Carmen Boullosa vive en Nueva York. Más bien, en Brooklyn, porque como dice Paul Auster, el más neoyorquino de los escritores estadounidenses contemporáneos, no es lo mismo vivir en Manhattan que en Brooklyn.
Pero Carmen divide su existencia entre esa ciudad y Coyoacán, de donde no ha podido (ni ha querido) desprenderse del todo desde los ochenta, década en que junto con su entonces esposo, Alejandro Aura, fundó El Cuervo, espacio en el que uno podía ir a tomarse una copa y a ver un espectáculo teatral o de cabaret, o asistir a la presentación de un libro, o bien, escuchar música en vivo.
Cuando los “echaron de ese local”, como dice la propia Carmen en su sitio web (www.carmenboullosa.net) fundaron El hijo del Cuervo, otro espacio más para la bohemia en el sur de la ciudad.
Después de que el negocio se comió al centro cultural (también según palabras de la propia Carmen) ella se dedicó a lo que más le gusta hacer: escribir.
Dramaturga, novelista, cuentista y poeta, hoy también conduce un programa de televisión: Nueva York, en la ciudad que la adoptó y en donde vive con su marido, Mike Wallace (cuidado: no hay que confundirlo con el legendario periodista, conductor de 60 minutes, recién fallecido).
Con el cabello suelto cayéndole hasta la cintura, los ojos grandes y redondos y prácticamente nada de maquillaje, Carmen Boullosa habla de La Patria Insomne, el poema que escribió hace más de dos años, como una respuesta personal a una guerra que ha cobrado ya, según los cálculos menos pesimistas, 60 mil muertos, y que apenas hace unos meses se atrevió a publicar.
–Hemos visto mucha narrativa en torno al tema de la guerra contra el narco, pero no habíamos visto una respuesta desde la poesía a esta situación, ¿Cómo surgió La patria insomne?
–Yo lo considero un solo poema con algunas divisiones. Lo escribí de un hilo. Lo escribí hace como dos años y medio cuando se me convirtió en una obsesión lo que, de alguna manera, yo hubiera preferido que nunca pasara. Yo y todos nosotros hubiéramos preferido que nunca pasara. Y no encontrándole una explicación racional, pero al mismo tiempo no pudiendo escapar de este hecho, escribí el poema.
Brooklyn y su programa de televisión se antojan lejanos esta mañana en la librería Rosario Castellanos de la Colonia Condesa, de la Ciudad de México. Aquí, en donde aparentemente tampoco han llegado las balas y las metralletas.
“A la distancia para mí México es siempre una casa, y a la distancia es una casa acogedora, y a la distancia no tengo lo que la gente dice que si extrañas... No, no lo tengo; al revés: lo traigo puesto a México, como tengo adentro mi casa, pero lo que me ha ocurrido ante la llamada narco guerra, si es que se llama así, es que he estado ansiosa, he tenido la ansiedad de México, la ansiedad de qué está pasando en México, es como un jabón que se deshace”, añade la escritora.
El gesto en las manos de Carmen Boullosa es la imagen del jabón que se deshace, del país que ya no se reconoce, del no entender cómo ni cuándo sucedió todo esto.
“Cuando escribí el poema incluso pensaba: Nunca lo vi venir. ¿Cómo puede ser que haya ocurrido esto? Sin encontrarle una explicación racional, y sin poderme acomodar frente a ella, y por la misma distancia tengo más necesidad de una memoria sólida de México, de una certeza de un México presente. Y escribí el poema desde esta ansiedad”.
Pero en medio de la ansiedad se adivinan los retazos de otros que pasaron antes, sus aires, su música.
“El poema, por un lado, es el retrato o el espejo de lo que está pasando en México, y por el otro lado dejarme acoger no sólo por los poetas más representativos nuestros. Está evidentemente López Velarde, está Othón, está Gorostiza; también está Agustín Lara y hay canciones populares, hasta hay una referencia a Cri Cri, o sea, hay muchas cosas que son mi tradición acústica, o mi tradición... Mi memoria. Mi memoria mexicana. Y jugué con eso, trabajé con eso para escribir el poema. Terminé el poema y o guardé. Lo pulí, lo trabajé, volví hacia él varias veces pero lo guardé porque no es algo que escribí pensando en publicarlo sino es algo que escribí pensando que tenía que escribir... Ni siquiera diría pensando, fue una necesidad de escribir el poema”.
–¿Simplificando diríamos que se trata, entonces, de un narco poema?
–Creo, estoy cierta, estoy segura, que no es un narco poema. Hay, sí hay poetas que han trabajado fantásticamente, incluso algunos usando música...
Carmen hace una pausa a media frase. Piensa un poco antes de continuar:
“No es narco literatura. Es un poema a mi México. A mi México el que cargo adentro, mi México imaginario y el espejo de un México presente, de un México con catástrofe. México que atraviesa por una catástrofe. Eso es lo que es el poema. Yo no lo llamaría para nada un narco poema. No es para nada como la narco narrativa donde se hace una especie de leyenda del narcotraficante y el mundo alrededor del narcotráfico. No hay eso.
“Yo creo que la narco literatura sabe, ha tenido el valor de usar esta catástrofe como la llamo yo, no me gusta mucho la palabra de narco guerra, de usarla para hacer de esto un teatro, un circo, un divertimento.
“No es que yo lo descalifique. Está bien que lo hagan, pero este poema no es narco literatura.
“Yo sí creo que toda la literatura mexicana ha quedado perturbada también por este baño de sangre, ha quedado tocada por el baño de sangre, como la vida colectiva ha quedado tocada por el baño de sangre.
“Hay una certeza de que esto está ocurriendo aunque las metralletas no estén en la esquina de la casa. Hay una certeza de que esto está pasando. Y de que esto que está pasando es cierto que nosotros fuimos muy hábiles para proveerlo de lo necesario y que floreciera, pero también es cierto que es una operación internacional, que nosotros no creamos el mercado internacional ni la ilegalidad de las drogas. Esto es evidente. Pero sí ha afectado de manera directa toda la literatura. Esto es mi respuesta ante un país que siento que se me disuelve.
“Mi país originario, mi país con el que yo vivo desde Nueva York, un país sólido, un país rico, un país abundante en mi imaginario, con una riqueza literaria enorme y el baño de sangre también ha tocado ahí”.
–Dices que parte importante de la literatura ha quedado permeada por este baño de sangre; tú hablas de la narrativa pero hay también aproximaciones desde el ensayo y desde el periodismo. ¿Por qué escribir desde la poesía?
–Cuando escribí el poema no encontraba yo la manera de formularlo de una manera racional o de ningún orden racional. Y además en toda narrativa hay un júbilo y una alegría y una celebración de la vida. El hecho de que en una narración, en una fábula, en un cuento, en una novela, los hechos se ordenen con un principio, con un desarrollo, con un final de una o de otra manera, eso le da coherencia a todo y cada uno de los actos tiene sentido.
Mi sensación o mi percepción al escribir el poema es que estábamos viviendo en un sin sentido. Eso no cabía en la narrativa, y yo no encontraba la manera de formularlo en un ensayo. Escribí un poema.
También los textos vienen con su propia forma, y este texto, como yo lo percibía es una reacción, es un espejo, es un espejo ante un país en esa situación. Un espejo íntimo, no un espejo público, no está en un recibidor de un hotel, está como en un baño, en un espacio íntimo, personal.
Y ese espejo, además, la imagen que refleja es tan tremenda que él mismo ha quedado trozado, y con eso no escribe uno una novela, no escribe uno una obra de teatro, no escribe uno un ensayo. Lo que pude escribir fue un poema.
Es un acercamiento desde un espejo fracturado y es un acercamiento que sólo era posible en un poema, que no hubiera posible escribir en una narrativa, mucho menos en ensayo, tampoco en una obra de teatro. Esto sólo cabía en un poema.
Ni lo pensé. De hecho fue un texto que no es que yo me propusiera: bueno, ahora voy a escribir un poema de esto. En las novelas sí, a veces me encuentro un personaje que yo digo: “yo quiero ir a ello”, y empieza la relación, esa especie de romance que hay entre ese mundo o esos personajes y el autor, va creciendo.
Pero en el caso del poema es diferente. El poema se le presenta al poeta, le llega al poeta.
–Dices que es un sólo poema, uno podría pensar que son varios poemas pequeños con temas diferentes...
–Son varios temas pero los varios temas corren del principio al final. Hay un tema mío personal, familiar, hay un tema público, hay un tema literario de recapitulación de algunos de nuestros clásicos, tanto de la cultura popular como de la alta cultura, pero estos temas se entreveran desde el principio. Y el tema grande del insomnio, evidentemente, con lo que arranca el poema, para encontrar el tono del poema hay una escenificación de un diálogo entre la vigilia y el sueño. ¿Quién va a ganar?, y quien gana pues es el territorio del insomnio. Cuando gana el territorio del insomnio se pierde el territorio de la lucidez, se pierde el territorio de la razón, se pierde el territorio de la acción. Ese instante de estar varado que no es la vigilia, que no es el sueño, que no hay la posibilidad de esperanza, que no hay el descanso, que hay una fatiga y una perseverancia en la fatiga y en la zozobra.
–Por eso el título de La patria insomne...
–Sí, por eso. Y yo insisto en que es como un poema solo, fracturado, porque es este espejo total. O eso es lo que sigo creyendo. Claro, por supuesto yo no soy... Quién soy yo para ser el crítico de mi poema, el autor no es el lector del libro, el autor es el autor. Y yo como autor creo que esto es un poema. Un poema que tiene un solo tono. Un tono exasperado, un tono iracundo de alguna manera, pero también un tono íntimo y un tono de sarcasmo y de dolor al mismo tiempo combinados. O sea, un tono que tiene a todo lo largo y con distintos ritmos porque es un espejo roto. Y en todo espejo roto no quedan las artículos iguales, queda fracturado de tamaño diferente. Pero juntándolo o armando este rompecabezas vuelve a quedar un todo.
Carmen Boullosa se despide.
La observo mientras se aleja con su espalda esbelta, con su larguísima cabellera oscura, ya con algunos hilos plateados que no tiene prisa por disimular y al azar abro La patria insomne en la última página. Me atenazan sus palabras como garras en la carne: