#TodosSomosBilly

08/11/2015 - 12:01 am
El enemigo tiene nuevo rostro. Imagen tomada de Internet
El enemigo tiene nuevo rostro. Imagen tomada de Internet

“La tolerancia es la virtud del débil”

Marqués de Sade

Se acercaba Halloween y en los bellos barrios residenciales del pueblo de Sula, Texas, los niños hervían de emoción eligiendo los disfraces con los que irían a recorrer las banquetas, pidiendo de casa en casa trucos o dulces. Las tiendas departamentales y las farmacias estaban a reventar de sombreritos de bruja, máscaras de monstruos y orejitas de gato, y los adultos buscaban las mejores ofertas de dulces y chocolates a mayoreo. Se trataba de una divertida tradición para todos, sin importar raza, origen o religión. Para todos menos para Billy, que sufre de una terrible condición. El pobre tiene alergia al cacahuate y no puede disfrutar de cualquier dulce, como el resto de sus amiguitos. A su madre se le rompe el corazón cuando tiene que explicarle que el mundo es un lugar peligroso. Pero ¿por qué, mami, por qué existe el cacahuate si es tan malo? No lo sé, mi amor. No lo sé.

Hace un año Alice emprendió una cruzada en el colegio de su hijo y logró que se prohibieran los sándwiches de crema de cacahuate y mermelada, almuerzo predilecto de los chicos estadounidenses, aunque en el colegio ya existía una mesa designada para los alérgicos, y a pesar de los reclamos de padres egoístas que veían esta prohibición como un cuarteamiento de su libertad. ¿Está el derecho al cacahuate encima del derecho a la vida? Igualdad, gritaban sus pancartas y correos. Inclusión. Libertad. #TodosSomosBilly. La anomalía son ustedes, enfermos, que comen cacahuates, ¿por qué tiene Billy que vivir con miedo?, gritaba Alice. Porque él es el que está en riesgo, decían los demás. El mundo está como está porque nadie ve más que por sí mismo, malditos egoístas de mierda, gritaba Alice. Baje su tono de voz, decían los demás. Ya veremos, gritó Alice.

Y el colegio acabó cediendo porque Alice gritaba mucho. Pero se acercaba Halloween y la vida del pequeño Billy volvía a estar en peligro. Ya habían tenido que correr una vez a la sala de urgencias porque el pequeño Billy se había comido una palanqueta. Su hijo tiene doce años, señora, ¿no conoce su alergia? Compró esa cosa en una de esas tiendas de cosas mexicanas, doctor. ¿Ven lo que pasa? ¿Ven lo que pasa si los dejamos pasar? ¡Esos inmigrantes…! Pero, ¿Billy no sabe leer, señora? Es disléxico, doctor, y los fabricantes de dulces son unos hijos de puta intolerantes. Las instrucciones debían venir con las letras mezcladas, si no, ¿cómo esperan que el pobrecito de Billy las entienda? Estoy pensando demandarles.

Alice se convirtió en una agresiva promotora del proyecto de la Calabaza Violeta, en el cuál los hogares realmente incluyentes, tolerantes y apegados al principio americano de la libertad, pintaban una calabaza de violeta, comprometiéndose así a ofrecer dulces sin cacahuate sin huevo sin gluten sin soya sin lácteos sin almejas y/o crustáceos sin abejas encabronadas sin polvo sin PABA para hacer del Halloween una hermosa e incluyente experiencia para todos. Algunas amas de casa desesperadas vieron en la causa de Alice un reflejo de sus propias luchas y se unieron como voluntarias. “Boicot al cacahuate”, y armadas de panfletos ilustrados con un antropomorfizado cacahuate asesino, salieron a las calles a exigir sus derechos y a abogar por la seguridad de los niños. #TodosSomosBilly, canturreaban.

Pero… Halloween tiene que ver con los dulces, comentaban entre sí algunas madres de familia, preocupadas y en voz muy baja. ¿Qué vamos a darle a los niños? Y las calabazas son anaranjadas, se preguntaban otras, no violetas. ¿No es esto un poco excesivo? Siempre había una mujer que callaba: Alice y sus Libertarias tenían espías en todos los círculos sociales.

En la madrugada del 30 de octubre, la paz de los bellos barrios residenciales de Sula se vio perturbada por el continuo ulular de sirenas policiales y de bomberos. Más de 30 familias despertaron con el violento sonido de alguna de sus ventanas quebrándose, y en cada ocasión hallaron una roca pintada de violeta, lo cual constituía una clara sugerencia de lo que había de acontecer al día siguiente. En algunos patios se habían plantado efigies de odiosos cacahuates de madera y se les había prendido fuego, causando en varios hogares daños irreparables. Todo sea por defender la libertad, la seguridad y la inclusión, pensó Alice mientras veía las noticias. Que para algo somos América.

Para el atardecer del 31 los fuegos estaban apagados, los niños estaban disfrazados y la pintura violeta se había agotado en los almacenes del pueblo. Las calabazas agraciaban las banquetas y Billy recibía, por parte de su afectuosa madre, un beso en la frente. Al fin podrá tomar parte, pensaba ella conmovida, de la alegría de las festividades. Ejemplo para todas las naciones, escribió Alice en su blog, diciéndose sumamente conmovida por la participación de sus vecinos que, con sus violetas calabazas, le devolvían la magia a Halloween.

Cuando el pequeño Billy y sus amigos salieron a recorrer las calles, recibieron en sus bolsas botellas de agua certificadas por la FDA, bloques de tofu orgánico y hojas de kale deshidratadas. Billy le sonrió a su madre, que los seguía a la distancia, mientras el resto de los chicos intercambiaba miradas de desconcierto y frustración. Cuando Jack y Dorothy escucharon el timbre, se miraron uno al otro. Qué les doy, qué les doy, preguntó nerviosamente Dorothy. Su casa había sido siempre parada obligada para los chicos, ya que compraba chocolates de las mejores marcas y de tamaño regular. Dales algo que les sirva, refunfuñó Jack, mientras abría el cajón de su armario y le tendía a Dorothy un par de viejas Glock y una caja llena de balas. Esto es Texas, maldita sea.

La jornada siguiente sorprendió al pacífico pueblo de Sula con un suceso escalofriante: al belicoso grito de “¡Muera el kale!”, un trío de chicos enmascarados irrumpió en el colegio particular del pueblo empuñando armas de fuego y abrió fuego dando muerte a seis menores y cuatro profesores. El pequeño Billy sobrevivió y acompañó a su madre durante las numerosas entrevistas que se le hicieron acerca del tema, siendo como era una célebre defensora de la seguridad, la libertad y el sueño americano. ¿De dónde cree usted, Alice, que venga toda esta intolerancia?, preguntaban periodistas y estudiosos. Los asesinos enmascarados son extranjeros, clamó enfurecida, y las enfurecidas turbas se le unieron, razonablemente.

En una sensible nota al margen agregó que el pequeño Billy, a causa del shock, había perdido la capacidad de hablar. Su amorosa madre pedía que, para mostrar su solidaridad, los habitantes de Sula se unieran compasivamente al perpetuo voto de silencio al que Billy estaba ahora obligado, siendo que, a fin de cuentas, #TodosSomosBilly.

Lorena Amkie
Nació en la Ciudad de México en 1981. Su idilio con las palabras empezó muy temprano y la llevó a pasearse por la poesía, el ensayo y el cuento, para encontrar su hogar en la novela. Graduada de Comunicación por la Universidad Iberoamericana, ha publicado la trilogía gótica para jóvenes Gothic Doll (Grupo Planeta) y la novela El Club de los Perdedores. Imparte talleres de escritura creativa y colabora con distintos medios impresos y digitales. Su cercanía y profundo respeto hacia su público, así como su estilo franco y nada condescendiente, le han valido la atención de miles de jóvenes en México y Latinoamérica, situándola como una de las autoras de literatura juvenil más interesantes en el mundo de habla hispana actualmente.
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