Corazón roto

24/11/2013 - 12:00 am

Hoy es viernes, el día no está tan frío, hice yoga, tomé un buen café. He estado trabajando muy a gusto y hasta bañé a mi perrita. El fin de semana pinta bien, el peinado me quedó (después de una pequeña batalla, pero me quedó), y la emoción de la FIL de Guadalajara ya está en el ambiente como para los demás está la Navidad. Pero en este momento, a las tres de la tarde y sentada en mi escritorio, tengo el corazón roto. No es un caso terminal, por supuesto. Mi personalidad es responsable de que mi corazón se rompa y se desrompa bastante seguido. A veces, si sólo se estrella contra el marco de una puerta, o se golpea el dedo chiquito del pie contra la pata de la cama, con unos cariñitos vuelve a estar como si nada. Otras veces cae desde muy arriba, y los pedazos acaban esparcidos por el suelo y es más difícil encontrarlos y juntarlos. Mi corazón no es como un rompecabezas, que queda siempre igual tras armarlo después del quiebre, no. Es, como uno se imaginaría, una entraña roja y sangrante, en forma de ciudad. Tiene chimeneas, carreteras circulares, puentes y uno que otro parque. En la zona residencial habitan las caras, amontonadas entre las venas y la sangre. En ocasiones no se distinguen unas de otras, pero cuando hay menos nubes, se pueden reconocer las facciones de aquella amiga de la infancia, la sonrisa torcida del personaje detestado, los ojos verdes del primer amor. Cerca de ahí, pasando la glorieta, está el archivo de sonidos: cuando hay mucho movimiento se abren los cajones y salen volando las voces, las declaraciones, las canciones y las condenas y ¡uf!, toda la ciudad tiembla. Los adornos se caen de las repisas, los árboles se tambalean en sus macetas,  se doblan los postes de luz. Luego llega alguien, vuelve a archivar todo y la vida en la ciudad vuelve a la normalidad. Más allá, alrededor del lago, acampan los nómadas. Son unos seres curiosos, que cambian de color todos los días porque dependen del futuro. En fin: en mi corazón hay colonias, áreas verdes, ruinas arqueológicas y suspiros nostálgicos. Hay cuevas, cascadas y rincones tan tenebrosos y llenos de fantasmas, que lo que quisiera es mandarlos clausurar, rodearlos de esa cinta amarilla que dice PELIGRO, NO PASE. Parecería fácil mantener el orden, tener una economía emergente, un sano turismo de glóbulos, latidos constantes que mantengan hidratadas a las cosechas, etcétera. Si uno conoce la ciudad, puede planear proyectos a largo plazo, ir más allá de lo operativo y hacia lo estratégico, pensar en el bien común. Sí, todo sería muy fácil, si no fuera por los accidentes.

Mi corazón se cayó hace un tiempo, y aunque fue difícil (la caída fue desde muy arriba), encontré todos los pedazos. Pero la parte realmente truculenta será el rearmado: los habitantes han empezado a manifestarse, a cerrar calles, a pelearse en las calles fragmentadas. Todo es un caos: inundaciones, tormentas, temblores… porque claro: los sonidos se escaparon de sus cajones, las canciones suenan como un popurrí a todas horas, enloqueciendo a todos, las caras se batieron, el futuro y el pasado bailan como si estuvieran drogados, y ya no se sabe dónde estaba cada cosa, cuál colonia era cuál, quién debía vivir en qué casa… parece el Apocalipsis, pero yo ya me la sé. Sé que las partes, por estar juntas, se irán pegando, se irán cerrando las fisuras como cortadas de papel en los dedos. Sé que la entraña volverá a ser una unidad, no hoy ni mañana, pero pronto. El corazón triturado sanará, volverá a latir como antes, aunque su forma será diferente. De tanto accidente, mi corazón ya no parece un corazón: parece una frambuesa mutante, con sus extremidades pegadas al azar, un monstruo de cráneo parchado, formado por recuerdos, añoranzas, fantasmas, deseos y pérdidas. La mayoría de los habitantes, poco a poco, volverá a sus refugios: los nómadas soñarán de nuevo, los nostálgicos tomarán siestas al atardecer. La ciudad se apaciguará, pero nada volverá a ser igual: algunos ojos se habrán mudado del pasado al futuro, alguna melodía se rehusará a volver a su cajón y sonará por meses en las calles y claro, habrá que cambiar los focos de todos los faroles para poder volver a pasear en las noches, que últimamente son tan oscuras…

Lorena Amkie
Nació en la Ciudad de México en 1981. Su idilio con las palabras empezó muy temprano y la llevó a pasearse por la poesía, el ensayo y el cuento, para encontrar su hogar en la novela. Graduada de Comunicación por la Universidad Iberoamericana, ha publicado la trilogía gótica para jóvenes Gothic Doll (Grupo Planeta) y la novela El Club de los Perdedores. Imparte talleres de escritura creativa y colabora con distintos medios impresos y digitales. Su cercanía y profundo respeto hacia su público, así como su estilo franco y nada condescendiente, le han valido la atención de miles de jóvenes en México y Latinoamérica, situándola como una de las autoras de literatura juvenil más interesantes en el mundo de habla hispana actualmente.
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