Por Gabriel Medina
Ciudad de México, 15 de octubre (SinEmbargo/LaCiudadDeportiva).–Tan clara como la mañana de aquel febrero de 1984, era la encomienda que el máximo patrón había depositado en José Luis Gutiérrez, gerente general de los Tigres de México, al tocar a la puerta de una humilde casa enclavada en El Espinal, Oaxaca, poblado del Istmo de Tehuantepec. La misión asignada al directivo, además de firmar al joven de 20 años, era llevarlo a la Ciudad de México, donde el destino le tenía reservado el inicio de una brillante carrera y un nicho en el beisbol.
“Tocaron a la puerta de mi casa a las ocho de la mañana, era José Luis, quien venía con la misión de firmarme a como diera lugar, pues el finado ingeniero Alejo Peralta me quería con los Tigres. Era mi gran oportunidad”, relata con fluidez del otro lado del auricular Jesús ‘Chito’ Ríos, quien a 29 años de distancia de aquella mañana de febrero, en que emprendió el viaje al Distrito Federal desde su pueblo –en autobús y avión desde Salina Cruz–, ingresara en septiembre al Salón de la Fama del Beisbol Profesional Mexicano.
Poseedor de un cálculo tan exacto como el de un croupier que baraja los naipes sobre la mesa, Ríos deslumbró en la liga regional del Istmo con su cabeza fría y pelota caliente. Era un gran ponchador, un pitcher as, una carta fuerte, sus rectas y sliders, desde joven, eran siluetas indescifrables para el mejor postor con el madero. Ése fue el imán que lo llevó al profesionalismo. “Siempre disfruté de preparar a los bateadores para poncharlos. Me gustaba hacerlo desde que jugaba en la liga regional, que ya era de muy buen nivel”, recuerda ‘Chito’, cuya primera víctima en el circuito de verano, por la vía de los strikes, fue Gary Gray, el cuarto bat de los acérrimos rivales Diablos Rojos del México y oriundo de Nueva Orleans, a quien uno de sus sliders quebró la cintura con mayor efecto que el ritmo sincopado del jazz, ante 24 mil almas en el Parque Deportivo del Seguro Social.
Tras un debut asombroso en 1984, en que completó más de la mitad de sus 31 aperturas (16), de las cuales ganó 17 por apenas seis derrotas, arribó a su año apoteósico, 1985, la temporada que hoy lo pasaporta sin escalas al recinto de los inmortales. Hubo magia en aquella campaña, el oaxaqueño abrió 26 juegos y las 26 veces completó la obra, una hazaña inconcebible en el beisbol actual. “Mis compañeros me confesaron que esos días salían al dugout en tenis, sin spikes, pues sabían que el día que yo lanzaba, ellos no iban a trabajar”, rememora el legendario lanzador, al tiempo que admite que en más de una ocasión estuvo a punto de claudicar en la maratónica proeza.
Una ocasión, ante Puebla, en el transcurso de las 26 aperturas, Ríos se vio en aprietos, estaba ‘wild’ y sus lanzamientos no causaban el efecto letal de siempre. “Me estaban pegando y fuerte” -recuerda-, entonces pidió su cambio al manager Roberto Méndez, quien no lo concedió. “Te saco y mañana yo no vuelvo, son órdenes del patrón (Don Alejo)”, recrea Ríos Villalobos. Entonces, el derecho subió a la loma en la siguiente entrada, disminuyó la velocidad a sus disparos y, como por arte de magia, los poblanos empezaron a acusar el efecto de la pelota lenta, los outs cayeron, la ofensiva felina respondió y Ríos se apuntó uno de los 21 juegos que ganó en aquella imborrable campaña del 85.
El ingreso al Salón de la Fama es la recompensa a los años sacrificados. “Me fui del pueblo, dejé fiestas, amigos y todo; me fui con la bendición de mi madre, a quien le dejé en claro que iba por mis sueños, ella siempre me apoyó y creo que no la defraudé, ni a ella ni a mis hermanos, ahí están los números”, subraya el líder de ponches de todos los tiempos con 2 mil 549. Ríos, cuyo nombre anunciado en voz de Roberto Kerlengand en el Parque Deportivo del Seguro Social conjuraba a fieles felinos y ávidos de buena pelota al día siguiente en los graderíos, jugó la mitad de su trayectoria profesional con la franela de los Tigres y la otra docena de años la repartió entre Monclova, Torreón, Yucatán y Tabasco.
“El beisbol ha sido mi gran pasión, se hizo el trabajo, se dejaron dos buenos récords, como el de juegos completos y ponches, para que alguien los rompa o para que alguien, en alguna transmisión, diga que alguna vez hubo un ‘Chito’ Ríos que no necesitó que nadie le echara la mano en 225 innings en 1985. Me he ido feliz del beisbol”, remata el istmeño con el tino de un slider que quiebra sobre home.