Óscar de la Borbolla
27/02/2017 - 12:00 am
Las decisiones infundadas
La única decisión fácil y bien informada que tomé en mi vida fue en la infancia: tenía cinco centavos y había unos caramelos rojos y unos amarillos, con cinco centavos podía comprar uno rojo o dos amarillos. Me paré frente al aparador de la dulcería a meditar un momento: elegí los amarillos. En esa ocasión […]
La única decisión fácil y bien informada que tomé en mi vida fue en la infancia: tenía cinco centavos y había unos caramelos rojos y unos amarillos, con cinco centavos podía comprar uno rojo o dos amarillos. Me paré frente al aparador de la dulcería a meditar un momento: elegí los amarillos. En esa ocasión no podía engañarme, sabía todo: el sabor de unos y otros, lo que me darían a cambio de mi dinero y, sobre todo, tenía muy claro lo que me gustaba. Ciertamente prefería los amarillos, no sólo por su sabor a piña, que me encantaba, sino porque obtendría el doble de caramelos a cambio de mi moneda. Luego de esa vez, todo ha venido complicándose.
Hoy nunca sé con claridad lo que quiero, ni lo que conseguiré, ni si valdrá la pena lo que elija y, supongo, que en la misma confusión nos encontramos todos. Elegir se ha vuelto extremadamente difícil. Nada es para mí tan claro como lo fue mi fascinación por los dulces de piña y tampoco sé si la apariencia que me ofrecen las personas o los objetos corresponde con lo que son de veras. ¿Cómo tomar una decisión bien informada si todo el mundo miente, si las personas se disfrazan, si los objetos están camuflajeados, si sólo puedo allegarme un número insignificante de aspectos y, en consecuencia, hacerme una idea parcial de las cosas?
Para representarme la dificultad de lo que digo me imagino a un político honesto que quisiera decidir por el bien de la patria (sé que mi hipótesis es prácticamente imposible, pero la formulo pese a todo, pues creo que ilustra bien mi punto). Ese político, antes de decidir tendría que saber cómo está el campo en el que operará su decisión y pediría informes, los informes contendrían datos y los datos vendrían integrados en una interpretación. ¿Serán de fiar los datos y la interpretación será correcta?, se preguntaría, y le llevarían otros estudios: en unos se confirmarían los datos y en otros se toparía con datos distintos y con otras interpretaciones...
¿Cómo elegir, aun en el caso de contar con todos los elementos acertados y pertinentes, si uno no sabe cuáles serán las consecuencias (el futuro) que seguirán a la decisión? Pues esa decisión (la que sea) tropezará con lo imponderable: el azar, otros aspectos no considerados... y sobre todo, ¿qué elegir si todo está falseado y uno ni siquiera está del todo convencido de lo que quiere?
La vida se hace de decisiones; pero de decisiones que por fuerza se toman al buen tun tun por mucho que se mediten y repasen y vuelvan a pensarse.
Estoy paralizado frente a una dulcería que me brinda miles de caramelos cuyo sabor desconozco, no sé por cuál decidirme, no sé si me alcanzará el dinero, no sé si el dulcero me engaña, no sé si quien me acompaña me sugiere unos porque son los que le convienen a él, aunque sepa que a mí no habrán de gustarme, no sé si realmente estoy en una dulcería, no sé si soy yo el que está ahí, no sé ni lo que no sé... ¡Cómo extraño los dulces de piña de mi infancia!
@oscardelaborbol
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