Ciudad de México, 27 de enero (SinEmbargo).- Un suizo levantó el trofeo de campeón del Abierto de Australia, primer Grand Slam del año y el punto inicial de una temporada intensa en la ATP. Para sorpresa de todos, no era Roger Federer, el maestro de los últimos tiempos, sino un amigo cercano que vive a la sombra del fino conquistador de 17 torneos grandes . Stanislas Wawrinka se metió a la final de Melbourne ante el mejor del mundo. Sus chances eran limitadas, pero no su espíritu. En particulares circunstancias, pero con el corazón de siempre, levantó los brazos en señal de triunfo mientras los flashes se clavaban en su rostro.
Pete Sampras, mítica leyenda estadounidense y ganador de 14 Grand Slams, estaba en la grada como en gran parte del torneo. Él fue encargado de entregar el galardón. Todo estaba previsto para que Nadal recibiera la copa y establecer uno de los muchos simbolismos que tiene este deporte. El español habría empatado la marca del norteamericano, acrecentando el incomparable legado que le dejará a futuras generaciones. Sin embargo, lo pactado se quedó en el tintero desde el calentamiento previo al partido cuando Rafa sintió un constante dolor en la espalda. Un factor determinante para las acciones del compromiso.
"En el peloteo sentí algo, mi espalda se quedó clavada", declaró el balear en la conferencia de prensa posterior al juego. Con el gesto sereno, felicita a Wawrinka a quien ya le había concedido palabras de elogio previo a la final que disputarían. La grandeza de Nadal también se refleja en la derrota. En el pasado queda ya la imagen del fisioterapeuta atendiéndole la espalda mientras él está tirado bocabajo a un costado la cancha. El espíritu de Rafa se compara con el sentido de lucha que tiene Stan tan sobrio como nunca, consciente que está ante la oportunidad de conseguir algo por lo que siempre luchó.
En el brazo izquierdo sigue estando el tatuaje con la frase del escritor Samuel Beckett: “No importa. Inténtalo de nuevo. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. Un lema convertido en una forma de vida. Bajo esa premisa, olvidando las 12 derrotas sufridas en el mismo número de partidos frente al inconmensurable Nadal, salió a la Rod Laver para volver a competir. Todo fue diferente esta vez, dejando de lado la palabra fracaso y sacar las lágrimas junto con la alegría contenida durante tantas pruebas fallidas. Fueron cuatro sets en poco más de dos horas, tiempo suficiente para mostrar la cúspide de su progresión.
Wawrinka es desde hoy el tres del mundo. Por delante tiene a Novak Djokovic y a Rafael Nadal. Dos monstruos que mueven los hilos emocionales del circuito, a quienes venció en Melbourne para ganarse el lugar que le corresponde. Desde 1993, un tenista no se coronaba en Australia dejando de lado a los dos primeros lugares del ranking. Lo hizo el español Sergi Bruguera y ahora lo realizó Stan con 28 años y los sueños renovados. Pete Sampras posó con los dos finalistas. Nadal tenía el plato de plata, simbolismo del segundo lugar. La copa brillante estaba en las manos del sorprendente Wawrinka, con su tatuaje a la vista.