Querido Mimmy: Las bombas están causando estragos en los barrios nuevos de la ciudad (…) Lo están destruyendo y quemando todo. Aquí donde vivimos nosotros, es distinto. Está tranquilo. La gente sale. Hoy ha hecho un bonito día de primavera. Nosotros también hemos salido. La calle estaba llena de gente y de niños. Parecía una marcha pacífica. La gente salía para estar junta, nadie quiere la guerra. La gente quiere vivir y disfrutar como antes. Es lo natural, ¿no? ¿A quién le gusta o quiere la guerra, siendo lo peor que hay en el mundo? –Sarajevo. 12 Abril de 1992–.
A Zlata Filipović (diciembre 1980) no le gusta que la llamen “la Ana Frank de los Balcanes”, pero lo cierto es que es imposible no hacer la comparación. Esta joven, que hoy tiene 30 años, vive en Irlanda y trabaja como documentalista. Entre 1992 y 1993 escribió uno de los textos más conmovedores sobre la realidad cotidiana de la última guerra que cimbró a Europa en el siglo XX: la de la ex Yugoslavia, donde en un periodo de casi 10 años de hostilidades fallecieron alrededor de 200 mil personas.
Lo que Zlata escribió sobre aquél enfrentamiento no es, sin embargo, cualquier texto, sino uno donde la belleza y la inocencia se amalgaman pasmosamente con el miedo y el horror. Son las confesiones que una niña de (entonces) 12 años le hacía secretamente a “Mimmy”, el cuaderno que ella comenzó paradójicamente inspirada tras leer El Diario de Ana Frank, sin saber que el de ella misma se transformaría, casi de la noche a la mañana, no en un diario infantil, sino en el recuento de pérdidas y carencias.
“Al principio, cuando era una niña, no me gustaba que me compararan con ella (…) me parecía casi supersticioso y de mal agüero, porque ella había muerto y yo tenía mucho miedo de morir. Después, cuando crecí, seguí pensando que era injusto que me llamaran “la nueva Ana Frank”, porque ella sí que era una escritora maravillosa, un alma sensible y mucho mejor que yo; sin embargo, entiendo las razones por las que los periodistas me bautizaron así”, dice Zlata Filipović, en entrevista desde su casa en Dublín, Irlanda.
EL HORROR DESCRITO CON BELLEZA
En verdad Zlata corrió con mucha suerte. Una suerte ligada sin duda a su talento y a su sensibilidad. Cuando en 1992 la primera ayuda internacional comenzó a llegar a Sarajevo (capital de Bosnia-Herzegovina), el Fondo de la ONU para la infancia (UNICEF) decidió buscar a niños que hubieran escrito un “diario de la guerra”.
Se encontraron así con “Mimmy”, el cuaderno de esta joven, cuyas páginas retratan perfectamente la violenta transformación de una niña que de pronto deja de serlo por la irrupción de la guerra en su vida. En sus inicios, el cuaderno es el cómplice de anécdotas anodinas sin mayor relevancia: los gustos de una preadolescente por la moda y la música. Luego, de golpe, aparecen el miedo, la confusión y la valentía hasta llegar poco a poco casi a la desesperanza. Entre sus 12 y 13 años, esta niña es capaz de una claridad dolorosa… dolorosa, y bella.
“No te lo dije, Mimmy, pero he olvidado lo que es tener agua, lo que es ducharse. Lavamos los platos y la ropa como en la Edad Media. Esta guerra nos hace retroceder en el tiempo. Y lo soportamos, sufrimos, aunque no sabemos por cuánto tiempo más (…) Me he dado cuenta de que ya no te escribo sobre la guerra ni sobre los tiroteos. Debo estar acostumbrada a ello. Lo único que me preocupa es que los proyectiles no caigan a menos de 50 metros de mí. No puedo creer que me haya acostumbrado pero parece que así es. No sé si será costumbre, lucha por la supervivencia o alguna otra cosa”.
Gracias a la notoriedad que cobró tras la publicación de su diario (1993), Zlata y sus padres pudieron salir de una Yugoslavia que se resquebrajaba, persiguiéndose y matándose a sí misma. Con ayuda de la editorial y del gobierno francés, la joven escritora vivió durante algunos años en París, desde donde organizó –aún siendo una niña– una primera red de ayuda para rescatar a quienes habían quedado en su patria, sabiendo que otros, lo escribieran o no, llevaban ahí su propio diario sobre la destrucción.
VIVIR LA GUERRA... CONTAR LA PAZ
Con el paso de los años, la consciencia de Zlata, acelerada por los acontecimientos vividos en su niñez, tomó forma en un activismo más formal. Hasta la fecha, pertenece al Comité Ejecutivo de Amnistía Internacional y de manera conjunta a su trabajo como documentalista, realiza charlas y dicta conferencias en diversas partes del mundo para intentar, si no detener la guerra, al menos sí promoviendo una cultura de paz.
“Para llegar a la paz tenemos que entender la guerra, lo que le sucede a la gente que la vive, y tenemos que ponernos en el lugar del otro. De nada sirven las cifras que vemos o leemos en los medios… ‘tantos millones de refugiados, tantos miles de niños soldado, tantos cientos de mujeres violadas’… eso no nos conecta con la realidad. Y la verdad es que no somos tan diferentes como nos quieren hacer creer, pero para saber eso hay que conocer las historias de la guerra, quizá entonces muchos más buscaremos activamente la paz”.
De padres musulmanes y con antepasados croatas y serbios, Zlata Filipović sabe de la diversidad, pero ella está empeñada en demostrar que la esencia del ser humano es la misma. En 2003, una década después de haberse salvado ella misma del llamado Cerco de Sarajevo, el asedio más prolongado en la historia de la guerra moderna (1), se dio a la tarea de editar Voces Robadas, un libro en el que trabajó con la escritora inglesa Melanie Challenger, y cuyas 341 páginas recogen 13 diarios escritos por niños y jóvenes en el periodo que va desde la Primera Guerra Mundial hasta la invasión en Irak en marzo de 2003.
“Tuvimos que elegir entre cientos de diarios. Elegimos los más representativos y los más bellamente escritos. Estas son las voces de las muchas Anas Frank que ha habido y que hay todavía en el mundo. Las palabras de niños y niñas que trascienden el tiempo y el espacio. No importa si has vivido la invasión del Irak actual, si has estado en un campo de concentración nazi en 1943, o en la guerra de los Balcanes hace 15 años… el sentimiento, la indefensión, el trauma y el dolor son los mismos, y la esperanza de que ‘algún día el terror termine’, también”.
LA HISTORIA ÍNTIMA DE LOS VULNERABLES
El Diario de Zlata, así como Voces Robadas se han traducido a más de 35 idiomas y siguen editándose hasta la fecha. En algunas instituciones, incluso se han incorporado como lectura escolar, algo que era precisamente la meta de esta joven ahora licenciada en Humanidades y especialista en temas de paz: hacer que la historia de la guerra no sea contada fríamente con cifras y la visión de los ganadores, sino con la parte más humana de los seres más vulnerables de los conflictos, los niños y los jóvenes.
“Escribir un diario y leerlo son actos íntimos, silenciosos. Quien escribe desnuda su día a día, quien lo lee es invitado a ese espacio privado. Esto sirve para conectar y empatizar con el sufrimiento del otro. Si logramos despertar en nosotros la compasión, habremos dado un gran paso, porque las lecciones para juzgar al otro y calificarlo como ‘diferente’ comienzan en la escuela y a veces, algo tan sutil como eso es el principio de la violencia justificada, que después será una guerra”, afirma Zlata Filipović.
Ella asegura que al día de hoy se ha recuperado y ha logrado dejar atrás el miedo por su vida, aunque insiste en que, comparada con otros casos, su drama es insignificante. Actualmente trabaja en el desarrollo de una red mundial de ex niños soldados y jóvenes cuyas vidas se truncaron por algún conflicto armado. Es quizá la continuación mucho más madura y realista de lo que comenzó recién salida de Sarajevo y la limpieza étnica emprendida por los políticos serbios más conservadores.
Zlata, quien en octubre de 2010 visitó brevemente México para asistir a una conferencia de Paz, admite que aún hasta la fecha le sigue sorprendiendo el éxito de aquel diario que escribió entre los 11 y los 13 años de edad en Bosnia-Hercegovina. Un diario de dos años: una coincidencia más con la vida de Ana Frank, en cuya Casa Museo de Ámsterdam, cuentan que ha vuelto a florecer el nogal descrito en 1945 por la joven judía, en su cuaderno personal.
En 2006, para el prólogo del libro de Voces Robadas, Zlata escribía: “Un día recibí el correo de una niña norteamericana de 10 años que había leído mi diario (…) al principio a ella le parecía curioso que mi historia fuera la única que había leído sobre la guerra de Bosnia, o que la historia más famosa sobre el Holocausto fuese la de Ana Frank. Pero después de reflexionar, esta niña cayó en la cuenta de que un buen método para entender algo consiste en seguir una historia (…) vio que Ana Frank es de alguna manera el rostro del Holocausto, y que yo era, también en cierto modo, el rostro de la guerra de Bosnia. Con todo, ella no podía dejar de preguntarse: ‘Pero entonces, ¿quién es el rostro de la paz?’”.
Esta es quizá una pregunta que Zlata Filipović y muchos otros niños y niñas, caras lastimadas de las guerras pasadas y presentes, aún no dejan de hacerse con dolorosa esperanza: “Entonces, ¿quién será –por fin– el rostro de la paz?”.
(1) El Cerco de Sarajevo, el más largo de la historia actual, comenzó el 5 de abril de 1992 y se prolongó hasta el 29 de febrero de 1996.
Zlata Filipović. Bosnia-Herzegovina. 12 años. 1992:
Estaba casi segura de que la guerra terminaría, pero hoy ha caído una bomba en el parque, delante de mi casa, el parque donde iba a jugar con mis amigas. Hubo muchos heridos (…) Selma ha perdido un riñón, pero no sé cómo se encuentra, porque todavía está en el hospital. Y NINA HA MUERTO. Un trozo de metralla se le incrustó en el cerebro y murió. Era tan dulce, tan encantadora (…) ¿Es posible que nunca más vuelva a ver a Nina? Una niña inocente de once años, ha sido víctima de esta guerra estúpida...
Shiran Zelikovich. Israel. 15 años. 2002:
Mis amigas están furiosas conmigo porque el sábado me voy a Jerusalén a ver a una chica que fue víctima de un atentado. Les he dicho que ese día no va a haber ninguna bomba. Ya sé que esto no es divertido, pero mi forma de hacer frente a la situación es el humor, es la mejor forma, diario, deberías probarlo. Ahora diario, si me perdonas, me voy a ver la final de la Euroliga (…) no hay nada como un buen partido de baloncesto para olvidarme de lo que está ocurriendo. Pero…¿Qué puedo hacer cuando todavía lloro por esa niña pequeña que tenía un agujero entre los ojos?
Mary Masrieh Hazboun. Palestina. 17 años. 2002:
Aquí estoy, en el lugar donde nació Jesús, ahora un lugar sumamente aterrador (…) Ahora puedo oír los tanques cerca de mi habitación. Se ha convertido en algo normal. No tengo miedo. Me despierto con el ruido de las balas y me acuesto con el ruido de las balas (…) Siempre le ruego a Dios: nuestro caso es claro como el sol pero nadie en el mundo quiere mirarlo y ver la verdad. Así que Dios, sólo te ruego que no dejes que el mal nos destruya. Sólo te ruego que estés con nosotros y que nos protejas y nos devuelvas la vida normal de la que gozan tantos otros seres humanos. ¿Es mucho pedir? Sólo queremos vivir.
Hoda Thamir Jehad. Irak. 18 años. 2003:
En estos días difíciles que estamos sufriendo quiero expresar mis sentimientos. Lo que escribo ahora es lo que siento, pero no sé cómo ven esta guerra los demás, ya que hoy es el primer día de la guerra: hoy es jueves 20 de marzo, un día muy difícil para todos. Las palabras se agolpan dentro de mí, pidiendo ser liberadas para expresar lo que estoy viviendo hoy. Debo mencionar que ayer fue un día muy normal y muy bonito; las estrellas brillaban en el cielo negro. Pero esta mañana ya no era un día normal, porque el canto de los pájaros se mezclaba con el ruido de las armas. Éste es el año de mi último curso en el instituto, el año en que se iba a decidir mi destino (…)
Hace apenas dos años, en enero de 2010, moría en Holanda Miep Gies, una de las muchas heroínas de la Segunda Guerra Mundial que se dedicó a salvar vidas durante el conflicto. Su nombre, quizá poco conocido, está para siempre ligado a un documento que a nadie deja indiferente, pues fue ella quien descubrió y rescató: El Diario de Anna Frank.
Miep murió a los 100 años de edad y era la secretaria de Otto Frank, el padre de Anna. Fue ella, quien arriesgando su propia vida, protegió y llevó víveres y ropa a los ocho judíos escondidos en la parte trasera del número 263 del Prinsengracht de Ámsterdam, Holanda; el lugar donde Anna redactó durante dos años uno de los libros más conmovedores de la historia y la literatura actuales.
La familia Frank fue finalmente descubierta por los nazis, separada y trasladada a campos de concentración. La jovencísima Anna moriría de tifus el 12 de marzo de 1945 y, paradójicamente, fue Otto Frank, su padre, el único que logró sobrevivir. Tras conocer el documento que le entregó Miep, su ex secretaria, él decidió publicar en 1947 las últimas líneas escritas por su hija en vida.
El Diario de Anna Frank, cuyo original puede verse en la Casa Museo del mismo nombre en Holanda es, todavía en la actualidad, uno de los 10 libros más leídos en el mundo y su valor, tanto histórico como literario, documental y al mismo tiempo emocional, le ha valido ser inscrito (en 2009) en el selecto registro conocido como “La Memoria del Mundo”.
Este archivo, que pertenece a la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) guarda en sus arcas las obras que a criterio de un panel de sabios y expertos tienen un alto interés cultural para toda la humanidad.
La continuidad de los conflictos mundiales, sin embargo, y por ende la constante condena de niños y jóvenes que sólo podrán dejar sus “precoces memorias”, hace pensar en que no hemos aprendido mucho todavía sobre la triste experiencia de Anna Frank, quien por desgracia, y a diferencia de Zlata, no “vivió para contarlo”.
Fuente: Corresponsal de Paz.
El Informe de Seguimiento de la Educación para Todos en el Mundo, publicado por la UNESCO en el primer trimestre de 2011, revelaba que la mitad de los 69 millones de niños y niñas que no reciben educación actualmente, se encuentran precisamente en países en conflicto.
Al respecto, la propia UNESCO y la organización internacional Save the Children, han hecho sus cálculos. Unos cálculos tan sencillos como escalofriantes, según los cuales, si los países ricos destinaran apenas 6 días de su gasto militar para invertir esos fondos en ayuda para la educación de los países en desarrollo, podrían cumplirse las metas del programa “Educación para todos” para 2015, como parte de los cada vez más lejanos “Objetivos del Milenio”.
Actualmente, la cartera militar de los países más poderosos se eleva a mil 029 billones de dólares. Otorgar escolarización a todos los niños del mundo, (según la evaluación de la UNESCO), requiere la ínfima cantidad –vaya, en comparación– de apenas 16 mil millones de dólares.
Pero este esfuerzo de “voluntad política” más que económica, debería involucrar no sólo a los países desarrollados, sino también y sobre todo a los países en desarrollo. De acuerdo al informe denominado “Conflictos Armados y Educación: una crisis encubierta”, actualmente 21 de los países más pobres del mundo emplean mucho más dinero en gasto militar que en la educación primaria.
“La falta de financiamiento que se esconde detrás de estas cifras deja a los niños y niñas a merced de un momento en el que la escuela no sólo aseguraría su aprendizaje, sino que también les ayudaría a protegerse de la violencia, y a comenzar a recuperarse”, afirma el documento.
Fuente: “Conflictos Armados y Educación. Una crisis Encubierta”. Informe UNESCO 2011.
De acuerdo con datos publicados por Save the Children a principios de 2011, en la última década más de 2 millones de infantes perdieron la vida en los países que viven un conflicto armado, mientras que 6 millones más han resultado heridos con discapacidades físicas permanentes.
Año con año, las minas antipersonales asesinan a entre 8 mil y 10 mil menores de edad, quienes son el blanco más vulnerable de todos las guerras actuales, donde 90% de las víctimas son civiles.
Y con la frialdad de las estadísticas, el organismo internacional afirma además que los niños y niñas que perderán la vida antes de cumplir los cinco años será dos veces mayor en los países que viven un conflicto que donde no los hay.
Hoy en día, además, resulta prácticamente imposible calcular el número de niños-soldado que existen en el mundo. De acuerdo al informe global de la Coalición Internacional de Organismos Humanitarios que trabaja sobre el tema, al menos 24 países están incurriendo en el reclutamiento de menores para ingresarlos a los combates. Y atención: estos datos están actualizados a 2008, por lo que esa cifra podría haber aumentado en los últimos tres años.
De los horrores de la guerra a los que son sometidos niños y niñas, el peor suplicio es probablemente el hecho de ser secuestrados y transformados –siempre contra su voluntad– en menores soldados.
En el cruel entrenamiento se les obliga a asesinar a familiares, se les convierte en carne de cañón y se les entrena o hasta se les droga para que cometan las peores atrocidades: saqueos, violaciones, mutilaciones y un largo y terrible etcétera. Suelen ser, además, esclavos y esclavas sexuales del resto de la tropa.
Los niños que logran sobrevivir al martirio de las hostilidades, suelen cargar de por vida con una enorme cantidad de efectos psicológicos y problemas mentales, lo que más tarde dificulta (y a veces imposibilita para siempre) su inserción en una vida normal, debido a su incapacidad para integrarse en quehaceres laborales y en ámbitos familiares o de pareja. Para ellos, el daño nunca termina, aunque la guerra que atraviesan sus países o regiones dure pocos años, unos meses o incuso apenas unos días. Muchos serán para siempre y a su pesar: “niños y niñas de la guerra”
Fuente: Save the Children, UNICEF.