INFIERNO EN EL CADILLAC: SEXO, PODER Y LÁGRIMAS

02/12/2013 - 12:00 am

El 19 de octubre de 2000, 22 mexicanos murieron calcinados en el club nocturno Lobohombo del Distrito Federal. El dueño nunca pisó la cárcel, y las autoridades tuvieron que “indemnizarlo” con 13.6 millones por expropiar el terreno de la tragedia. El 19 de junio pasado, agentes liberaron a 46 mujeres que eran esclavas sexuales en otro centro nocturno, de nombre Cadillac. Las víctimas denunciaron que políticos y funcionarios públicos eran asiduos visitantes de ese lugar en el que no sólo las obligaron a todos los caprichos sexuales imaginables, sino que las tatuaban, las golpeaban, las mutilaban. Les secuestraban y hasta violaban a sus hijos menores de edad y, de acuerdo con sus testimonios, algunas habrían sido asesinadas. Y otra vez un mismo nombre: el dueño del Cadillac es el del Lobohombo.

Los siguientes testimonios, obtenidos por la reportera Sanjuana Martínez, fueron levantados por las autoridades que siguen un proceso judicial contra, se supone, los esclavizadores. Por su crudeza, se recomienda discreción. También se recomienda que, mientras lee las siguientes historias, se piense que México ocupa el quinto lugar mundial en trata, con 800 mil adultos y 20 mil niñas que sufren de algún tipo de explotación sexual o laboral...

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Especial

Ciudad de México, 2 de diciembre (SinEmbargo).– Karina tiene seis cicatrices en el cuerpo y todas son por los golpes que le propinaban los traficantes de mujeres en el table dance Cadillac, donde fue explotada sexualmente durante cinco años.

Uno de los clientes “importantes” casi le arranca un pezón de una mordida, cuenta. Estuvo a punto de perder parte de los dedos de las manos. Fue brutalmente torturada.

Está sentada en la oscuridad cuando ofrece su testimonio. Por cuestiones de seguridad, usa una gorra amarilla que oculta su rostro y preserva su identidad. Su denuncia ayudó a detener a una buena cantidad de tratantes de mujeres y niñas y también ayudó el testimonio de Elvira, quien fue llevada con engaños a ese table dance; luego fue drogada con una bebida alcohólica y violada en uno de los salones VIP por “el patrón”, Alejandro Iglesias Rebollo. Después  fue sacada por uno de los clientes y trasladada a un hotel, para “probar la mercancía”. Allí fue violada por segunda ocasión.

La historia de Perla es distinta. Era promotora en la Zona Rosa y el Cadillac la contrató para “tarjetear” e invitar a la gente. Se convirtió en bailarina y trabajadora sexual después. Fue obligada a operarse los senos y hacerse liposucción. Ella fue una testigo fundamental para identificar clientes “importantes”, cómplices y tratantes.

Por sus testimonios, fue posible adentrarse a las entrañas de la trata de mujeres en el Cadillac y otros table dance del Grupo Titanium, propiedad de Iglesias Rebollo; un holding compuesto, de acuerdo con las autoridades, por los llamados “antros” Royal, Tahití, Calígula, Farhenheit, La Tentación ubicada en avenida Cuauhtémoc, y La Tentación de la calle Marina Nacional, entre otros.

Las trabajadoras sexuales –casi todas secuestradas y retenidas contra su voluntad– eran marcadas con tatuajes en las manos y en otras partes del cuerpo para identificarlas de “por vida” a la red de trata que opera aún en la Ciudad de México y en otros lugares del mundo.

En el Cadillac no sólo había, de manera cotidiana, trata de mujeres y niñas, delitos sexuales o drogas; también ocurrían asesinatos, ritos satánicos, secuestros y robos, de acuerdo con los testimonios que documentaron las autoridades. Un “negocio redondo” que ofrecía multimillonarias ganancias al dueño que operó y sigue operando “en connivencia con las autoridades capitalinas de las distintas delegaciones”, de acuerdo con organizaciones civiles.

El Cadillac, ubicado en Melchor Ocampo número 189 esquina con Michelett, en la colonia Anzures, cerca de la zona de Polanco, fue clausurado el 29 de junio en un operativo conjunto entre la Policía capitalina y la Policía Federal. Fueron presentadas más de 100 personas entre bailarinas, meseros, encargados y personal de seguridad.

Las 46 mujeres fueron rescatadas. 27 eran mexicanas y 19 extrajeras: de Venezuela, Honduras y República Dominicana, etcétera.

Ese día iban a clausurar el Royal y el Fahrenheit, propiedad de Iglesias Rebollo, pero un “pitazo” alertó a los empleados y vaciaron los lugares de clientes y bailarinas. Hoy siguen funcionando.

Iglesias Rebollo fue llamado en el pasado “El zar de los giros negros”. Era el dueño del Lobohombo, donde el 19 de octubre de 2000 murieron 22 personas y siete más resultaron lesionadas al incendiarse el lugar. Las salidas de emergencia se encontraban bloqueadas.

Tras la tragedia de la discoteca, Alejandro Iglesias fue encontrado culpable de homicidio culposo. Nunca pisó la cárcel. También se deslindó a las autoridades de la delegación Cuauhtémoc. Al frente se encontraba la perredista Dolores Padierna.

Los funcionarios dijeron que los dueños de la discoteca “habían cumplido con los requisitos de seguridad que marca la ley”. Pero no verificaron que el hidrante estuviera conectado, por ejemplo.

El entonces Procurador capitalino, Bernardo Bátiz Vázquez, consideró que los funcionarios fueron víctimas de un engaño o de un fraude, pero que no tuvieron responsabilidad en la tragedia.

Posteriormente, la Delegación Cuauhtémoc procedió a la expropiación del predio para dar vida a la estación de bomberos Ave Fénix.

La entonces Delegada, Virginia Jaramillo, tuvo que pagar a Iglesias Rebollo 13.6 millones de pesos del erario público como indemnización: perdió el juicio en el que le reclamaban el regreso de la propiedad.

Karina

Cuando Karina vio el lugar donde supuestamente sería mesera –lleno de mujeres desnudas– quiso huir, salir corriendo. Pero un guardia de seguridad la detuvo y empezó su pesadilla, cuenta.

“Me golpearon. Y fue cuando por primera vez el señor Alejandro Iglesias abusó de mí. Después el señor Ampudia, después unos de seguridad, meseros... y me dijeron que yo tenía que trabajar allí. Ese día yo sentía morirme porque eran muchos tipos, pero yo tenía mucho miedo. Después me golpearon mucho. Me llevaron a trabajar al tercer día, me obligaron a prostituirme, a tener relaciones con clientes”.

El enganchador de Karina es Josué Ulises Amaro Gomez, socio de Iglesias. La enamoró en su país de origen, en Centroamérica, y le dijo que iba a ser mesera en un bar en Quintana Roo, a donde llegó con un permiso de trabajo en un restaurante.

Cuando ofreció su testimonio, Karina no pudo parar de llorar. En él cuenta que Josué la amenazó con asesinarla si escapaba: “Para mi era muy difícil porque yo estoy sola, yo no tengo familia, no tengo papás, yo no conocía a nadie aquí...”

Muy pronto se dio cuenta del lugar en el que estaba. Fue testigo de la muerte de una menor: “Tenía 15 años. Se desangró porque la obligaron a tener relaciones con varios clientes. Llegó el señor Alejandro Iglesias y les dijo a los de seguridad que qué esperaban para sacarla. Para mí fue impactante ver todo esto. Nos golpeaban, nos llevaban a diferentes hoteles a dar sexoservicio. Yo no sabía a qué hoteles íbamos, puesto que nos vendaban los ojos. No sabíamos en dónde eran. Nos quitaban la venda cuando llegábamos a la habitación con los clientes”.

Para Karina, lo más aterrador era atender a los “clientes importantes” porque, dice, eran los peores:

“Había un tipo importante y después salieron tres más. Me golpearon y me violaron. Yo tenía mucho miedo. Otro día que estábamos dos chicas con cuatro clientes en una mesa. A una la lastimaron mucho. A mí me mordieron un pezón. Nos levantamos y nos regresaron; nos obligaron a regresar otra vez”.

Karina hacía entre ocho y diez servicios al día. A veces, de 3 mil pesos cada uno. Cuenta que la mayoría de las chicas estaban contra su voluntad, pero las tenían amenazadas de muerte y con lastimar a sus hijos y sus familias. Todas eran golpeadas cotidianamente.

En ocasiones se les pasaba la mano, como el día que asesinaron a un cliente porque no le alcanzó el dinero para pagar la cuenta. Una joven colombiana de nombre Erika, que tenía un bebé de seis meses, intentó defenderlo. Pero los hombres de seguridad, identificados en sus declaraciones como “El Negro” y “El Pantera”, la mataron enfrente de 40 chicas por orden de Alejandro Iglesias.

Ése fue un asesinato ejemplar:

“Me impresionó ver cómo golpearon a una chica y a un cliente hasta matarlos. El cliente no tenía plata [dinero] para pagar; lo golpearon. La chica se metió, lo defendió y me tocó ver cómo los apuñalaron a los dos. A la chica...  me tocó ver cómo la hacían pedazos a ella. Me tocó ver cuánta sangre había allí. No nos podíamos meter. Solamente llorábamos asustadas, gritábamos. A una la golpearon hasta dejarla inconsciente. Nos decían que no gritábamos porque iban a escuchar...”

En el Cadillac había “servicio de guardería”. Algunas de las chicas eran castigadas y no les permitían ver a sus bebés, literalmente secuestrados. Una señora conocida como “Lorena” cuidaba a los niños. Nadie sabe qué pasaba con los bebés de las mujeres asesinadas.

Las golpizas y la tortura que sufrió Karina le dejaron seis cicatrices: “Me iban a amputar mis dedos porque no quise consumir drogas, porque yo me quería ir. Le ponían algo a las bebidas. Amanecía en el piso desnuda y golpeada”.

Eran obligadas a trabajar en condiciones de esclavitud. No tenían una alimentación programada. Ellas comían lo que podían, muchas veces, según sus testimonios, sólo “pan y agua”.

“Nunca había un día normal. Para mí, todos los días eran igual. Era dejar de trabajar a las 8 o 10 de la mañana; dormir un ratito porque a las 2 tenía que trabajar otra vez”.

Cuando a Karina le preguntan –en declaraciones a las autoridades– qué tipo de clientes había en el Cadillac, contesta solamente que eran hombres “importantes”: diputados, judiciales:

“La mayoría va a drogarse. Son violentos. Se ve que son personas importantes. Nos amenazan. Inclusive había días que iban policías, judiciales. ¿A quién le pedíamos ayuda? Si iban personas tan importantes, no podíamos pedir ayuda a nadie”.

Karina fue golpeada y violada por algunos de esos “clientes importantes”. Llorando, recuerda el caso de un Subprocurador, posteriormente investigado. Se trata de Edgar Veytia, Subprocurador de Nayarit:

“Él me violó. El señor Iglesias me golpeó para que yo estuviera con él. Yo me negué a tener relaciones con él y el mismo señor Ampudia dijo que iba a regresar porque le había gustado estar conmigo. Cuando él ya había dicho el puesto que tenía, se retractó y dijo que se había equivocado; que no tenía ese puesto, pero yo se que sí porque él lo dijo”.

La desaparición de mujeres y los asesinatos eran constantes:

“Hubo un caso de una chica extranjera que mataron en Migración, mandados por Alejandro Iglesias, porque había un cliente que se había enamorado de ella. Ella era de Colombia y tenía una amiga checa y las dos desaparecieron. El cliente las fue a buscar y me dijo que estaban en Migración, pero Francesca le decía que las golpeaban y las habían violado en Migración. Supuestamente se murieron, pero yo se que no. El cliente me lo dijo. Nunca jamás las volví a ver”.

Las mujeres explotadas del Cadillac daban servicio a hoteles o viviendas privadas, hasta donde eran trasladadas. Les vendaban los ojos. Las colocaban en el suelo de una camioneta con vidrios oscuros y las llevaban con clientes VIP:

“Un día, una chica que estaba embarazada se estaba ahogando con su propio vomito. Se quiso levantar y la golpearon y le hicieron comerse su propio vomito. En ese momento ella empezó a sangrar. Nos tuvimos que regresar otra vez al bar. A ella la sacaron y luego nos volvieron a llevar al hotel. Decía el de seguridad que mujeres embarazadas no servían. Siempre nos golpeaban por todo... Perdió a su bebé”.

Las chicas eran golpeada sin piedad por los elementos de seguridad conocidos solamente como “El Pantera”, “El Nenuco” y “El Negro”. Eran golpeadas por el dueño, por el encargado y a veces por los clientes.

Es por eso, narran las esclavas sexuales liberadas, que en el Cadillac había servicio médico: dos doctores vestidos con sus respectivas batas blancas que atendían por turnos las necesidades de salud de las trabajadoras de los distintos table dance de Iglesias.

También había una enfermera conocida como Katy:.

“Uno de los doctores siempre estaba tomado o drogado”.

Karina quería escapar. Cada día de su vida, durante esos cinco años, pensó la forma de hacerlo.

Hasta que un día, Gabriel “El Pelón”, uno de los choferes, la ayudó y la llevó al Hotel Fiesta Inn con sus hijos. Le advirtió que tenía que actuar rápido y llamar a la policía y a las autoridades de Migración.

“Me dejó allí. Mi hijo tenía mucha fiebre. Yo quería calmar la fiebre, pero en eso llegó el señor Uli, el señor Germán, junto con el señor Iglesias. Me golpearon y me quitaron a mis hijos durante cinco meses. Durante cinco meses no pude hablar con ellos, no los pude ver. Y abusaron de mi hijo mayor, que tiene seis años”.

Sus hijos le dijeron que fue el hermano de Ulises: “Ellos lo dicen, yo les creo. Los llevé al médico y dijo que habían sido violados”.

Iglesias le exigía 75 mil pesos para volverlos a verlos, cantidad que le prestó una amiga.

Esa es una deuda que, hasta la fecha, sigue pagando.

Fue esa amiga quien la animo a denunciar a los tratantes: “Me dijo que no tuviera miedo. Yo confío en que alguien va a hacer algo por todo esto. Confío que alguien va a hacer justicia. Yo quisiera evitar que muchas personas, mujeres, pasen esto porque es lo peor que nos puede pasar. Es un infierno. Yo quería morirme”.

Al rendir su testimonio ante las autoridades, Karina insiste, en repetidas ocasiones, en que tiene miedo. Y no es para menos. Cuenta que, por ejemplo, la impunidad permite que en los mismos negocios de giro negro se hagan ritos. O que a ellas las tatuaran.

Martes y jueves por la noche, narra, ella presenció “ceremonias”. Habla de “sacrificios humanos y animales”.

“Había funcionarios, había ministerios públicos, estaban el señor Aristeio, su hijo Carlos, el señor Iglesias, el señor Ampudia. Siempre estaban allí y todos hacían a otras chicas rallarse; las rallaban. Y a algunas nos tatuaban. La mayoría tenemos tatuajes porque es una forma de ubicarnos. No hay una sola chica que no tenga tatuajes”.

Cuenta que en el patio del Cadillac tenían huesos de un humano y sacrificaban animales y personas.

La “ofrenda”, dijo a las autoridades, servía supuestamente para que el lugar tuviera muchos clientes: “Mataban cabras, mataban pollos, gatos y personas. Y utilizaban su sangre y la quemaban... Afuera en el bar hacían un rito y prendían fuego y no se lo que hacían. Tienen a un muerto allí. Y creen en unos santos. A ellos les piden para que los proteja”.

A los ritos asistía un señor al que le llamaban “El Padrino”. Eran invitados clientes “frecuentes”, a quienes les regalaban una botella por participar.

“Los drogaban y yo ya no los veía salir; por eso se que los mataban, porque me tocó ver mucha sangre y hubo un cliente que sus familiares lo fueron a buscar y dijeron que no; pero yo lo vi”.

El día en que rindió su testimonio a las autoridades, el llanto de Karina llenó, literalmente, la sala en donde fue grabada. Asegura que ninguna de las trabajadoras de los table dance de Iglesias están por su voluntad. Dice que hay de Veracruz, Oaxaca, Puebla. Que están forzadas. Inclusive muchas de ellas se las llevan a Estados Unidos a trabajar.

Comenta que a las extranjeras las llevan a Puerto Vallarta y a Torreón, Coahuila. La mayoría son mujeres extranjeras. Entre ellas, algunas menores de edad, de 15, 16 años. Y también adultas: “Ellas tienen miedo, están amenazadas. Algunas les hicieron lo mismo que a mí: les destruyeron sus documentos”.

Cuenta que Iglesias Rebollo fue denunciado por su propia hija por violación: “Y lo han dejado libre. Yo tengo miedo porque si lo dejaron libre por la violación de su hija, es muy probable que no lo agarren y si lo agarran, lo van a dejar libre. Me da mucho miedo todo esto”.

El valor de Karina para denunciar a los tratantes también ha sido fundamental para identificar a clientes “importantes”, frecuentes, a quienes veía una y otra vez:

“Los podría reconocer. Son personas bien vestidas. Se ve que usan perfumes buenos, ropa Hugo Boss, y ellos son los que peor abusan de nosotras. Ellos son quienes nos obligan a tener relaciones con ellos. Si los veo los podría reconocer”, narra

–¿Sabes si algunos eran funcionarios de alguna Delegación? –se le preguntó al rendir declaración.

–La mayoría eran personas que tenían puestos altos en delegaciones, inclusive iban policías, vestidos de policías.

Antes de terminar, se emociona:

“…Pedirles, suplicarles a las personas que están viendo esto que nos ayuden a parar todo esto. Que ellos son quien tiene la última palabra a final de cuentas. Yo puedo decir todo lo que he vivido. Pueden ser sus hijas quienes estén allí, sus familiares. Yo quiero seguir ayudando a personas así como yo, a niños abusados como mis hijos. Y suplicarles a las autoridades, pedirles que nos ayuden a cerrar todos estos lugares porque hay muchas familias sufriendo. Y habemos muchas mujeres sufriendo”.

Dice que finalmente se animó a denunciar por sus hijos: “Al saber de la violación de mi hijo. Eso fue. Me violaron uno tras otro, me golpearon, me dejaron cicatrices para el resto de la vida que nunca voy a olvidar. Pero mis hijos son lo más importante. Y son ellos quienes me dan valor y fuerzas para poder haber hecho esto”.

Perla

“Yo lo vi con mis propios ojos. Muchas y muchos lo vieron”, dice Perla.

Está segura de que aquel hombre que “iba dos veces por mes” al Cadillac era Jesús Ortega Martínez, ex dirigente nacional del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Diputado federal en tres ocasiones, Senador de la República y actual líder de la corriente Nueva Izquierda.

Así lo declaró ella ante las autoridades:

“Un cliente que recuerdo muy bien su rostro, que yo no sabía quién era pero después investigué porque me llamaba mucho la atención, porque una compañera me decía: ‘Me lleva, me paga 10, 15 mil pesos’, y yo no sabía quién era, hasta que me dijo: ‘Es el presidente del PRD’”.

Agregó:

“Entonces yo tuve esa inquietud de verlo, para ver quién era el presidente del PRD; y como iba una o dos veces por mes o luego variaba cada dos meses, dije: ‘¿A ver quién es?’. Y, efectivamente, sí me di cuenta que, efectivamente, era el presidente del PRD, Jesús Ortega o Arteaga. Él iba y siempre estaba. Como que él ya tenía a su chica. La esperaba. Se tomaba uno o dos tragos y ya. La chica se vestía y salía, y se iba con él”.

El testimonio de Perla ha sido muy importante para mantener en prisión a los tratantes. Ella conoció, en el Cadillac, las entrañas de la trata de mujeres con fines de explotación sexual.

[Nota de Redacción: El 25 de noviembre pasado, Sanjuana Martínez, autora de este reportaje, publicó el anterior testimonio en su columna “Consumidores de sexo comercial”. Jesús Ortega solicitó a SinEmbargo derecho de réplica el 26 de noviembre a las 13:33 horas. Su respuesta fue publicada a las 13:59 horas de ese mismo día].

“Yo lo vi [a Jesús Ortega]. Llegué a verlo varias veces. Y cuando ella me dijo [la mujer que, según su testimonio, se iba con él], yo me fui a buscarlo a Internet y dije: ‘Sí es’. Él llegaba a su mesa. No pasaba de un trago. No se le acercaba a las chicas. Ya nada más veía a la chica, ya sabía y vámonos”, confirmó Perla en una entrevista posterior, realizada por la reportera para este reportaje.

Perla cuenta que la mujer que frecuentaba Ortega era una “chica mexicana como de 28 años, poco guapa, pero sencillita y delgadita”.

“Lo que tenía la chica es que era muy audaz. Pienso que por eso se llevaba bien con él. Se veía que la chica era muy inteligente. No andaba como diciéndole a todo mundo. A mí me lo contó porque se dio la situación de estar allí. La chica me preguntaba: ‘¿Tú sabes quién es él?’ Yo le dije que no, y me dijo: ‘Jesús Ortega, presidente del PRD’”, insiste Perla.

–Él lo niega –se le dice en entrevista.

[Los audios de esta entrevista se encuentran en poder de la reportera y de SinEmbargo].

–Claro, él lo va a negar. Lo va a negar porque no le conviene.

–¿Por qué crees que lo niega?

–Porque estamos hablando de una persona pública, política. Él tiene que dar una cara ante la sociedad. No puedo decir: ‘Sí, lo hice’, puesto que se le caería toda la carrera política.

–¿Sería bueno publicar la lista de los hombres que van allí, de los hombres importantes?

–Pues sí sería bueno publicar la lista, porque desgraciadamente en la política hay gente buena y gente mala, como lo usan para su propio beneficio y como lo usan para bien de la sociedad. Por lo tanto, de alguna manera ellos lo usaban para bien propio, para obtener más cosas tanto económicas, como favores. Sería importante publicar la lista para que a estas personas se les cerrara políticamente hablando. Como ciudadanos, cuando emitimos un voto a senadores, a gobiernos, estados, hasta diputados, estamos confiando en ellos como ciudadanos que van a hacer un bien a la sociedad, no un bien propio. Sí sería importante para vetarlos de alguna manera y quitarlos. Dejar tiempo que realmente haga su trabajo y que ayude a la sociedad y que se confíe en ellos. Estamos hablando de que tal vez él ahorita diga... lo va a negar. Pero allí estuvo. Mis ojos lo vieron. Mis ojos lo vieron y muchas chicas lo vimos. Allí estuvo...”

Añade:

“Como yo he comentado, qué bueno que se sepa tantas cosas porque desgraciadamente los hombres cuando van a este tipo de lugares no saben ni qué está pasando. No saben que hay una esclavitud, no saben que hay violaciones. No saben que somos obligadas a hacer ciertas cosas y ellos quieren ir por diversión. Y en lugar de estar cerrándose eso, se está propagando a más”.

–¿Cómo ves que Jesús Ortega sea el esposo de la Senadora que está impulsando la reforma a la Ley de Trata, justamente?

[Nota de Redacción: Este tema también es tratado por Sanjuana Martínez en su columna de opinión “Consumidores de sexo comercial”, que a Jesús Ortega  le pareció “simple y llanamente expresión de una vulgar felonía”].

–Es que ahora sí que esta mal. En principio, como Senadora, si estoy impulsando una ley, si tengo realmente valor, si tengo hacia los demás, primero que nada, me retiraría porque ya me están diciendo que mi esposo estuvo en ese lugar, aún negándolo él. Hay gente que lo vio.

–Y no solamente una vez. Como dices tú, iba dos veces al mes...

–Claro, hay que saber como ganar, como perder. Y pues son cosas que se hacen a escondidas a otros, entre comillas, pensando que nunca se va a saber la verdad.

–Por eso lo niegan...

–Siempre siento que lo van a negar.

–Y él siempre se iba con la misma…

–Con la misma chica. Él salía con ella.

–¿Y a dónde la llevaba?

–A un hotel.

–Y luego la regresaba…

–Ella me llegó a comentar: “De aquí me voy para mi casa. Con el pago que me da, ya ni regreso a trabajar”.

–¿Ya no regresaba?

–No, ya no. Ya le había hecho la noche. Era muy buen cliente.

La reportera buscó al actual líder de Nueva Izquierda, a través de su jefe de prensa, para que opinara sobre los dichos de Perla. No hubo respuesta.

Tampoco respondió la Senadora Angélica de la Peña, a quien se le solicitó, igualmente, una entrevista.

CHAMPÁN PARA TODAS

Perla fue testigo del nivel de vida que se daban los “clientes VIP”: diputados, senadores, funcionarios, alcaldes, gobernadores, artistas, funcionarios de primer nivel. Así lo detallan otras esclavas sexuales en sus declaraciones ante las autoridades.

“En cuestiones de personas públicas con las que estuve, no me aprendí todos sus nombres. Pero sí llegue a estar con diputados, senadores, funcionarios, artistas, jugadores de fútbol. En una ocasión cuando se cerró el Cadillac y nos fuimos al Nick, que está en Eje 10 e Insurgentes. Llegó la Selección Mexicana. Entonces sí había de todo y también había privados donde se hacía de todo. ¿Por qué era obvio? Un artista o un funcionario no era cualquiera; para ellos, mejor en el lugar que salir con una chica”.

En ocasiones las chicas eran trasladadas a otros lugares para dar servicio a hombres “importantes”.

“Esa vez, había una montaña de cocaína, pastillas de todas. Y nos dijeron: ‘mamacitas, lo que quieran, ¡atásquense!’ Todo el hotel tenía seguridad, armas en entrada y pasillos. Cuando sucedió esto, estaban esperando a una persona y me enteré por sus comentarios que era al parecer el subprocurador en aquel entonces, una persona que estaba a cargo del bien. Y le dijeron: ‘Mira, chiquito, lo que te trajimos para arreglarnos’”.

Cuenta que eran los clientes los que les pagaban por drogarse. Y que entre las chicas, había menores de edad.

La víctima señala que había cuentas hasta de 300 mil pesos. “Iban políticos y narcotraficantes. ¿Cómo nos dábamos cuenta? Se cerraba el Salón VIP. Ellos pagaban por el salón. Y llegaban 10 hombres y elegían a las chicas. Personas normales, pero se veían con ese poder, prepotencia, todo. Gente con dinero. Y pagan inmediatamente a las chicas: ‘A ver, cuánto me cobras?’ La relación sexual nosotras las cobrábamos a 3 mil o a cómo se dejara el cliente y luego pedíamos champán porque era la comisión más alta. Y ellos decían: ‘¡Champán para todas!’ y hasta mandaban traer rosas. Todo lo que ellos quisieran, mandaban traer”.

Luego cuenta que eran obligadas a dar servicio gratuito a los funcionarios de la Delegación correspondiente a la ubicación del lugar donde trabajaban. En el caso del Cadillac, la Miguel Hidalgo.

“Nos obligaban a hacerlo en diciembre. Era como darles su aguinaldo”, dice.

A las mujeres las dividían entre esculturales, bellas, mexicanas y extranjeras  centroamericanas, venezolanas, búlgaras, francesas. Y rusas, que eran señaladas como las Triple A.

Y luego estaban las feas y “gorditas”. A la mayoría les exigían operaciones de busto y liposucción: “Los meseros tienen que pedir bebida; 200 pesos por boleto para hacer un baile. Tres boletos privados con cortina media abierta; cuando compraban de cinco a 10 boletos se podía cerrar totalmente la cortina. Si hacías 20 boletos, ganaba 4 mil pesos. Éramos usadas como objetos”.

A los clientes había que emborracharlos y sacarles la cartera para ver cuánto efectivo traía y cuáles eran sus tarjetas de crédito. Cuando por alguna causa no tenían para pagar completamente la cuenta, eran golpeados por los elementos de seguridad.

“Para ver cómo ellos podían transar al cliente, le sacaban el efectivo y las tarjetas porque el cliente ya estaba muy drogado. Me tenía que operar para estar en ese lugar; tenía que mantenerme a como ellos creían o querían que estuviera. Chicas delgaditas no las aceptaban porque estaban delgaditas. Siempre me decían que estaba gordita; que no pasaba. Me operé, obvio; ya tenía lipo, busto, me seguían diciendo que no entraba. Ellos hacían una lista en la entrada de chicas que no podían pasar. ‘¿Es que sabes qué? Estás engordando...’ Es un maltrato psicológico”.

Las extranjeras eran aparte: “Yo no alcanzaba a comprender por qué no platicaban con nosotras, pero cuando había operativos eran las primeras que salían. Ellas decían que tenían un novio y que el novio las había llevado a trabajar. Eran chicas que se veían agobiadas y tristes. Las traían de un hotel y las dejaban allí. Y no tenían autorización para hablar con nadie. No tenían documentación para estar en el país”.

Las mujeres estaban expuestas a la violencia de unos y otros:

“Me subí a una camioneta donde iban seis, siete hombres. En ese transcurso sucedió que dos promotoras fueron violadas por los mismos clientes. Era una manera de arriesgar. Y aún sabiendo todo esto, ellos decían: ‘¿Sabes qué? Tú tienes que tarjetear’”.

Las drogas abundaban en el interior del Cadillac, de acuerdo con sus testimonios. También los eventos especiales: “Sí había drogas por las mismas chicas, había sexo allí adentro. Ellos decían que no, pero sí era cierto: ‘Con dinero baila el perro’. Cuando un cliente quería droga se la pedían a seguridad y tenían los datos de los vendedores en Zona Rosa. Había eventos: el Super Bowl; con atracciones para el lugar lesbian, shows de lesbian, bailes en grupo. Noviembre, Día de Muertos, tenían qué bailar coreografía de Michel Jackson”.

Entre los asiduos, Perla señala también al llamado Diputable, Francisco Solís, mejor conocido como "Pancho Cachondo". Y que había cuentas de 250 y 300 mil pesos.

La relación del dueño con funcionarios era continúa y ellas tenían que darles servicios especiales. Los de la Delegación Miguel Hidalgo “tenían todo. Yo no entiendo de dónde venga que tenían todo. Por ejemplo, los días de asueto que no se vendía o Ley Seca, ellos abrían; nada de que está cerrado. El servicio sexual gratuito era ‘el plus’ porque les daba cantidades, su dinero, su lana. En una ocasión alcancé a escuchar que les dieron 50 mil pesos.

“Necesitamos pagar para que no nos cierren. Ya saben, chiquitas, se ponen lindas. Lo que les pidan; si quieren con dos, con dos”.

En una ocasión las llevaron a un departamento ubicado en la Glorieta de Vertis. “Me di cuenta que eran funcionarios porque ya estaban allí esperándonos y así... para hacer la fiesta a gusto. Y nos dijeron: ‘Ya saben, chicas, ustedes no nos conocen. A lo que vamos [es] a hacer el favor’”.

Perla reflexiona y hace balance de su estancia en el Cadillac: “Yo lo que pienso es que era una chica sin amor, con un vacío, y con una necesidad muy grande de mantener a mis pequeños. Este tipo de lugares en realidad abusan de las chicas, porque la mayoría de las chicas éramos madres solteras. También las chicas extranjeras. Llegué a platicar con una venezolana y decía que en su país había mucha pobreza y venía buscando salir adelante. Creo que como mujer, madre soltera, no importaba si me ponían un horario, no importaba si me decían que le sacara más copas al cliente”.

Como consejo, dice que es importante no dejarse llevar por la primera impresión: “Si alguien les habla bonito y les dice: ‘Aquí vas a ganar mucho dinero’, que se pregunten qué voy a hacer. ¿Por qué me van a dar ese dinero? Porque [es] una de las cuestiones en mi reflexión. La gente dice: ‘Ganan el dinero bien fácil’. Pero sí nos arriesgamos mucho, desde el hecho de que el cliente, tenemos que hacer el servicio sexual que él pida o sea ponte así, hazle así, ahora hazme esto o hazme aquello. Y eso es un maltrato psicológico, independientemente de que ellos están pagando, si tenemos que hacer lo que ellos digan. Una vez me llevó uno y estaban a dos. Yo no lo llegaba a ver como un abuso o un maltrato; por esa falta de amor hacia mí misma”.

Según Perla, se unen la necesidad económica y de amor. Pero finalmente el trabajo resulta peligroso:

“Hay muchas anécdotas de cuando salen chicas y no saben con quién salen y en los mismos hoteles las golpean los propios clientes. Hubo casos. Como el de una chica que la enmaletaron ya descuartizada, la mataron. Donde a otra chica la aventaron del quinto piso de la ventana del hotel. Y esos riesgos por la cuestión de la necesidad no los alcanzamos a percibir”.

Elvira

Estar en el lugar equivocado a la hora equivocada puede cambiarte la vida. Elvira sabe de eso.

No entiende por qué fue elegida, pero supone que se debe a su juventud y belleza. Aquel día eran las 4 de la tarde y caminaba tranquilamente por una de las calles de la colonia Anzures, muy cerca del Cadillac.

Un coche se le acercó y la fue siguiendo. El conductor la invitó a subir y la invitó a que tomaran algo para hablar de trabajo. Ella pensaba que sería hostess en un restaurante, función que desempeñaba en su anterior empleo. Pero al llegar al lugar, le aclaró que sería “boletera, bailando y yendo a los privados”.

Elvira no le tomó importancia, porque iba a rechazar la oferta.

Antes de irse, sin embargo, su enganchador le invitó un tequila.

“Me sentí rara, mareada, no podía ubicar las cosas. Para cuando él llega a la mesa... le di como un trago y de allí ya no me acuerdo de nada”.

Llorando, mientras ofrece su declaración, dice que no sabe cuánto tiempo paso allí. “No sé a qué hora me sacan ni como me sacan. Despierto como a las 12 y me va metiendo un hombre a un hotel. Me metió, me quitó toda la ropa y me aventó a la cama. Después él se quito toda su ropa y otra vez, me violan”.

Aún en shock, Elvira pudo articular palabra y preguntó al sujeto identificado como Agustín: “Por cuánto me han vendido? El contestó: “Por nada. Yo solamente estoy probando la mercancía”.

Luego la llevó al Metro Garibaldi. Pero el sujeto le dijo que era peligroso que se fuera sola. Y así, después del abuso que había sufrido, la convenció. “Pienso que su insistencia me hizo creer que en verdad él me quería ayudar. Pienso que no analizaba muy bien que me acababa de violar. Me subí otra vez. Me dijo que ya no llorara, que por lo menos yo iba a llegar a mi casa, que porque muchas no llegaban y porque no me habían golpeado. Y me debería sentir bien por eso”.

Al llegar a su casa, no pudo contar lo que le había pasado a sus padres. Pero sí a su abuela, quien la animó a interponer una denuncia.

Su testimonio ha sido fundamental para mantener en prisión a los tratantes del Cadillac.

Elvira no quiere recordar más. Pero debe explicar lo que pasó dentro del table dance de donde rescataron más de 40 mujeres víctimas de trata.

“Fue en la zona VIP, donde hacen los privados. Allí me metieron. Solamente tengo un pequeño recuerdo: cuando un hombre me está penetrando. Es todo lo que recuerdo. La gente que está en esos lugares no es buena. Que no crean. Es todo lo que tengo que decir”.

HOMBRES DE PODER

La trata de mujeres y niñas está vinculada a redes compuestas por los dueños de este tipo de negocios en connivencia con funcionarios de todos los niveles: gobernadores, diputados, senadores, alcaldes, empresarios, de acuerdo con las dos organizaciones más importantes contra la trata de personas: la Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe (Catwlac, por sus siglas en inglés) y Unidos contra la Trata.

Para ambas organizaciones, los vínculos entre dueños de estos negocios y los políticos, funcionarios y policías, son conocidos hace años.

“Deja tanto dinero que tiene la virtud de corromper al más alto nivel político y al más alto nivel económico”, dice Teresa Ulloa, directora de Catwlac.

Añade:

“Yo no pongo las manos al fuego por ningún político de ningún color, ni de ningún partido. Hay consumidores de todos los partidos. Es el ejercicio del poder, y al final el sexo de paga es una expresión de contratar o alquilar un cuerpo para hacer con él lo que se les de la gana. Pero los estudios demuestran que ni placer sienten. Es simplemente el hecho de ejercer poder sobre alguien que no puede poner condiciones o resistirse. Y como está naturalizado y normalizado, se acepta”.

Según el último informe de Catwlac, la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual deja en México 10 mil millones de dólares.

Y son cuatro los grupos criminales que han incursionado en este tráfico humano: los cárteles del Golfo, Los Zetas, Nuevo Milenio y los Caballeros Templarios.

“Deja mucho dinero”, dice Ulloa. “No deja dinero la trata en sí, sino las formas y modalidades de esclavitud y explotación sexual porque, además, socialmente está naturalizada y normalizada y todavía estamos regidas bajo un sistema patriarcal que nos reduce a eso: a trofeos, a objetos que se compran y se venden”.

Ambas organizaciones, mencionan el “modelo sueco” como ejemplo y aspiración en México. Allá se aplicó una estrategia concreta para reducir la demanda, haciendo una campaña de exposición de los clientes.

En ese país, las policías se vestían de trabajadoras sexuales y cuando llegaba el cliente le tomaban una foto y le aplicaban una multa.

Cada semana eran publicadas las fotos de los clientes en el Diario Oficial. Eso ayudó finalmente a disminuir un 50 por ciento la trata de mujeres y niñas.

“Las mexicanas tenemos el derecho a aspirar al modelo sueco. Al reducir la demanda, reduces la trata y la explotación sexual infantil y obligas al Estado a que genere opciones reales de oportunidades de vida digna para las mujeres y una opción de salida”, dice Ulloa.

De acuerdo a estadísticas de organismos dedicados a la defensa de la mujer, México ocupa la quinta posición en trata, con 800 mil adultos y 20 mil niñas que sufren de algún tipo de explotación sexual o laboral. Se han identificado a 47 redes aún sin desarticular.

Generalmente mujeres jóvenes y niñas son engañadas, secuestradas, trasladadas, amenazadas y usadas para ejercer el trabajo sexual.

En el mundo hay 27 millones de personas víctimas de trata. Entre ellas, niñas de entre 5 a 15 años de edad.

Sanjuana Martínez
Es periodista especializada en cobertura de crimen organizado.
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