Vengo llegando de unos divertidísimos días en la FIL de Guadalajara y llevo un rato intentando decidir de qué escribir en este espacio: ¿de lo complicado que estuvo el tema de seguridad debido a la visita del presidente israelí? ¿de los pasillos por donde había que abrirse camino a codazos o a bolsazos de libros? ¿de la esperanza que todos sentimos al ver a millares de jóvenes ojeando y hojeando? ¿o del hecho de que Sasha Grey tuvo un público mayor al que acompañó a Vargas Llosa en la presentación de su libro? Bueno pues, ahí está, un pequeño resumen. Pero lo que se quedó en mi cabeza y me hace sonreír cuando lo recuerdo fue mi interacción con los adolescentes: son geniales, frescos, y están aprendiendo a cuestionarlo todo.
Al terminar la presentación de mi última novela, conducida magistralmente por Vivian Lavín (¡gracias de nuevo!), conductora del programa de radio chileno Vuelan Las Plumas, se abrió un espacio a preguntas del público. Cabe mencionar que yo traía puesto un vestido estilo gótico, los dedos llenos de anillos y en general una imagen “vampiresca”, y que estaba de un ánimo excelente, lo que me llevó a decir muchas tonterías y a hacer un montón de bufonadas como ponerme mis colmillos de plástico y amenazar a la pobre Vivi, que había anunciado desde el principio que los vampiros la asustaban. Cuando intentábamos volver a un tema “serio”, como las dificultades en el mundo editorial, distinguía a mi editor o a mi padre entre el público, ostentando sus dentaduras postizas, y estallaba en carcajadas. De modo que ése era el ánimo que imperaba. Entonces se levantó una chica. Su expresión era muy seria y en lo que le llevaban el micrófono recorrí mi catálogo mental de posibles ofensas… sí, Abel, el chico guapo de mi trilogía, había sufrido mucho a lo largo de ésta. Sí, muchas tramas habían quedado abiertas y la serie había llegado a su fin. Y sí, acababa de confesar en voz alta que no quería ser inmortal, que mi palabra favorita es “burbuja” y que desde niña quise ser famosa. ¿Cuál sería el reclamo? Nunca habría adivinado.
-Tienes tu imagen así, tipo oscuro, toda de negro, con tu peinado y anillos… tu página es así y todo eso, pero SEAMOS HONESTAS: ¿es real? ¿Eres así o lo haces porque Maya (la protagonista de mi trilogía, un adolescente convertida en vampira contra su voluntad) es así?
Seré honesta, como me lo exigieron: adoré esa pregunta. Me hizo sonreír y ahora mismo estoy sonriendo de nuevo. Esta lectora se sintió obligada a defender los intereses de mi protagonista, sugiriendo que era posible que yo, la autora, fuera la copiona, la ladrona de identidades que estaba usando la imagen de Maya para su propio beneficio. Maya es la real, yo soy la fake. Yo estoy basándome en Maya para ser lo que soy, no al revés. Lo que respondí no importa realmente.
Horas después estaba comprando unas libretas y una chica se me acercó.
-Oye- dijo a modo de saludo –eres escritora, ¿no?
-¿Cómo supo?, pensé emocionada, imaginando que había una especie de vibra creativa que se notaba.
-Por la... - dijo, y señaló con la mirada mi atuendo, mi peinado, cosas que sólo podían justificarse si era artista.
Pues si, le dije, soy escritora.
-La verdad no he leído sus libros. Pero quiero que me diga así, rápido, algo que me convenza de darles una oportunidad. A ver.
Yo, que nunca me callo, me quedé muda. Al verla impaciente le dije algo como "pues... Me divertí mucho escribiéndolos, eso tiene que ser buena señal...". No se veía muy convencida pero de cualquier modo quiso una foto conmigo. Le pregunté por qué. Dijo que si le llegaban a gustar mis libros, estaría contenta de habérmela pedido. ¿Y si no?, le pregunté, intrigada.
-La borro y ya.
Auch.