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Alejandro Páez Varela

31/03/2014 - 12:05 am

(Y no me burlo: lo dice Time)

Si conservar el planeta fuera una actividad que dejara dinero a carretadas, rápido y sin trabajo, créanmelo: los políticos mexicanos serían medioambientalistas. No digo, de entrada, que no hay actividades responsables que generan ingresos; reciclar es una de ellas y un ejemplo sobrado. Lo que digo es que si salvar el agua, el aire y […]

Si conservar el planeta fuera una actividad que dejara dinero a carretadas, rápido y sin trabajo, créanmelo: los políticos mexicanos serían medioambientalistas. No digo, de entrada, que no hay actividades responsables que generan ingresos; reciclar es una de ellas y un ejemplo sobrado. Lo que digo es que si salvar el agua, el aire y la tierra dejara cash (pongo énfasis en el término en inglés) de inmediato y sin esfuerzo, tendríamos leyes de avanzada en la materia y por consecuencia playas limpias, cielos azules, agua cristalina en los ríos y en las lagunas y manejo responsable de desechos; podríamos nadar en los charcos que se forman en los pasos a desnivel, beber del grifo y hasta las galletas de animalitos serían orgánicas.

Pero no, salvar el futuro no es ahora mismo una actividad redituable para los políticos mexicanos. Entonces la agenda del país es otra: qué ganas tenían de repartirse legalmente los energéticos (saqueaban Pemex en lo oscurito) y ya, sin demora, el salvador (no me burlo: lo dice Time) Enrique Peña Nieto impulsó la Reforma Energética. Qué ganas de repartir poder y dinero con las telecomunicaciones; pues ya, de inmediato, hay reforma en la materia. Qué ganas de sacarle más jugo a los contribuyentes formales –sobre todo a la clase media– y con toda prisa, a la voz de ahora es cuando, la Reforma Fiscal fue prioridad. Qué ganas de seguir sangrando a los ciudadanos con su “democracia” cara y su sistema corrompido de partidos: pues ya, ya, ahora mismo quieren su Reforma Electoral.

Esa es la política en México. Esos son los políticos y la horda de empresarios plus que sangran a la Nación a punta de favores y corruptelas. Esa es la agenda que nos mueve, entonces.

Ejemplo de lo anterior, es la educación. Cheque: educar a los ciudadanos no deja dinero en el mediano y corto plazos; de hecho, los maleducados son un excelente negocio inmediato (y vaya si lo son: los ignorantes conforman la masa revolucionaria e institucional más fiel). Lo que deja dinero y poder de inmediato es administrar la nómina de los maestros y los recursos de la educación. Por eso, claro, México tiene el mayor sindicato de educadores de todo América Latina y aunque la corrupta Elba Esther Gordillo (no soy católico pero me persigno, por si las moscas) está presa, ya saldrá a disfrutar de su dinero, como lo disfrutan sus familiares mientras escribo y mientras usted me lee.

Otro ejemplo es la “democracia”. Y vaya ejemplo. Ese es un gran, gran negocio de corto plazo. Por eso, nuestro sistema de partidos es uno de los más caros del mundo (“hay que fortalecerlo, sí señor, cueste lo que cueste”) y paga guaruras, cenas, comidas, desayunos, boletos de avión, asistentes, asesores, zapatos, corbatas, trajes, hoteles y, si se trata de Ernesto Cordero, hasta champú para la calvicie. Y por debajo del agua, pues paga todo, y con creces. Generoso sistema “democrático”, bendito sea Dios. Nomás para seguir con los ejemplos: un maestro ignorante, descarado y mentecato como Carlos Hank González (otra vez me persigno) se convierte en uno de los hombres más ricos del país y sus hijos, híjole, se vuelven próceres: ahora sus nombres se levantan en los muros altos de los museos nacionales como “donantes” (no es metáfora: vaya un fin de semana y vomite); asisten a todos los eventos de caridad, interceden ante los santos por nuestro destino y hasta segregan mármol para sus propios mausoleos. Bendita democracia y bendito sistema político.

Y esa es la política en México. Y esos, sus políticos y la horda de empresarios plus que nos sangran gracias a sus favores.

(Alguien me preguntaba por Twitter si cuando escribo mi columna de los lunes en SinEmbargo estoy encabronado –así dijo: encabronado–. En realidad no. Ayer me paré en el Museo Tamayo y me cayó como patada en… la nuca ver el nombre de Carlos Hank como prócer; la ONU habla de un Apocalipsis en su informe sobre el cambio climático, y pensé: ¿qué México va a heredar esta generación, que dejó que se vendiera el petróleo y que inyecten mierda al subsuelo –fracking– para sacar gas shale? Mirando veo: ¿para qué estar encabronado? De lo que tiene uno ganas es de llorar, y salir corriendo).

Qué bueno que la Patria nos da muy de vez en cuando un Presidente reformador (o salvador). (Y no me burlo: lo dice Time). ¿Se imaginan si Vicente Fox o Felipe Calderón hubieran tenido en sus manos el Congreso? ¡Ay, mis hijos! (Bueno, yo no tengo; entonces ¡ay, sus hijos!). El último es Carlos Salinas de Gortari y revisen su cartera, chequen los recibos de su casa: casi todo lo que pagamos alimenta la barriga del hombre que hizo un imperio global explotando sólo mexicanos: Carlos Slim Helú, criatura y creación legítima de aquél reformador que hoy se pasea por los palacios y da entrevistas para dictar clases de política (ajá).

Acuérdense de mí en 20 años (posiblemente ya no esté, pero de todas maneras se van a acordar): de este nuevo reformador (o salvador, lo dice Time) viene la próxima camada de explotadores de mexicanos.

En una cosa sí me equivoco (bueno, en varias), pero no puedo evitarlo: las reformas que impulsan los políticos mexicanos sí piensan en un futuro en el que usted, por supuesto, está invitado.

Y ya, ahora déjenme el resto de la tarde del domingo que se acabó el mes y debo calcular cuánto de mi salario se va para las finanzas de Carlos Slim, creación de aquél otro reformador, el de hace poco más de 20 años, uno que también fue llamado “salvador” en infinidad de portadas de revistas y diarios nacionales y extranjeros.

Si salvar a México dejara cash en el corto plazo, Time necesitaría una portada de 20 páginas para acomodar a toda la clase política mexicana, entonces sí nuestra salvadora.

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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