Darío Ramírez
16/06/2016 - 12:00 am
Castigo y amnesia
Yo no estoy tan seguro que fueron los sonados casos de corrupción los que provocaron que el PRI –a pesar de su voto duro y operación política- sufriera el revés electoral que cosechó en las pasadas elecciones. No sugiero que no tuvo que ver el nivel de rapiña de la clase política pero creo que […]
Yo no estoy tan seguro que fueron los sonados casos de corrupción los que provocaron que el PRI –a pesar de su voto duro y operación política- sufriera el revés electoral que cosechó en las pasadas elecciones. No sugiero que no tuvo que ver el nivel de rapiña de la clase política pero creo que hay otros factores igual de importantes. Si el hartazgo social era tanto ¿en serio la única opción era darle el voto al PAN?
Ayotzinapa sin resolver. Tlatlaya en impunidad y el ejército intocable. San Fernando como continua fosa de migrantes. Apatzingán donde fueron los federales de la matanza de civiles. Y un largo etcétera. La impunidad en los casos de violaciones graves a los derechos humanos también parece haberle pasado factura al PRI y al Presidente Enrique Peña Nieto. En otras palabras, la administración actual ha reinstalado la corrupción como herramienta dentro de la clase política. Llegar al poder para servirse con los recursos públicos es la meta de nuestra clase política. Soy escéptico a pensar que la indolencia hacia los casos de violaciones graves y violencia tuvieron un impacto directo en las elecciones. ¿Será que la pelea con el Relator contra la Tortura de la ONU, o la expulsión del GIEI, tuvieron que ver en el cambio de preferencia electoral? Lo dudo, simplemente lo dudo. ¿Pero entonces qué ocurrió? ¿Cómo podemos determinar qué movió al electorado en estas elecciones?
Seamos honestos: Los casos cotidianos de corrupción, tortura y desaparición no aportan lo necesario o suficiente para que la sociedad salga a las calles a demandar un cambio real (pienso en ejemplos como las protestas en Guatemala demandando la renuncia del presidente), pero sí da para sufragar por otro partido y sacar del poder a una camarilla de político/delincuentes. El letargo social, la desarticulación, el castigo al disenso desde el poder y los medios, entumen cualquier movimiento social con miras a un cambio político.
La sociedad civil aún está falta de vías para construir una democracia más real que le beneficie directamente. El control partidista de los conductos ciudadanos es tan férreo que la participación social se reduce a lo meramente decorativo sin capacidad de incidencia en los quehaceres públicos importantes. Eso está reservado –o eso quisieran- exclusivamente a la clase política. Algunos seguramente disentirán y dirán que la sociedad civil sí participa. Me toca disentir. Participa dentro de un acotado espacio, el que se salga de ahí, o busque otras maneras, es desterrado del paraíso.
Estas elecciones nos enseñaron que hay movimiento en la sociedad. Escondido, tal vez incipiente, tal vez desarticulado, pero hay. Que el hartazgo es real (sea por la impunidad y corrupción o simplemente porque el peso está casi a 20 por dólar). Lo cierto es que la sociedad tiene que romper el cerco en la que los partidos políticos la han metido. Precisamos de romper las dinámicas de consultas para pasar a una construcción real de la democracia. La necesidad de irrumpir en la política por otras vías que no sean las que diseñan con maña parece ser el gran pendiente en la agenda de la participación ciudadana.
Ante el desvanecimiento paulatino de Partido de la Revolución Democrática (PRD) se afianza un sistema bipartidista para gobernar. No porque no haya otros partidos, sino porque la entrega y devolución del poder político entre el PRI-PAN parece dar certeza a poderosos sectores políticos, religiosos y económicos. El cambio de partido en el gobierno en 7 estados devela el movimiento pendular de nuestra política. La evidencia nos señala que la oferta política es precaria en nuestro país así como las maneras de gobernar. El PAN se frota las manos por la posición en que llegará al 2018 (porque ya arrancaron las largas campañas, por si nade le avisó a usted), como si la oportunidad de cambiar el viraje de la política que tuvo durante 12 años nunca hubiera existido. El electorado parece no pasar la factura al PAN por haber tenido dos pobres presidencias que cuidaron un caduco y corrupto sistema en vez de demolerlo y construir con espíritu democrático una nueva nación. Nada de eso pasó. Simplemente el electorado se cansó del PRI y no vio otra opción.
La sorpresa en la jornada electoral fue sacar del gobierno al PRI en Veracruz y Quintana Roo. Sin duda un avance para nuestra democracia. Aunque podría hablarse mucho de porqué durante 86 años solo gobernó un partido en esos estados, pero esa será para otra ocasión. Pasando los aplausos queda que en dichos estados entra a gobernar una coalición PAN-PRD. Esa misma coalición que gobernó desastrosamente (con niveles de corrupción insospechados) Oaxaca. En otras palabras, cambió el color y el membrete pero el modus operandi siguió siendo el mismo. ¿Tenemos motivos para pensar que será diferente la historia en Veracruz y Quintana Roo? Táchenme de pesimista, pero no lo creo. Por lo que considero que los aplausos deberían durar poco.
Ya pasada la cruda electoral, me llama la atención la poca atención que le dieron los medios y las autoridades a las trapacerías electoreras que se han vuelto a instalar en nuestra elecciones. Un funcionario partidista me confirmó que el PRI estaba comprando el voto a 1,500 pesos. Lo mismo hacía el PRD en Iztapalapa. O las maletas sospechosas de los Yunes del PAN en Veracruz. La reinstalación de prácticas que pensamos que se habían desterrado. Pero hoy se puede confirmar que los mapaches, la compra y coacción del voto está presente en todos los partidos. Los millones de dinero ilegal en campañas políticas parece pasar desapercibido ante un INE impávido y cooptado. Ganar de cualquier manera. Los ganadores ya tienen su constancia. La impunidad en los actos ilegales se instala de manera permanente. Y cómo no, la FEPADE es más un ornamento que un ministerio público. Claramente nuestra procuración de justicia –como el resto- está colapsada. Ante estos signos de desgobierno electoral, las huestes de los partidos salen a la rapiña porque aquí gana el que más lana pone (legal o ilegal).
Lo cierto es que no hay información objetiva que nos confirme porqué perdió el PRI 7 gubernaturas y recuperó Sinaloa y Oaxaca. La mayoría de las opiniones se ha decantado por el hartazgo social provocado por la corrupción y la impunidad. Lo cierto es que el desgobierno priista es evidente y al parecer el electorado estuvo acertado en dar ese golpe. Pero lo que nos debe de ocupar es en componer el sistema electoral para la contienda presidencial del 2018 y diseñar prontamente el cauce del hartazgo social para pasar de la queja a la incidencia.
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