Esclavas del poder

19/07/2013 - 12:00 am

Ahora las nuevas leyes contra la trata de personas pretenden erradicar el proxenetismo, penalizan a los lenones y madrotas como tratantes que esclavizan seres humanos. Siempre se ha maltratado a las mujeres de la industria del sexo comercial, pero la prostitución (como industria) y sus empresarios han sido intocables.

En las últimas semanas se han discutido varios casos sobre explotación sexual comercial, entre ellos el de las bailarinas prostituidas en el Bar Cadillac, y el caso Granados de los hermanos tlaxcaltecas que durante 11 años esclavizaron sexualmente a un centenar de adolescentes en Estados Unidos, a quienes mantenían sometidas como sus parejas.

No, el oficio más antiguo del mundo no es la prostitución, es el de tratante, proxeneta, padrote, chulo. Para ellas, las pocas y poderosas dueñas de burdeles, el apelativo es madrota. Los conocí de todos tipos durante los cinco años que investigué para escribir mi libro Esclavas del poder (Ed. Grijalbo). Esa suerte de padre o madre alternativo que “educa y protege” a las mujeres y niñas. Les educa para la esclavitud, les protege de su propia libertad. Históricamente en su posición de poder, manipulan, administran, entrenan, explotan y controlan a las esclavas sexuales. Son sus prestamistas (con los intereses más altos), les arreglan abortos, les venden ropa, zapatos y maquillaje a plazos para endeudarlas más. La literatura ha convertido en personajes míticos a las madrotas o regentas de burdeles, a los padrotes los vilipendia y los convierte en románticos empedernidos, vividores, violentos, maltratadores sí, pero románticos.

Apenas ahora con las nuevas leyes anti trata de personas se ve la verdadera dimensión de quienes explotan a las mujeres en la industria del sexo comercial.

El estudio más completo sobre los padrotes/tratantes de Tlaxcala, lo llevó a cabo en 2008 Óscar Montiel Torres. Él fue quien entrevistó a los más reconocidos padrotes en Tenancingo. Reveló y ayudó a comprender a profundidad cómo se apropian de las jóvenes, cómo las enamoran, cómo las consideran vendibles, nacidas esclavas, nacidas objetos. Ellos son más poderosos, más hombres y más ricos en la medida en que esclavizan a más mujeres. Su secreto radica, como lo hicieran las madrotas de principio de siglo, en convencer a las mujeres, adultas y adolescentes, de que son prostitutas, y eso lo hacen porque en la medida en que las convencen de que eso son, rebelarse contra la prostitución es revelarse contra su identidad.

En el discurso de las y los tratantes las mujeres, cada vez más jóvenes, aprenden una perorata de autodefensa. Primero, las meten a la prostitución por necesidad económica, o secuestradas, o por presiones familiares, o porque el esposo es un tratante, un lenón, o porque ellas creyeron que iban a ser modelos y que la prostitución VIP es un negocio donde las mujeres eligen en libertad, hacen mucho dinero y después se salen cuando quieren (como en las series de televisión o en las películas). En la realidad las y los tratantes, ya que la mujer quedó insertada en el sistema, le hacen saber que la sociedad siente repulsa por ellas, que las prostitutas son mal vistas, deshechos sociales; que sólo ellos y los clientes las aceptan por quienes son. Quedan atrapadas entre los discursos discriminadores de los explotadores y de la sociedad. Siempre pierden, los padrotes lo saben, lo confiesan, se ufanan de ello. Los clientes también, porque para ellos una mujer adulta, joven o púber en un burdel es una puta, y una puta es un objeto por el que se paga.

Para los clientes, el sexo con prostitutas es un erotismo estéril en el cuál el coito no es más que sexo: no adquieren ninguna obligación ni responsabilidad hacia la mujer, la pueden maltratar, humillar, contagiar de enfermedades, en incluso violar y no sucede nada. Porque en el imaginario social la mujer en contexto de prostitución, incluso la menor de 18 años es un objeto sexual, porque en nuestra cultura pertenecer a la industria del sexo comercial hace a las mujeres prostituidas mujeres “violables”.

Para los consumidores las prostitutas son un vehículo para transgredir normas, para romper tabús y a la vez para tener sexo a su manera, sin condiciones para ellos. Sexo en el que ellos están para gozar y ellas para dar goce, para obedecer y escuchar. En la industria del sexo comercial, los clientes hacen usufructo de la mujer y de su cuerpo, las y los tratantes hacen usufructo de las mujeres. Los policías y políticos corruptos que las extorsionan, maltratan, abusan, hacen usufructo de ellas también.

En su relación con las mujeres en contexto de prostitución, los clientes rehacen su virilidad, revalorizan su autoimagen y alimentan su machismo, dice Marcela Lagarde.  Ellas tienen, aunque no estén siempre conscientes de ello, una posición de inferiores. Históricamente las mujeres prostitutas siempre han sido prostituidas por alguien: por los padres, por la madrota, por el padrote, por algún familiar o por las amigas que las invitan a un negocio en el que tienen que pagar comisión por tener clientes.

En todas las entrevistas que hice a cientos de mujeres en contexto de prostitución para mi investigación Esclavas del poder, las mujeres narran una historia de normalización de la violencia; biografías plagadas de incesto, violación, violencia psicológica y física en el ámbito familiar, el abandono emocional, la normalización de la dependencia económica, moral o emocional hacia sus padres, hermanos o parejas. Cientos de mujeres cuyos novios, esposos o familiares viven de que ella se prostituya, de “protegerla”, aseguran que no tienen padrote. Porque, como millones de mujeres el amor romántico implica sacrificios, y entre esos sacrificios se incluyen los celos, el maltrato, las humillaciones. Todo encuentra justificación luego de una petición de perdón, de una flores, de un acto de arrepentimiento.

Las cosas han cambiado mucho en la última década; aunque el discurso parezca el mismo las leyes son diferentes. En mi columna de la semana pasada en SinEmbargo hablo de las leyes contra la trata de personas y el debate al que nos enfrentan. No podemos seguir hablando de leyes en el vacío.

Históricamente cuando se perseguía a los lenones lo hacían por faltas a la moral pública, porque no tenían los permisos en orden, porque rompían las reglas de urbanidad moviendo a sus mujeres esclavizadas hacia zonas de “ambiente familiar”, con niños y niñas, lugares para las mujeres “decentes” de la vida privada. Históricamente se dividió a las mujeres en las de lo privado: esposas, hermanas, madres. Y las de lo público: las prostitutas para gozo de los hombres que viven en la esfera pública.

Ya la semana pasada hablamos de lo complicado que es rescatar a mujeres que no se consideran víctimas de aquellos a quienes la ley sí considera tratantes, victimarios.

Aunque algunos quisieran pasar de largo la clarificación sobre prostitución, o crear una fantasiosa línea divisoria entre esclavas sexuales y prostitutas libres, las cosas no son nada sencillas. Debemos enfrentar que no solamente la sociedad ha asimilado la “necesidad” de la existencia de la prostitución, en esta cultura tan sexista y machista que normaliza el maltrato y la discriminación hacia las mujeres, las primeras en argumentar su calidad de mujeres libres, aunque estén esclavizadas son las mujeres de la industria del sexo comercial. Que por derecho exigen ser escuchadas.

La putería

Nuestra sociedad está sometida a una pedagogía de la putería, de la prostitución, de las mujeres objetos. Las literatura el cine, la televisión, la industria turística y del deporte, la industria que vende alcohol son todas parte de ese constante discurso pedagógico: las mujeres deben estar en venta, semidesnudas, accesibles a los clientes, en contextos protegidos para ellos, desprotegidos siempre para ellas.

Lo cierto es que las prostitutas se protegen, o sienten protegidas, al formar parte de una red de prostitución, de mujeres, de mujeres y padrote o madrota. Necesitan hombres que las cuiden de los clientes, de los policías abusivos, amigas que las cuiden de la competencia, de los malos clientes.

La tradición nos dice que la prostituta es un objeto público de consumo en el mercado, objeto que debe mantenerse en un gueto; la ley de trata la ve como una mujer con derecho a una vida privada y libre, como víctima de violencia de género, de discriminación, de esclavitud cultural, física y psicológica. Los colectivos de prostitutas aseguran que es un trabajo explotador como cualquiera, que deben ser reconocidas como trabajadoras de la industria sexual, no como víctimas.

Dice Marcela Lagarde que por definición las mujeres que ejercen la prostitución no son autónomas, que su persona está cosificada. Hay quienes le responden que en todos los ámbitos las mujeres no son autónomas, que la violencia se da en todos los ámbitos. ¿Y no deberíamos de revelarnos contra todo lo que nos roba autonomía? Lo cierto es que la prostitución está insertada en una industria que fortalece la violencia contra las mujeres, es un gran negocio: solamente en España la industria gana 18 mil millones de euros anuales, ¿y entonces por qué la mayoría de prostitutas mueren empobrecidas, a veces solas en asilos? Porque no es un negocio para ellas, sino para sus explotadores. La Secretaría de Salud reportó que entre Cancún y Playa del Carmen hay 18 mil prostitutas “clandestinas” que trabajan en spas, bares, casas de masaje y casas de cita operadas por empresarios. Son ellos los que ganan.

Dicho lo anterior insisto, como la semana pasada, que no se pueden basar las investigaciones de trata en los dichos de las mujeres que, insertadas en la esclavitud, han aprendido a defender su trabajo como un oficio de libertad. No se pueden violar sus derechos tampoco. La Ley contra la trata de personas debe tener como contraparte verdaderas oportunidades para ellas, opciones reales, no a cambio de que se asuman víctimas. Para que no vean su cosificación como algo natural, merecido, imposible de revertir. Yo no creo que la prostitución sea un negocio de libertad sexual para ellas, lo es sólo para los clientes. Para las mujeres es una forma más de violencia estructural dentro de la que pueden, medianamente, ganarse la vida a través de su genitalidad y su cuerpo. La ley más progresista del mundo es la de Suecia, propone castigar a los clientes, dar opciones económicas reales a las mujeres, educar a los hombres; califica la prostitución como una forma de esclavitud.

Seguir intentando dividir prostitución y trata solamente facilita el negocio de los tratantes, tanto en Holanda como en Alemania, donde se legalizó la prostitución, los tratantes, padrotes y madrotas (prostitutas mayores) las ayudan a pasar a la clandestinidad para que no paguen impuestos, ni se registren, para que se sientan libres de su responsabilidad con el Estado. Han vuelto a la calle.

Es un asunto de ética y derechos humanos, pero sobre todo de equidad de género. Habría que imaginar un mundo sin prostitución, con igualdad, sin violencia sexual, sin guetos, o como diría Lagarde, sin cautiverios para las mujeres. Parece que las nuevas generaciones de hombres lo están entendiendo.

@lydiacachosi

Lydia Cacho
Es una periodista mexicana y activista defensora de los Derechos Humanos. También es autora del libro Los demonios del Edén, en el que denunció una trama de pornografía y prostitución infantil que implicaba a empresarios cercanos al entonces Gobernador de Puebla, Mario Marín.
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