Darío Ramírez
04/06/2015 - 12:00 am
Un tal Pedro
Es maya. Su estatura es baja, pero su fuerza es grande. Sus mirada penetrante desafía a los poderosos. Apacible y pausado en su hablar, no teme agradecer a aquellos que le tendieron una mano en momentos de adversidad. De lento caminar, el vaivén pausado de sus pasos conmina a la reflexión. Es una persona a […]
Es maya. Su estatura es baja, pero su fuerza es grande. Sus mirada penetrante desafía a los poderosos. Apacible y pausado en su hablar, no teme agradecer a aquellos que le tendieron una mano en momentos de adversidad. De lento caminar, el vaivén pausado de sus pasos conmina a la reflexión. Es una persona a la que le robaron nueve meses de su vida. Sin odio, retoma su libertad y su causa. Aunque estaba en la prisión, nunca se deshizo de ellas. Los monstruos crearon un adversario más grande, que cree en la libertad porque conoció el encierro. En los momentos que se viven actualmente en México parece que quienes creen en la libertad y la justicia son agentes tóxicos para un sistema que reduce la participación al cuasi inútil ejercicio del voto. Sus ojos, fijos en el horizonte, denotan la duda sobre el futuro. ¿Qué hacer después de que el Estado te encerró de manera arbitraria y, un buen día —a las 12 pm— se abre la puerta de tu celda para que salgas del forzado cautiverio? Supongo que la respuesta se decanta con el paso de los días, pero no se confunda con esa mirada suave en el rostro. Sus ojos lo dicen todo y su boca lo secunda.
El sobreviviente con esta la mirada es Pedro Canché, periodista, activista, padre, amigo, colega y guerrero maya.
A Pedro le gusta escribir para informar, eso lo hace periodista. Al más puro estilo de la Revolución francesa, afirmaba que “habían encarcelado su cuerpo, pero no sus ideas”. De ahí que comenzara a bloguear desde la cárcel: Diario de un preso de conciencia, donde lanzó cartas a favor de quienes estaban allá afuera enfrentando a los monstruos de mil cabezas. Recuerdo con especial asombro una carta que le escribió al periodista Moisés Sánchez, asesinado a principios de este año en el letal Veracruz.
Pedro Canché fue detenido el 30 de agosto 2014 en el municipio de Carrillo Puerto, Quintana Roo. El delito que se le imputó: sabotaje. Los hechos que le atribuyen a Canché se derivan de la cobertura de una manifestación contra la privatización del agua en la zona de Carrillo Puerto. Él, con su cámara, hacía tomas del violento desalojo de los manifestantes mayas. Después de levantar esas imágenes, su atrevimiento fue hacer un video donde retaba a un diálogo público al gobernador Roberto Borge para discutir el futuro del agua en la región. Osado el periodista, dirían algunos.
Pese a no existir pruebas en su contra, la saña del Estado se desató contra el periodista maya, sin importar que la averiguación previa tuviera graves incongruencias y errores de mala leche, como que el Ministerio Público no le atinó ni siquiera las fechas de los hechos y, con velocidad supersónica y atípica, integró la averiguación en 48 horas. Rápidamente entrevistaron al personal de la Comisión de Agua Potable y Alcantarillado que señaló de manera inequívoca a Canché. Si usted se pregunta si hubo alguna otra prueba, ya conoce la respuesta: no, no la hubo. Nuestro sistema de procuración de justicia es de puras oídas, chismes y venganzas.
“Fueron nueve meses de oscuridad”, decía Canché cuando tocó piso chilango y tuve el placer de saludarlo. Su discurso cotidiano reluce por las profundas ideas que plantea. Pedro no habla liviano, reflexiona para todo y de todo. Se sabe víctima de la intolerancia de un mal gobierno. Sabe que el haber pedido dialogar al gobierno, que hipotéticamente trabaja para él y su etnia, no está mal, pero sabe también que ello tiene consecuencias que sólo se dan en regímenes autoritarios. Y aún así, su voluntad sigue fija en cómo darle voz a sus compañeros mayas. Resultaba sorprendente ver su temple y escucharlo hablar de la democracia y su importancia. Yo no entendía cómo una persona inteligente como él podía creer ciegamente en la democracia después del atropello que había sufrido. Posteriormente soltó la idea que me hizo comprenderlo: “El problema es que si no hay democracia, hay guerra civil, y en ese escenario los muertos los ponemos los pobres”. Es increíble que un indígena maya, dedicado al periodismo y partidario de la democracia, se haya podido convertir en un enemigo del gobernador de Quintana Roo. Tras minutos de dialogar, me doy cuenta de que ni siquiera él podía creer que sus palabras hubieran llegado tan alto y provocado esa iracunda respuesta.
La intolerancia de Roberto Borge ocasionó que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, después de años de no hacer nada a favor de los periodistas, emitiera una recomendación en contra del gobierno de Quintana Roo. Hecho inédito. Obviamente, el iracundo gobernador no contestó sobre si aceptaba o no la recomendación. Su silencio lo dice todo. El desdén hacia el órgano autónomo se consuma con el despotismo ejercido en esa parte de la República mexicana. Pero ya lo intuíamos, Borge es un tirano.
Al parecer, Pedro Canché tenía la facultad —desde prisión— de mover montañas, unir organizaciones y periodistas. Los músculos de su cara se relajan cuando habla de la solidaridad que ha recibido. Sus ojos se empañan y sólo alcanza a decir que hablar con colegas es la mejor terapia: “poco a poco voy entendiendo qué pasó”.
El futuro es incierto y Pedro lo sabe. El fin del mandato de Borge está próximo y está consciente de que debe cuidarse para no ser presa política de los amigos o enemigos del gobernador. “Un balazo contra mí podría ser para calentarle el estado a Borge, ahora que quiere poner a su delfín como candidato a gobernador”, asevera Canché. Es un hombre político y enterado.
Al mismo tiempo contempla cómo seguir con su trabajo, rehacer su vida, abrazar a su familia. Reconoce que el golpe hizo pasar muchas angustias a sus familiares y amigos.
Al llegar a verlo, lo encuentro leyendo el libro Memorias de una infamia, de la periodista Lydia Cacho. Una guerrera le habla a otro guerrero. Pareciera ser el diálogo que sostienen dos personas, a través de la lectura, a quienes el sistema ha atropellado ferozmente.
Cierra con una frase que es digna de un libro de poesía: “Nuestra democracia ha parido bastardos”. Yo me quedo pensando en las masacres a las que nos han acostumbrado. Él me recuerda que no se puede cejar en el intento de crear un mejor país. Nuestro país. Si lo dice alguien que aguantó un encierro arbitrario e ilegal, tal como lo señaló el grupo de detenciones arbitrarias de la ONU, debe ser cierto.
Nos damos un abrazo y nos alejamos.
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