7 AÑOS DE GUERRA, Y EL NARCO SIGUE EN PIE

11/12/2013 - 12:00 am

Tocado o no por el destino, con razones de peso o sin ellas, detrás de la guerra en contra del crimen organizado hubo un hombre: Felipe de Jesús Calderón Hinojosa. Los porqués para lanzar la ofensiva más cruenta de la historia moderna se hallan en su circunstancia política, pero también en su biografía y personalidad. Este es el perfil de un Presidente que escuchó muchas veces: “La batalla se está perdiendo”, pero que no quiso o no pudo detenerse. Las consecuencias se reflejan en una galería de horrores. Y el fracaso late porque en la tragedia, siete años después, el único personaje que continúa ileso es el narco...

Durante el sexenio de Calderón se lanzó la llamada guerra contra el narco, . Foto: Cuartoscuro
Durante el sexenio de Calderón se lanzó la llamada guerra contra el crimen organizado que dejó miles de víctimas en el territorio mexicano. Foto: Cuartoscuro

Ciudad de México, 11 de diciembre (SinEmbargo).–  “¿Sabe qué? Si estuviera en la posibilidad de evitar un crimen y no tuviera más que piedras en la mano, lo haría con las piedras, esperando que, por lo menos, tuviera un momento, el aliento de David para hacerlo”.

Las palabras, si es que tienen poder de rebotar, movieron a la audiencia en el Alcázar del Castillo de Chapultepec. Ese “¿sabe qué?” de Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, Presidente de México, supo a té amargo. Era el preludio de un “no”. Lo escuchaban miembros de su gabinete, defensores de derechos humanos, académicos y dolientes de víctimas mortales y desaparecidos.

23 de junio de 2011. Cinco años de iniciada la Guerra contra el crimen organizado. 40 mil muertos. Otros miles esfumados de sus hogares, los centros de trabajo, las calles, la vida. Como truculento acto de magia, estuvieron ahí y en dos segundos, ya no. ¿Los culpables? Nadie. Sólo un ente maligno llamado crimen organizado que muchas veces ni siquiera tuvo rostro o cuerpo o nombre.

Desde ese sitio histórico, el Valle de México recibía la noticia. El Presidente no daría un paso atrás. No lo hizo antes, cuando decenas de advertencias en documentos académicos o de viva voz le dijeron: “Presidente, la batalla se está perdiendo”. No lo haría en el verano de 2011, cuando quedaba el último halo de oportunidad. No lo haría jamás.

Y el poeta Javier Sicilia, quien perdió a su hijo en Morelos y estaba para demandar un perdón por él y los otros 39 mil (pronto surgirían otros cálculos y al número se le pondría el tope de 70 mil), le preguntó: “¿Le parecemos bajas colaterales?” Y él, Felipe Calderón, tenía la misma actitud de los tiempos del Partido Acción Nacional (PAN) cuando le decían “niño de sangre azul”.

Para algunos panistas, como Manuel Espino Barrientos, un “niño berrinchudo”, “un niño corajudo”, “un niño que jamás jugó a los soldaditos”. Para otros, como Manuel J. Clouthier Carrillo, la encarnación del “complejo napoleónico” que implica una actuación envalentonada cuando se tiene baja estatura.

Su respuesta fue que no pediría perdón. “Javier, estás equivocado” y en todo caso, pido “perdón por no proteger la vida de las víctimas. Estoy arrepentido de no haber enviado antes a las fuerzas federales”.

El poeta había formado el Movimiento por la Paz, la Justicia y Dignidad. Invitaba al Presidente a reconocer que todo había sido un error. Le preguntó: ¿Dónde están las ganancias? Y él contestó que seguiría en este combate, aunque después fuera recordado con “mucha injusticia”.

En 2011, el ex mandatario le dijo a un reportero de The New York Times, que deseaba ser evocado por sus obras en Educación. Pero en estos días del séptimo aniversario de la Guerra contra el crimen organizado, es aquella frase, pronunciada en la frescura de Chapultepec, la que lo pone de perfil.

1. LOS TIEMPOS DE CALDERÓN

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Es la primera vez que entra a Los Pinos para sentarse en el despacho presidencial. La historia es un poderoso ente capaz de hacer llamados y Felipe de Jesús Calderón Hinojosa acaba de sentir el palpitar de uno. Él será el líder que inicie y consuma la batalla en contra de los cárteles de la droga en México.

Su nombre pasará a la memoria nacional. Más allá de lograr legitimarse, tras las elecciones más reñidas de la modernidad, será quien apague el fuego que amenaza al territorio.

Ahí está el hijo de Luis y María Carmen. El hermano de Luis Gabriel, María Carmen, Luisa María y Juan Luis. Se encuentra en esa oficina el hombre que cuando fue niño vio a su padre, al lado de Manuel Gómez Morín y Efraín González Luna, integrar el movimiento solidarista, basado en los derechos humanos y el reparto equitativo de la riqueza.

Está en Los Pinos, con el futuro limpio, el hijo del autor del libro El 96.47% de los mexicanos, en el que hay una pregunta: “¿Por qué con tantos católicos en el mundo existe tanta injusticia?”

Se ha presentado a trabajar como Presidente de México el discípulo de Carlos Castillo Peraza, a quien conoció en Morelia en 1978, con 16 años de edad. Un desencuentro jamás subsanado pesa en su presente: a principios del 2000, discutió con él en cuanto a la conducción del partido. Se separaron. No volvieron a verse. Castillo Peraza murió el 9 de septiembre de ese año en Bonn, Alemania.

Felipe desea apegarse a su ideología. Su moralidad será el pilar. Para la guerra no hará falta evidencia empírica ni contabilidad de bajas colaterales. Ocurrirá porque es un bien superior para la nación. Y si las cosas salen mal, ni pensar en la marcha en reversa.

La hipótesis la elabora Ernesto López Portillo, experto en Seguridad Pública y Nacional, fundador y director del Instituto para la Seguridad y la Democracia (Insyde) y observador de estos siete años de belicosidad en México. “Me hace pensar en una convicción profunda, personal, a la manera de una cruzada. (Calderón pudo haber pensado): Esta es la misión que me da la historia. Y está correctísima en los costos. Y los que me critican no lo entienden”.

Para estos porqués se abonan las propias palabras de Felipe Calderón en entrevista en 2011 a The New York Times: “No me importa lo que dicen en las encuestas… México debe ser limpiado, y es a mí a quien le toca hacerlo”.

López Portillo se atiene a un hecho: “Todos los que teníamos evidencia empírica desde el principio, nos encontramos afuera de la discusión porque desde la lectura ideológico moral (que tenía Calderón) no logramos ser escuchados”.

El mismo López Portillo tiene otra hipótesis. En ella confluye el analista político Macario Schettino Yáñez, autor de Cien Años de Caos:

Felipe Calderón acaba de entrar al despacho. Ha recibido un diagnóstico y le han informado con precisión que el Estado ha perdido el control del territorio nacional. Los Beltrán Leyva, los Arellano Félix, el Chapo Guzmán en el norte. El Cártel del Golfo y los Zetas en el oriente, en Michoacán, el estado donde nació. Todos, adueñan las rutas nacionales en el trasiego de cocaína. Se pelean entre sí. Avanzan, dominan. En esta hipótesis no hay hombres llamados por la historia sino una realidad apremiante. “¿Le tocó a él como le pudo tocar a otro? “Sí”, es la respuesta enfática de Schettino.

(En una de las hipótesis no hay diagnóstico. En la otra, predominan los informes. En las dos, el protagonista es un hombre).

A pesar de las insistencias, el ex Presidente Calderón decidió continuar con la guerra. Foto: Cuartoscuro
A pesar de las insistencias, el ex Presidente Calderón decidió continuar con la guerra. Foto: Cuartoscuro

2.  EL NIÑO QUE LLEGÓ A LA PRESIDENCIA

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Zurdo, motejado como “Niño de Sangre Azul” en sus tiempos de veinteañero en el PAN, mal hablado, con un contradictorio gusto por la fiesta brava pues siempre defendió los derechos de los animales, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa llegó a la Presidencia de México en 2006.

La niñez de Felipe se encuentra en Morelia, Michoacán. Toda, imbuida en la política. Apenas tenía cinco años cuando presenció que su mamá le arrancó una boleta electoral a Marco Antonio Aguilar Cortez, quien fuera rector de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Había llegado a la casilla con un grito fuerte: “¡Viva el PRI!” La madre de Felipe lo regañó: “¡El voto es secreto!” y le quitó la papeleta.

A sus 43, en 2006, Felipe Calderón fue el protagonista de la experiencia más controvertida en la historia electoral de México. Con una participación mayor a los 40 millones de votos, el candidato del PAN venció a Andrés Manuel López Obrador del Partido de la Revolución Democrática (PRD). La diferencia fue de 0.58 por ciento En otras palabras: Calderón logró el 35.89 por ciento y López Obrador, el 35.31 por ciento.

Tres meses antes, las circunstancias eran otras, muy diferentes, oscilaban en un mundo aparte. Por eso, los resultados fueron sorpresivos y durante algunos meses, inverosímiles. La totalidad de encuestas situaba a López Obrador a la vanguardia y Felipe Calderón estaba en las sábanas de un escándalo. Recibía acusaciones de haber otorgado concesiones opacas a Hildebrando Corporation, cuando fue Secretario de Energía. En esa empresa eran socios su cuñado y su propia esposa, Margarita Zavala Gómez del Campo. Tenía, además, el consorcio, un contrato del Instituto Federal Electoral (IFE) para el diseño del sistema electrónico de cómputo de votos.

Como lava que avanza, la acusación casi estalló porque se le señalaba de haber obtenido información de los padrones de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), gestora de los programas asistenciales para los pobres.

Pero Calderón ganó las elecciones. Y López Obrador rechazó el resultado y llamó a las calles y la protesta duró un semestre. El Presidente buscó lo que en política nacional se ha bautizado como “legitimización”. La decisión sexenal era cuestión de tiempo.

3.  EL LIBRO QUE MARCÓ MI VIDA

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Ante la pregunta típica de qué libro le había marcado la vida, Felipe Calderón respondió en campaña que El Lobo Estepario de Herman Hesse, que leyó por primera vez en la adolescencia. “El día había transcurrido del modo como suelen transcurrir estos días; lo había malbaratado…”, escribe el autor alemán, Premio Nobel de Literatura de 1946, en el arranque de la novela.

Se trata de la vida del culto y solitario Harry Haller, un hombre sumido en una lucha interior que amenaza con desgarrarse en dos partes: el lobo y el hombre, el instinto y la razón, lo salvaje y lo civilizado.

A Harry Heller, en El Lobo Estepario, la dualidad lo enloquece. Es uno de los personajes más célebres de la literatura psicoanalítica. Heller llega a la desesperación. Cuando está en el nivel más bajo de su conciencia, es capaz de cambiarlo todo. Su carácter arrojado le da un giro insospechado a los acontecimientos.

Manuel Espino fue secretario general del PAN de 2002 a 2005, y presidente del Comité Ejecutivo Nacional del partido de 2005 a 2007. Desde esos cargos vivió la campaña y las elecciones. Cree que a Calderón le ganó el lobo. Y que fue la contienda y sus vivencias las que pesaron en sus decisiones. “Eso fue lo que le llevó a declararle la guerra al crimen organizado. Él sabía que la elección presidencial la habíamos ganado por un escaso margen. La ganamos, sí. Pero con escaso margen. Él la hubiera querido ganar de manera contundente. Pero su personalidad no se lo permitía. Ganamos a pesar del carácter de Felipe Calderón y luego él vio en ello, la necesidad de una guerra”.

4. CUANDO EL ENOJO ES TRAMPOLÍN

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Hay voces que indican que a Felipe Calderón Hinojosa, la Presidencia de México le llegó por un enojo. Esa emoción es una proclividad suya. Manuel Espino dice de él que adueña “una personalidad colérica que no supo educar para formarse un carácter más amable”.

Su léxico también lo pinta así. Que es mal hablado, se sabe. Antes de ser Presidente no medía exclamaciones que incluían las típicas ofensas a la madre o el indiscriminado uso de cierta palabra para calificar a alguien como tonto. Ello, a pesar de la prohibición de sus padres que siempre se preocuparon porque los niños Calderón Hinojosa no pronunciaran improperios.

El dicho de Luisa María Calderón Hinojosa, su hermana, en una entrevista en 2005 lo pone tras ese caleidoscopio: “Si algo lo hacía enojar era que lo sacaras de su ensimismamiento porque Felipe, como Carlos Castillo Peraza, siempre ha creído que el mundo debe ser como él lo piensa”.

Así que este hombre, un día se enojó. Y le dijo que no a Vicente Fox Quesada y tras ese “no” se convirtió él, en Presidente.

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El terco. Foto: Cuartoscuro
Hay voces que dicen que la Presidencia le llegó por un enojo. Foto: Cuartoscuro

–¿Qué va a pasar con la Reforma Energética? Tú estás ahí para avanzar en esa cosa. Para eso te invité– diría con fuerza Fox, el entonces Jefe del Ejecutivo. Así que te vas a tu despacho de Energía.

Sentía ese nudo que se siente cuando se desea decir algo y el interlocutor habla más fuerte. Algo como piedra. “Me duele mucho, pero yo no voy a ser un secretario inútil. Yo no voy a cumplir con la tarea, porque la descalificación me convierte en un interlocutor inválido. Y esa reforma está descalificada de antemano”.

Vicente Fox lo veía a la cara. Felipe Calderón Hinojosa permanecía de pie.

“Mira, Calderón”, le dijo Fox. “Mira, Felipe”, corrigió con un levantamiento de tono. “Sé que estás logrando un liderazgo importante. Yo no tengo ningún precandidato favorito para la Presidencia. Están en la misma situación, Creel, Canales y Cárdenas”.

Este encuentro era una página más en un relato de desencuentros. La oposición entre Fox y Calderón es antigua. El primero siempre representó a la clase empresarial que desde los 80 se propuso expulsar de la dirigencia a la corriente doctrinaria a partir de la cual se fundó el PAN, y a la que pertenece la estirpe del segundo.

Ese día, Felipe Calderón salió enojado de Los Pinos. Él no integraba la terna del Presidente. Así que por su cuenta, el sábado 30 de mayo de 2004, en Guadalajara, ante siete mil personas (según su propio cálculo) anunció su aspiración a luchar por la candidatura de su partido, al que había pertenecido de manera oficial durante 25 años.

Este acto le ocasionó un regaño público. Fox le dijo que no era tiempo de candidaturas y le exigió la renuncia como Secretario de Energía. Le había dado una encomienda: avanzar en la reforma del sector energético y Calderón lo desobedeció. Nada ocurrió conforme a los planes del entonces Presidente.

5. QUE SE HAGA LA GUERRA

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A sólo 10 días de haber asumido la primera magistratura, Felipe Calderón envió al Ejército a Michoacán, Sinaloa y Veracruz. En palabras del entonces Procurador General de la República, Eduardo Medina Mora, el objetivo era abatir el poder del crimen organizado; sobre todo, del narcotráfico. Ese mismo día, el Secretario de Seguridad Pública Federal (SSP), Genaro García Luna, anunció un cambio en el perfil de los policías federales.

Conforme a la estrategia, se debilitaría el flujo de dinero, la red operativa y la distribución. Así que se atacaría al tráfico de armas, se abatiría al circulante y se tomarían las carreteras. Se empezaría por el negocio principal: la cocaína. La consideración: aunque su ciclo de retorno era más largo, su valor subía casi 56 veces en su recorrido de Colombia a las calles de Estados Unidos, principal mercado.

No ocurrió eso. No, hasta el momento. Los expertos en Seguridad de la Universidad Iberoamericana (UIA), Pablo Monzalvo y Eruviel Tirado, ya no observan una batalla; sino tres: familias del narco por territorios y mercados de distribución de la cocaína, la Policía Federal en contra del narcotráfico y el Ejército tras criminales. En las tres, se cometen errores que implican confusión sobre quién es el enemigo y Michoacán es el microcosmos.

Es un intrincado destino nacional cuya génesis, investigadores como Arturo Lizárraga, catedrático de la Universidad Autónoma de Sinaloa, ubican en 1970. Ese año, el cultivo de mariguana se desplegó en la sierra madre occidental. El gobierno federal envió a las primeras tropas para atrapar a sembradores de la mata verde. Siete años después arrancó la Operación Cóndor, que significó la distribución de 10 mil soldados en la región bautizada como “triángulo dorado”, cuyos vértices son Sinaloa, Durango y Chihuahua.

“En realidad no es Calderón quien declara la guerra. El primer Presidente que usa al Ejército contra el crimen organizado es José López Portillo. Desde los 70 se organiza un grupo desde el gobierno para impedir que crezca el narcotráfico y también para enfrentar a la subversión, que entonces era importante”, expone el analista Macario Schettino.

1997 fue un año parteaguas. El PRI perdió el control de la Cámara de Diputados y entonces, se acabó el viejo régimen. Amado Carrillo –llamado “El Señor de los Cielos” por la utilización de aviones en el trasiego de droga a Colombia– fue abatido y, en aras de sustituirlo, varios cárteles empezaron a pugnar por coronarse como líderes.

Cuando Felipe Calderón tomó posesión en 2006, cinco cabezas de humano habían sido arrojadas por miembros de un grupo armado a la pista de baile de un bar de Uruapan. Ya quedaban pocas dudas. “El crimen organizado estaba fuera de control en Michoacán”, dice Schettino.

La cronología desembocaba en lo sangriento. El investigador Ernesto López Portillo lo reconoce. Pero adereza que el ex Presidente Calderón desconocía el tipo de instituciones que tenía para enfrentar ese panorama. De modo que no calculó los resultados. Ni los costos.

6.  LA BATALLA SE ESTÁ PERDIENDO, PRESIDENTE

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Felipe Calderón recibió cinco amenazas de muerte. Constan en averiguaciones de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO, hoy SEIDO), dependiente de la PGR, en la respuesta a la solicitud de información 0001700034511 a través del Instituto Federal de Información (IFAI). Ocurrieron en marzo de 2008 y en enero, mayo, junio y agosto de 2009, por correo electrónico.

El ex Presidente confirmó aquel pasaje el 18 de agosto, cuando celebró 50 años de vida. El avión presidencial sería derribado. Su respuesta –relató durante una cena ante sus invitados– fue un mensaje para sus hijos. “Determiné realizar el viaje en medio de un dispositivo muy amplio de seguridad. Antes de ello, grabé un mensaje para mis hijos en el que les aseguraba que en caso de ocurrirme algo, debían de tener la certeza de que su padre estaba cumpliendo las tareas que creía necesarias”.

Felipe Calderón procreó tres niños: María, Juan Pablo y Luis Felipe. Es posible imaginar que pasaron los seis años de gobierno con la guerra como emblema. En 2007, en el primer desfile militar al que acudió Calderón por la conmemoración de la Independencia de México, Juan Pablo y Luis Felipe fueron vestidos con uniforme militar, con insignias similares a los grados de mayor y teniente coronel. María vistió de civil.

En el país, el número de caídos crecía y ella, la muerte, tomaba formas de incontrolable monstruo. Cuerpos colgados, tirados en medio de los caminos o los campos, desmembrados, machacados o quemados en ácido componían la galería de los horrores. Hombres y mujeres desplazados de sus casas integraban otro relato dramático. Los migrantes centroamericanos asesinados o secuestrados en México, otro. Para febrero de 2007, la lista de violaciones a los derechos humanos cometidas ya fuera por el llamado crimen organizado o por los miembros del Ejército, era un masacote.

La mirilla en la crisis humanitaria la ocuparon decenas de casos: Ernestina Ascensio, de 70 años, violada por militares en Zongolica Veracruz; sexoservidoras en Coahuila violadas por militares; maestros confundidos con narcotraficantes en una carretera de Sinaloa y acribillados por militares; niños muertos en una carretera de Tamaulipas en lluvia de balas lanzada por militares; 13 jóvenes ejecutados en la colonia Villas de Salvárcar de Ciudad Juárez, Chihuahua, por el llamado crimen organizado; otro grupo de adolescentes asesinado en una fiesta…

En 2012, cuerpos aparecieron colgados de un puente en Nuevo Laredo, Tamaulipas. Foto: Cuartoscuro
En 2012, cuerpos aparecieron colgados de un puente en Nuevo Laredo, Tamaulipas. Foto: Cuartoscuro

El gobierno federal presentó con espectacularidad sus acciones. Algunas veces, violentas. El mejor ejemplo fue la persecución de Arturo Beltrán Leyva en Morelos. Tras siete días, el supuesto capo cayó en una habitación de un lujoso departamento con mobiliario de princesas, como para una niña. Tenía el cuerpo agujerado por las balas. Todo, frente a las cámaras de televisión.

Así fue la bitácora: el gobierno calderonista detuvo en enero de 2008 a Alfredo Beltrán Leyva “El Mochomo”, operador del Cártel de Sinaloa y brazo derecho de “El Chapo”; en noviembre de ese año, capturó a Jaime González Durán, uno de los fundadores de Los Zetas; en marzo de 2009, detuvo a Vicente Zambada Nieblas, hijo de Ismael Zambada García “El Mayo” Zambada; en abril de 2009, aprehendió a Gregorio Saucedas, un ex policía ministerial de Tamaulipas y líder del Cártel del Golfo; en ese mismo mes, detuvo a Vicente Carrillo Leyva, hijo del fundador del Cártel de Juárez, Amado Carrillo; en diciembre de ese año, cazó a Arturo Beltrán Leyva y lo presentó muerto a la sociedad; en enero de 2010, capturó a Eduardo Teodoro García quien después de romper con el Cártel de los Arellano Félix, operaba por su cuenta; en julio de 2010, abatió a Ignacio Coronel, en un operativo del Ejército en Zapopan, Jalisco. La última detención fue la de Édgar Valdez Villareal, operador de Arturo Beltrán Leyva y apodado como “Barbie”.

Pensado como personaje, el narco salió ileso. Los analistas coinciden en que tras siete años de guerra continúan los cárteles dirigidos por Joaquín El Chapo Guzmán (el hombre más buscado del mundo), los Arellano Félix, los Beltrán Leyva, Los Zetas y el Del Golfo. Tienen nuevos líderes, otros operadores. “Porque los descabezamientos de los grupos originaron células”, según Eruviel Tirado, director del diplomado de Seguridad Nacional que se imparte en la UIA. “Y esas células han crecido a grupos que intentan consolidarse”. El reflejo de esta multiplicación lo dan los informes del Departamento de Justicia de Estados Unidos. En 2008, los cárteles mexicanos tenían presencia en 230 ciudades de aquel país y para 2011, se habían extendido a más de mil ciudades.

El ex Presidente Felipe Calderón supo que ello podía ocurrir. Los llamados a detenerse se encuentran en la prensa, las publicaciones editoriales y hasta en declaraciones de miembros del mismo gabinete de Seguridad. En 2007, el analista José Antonio Crespo, del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) publicó un artículo en un diario nacional en el que se leía: “Enfrentar al narcotráfico con una guerra convencional equivale a darle escobazos a un avispero”.

En 2009, empezó a circular el libro El narco: la guerra fallida, con la coautoría de dos ex colaboradores del ex Presidente, Vicente Fox, Jorge G. Castañeda y Rubén Aguilar. Para entonces, el excanciller y el exvocero ya utilizaban el término “fracaso”. El concepto empezó a ser pronunciado una y otra vez. Lo usó el mismo Fox para pedirle a Calderón que detuviera “la masacre”.

Un año después, el 12 de febrero, el general Guillermo Galván Galván, entonces Secretario de la Defensa Nacional, dijo en el Día del Ejército, que a nadie le convenía que la guerra contra el crimen organizado se extendiera en forma indefinida.

El cúmulo de advertencias incluyó también la de Manuel Espino, artífice del documento “Estrategia para la Paz Justa”. Propuso en 2010, no sólo deshacer la guerra; sino lograr niveles de justicia en las instancias competentes.

A siete años de iniciada la batalla, el ex presidente del PAN, relata: “Yo llegué a decir en tono de broma que me daba la impresión que Calderón, de niño, nunca jugó a los soldaditos. Y ahora tenía la manera de hacerlo con gente de verdad. En el fondo era eso, su inseguridad personal, su nula capacidad de rectificación, de humildad, él sentía que se humillaba si daba marcha atrás. Se lo sugerimos. Le dimos propuestas alternas. No hizo caso”.

7. “CON PIEDRAS…”

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El 29 de marzo de 2011, apareció un carro en Temixco, Morelos. Dentro, estaban los cuerpos de siete muchachos sin vida. Entre ellos, Juan Francisco Sicilia Ortega, “Juanelo”, hijo del poeta Javier Sicilia. No hubo tiempo para el luto largo. El poeta escribió un texto adolorido y días después, ya era líder del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. En ese breve lapso, se le unieron miles.

El poeta se encontró en El Alcázar de Chapultepec con el entonces Presidente, Felipe Calderón Hinojosa, tres meses después de la violenta partida del hijo. Le demandó un perdón. El Presidente le dijo que no, que estaba equivocado.

Javier Sicilia exigió a Calderón pedir perdón a la Nación y en particular a las víctimas de la guerra contra el narcotráfico. Foto: Notimex
Javier Sicilia exigió a Calderón pedir perdón a la Nación y en particular a las víctimas de la guerra contra el narcotráfico. Foto: Notimex

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