Los dientes

08/02/2015 - 12:00 am

Lo primero que hizo él tras cruzar el umbral, fue ir a hacer buenas migas con ella. Yo no le dije nada, ni me habría atrevido a esperarlo, pero era crucial. Pronto fue claro que se trataba de un público muy difícil: en sus primeros intentos por tocarla, Alba se escapó con solo percibir su presencia, arrastrando sus tres patas sanas a un rincón para quedarse ahí temblando. Lo que habrá vivido, dijo él, ojos dulces, manos suaves. Los ojos de Alba también lo dicen todo: lo que no grita, lo que no empalabra, lo que no suplica poniéndose de rodillas. Dicen: no me lastimes más. Sus tres patas dicen: correré hasta caerme de un precipicio, con tal de que no me lastimes más. Sus orejas dicen: no puedo descansar, los predadores acechan, la lluvia se acerca, el mundo sigue girando y yo seguiré corriendo porque no hay para mí un nido cálido ni una mano que me garantice caricias, cada vez. Lo he visto todo: mis huesos, mi piel y mi miedo lo atestiguan.

Sólo estará aquí de paso: no puedo quedarme con todos porque entonces no podría hacer más por los que nadie más ve y nadie más encuentra. Sólo estará aquí de paso, él lo sabe, hasta que pueda sanar y buscar las manos en vez de huirles. No le importa, igual que no le importó llegar a encontrarse con que la sala nueva está tapizada de sábanas a su vez tapizadas por pelo canino. Ni le importa el pasto que los demás se sacuden luego de sus correrías por el jardín, ni el ruido ni la casa conquistada. Sale de nuevo al rincón y esta vez Alba le muestra los dientes, aterrorizada. Cuidado, le advierto, te puede morder. Niega tranquilamente con la cabeza: No, no me echó la boca. ¿No vio los dientes o es que entendió y lo dejó ir? Da igual: no vio los dientes.

Yo la peino con cuidado y el cepillo se queda lleno de algo viejo y sucio, polvoso y reseco. Ella no lo sabe pero hay algo suave y brillante que está gestándose en su piel: nuevo todo y hermoso. Sigue temiendo pero su cuerpo ha dormido bajo techo y los platos vacíos se llenan como por arte de magia. El agua es transparente y limpia a su paso lo que la humanidad había ensuciado. Ella no lo sabe. Ya le quitaron las puntadas y poco a poco la piel vuelve a su lugar original. Su pata siempre estará torcida, sin dolor pero como recuerdo. A veces, cuando lo olvida, corre feliz, con algo de cachorra asomando por las pupilas, con los dientes enseñando otra cosa que miedo. Entonces él vuelve a salir y ella se encoge, envejecida y suplicante de nuevo: por favor no me lastimes. Cualquiera se rendiría: él no. Le lleva comida. Le acerca la mano muy lentamente. Guarda su distancia. No le habla porque su voz le da miedo. De vuelta al principio, eso parece, pero no.

Él no me ve viéndolo y entonces lo busco, y aunque tengo voz, mis ojos le dicen “gracias” y lo abrazo para sentir lo que quisiera tanto que tú, Alba tan triste, sintieras. Que se pueden relajar los músculos. Que se puede jugar en el sol. Que el agua fresca no se acaba. Pero, ¿cómo podría explicártelo yo, justamente yo, que también soy dientes, huesos rotos, piel reseca y viejas heridas? A mí me cuesta dormir también, a veces. A veces me escondo en mi rincón, y enseño los dientes aunque él no los vea. Quiero tanto la mano suave, que le huyo de pronto, para no acostumbrarme a ella y estar lista para salir corriendo al precipicio, si es necesario. Pero he visto en otros los ojos de Alba, y siento en mi pecho las ganas de saltar, también, y de tomar el sol, y de creer. Dame tres o cuatro días, dice él. No se lo toma personal, no se ofende, no se rinde.

Me refugio con ella, la abrazo, la sigo cepillando, la entiendo más allá de la especie y del tiempo, desde el miedo, el dolor y la esperanza. He visto en otros esos ojos, esas heridas, esa certidumbre de soledad eterna, que se disuelve casi imperceptiblemente hasta que un día quedan algunas pesadillas, algunos dolores, alguna patita chueca, nada más. Sanarás, Alba, y no podrás creerlo. Sanarás y la familia que será la tuya encontrará hermosa y valiente a tu patita chueca, que sanó a pesar de todo, porque eres una luchadora. Serás una cachorra de nuevo, aprenderás otra vez a jugar, a ser feliz. Pues ¿quién puede resistirse a la mano suave, al hombre que necesita ser el que te espera, el que te demuestra que los sueños también son de colores, a la voz que se guarda para no asustarte, al que finge no ver tus dientes aunque, a veces, lo muerdan?

Lorena Amkie
Nació en la Ciudad de México en 1981. Su idilio con las palabras empezó muy temprano y la llevó a pasearse por la poesía, el ensayo y el cuento, para encontrar su hogar en la novela. Graduada de Comunicación por la Universidad Iberoamericana, ha publicado la trilogía gótica para jóvenes Gothic Doll (Grupo Planeta) y la novela El Club de los Perdedores. Imparte talleres de escritura creativa y colabora con distintos medios impresos y digitales. Su cercanía y profundo respeto hacia su público, así como su estilo franco y nada condescendiente, le han valido la atención de miles de jóvenes en México y Latinoamérica, situándola como una de las autoras de literatura juvenil más interesantes en el mundo de habla hispana actualmente.
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