Alma Delia Murillo
15/08/2015 - 12:00 am
Testigos de la Normalidad
Mi intención es convertir a este joven en un fiel esposo, en un ciudadano de bien. Pero lo más probable es que mis logros lo conviertan en un fantasma, en una sombra.
Mi intención es convertir a este joven en un fiel esposo,
en un ciudadano de bien.
Pero lo más probable es que mis logros lo conviertan en un fantasma,
en una sombra.
–Peter Shaffer, Equus
Todos tenemos un alma que nos vulnera.
Un alma que, por más nuestra que sea, desconocemos pues está llena de misterios, de dudas, de recuerdos alterados y mitificados al interior de esa maravillosa calamidad que es la familia. De manera que tarde o temprano aparece la necesidad de reconocer y bautizar a los innombrados pasajes que nos habitan.
Y como es verdad que cada quién mata las pulgas como puede, algunos meditan o hacen yoga, otros hablan con los amigos y otros –los más desesperados, tal vez–probamos con variopintas terapias psicológicas que, unas más y otras menos, ayudan a darle forma y color a eso que antes era negrura y confusión.
Pero si atinar en los diagnósticos del cuerpo es un lío, en los del alma, más.
Y si hay gastroenterólogos y dentistas charlatanes; psicólogos también.
En mi top personal de índice de maldad (o de hijaputez) los pongo en el rango más alto junto a los sacerdotes y ministros religiosos que se aprovechan del alma deprimida, ansiosa o abusada que tienen delante y la manipulan a placer para lucrar con ella.
Llegué a terapia a mis veintitrés años, muerta de angustia y avergonzada de mi bolsita de papel a la que tenía que recurrir para no hiperventilar durante las crisis de taquicardia, buscando que alguien me dijera que no iba a morir de ataques de pánico y que había una manera de hacer que se fueran.
Probé con una extraña terapeuta que me daba abrazos y me ponía piedras exóticas en el pecho. Nunca olvidaré el olor de su perfume y su mirada amorosa pero eso no me alivió. Las recomendaciones bienintencionadas de los amigos me hicieron llegar con otra que me daba gotas de Flores de Bach y me repetía que yo era una guerrera de luz tan capaz de superar esas crisis como de seguir trabajando para pagar cada pinche gotita que costaban como si fueran un destilado de champaña Cristal y mezcla de petróleo Brent con ralladuras de diamante. Me fui gracias a que mi cartera y mi sentido de alerta me pedían a gritos que abandonara ese consultorio.
Así, reptando de ansiedad, arribé al psicoanálisis con una terapeuta que, a los dos meses de atenderme, tuvo que irse a vivir a Alemania por un misterioso asunto del que sigo sin saber ni jota. Pero durante esos meses hice algunos hallazgos que me cambiarían la vida y por tal razón creí que debía seguir por ese rumbo.
Entonces llegué con la doctora Z, también psicoanalista, y me quedé siete años. Hoy puedo decir sin reparos que me arrepiento de los últimos tres. El trabajo con ella me dio una estructura que necesitaba desesperadamente pero me dio también un guión de normalidad que –ahora lo sé- yo jamás quise cumplir porque con ello me jugaba la vocación y renunciaba a mis deseos más esenciales. Una tarde anuncié que quería dejar la terapia y le pedí que iniciáramos un proceso de cierre; ella no quería pues argumentaba, insistente, que yo no estaba lista y que sólo quería ahorrarme el dinero. Pasaron ocho meses hasta que, por fin, logré que accediera. (Ya sé que debí largarme tras un estruendoso portazo pero quien ha estado en procesos similares sabe lo difícil que es cargar con el peso de “abandoné la terapia” en lugar de hacer un cierre convenido). En nuestra última sesión la doctora Z me regaló un portarretratos para que enmarcara el diploma que validaría su trabajo –eso dijo- y me instruyó para que pusiera en el marco la foto del día de mi boda con mi hermosovestidoblanco, advirtiéndome, proféticamente, que mis deseos de escribir eran un auto boicot para vivir en la inseguridad; me dijo también que para casarme debía conseguirme un hombre que fuera proveedor ejemplar, parir dos hijos, hacerme dueña de una casa grande y mantenerme delgada. En ese tradicional y homogéneo orden.
Hace poco recuperé el contacto con dos ex pacientes de la doctora Z, nos aterramos al relatar nuestros “procesos de cierre” y descubrir el mismo patrón: que no estás listo, que necesitas seis meses más, que sólo quieres ahorrarte el dinero… en todos los casos el último día giró instrucciones precisas –con regalo de por medio- sobre lo que debíamos hacer de nuestras vidas.
Recientemente leí en El País un artículo sobre un pseudo terapeuta acusado en Barcelona de abusar sexualmente a más de treinta mujeres recurriendo a la medicación y manipulación. Y la semana pasada escuché en el baño de cierta librería-cafetería de esta inagotable ciudad, a una jovensísima mesera que le exponía su “caso de homosexualidad” a una supuesta psicóloga que, negligente e irresponsablemente, le sugería que dejara a su novia y volviera a probar con los hombres pues era obvio que sólo estaba confundida ya que la homosexualidad es “normal” únicamente cuando se presenta desde la niñez. En su discurso cerril y reaccionario citaba lo mismo a Freud que pasajes de la Biblia. La mesera temblaba.
Estoy convencida de que el dios monoteísta más castrante y universal sigue siendo ese que llaman Normalidad y los que van tocando de puerta en puerta para hablar en su nombre son la secta más punitiva de todas porque su propósito es lapidar nuestro pedazo de infinito: el alma diferente y única de cada uno, el derecho a elegirse a sí mismo y a actuar según el propio deseo.
Y entiendo que ellos sólo entregan un mensaje social amasado moral e históricamente desde hace siglos pero, en estos casos, qué ganas dan de matar al mensajero. O de mandarlo a la mierda sin instructivo ni simbólico regalito de despedida.
@AlmaDeliaMC
Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.
más leídas
más leídas
opinión
opinión
23-01-2025
23-01-2025
23-01-2025
22-01-2025
22-01-2025
21-01-2025
21-01-2025
destacadas
destacadas
Galileo
Galileo