Jorge Javier Romero Vadillo
01/09/2016 - 12:00 am
La estulticia presidencial
Parecía bulo. De pronto, los medios estadounidenses comenzaron a anunciar que Donald Trump vendría a México a reunirse con el presidente Peña Nieto, aunque las notas de los medios mexicanos lo desmentían. Poco más tarde, sin embargo, la presidencia de la República confirmaba lo que siguió pareciendo una broma de mal gusto con un tuit […]
Parecía bulo. De pronto, los medios estadounidenses comenzaron a anunciar que Donald Trump vendría a México a reunirse con el presidente Peña Nieto, aunque las notas de los medios mexicanos lo desmentían. Poco más tarde, sin embargo, la presidencia de la República confirmaba lo que siguió pareciendo una broma de mal gusto con un tuit en el que le daba al candidato republicano el título de “Señor”, en uno de esos errores de estilo que han sido recurrentes en la biografía de Peña Nieto desde sus tiempos de estudiante.
¿Qué pasó? ¿Cómo fue que Peña Nieto decidió convertirse en el amable anfitrión del vociferante demagogo que ha hecho del vituperio contra México y los mexicanos uno de los principales ganchos de su campaña? No faltaron los plumíferos que de inmediato salieron a decir que el presidente había extendido la invitación tanto a Trump como a Clinton y que éste había aceptado, por lo que debía ser recibido. Desde la cuenta de Twitter® del propio Peña se emitió el mensaje de que el presidente cree en el diálogo para promover los intereses de México en el mundo y, principalmente, para proteger a los mexicanos donde quiera que estén. De nada valieron los intentos de explicación. La indignación, el estupor y la burla dominaron la red durante toda la noche ante lo que Jesús Silva–Herzog Márquez calificó como la mayor estupidez en la historia de la presidencia mexicana.
De verdad, no entiendo cuál fue el cálculo de la Secretaría de Relaciones Exteriores o de la Presidencia de la República para promover o para aceptar esta visita. Todo indica que el gobierno mexicano cayó con candidez en una trampa: Peña hizo una invitación abierta e imprecisa, muy a la mexicana, como aquella de “a ver cuándo te vienes a comer a la casa...” a los dos candidatos y la campaña de Trump le tomó la palabra para el día que le convenía a su estrategia. O ¿acaso no se dieron cuenta en la cancillería mexicana que la visita incómoda se da el mismo día en el que por la noche Trump hará su discurso de campaña sobre inmigración?
Sin duda, hubiese sido un triunfo de la diplomacia mexicana el traer a México la campaña presidencial de los Estados Unidos con visitas de los dos candidatos. Para ello se debió buscar que cualquiera de los dos candidatos llegara al país cuando ya estuviera confirmada también la visita de su contrincante, de preferencia con el viaje de Clinton en primer lugar; por lo visto, empero, dada la forma intempestiva con la que se difundió la entrevista con Trump, el gobierno mexicano quedó a la zaga de los intereses del candidato republicano, sólo le ha salido al paso a una imposición del bravucón y no veo cómo logre sacar algún provecho de ello.
Hillary Clinton, por su parte, nada más se ha dedicado a recordarle a los mexicanos la sevicia con la que su adversario los ha tratado, publicando una antología extensa de sus dichos y amenazas. Después de la torpeza de Peña, no veo el interés que pueda tener en venir como plato de segunda mesa, frío y aguado, a sentarse con el presidente mexicano. Por el contrario, ahora podrá con libertad subrayar en su discurso los reclamos a México por las reiteradas violaciones a los derechos humanos, que ya no son un rumor, pues han sido constatadas por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
¿Necesitaba esto Peña un día antes de la presentación de su cuarto informe, a la que llega desprestigiado, señalado y tremendamente débil, con sus reformas haciendo agua y sin plan alguno de reflotamiento de su malhadada administración? Yo solo veo una colosal metida de pata, una más en una larga retahíla de desaciertos.
Trump, desde luego, viene con un plan definido. Viene por la foto para proclamar por la noche en su mitin sobre migración que le ha dejado claro al presidente de los violadores y ladrones que deberá pagar por el muro. Desde luego, estoy conjeturando, pues estas líneas las escribo horas antes de que se consume la entrevista que en los hechos no creo que pueda tener otro efecto que el de un espaldarazo a la campaña republicana en el momento de sus horas más bajas.
Mientras escribo, leo la nota publicada por Fox News donde el compañero de fórmula de Trump, el candidato a la vicepresidencia Mike Pence, declara que en la entrevista se comenzará la conversación sobre el muro. ¿De verdad el presidente de México va a permitir que en Los Pinos le vengan a imponer ese tema? ¿O, como algunos comentaristas imbuidos de eso que en inglés se llama wishful thinking han expresado, el mandatario mexicano va a ponerse duro con el baladrón y le va a exigir que se retracte de sus dichos y pida una disculpa al país? La verdad, no lo creo. Más bien me imagino una patética escena de humillación. Afortunadamente, la reunión será privada y nos ahorrarán el penosos espectáculo.
Es muy probable que Trump pierda la elección. ¿Por qué, entonces, hacer un acto que se ha leído ya en los Estados Unidos como de respaldo y que puede ser considerado un agravio por Clinton, quien muy probablemente sea la próxima presidente? Todo esto me sonaría muy raro de no provenir de un gobierno desatinado que, ya en su etapa agónica, está escribiendo su epitafio, el cual podría muy bien ser “nunca entendió que no entendía”.
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