, uno de los países donde la incursión política de grupos religiosos ha sido más dañina, las ideas moralizantes comenzaron por querer modificar la Constitución y terminaron aplicando reglamentos específicos en las escuelas para, por ejemplo, castigar la pornografía o la masturbación. En la práctica, apelar a la moralización no es otra cosa que meter al Estado en las decisiones de la vida privada. Uno de los elementos centrales del Estado laico y de la educación laica es asegurar el derecho a la creencia y a la vida privada. Eso es lo que está en riesgo.
Las constituciones morales son importantísimas, para sistemas religiosos. La más conocida de ellas son las “tablas de la ley”, mejor conocida como “los diez mandamientos de la ley de dios” dictados a Moisés en el monte Sinaí. Algunos de esos preceptos coinciden con las normas básicas de convivencia social, como no matar o no robar, pero nada tienen que ver con la vida republicana.
Las constituciones morales crean sistemas religiosos, no repúblicas y lo que estamos eligiendo, es una jefe de Estado, no al líder de una iglesia.
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