Divorcio y el amor

15/02/2015 - 12:05 am

Dentro de las muchas y muy desafortunadas frases/preguntas que escuché en la víspera de mi divorcio, la peor fue ésta: “Y entonces qué, ¿vas a empezar a salir en citas, a estas alturas?”. El que preguntaba, despechado, era el divorcée en cuestión, según él defendiendo el quedarnos juntos, según yo llamándome vieja y esperando mi resignación. Pensé en las siguientes frases de una canción de Jeff Buckley: “Too young to hold on, too old to just break free and run”. O sea: “Soy demasiado joven para aferrarme, demasiado viejo para liberarme y correr”.

A los nacidos a inicio del siglo pasado les escandaliza el alza en el número de divorcios, y el argumento que muchos hemos oído es que las parejas de ahora son más perezosas, que se niegan a trabajar en sus problemas o que esperan “que todo sea muy fácil”. Entonces hay que preguntarse cuál es la razón para elegir un compañero: ¿que sea difícil? La vida ya es suficientemente difícil. También he oído que “las nuevas generaciones son menos románticas”. Supongo que se refieren a la noción del amor eterno, o al menos a la idea de quedarse con alguien simplemente porque dijiste que lo harías. Este fue otro reclamo: “Prometiste que en las buenas y en las malas”. Sí, en las buenas y en las malas de la vida, en lo que la vida nos lance como equipo y que debamos enfrentar juntos. La dicotomía no aplica en cuanto a que tú eres malo y yo soy buena y hay permanecer pegados como los lados opuestos de un imán. No aplica cuando la vida no es la que nos lanza las rocas, sino nosotros, uno al otro.

La verdad es que el divorcio, en sí, es una cosa muy fea, empezando por el nombre. Es una palabra creada específicamente para referirse a la terminación del contrato matrimonial; no hay cómo darle la vuelta. No es “cortar”, “separarse”, “des-enamorarse”. No es dejar de querer, dejar de hacer algo. No es un verbo pasivo, sino muy activo: divorciarse requiere mucho trabajo, y al igual que un post anterior hablé de la diferencia entre “amar” y “enamorarse”, diciendo que era mejor lo segundo, ya que era algo que seguía pasando, al contrario de amar, que es algo estable y fijo, “divorciarse” es un proceso que además te deja marcado para siempre: más allá de si estás divorciado, o sea, de si ya rompiste aquel contrato, ahora eres divorciado. Divorciada. Forma parte de lo que en la sociedad te define. En los papeles para cualquier trámite, en la sección de Estado Civil, hay un recuadrito en el que se puede palomear “Divorciado”. Pero haber dejado a una persona y la vida con ella no es algo que siga pasando una vez que ya pasó. Te caíste: ya, te levantaste. No eres un “caído”. Te enfermaste: ya, te curaste. No eres un enfermo. ¿Por qué uno tiene que ser divorciado para siempre? Divorciarse es romper algo, separar algo, terminar con algo. Es un final. ¿Por qué tengo que definirme desde ahí?

En los últimos años he oído y hablado mucho de divorcio, de lo que significa y de lo que provoca. He visto a un gran porcentaje de amigos cercanos pasar por ese puente; algunos llegan a un lugar mejor, otros brincan y se balancean un rato sobre el abismo, otros más vuelven sobre sus pasos. Al mismo tiempo veo un nuevo género de películas que podrían categorizarse como “senior romance”, y en que los protagonistas (Diane Keaton, Alec Baldwin, Jack Nicholson, Meryl Streep, etcétera) se dedican a enamorarse y desenamorarse sí, a esas alturas. Y es que la primera generación liberada, en la que el divorcio dejó de ser tabú, está cumpliendo 50 y 60 años, y con eso de que los 30 son los nuevos 20 y los 70 los nuevos 55, todos estamos descubriendo que nadie está demasiado viejo para soltarse y menos para volver a agarrarse. Es un plan truncado, pero no el truncamiento de todos los planes. Es la muerte de un sueño, pero no de todos. Es el fin de un amor, pero no el fin de El Amor.

Por mi parte, en los dichosos recuadritos jamás palomeo Divorciado(a). Es una acción que tomé, no una definición de lo que soy. Al principio me parecía una ironía haber “fracasado” en el amor, yo, que soy una de las más empedernidas románticas que conozco. Pero ése es justamente el asunto: el puente, créanmelo, es de esos que cuelgan sobre mares llenos de tiburones, sostenidos por cuerdas frágiles que amenazan con dejarte caer. Los trozos de madera están apolillados y crujen a cada paso, y cada paso te aleja de una tierra conocida en la que alguna vez hubo vacas gordas. El puente no es un arcoíris que prometa tesoros al final. Es un puente peligroso; dichoso el que nunca haya tenido ganas de cruzarlo porque su tierra sea fértil, soleada y hermosa. Si lo cruzas es porque el terreno detrás de ti es árido. Es porque crees que hay algo mejor. Es porque la vida y el desamor no han podido contigo, no han logrado que dejes de creer .Y cuando, con los ojos bien abiertos, lo cruzas, aferrándote al áspero barandal como si en ello se te fuera la vida (porque en ello se te puede ir la vida), y llegas a un continente desconocido, y te das cuenta de que estás solo, sí que da miedo. Porque cruzar es apenas el principio. Y allá, dentro de la maleza, quién sabe lo que encontrarás. Detrás, el puente se desploma… no hay marcha atrás. Te divorciaste. (Ah… ¿ven cómo la palabra desentona con la lírica?) Decidiste que no eras demasiado viejo para soltarte y echarte a correr en busca de otra cosa. Divorciarse no es el fracaso del romance, sino la creencia de que hay que salir a buscarlo a otra parte. Quién sabe qué encontrarás allá, dentro de la maleza. Pero hay algo que ya encontraste, con lo que cruzaste el puente, con lo que te echarás a correr. Tus pies.

Lorena Amkie
Nació en la Ciudad de México en 1981. Su idilio con las palabras empezó muy temprano y la llevó a pasearse por la poesía, el ensayo y el cuento, para encontrar su hogar en la novela. Graduada de Comunicación por la Universidad Iberoamericana, ha publicado la trilogía gótica para jóvenes Gothic Doll (Grupo Planeta) y la novela El Club de los Perdedores. Imparte talleres de escritura creativa y colabora con distintos medios impresos y digitales. Su cercanía y profundo respeto hacia su público, así como su estilo franco y nada condescendiente, le han valido la atención de miles de jóvenes en México y Latinoamérica, situándola como una de las autoras de literatura juvenil más interesantes en el mundo de habla hispana actualmente.
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