Ciudad de México, 11 de mayo (SinEmbargo).- Van 15 veces de un grito: ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos! Entonces, ella aparece de sorpresa, sin que su nombre esté en la bitácora de oradores. Toma el micrófono y como golpe de timón, orienta el discurso hacia otro lado:
“Los nuestros ya están muertos. Y eso, eso va a hacer que el protocolo de justicia en este país cambie para siempre. Para siempre”.
El 26 de mayo del año pasado, 12 adolescentes –casi niños- fueron secuestrados en un bar de la Zona Rosa de la Ciudad de México. En pedazos, sus cuerpos aparecieron en una fosa zanjada a mera pala en un páramo del Estado de México. Eugenia Ponce es la vocera de las madres de esa rotunda tragedia. Este mediodía, ha llegado sola a la marcha-mitin de la Dignidad Nacional: Madres buscando a sus hijos e hijas.
La tía de Jercy Ortiz Ponce –él, con 16 años, había salido a encontrar diversión en una noche simple y calurosa- informa que jamás hubiera dejado pasar la oportunidad de lanzar el grito que acaba de dar.
Aquí viene, bajando la escalinata de El Ángel de la Independencia, la mujer que logró que el Equipo Argentino de Antropología Forense se concentrara en México para realizar un peritaje de los restos de los jóvenes del Caso Heaven, después de demostrar inconsistencias en los resultados de pruebas genéticas de la Procuraduría General de la República (PGR) y la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF).
Ahora debe irse. Es mediodía y el golpe de sol arremete furioso contra todos. Fuera de esta concentración, el tránsito se mueve rápido con la misma prisa de cualquier sábado en el Distrito Federal. Ahí va la limusina larga y negra con una quinceañera en el techo; con vestido rojo, entre tules, risas y copas. Ahí van los automovilistas con ramos de flores en lo que se adivina es una celebración. Ahí está el agente de tránsito: “¿Y ustedes, la pasan aquí o con tu suegra?” Está claro: este 10 de Mayo de 2014, Día de la Madre, el tiempo no se ha detenido por ninguna razón. Ni lo hará.
Eugenia muestra prisa. Los restos de los 12 adolescentes -casi niños- serán comparados entre hoy, mañana y los días de la siguiente semana.
Ella debe diferenciar las extremidades de cuatro cuerpos hasta formar uno solo, el suyo, el de Jercy.
Ella, quien el 10 de Mayo del año pasado recibió a su sobrino para celebrar. Esta mujer que acaba de anunciar que el protocolo de justicia en México debe cambiar ya. De una vez y para siempre.
-¿Será arduo, no?
–Sí, será arduo. Será el rompecabezas de mi vida.
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Si la dimensión de una manifestación pudiera explicarse con curvas, una ocurrencia de hechos representada con un punto de origen y un pico al final, la de esta sería exponencial. Es la tercera, y se nota más grande en todo: números, integrantes, pancartas. Pero si la curva permitiera el marcaje de puntos, estaría pintada por todos lados debido a que hay más historias, más reclamos, más congoja, más dolor.
La primera manifestación de este movimiento desembocó en este mismo Ángel y entonces -2012- vinieron unas 150 madres, abuelas, o tías. Aquella vez, cada nombre de los que se habían ido, fue mencionado en una toma de lista. A cada mención siguió un ¡Presente! El movimiento reconocía cinco mil desaparecidos y nueve mil cuerpos en fosas comunes, sin identificar. Consideraba, el Movimiento, que en México una Guerra había concluido: la que emprendió el ex Presidente Felipe Calderón Hinojosa en contra del Crimen Organizado, entre 2006 y 2012.
De modo que aquellos números eran pedazos de realidad que un día podrían reunirse. El momento era trágico, pero había esperanza al fin de cuentas.
Así, llegó la segunda manifestación de madres en búsqueda de sus hijos, la cual se convirtió en mitin en este mismo Ángel. Entonces -2013- vinieron unas 200 madres, abuelas o tías. En el mediodía del 10 de mayo del año pasado, el Movimiento reconocía unos siete mil desparecidos y otros ocho mil en fosas clandestinas y comunes. Uno de sus planes era visitar al Presidente Enrique Peña Nieto, apenas con unos meses en la silla presidencial. Pero él se fue a Tlaxcala y allá, acompañado de su esposa, Angélica Rivera, celebró con comida y mesas de manteles blancos.
La tercera –esta que ahora vivimos- tiene unas mil madres, abuelas, tías, papás, hermanos y primos. Un solo ejemplo de este crecimiento: al escaparate de mantas, María ha añadido la foto de su cuarto hijo, de 33 años, secuestrado y asesinado el 8 de noviembre de 2012 en Cuernavaca, Morelos. El paliacate azul, ya ladeado, dice algo: “No te he abandonado, hijo. Nunca lo pienses, así”.
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Tres veces se ha escrito el mismo guión: en una marcha motorizada, llegan al centro de la capital del país centenares de madres de Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y el Estado de México. Se concentran en el Monumento a la Madre –la gigantesca mujer indígena petrificada que sostiene a un niño, construida en 1944- ubicado en la calle Sullivan. Toman un tramo de Reforma rumbo al Ángel de la Independencia. El Gobierno del Distrito Federal despliega decenas de elementos de la Policía de Tránsito para abrirles paso. Los automovilistas no se detienen. Bajo el sol, entre carpas y un bufete de comida mexicana elaborado por el comité del movimiento que las reúne, la “Marcha por la Dignidad Nacional: Madres Buscando a sus Hijas, Hijos, Verdad y Justicia”, el Día de la Madre cambia todos sus significados.
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Hay rostros que se repiten. Tres manifestaciones por la búsqueda de hijos desaparecidos y Brenda Rangel Ortiz vuelve a decir que no esperen que se rinda. Es hermana de Héctor, quien no aparece desde 2009 en Querétaro. El expediente con el que cuenta Amnistía Internacional de este caso da cuenta que más 30 agentes armados, algunos vestidos de civil y pasamontañas, ingresaron a la casa familiar y fue imposible quitarles de la cabeza que ahí había armas. Así se llevaron a Héctor.
Está también el rostro de María Herrera Magdaleno quien sentada en la escalinata del Monumento a la Independencia, por quinta vez va a contar su historia.
Dice, doña María Herrera Magdaleno, que está acostumbrada a hablar entre lágrimas, que no se fijen en eso, que mejor atiendan sus palabras: Jesús Salvador de 25 años y Raúl de 19, dedicados a la compra y venta de metales, desaparecieron de la faz de Atoyac de Álvarez, Guerrero, el 28 de agosto de 2008.
-¿Y su esposo, doña María?
-Se fue de un infarto a los seis meses.
El tiempo que siguió, ella y sus otros hijos lo dedicaron a la búsqueda, pero el 22 de septiembre de 2010, Gustavo, de 27 años y Luis Armando, de 24, fueron secuestrados en una carretera de Poza Rica, Veracruz.
“Los queremos de regreso a casa. Nos hacen falta, nos hacen mucha falta”, dice doña María Herrera Magdaleno, una de las mujeres más constantes en el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, fundado por el poeta Javier Sicilia.
En 2011, ella estaba en la reunión entre Calderón y las organizaciones civiles en el Alcázar de Chapultepec; aquella en la que el Presidente le dijo al poeta : “¿Sabe qué? Si estuviera en la posibilidad de evitar un crimen y no tuviera más que piedras en la mano, lo haría con las piedras, esperando que, por lo menos, tuviera un momento, el aliento de David para hacerlo”.
Hay un denominador para todos aquí: nadie ha recibido respuestas. Nadie cuenta con la más mínima explicación. Ya sea en Chihuahua, Querétaro o Michoacán, ningún gobierno ha dado cauce a la búsqueda ni a la justicia en el caso de los asesinados. Ni local ni federal.
Ahora doña María Herrera Magdaleno dice que se siente mal, pero que no tomen en cuenta su palidez ni esas lágrimas que ya le bañan la cara, porque ella desea hablar. “Nada ha servido. Nada ha servido. Todo fue en vano. Me siento mal. Llévenme. Me siento mal”.
Sobre la escalinata está el rostro de Edson Amadeo de la Rosa García. Seria la mirada y fuerte el gesto.
Su foto, en manos de Celia, su mamá, también ha estado presente desde la primera manifestación. Ella ha subido al micrófono para recordar su dulzura, las noches de abrazos, la generosidad de Edson Amadeo con otros niños. Se lo arrancaron agentes policiacos en Torreón, Coahuila. Y, como en las otras manifestaciones, vuelve a decir: “Se llevaron la mitad de mi vida, porque la otra mitad la estoy usando para buscarlo”.
Desde las once de la mañana, el micrófono va de mano en mano hasta ya entradas las 14:00 horas. Entre pases de lista y discursos, Jorge Verástegui González, miembro de Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en México, denuncia falta de acción del Estado. Perseo Quiroz, director ejecutivo de Amnistía Internacional México mantiene firme la promesa de no abandonar jamás a este movimiento.
Y nada calma al torrente de historias. Van una tras otra. A veces, rematan con un reclamo. Otras, con un halo de esperanza. Hay algunas que desembocan en preguntas. Por ejemplo, ahora mismo, alguien está preguntando: “¿Qué diablos, señores, es el Día de la Madre en México?”