Ciudad de México, 27 enero (SinEmbargo).- Con las lágrimas todavía tibias y desoladas por la partida de Juan Gelman, los llantos se multiplicaron el último domingo de enero por la muerte inesperada del gran poeta nacional José Emilio Pacheco.
Eso. Las lágrimas que corren porque la tierra se va quedando sin poetas.
De las palabras que hoy, cuando sus restos sean velados en el Colegio Nacional, darán cuenta sus seres queridos, sus compadres y colegas, sus discípulos y compañeros de ruta.
Al resto de los mortales nos tocará ser la tribu doliente que, tal como marcara la escritora Sandra Lorenzano en su muro de Facebook, “no podremos parar de llorar”.
El autor de Los trabajos del mar y Premio Cervantes 2009, falleció este domingo a los 74 años y hasta donde se sabe murió convencido de que “todas las personas nacemos con la capacidad de ser poetas, puesto que los escritores no somos seres especiales”, tal como lo dejó claro hace cuatro años, cuando fue investido con el Doctorado Honoris Causa por la UNAM.
En una Sala Nezahualcóyotl abarrotada, llena de jóvenes que llevaban bajo el brazo su libro Las batallas en el desierto, José Emilio habló de la ciudad de México y de lo difícil que le estaba resultando el amar a una ciudad para la que había escrito muchos de sus poemas más famosos.
“Ya no se puede amar a esta ciudad, pues la superpoblación y no poder viajar en el Metro, por ejemplo, la han alejado de nosotros”, dijo con su voz tronadora y ante el silencio vibrante del auditorio cortó el aire con daga afilada al marcar la diferencia esencial que existe entre la nostalgia y la memoria.
“Estoy en contra de la nostalgia, que es un pasado hecho por Walt Disney y, en todo caso, creo en la memoria y no precisamente porque recordar signifique que las cosas hayan sido ayer mejores que hoy”, dijo.
“Aunque algunos me den carácter de profeta porque muchas de las cosas terribles que nos pasan hoy como país fueron en cierto modos predichas en mis libros, lo único que he hecho a lo largo de mi vida fue no cerrar los ojos ante los horrores de la vida, pero de ninguna manera soy un adivino o un mago”, agregó.
LA MODESTIA DE UN POETA MODESTO
En los últimos tiempos de su vida, José Emilio Pacheco debía salir al mundo y mostrarse de un modo que detestaba: el hombre exitoso y célebre que había obtenido premios por el que otros poetas quizá más ambiciosos o más frívolos hubieran matado.
Las cosas se complicaron más cuando en 2009 España le otorgó el Cervantes y él estaba “soportando” los homenajes que la Feria Internacional del Libro en Guadalajara había organizado para celebrar sus 70 años.
Hacía poco tiempo, además, que se había ganado el Premio Reina Sofía, por lo que tantas celebraciones no hacían más que castigarlo por su gran reticencia a ser fotografiado, según se encargó de confesar ante la prensa que lo buscaba por entonces denodadamente.
La verdad es que los periodistas nunca dejaron de buscarlo, para tratar de convencerlo de dar una entrevista, para pedirle una opinión sobre los temas más variados. La negativa siempre fue irreversible.
Amigo de juventud de Sergio Pitol y Carlos Monsiváis. Personaje de las novelas de Paco Ignacio Taibo II, como se encargaba de destacar, casi le da un infarto cuando el Fondo de Cultura Económica publicó su obra reunida en un volumen de 800 páginas con el título Tarde o Temprano.
Poeta, ensayista y traductor, escribió las novelas Morirás lejos (1967), El principio del placer (1972) y Las batallas en el desierto (1981), así como de los libros de poesía Miro la tierra (1987), Siglo pasado (2000) y Como la lluvia (2009), entre otras obras.
Aparte del Premio Cervantes, había recibido el Premio Nacional de Periodismo por Divulgación Cultural (1980), el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso (2001), el Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo (2003), el Premio Alfonso Reyes, junto con su inclusión como Miembro Honorario de la Academia Mexicana de la Lengua y del Seminario de Cultura Mexicana.
Los que lo conocieron dicen de él que era un hombre bueno y afable.
Su muerte ayer en el Instituto Nacional de Nutrición Salvador Zubirán, a causa de un paro cardiorrespiratorio y ante la presencia de la escritora Bárbara Jacobs y el pintor Vicente Rojo quienes habían ido a visitarlo, refrenda la trágica profecía de que dieron cuenta las redes sociales que se volcaron en forma unánime a lamentar su deceso: enero se está llevando a los equivocados.
SU ESPOSA HABLA
La periodista Cristina Pacheco contó esta mañana cómo fueron los últimos momentos que pasó con su esposo, el escritor José Emilio Pacheco, quien falleció ayer a los 74 años después de que entrará en un sueño del que jamás despertó.
Dijo que ella se fue a trabajar, a grabar un programa, y el poeta se quedó en la casa. No salió de ahí sin decirle que “no hiciera una locura”, pues José Emilio tenía un problema en las piernas que le impedía moverse libremente y que el bajar las escaleras de su cara era una dificultad para él.
Después de que se había marchado, Cristina le habló a su esposo y notó en su voz que él no estaba bien. Le confesó que se cayó en su cuarto y que se había pegado en la cabeza con un escritorio.
A la mañana siguiente, ella le llevo su café y algunos periódicos a la cama, pero Jose Emilio no reaccionó a pesar de que lo movió.
“No me contestaba, pero respiraba normal, vi que su mano la tenía morada y grises las puntas de los dedos, le llamé al doctor y me dijo que le hablará a una ambulancia”.
Cristina Pacheco dijo que el fallecimiento de su esposo fue muy difícil de afrontar.
“Tengo que hablar en pasado de alguien que está presente en mi vida, no entiendo la vida sin él”, confesó.