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Ernesto Hernández Norzagaray

08/05/2015 - 12:00 am

Candidatos, elecciones e instituciones en la mira

A Ulises Fabián, el candidato de la coalición PRI-Verde a la Presidencia Municipal de Chilapa, se le veía exultante mientras estaba colgado del asidero de una puerta de un autobús urbano. Se balanceaba con un collar multicolor, una banderola blanca sin anagramas electorales donde iba solo su nombre con letras verdes. Nunca imaginó la sombra […]

A Ulises Fabián, el candidato de la coalición PRI-Verde a la Presidencia Municipal de Chilapa, se le veía exultante mientras estaba colgado del asidero de una puerta de un autobús urbano. Se balanceaba con un collar multicolor, una banderola blanca sin anagramas electorales donde iba solo su nombre con letras verdes. Nunca imaginó la sombra trágica que se abalanzaba sobre él y está presente en las elecciones no sólo en Guerrero, sino en muchos de los otros estados donde ocurrirán el próximo 7 de junio.

Muchas candidaturas que en estados como Guerrero no sólo representan la posibilidad salir del anonimato o ser seleccionado, entre los muchos de la coalición PRI-Verde, sino ser ganador ante la fragmentación de la izquierda. La posibilidad de alcanzar visibilidad pública y ser referente de poder incluso escalar nuevas posiciones políticas. Ingresar por la puerta grande a la elite política regional. Estar en la nómina del gobierno. Mandar en su municipio y ser interlocutor e instrumento de los de más arriba.

No son pocos los incentivos para un profesor, un pequeño comerciante o un profesionista sin muchas expectativas económicas en esas comunidades pobres. Es por eso que aun con todos los riesgos que representa ser candidato siempre será peor mantenerse sin hacer nada para salir de su situación de marginalidad. ¿Cuántas candidaturas de las que hoy compiten son producto más de esta circunstancia que de una decisión largamente pensada o producto de una lucha cuerpo a cuerpo en un partido esgrimiendo razones políticas?

Hoy, cuántos hombres y mujeres, de esas sonrisas congeladas que invaden profusamente el espacio público ¿son golondrinas de un solo verano que buscan su minuto de gloria?

Quedan esas imágenes plásticas para el recuerdo de hijos y nietos, las frases sosas o el registro de una entrevista en la mayoría de ellos. Cuándo saben que  las posibilidades de triunfo son remotas para no decir nulas. Que se les postuló quizá para cubrir el trámite ante el órgano electoral que garantiza el llamado juego democrático y al día siguiente de la elección volverán a sus rutinas con sus  fotos, anécdotas y sueños incumplidos.

Y ante esto, la pregunta inoportuna no se hace esperar: ¿Vale la pena arriesgar la vida en una campaña sin futuro? Por aquellos u otros motivos ininteligibles podrían decir que sí. Entonces, la tragedia de muchos políticos quizá como Ulises Fabián, es antes que producto de un ideario y propósitos de cambio resultado de  las ganas de aparecer. Ser parte de las imágenes y los nombres tatuados en el paisaje urbano y la papeleta electoral.  De las que se registran en el mejor de los casos en pendones y espectaculares efímeros. Los nombres que repiten insistentemente los jingles invocando una suerte de milagro guadalupano capaz de transformar el deseo en votos.

Pero, no hay más que la cruda realidad, la que resulta de los comicios inmediatos donde casi todo es previsible. En esto no hay magia. Son los aparatos partidarios y el dinero  venido de cualquier fuente de financiamiento.  No puede haber sombra sino certezas que eliminan cualquier otra posibilidad por más carismático y popular que pueda ser un candidato. Sea por la vía del apabullamiento, la amenaza abierta o soterrada o la eliminación física.

Así, muertes de personajes como Ulises Fabián, como las amenazas contra otros candidatos en distintos estados sólo puede explicarse por el estorbo potencial que representa para el candidato bueno. Por el deseo de mandar mensajes de que en esos territorios nadie puede entrar sin pedir permiso, postular sin pedir aceptación ganar sin tener el voto más importante. Menos todavía aspirar a tener el poder político sin su anuencia. Sucede en Guerrero pero también en otros estados. Hace unos días el dirigente estatal del PAN en Sinaloa declaraba que a los candidatos de su partido no los dejaban hacer campaña en los municipios de la Sierra Madre Occidental, en el llamado triángulo dorado. Su reclamo tuvo como respuesta el silencio. Que significa no pasan. No habrá campaña en esa región pero si votos y ganadores.

Se trata con estas medidas ampliar el margen de victoria mediante la eliminación del candidato con posibilidades. Reducir la democracia electoral a un juego de ganadores y perdedores sin importar los medios. ¿Quién no recuerda aquellos cincuenta candidatos panistas que fueron bajados por el crimen organizado en las elecciones michoacanas de 2011?, que lo denunció el propio Presidente Calderón sin que pasara nada. ¿Se trataba de hacer ganar a los que resultaron finalmente como ganadores en el estado de las trojes? Probablemente sí.

La evidencia que hoy conocemos gracias a los medios de comunicación, es que al menos el hijo del ex gobernador de Michoacán sostenía charlas privadas con Servando Gómez, La Tuta. Y por eso fue a la cárcel y ahora por esas paradojas de nuestra justicia está en la calle como cualquier otro ciudadano.

La impunidad finalmente es el mayor incentivo para continuar acotando la actuación de los candidatos que van en busca del voto. En efecto, la lista de violencia en estos días tiende a hacerse larga. Sucedió en Morelos contra un candidato socialdemócrata; en la Sierra norte de Puebla contra una candidata de la coalición PRI-Verde; en la Huasteca potosina donde desapareció un operador panista y varios militantes fueron golpeados; en Michoacán donde candidatos a alcaldes han sufrido amenazas; en Veracruz fue incendiada la casa de campaña de una candidata a diputada federal de Morena y en Chihuahua miembros de Morena también fueron atacados por la policía y lo mismo sucedió con su candidata a gobernador en Michoacán; en Sonora las oficinas de la candidata a gobernador del PRI-Panal-Verde fueron vandalizadas y en Guerrero los vehículos de campaña del candidato panista a gobernador fue agredido y más recientemente el candidato del partido Movimiento Ciudadano a gobernador fue encañonado en un acto de campaña y la muerte de Ulises Fabián.

Es el nuevo escenario del poder mafioso y lo que explica la violencia que hoy alcanza a Jalisco, Colima y Guanajuato, estados donde hasta hace poco prácticamente no sucedía nada y ahora parece suceder de todo. Las imágenes incendiarias de autos, camiones de carga, gasolineras o bancos son propias de un estado de guerra donde las fuerzas de seguridad del Estado mexicano parecen incapaces de controlar la situación. No hay todavía un parte que explique con certeza en ese fin de semana negro y los legisladores estadounidenses empiezan hablar de terrorismo ante las imágenes dignas del peor momento de la guerra de Irak.

Esto plantea un problema no sólo para hoy sino el mañana. Cada candidato que asuma un cargo público bajo aquel sello es tóxico para la frágil democracia mexicana, como lo demostraron los Abarca en Iguala, quienes eran parte de un grupo criminal y gobernaban hasta la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal rural de Ayotzinapa sin que a siete meses sepamos a ciencia cierta qué fue lo que pasó aquella tarde perros.

Entonces, la muerte de Ulises Fabián como las agresiones a los candidatos agredidos, no es un asunto menor está en juego algo más que las 500 diputaciones federales, las nueve gubernaturas y los cientos de cargos legislativos locales y presidencias municipales.

Y lo grave es que el INE, no parece tener un plan B, como tampoco el gobierno federal y los estatales.

Menos, los ciudadanos, en medio del temor por las imágenes virtuales.

Ernesto Hernández Norzagaray
Doctor en Ciencia Política y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel I. Expresidente del Consejo Directivo de la Sociedad Mexicana de Estudios Electorales A. C., exmiembro del Consejo Directivo de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política. Colaborador de Latinoamérica 21, Más Poder Local, 15Diario de Monterrey, además, de otros medios impresos y digitales. Ha recibido premios de periodismo, y autor de múltiples artículos y varios libros sobre temas político-electorales, históricos y culturales. Su último libro: Narcoterrorismo, populismo y democracia (Eliva).

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