EL FINAL DEL CAMINO SAGRADO

08/10/2013 - 12:00 am

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Como cualquier otra guerra, la del narcotráfico también es una granada de fragmentación que desgarra pueblos, destruye familias, incendia formas de hacer, pensar y vivir. En Michoacán, las guerras entre los cárteles y del Estado mexicano con estos han cambiado para siempre las formas de entender la vida y, tal vez de manera más profunda, la muerte, porque esta se vuelve más probable.

Casi dos años y medio después de que los comuneros de Cherán se rebelaron contra Los Caballeros Templarios, la vida en la meseta purépecha toma un tren que va en una dirección impensada. Después de esta guerra que arrecia y luego se va como aguacero de la tarde, los purépechas han debido repensar lo enseñado por los viejos. Adela, chamana, coloca la cosmovisión de su pueblo para explicar al crimen organizado. Se esfuerza en entender qué animal habita bajo el cuero de un sicario y diagnostica: “El alma de uno de esos hombres ya no se cura nunca, con nada”.

Por Humberto Padgett y Dalia Martínez

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Foto: Humberto Padgett

Cherán, Michoacán, 8 de octubre (SinEmbargo).–

Inés Chávez fue un mal hombre, un asesino en los tiempos de la Revolución. Blanco y curtido, Inés era por dentro y por fuera un cuero de puerco flotando en vinagre.

–¡Voy a ir y voy a bajar al Pancho! –gritó un día más enfurecido que ebrio. –¡Y a ver si es cierto! –y repitió la retahíla en su avance hacia el templo de San Francisco, santo patrono de Cherán.

“No insultaba al santo. Insultaba al pueblo”, se detiene en el relato Adela, médica tradicional de Cherán.

–¡Pancho! ¡Panchoooo! –alardeó Inés para dejar en claro que si el muñeco de hábito café y cordel de tres nudos no respondía al reto, él mismo iría hasta el nicho de la parroquia de torres bajas y gruesas y lo sacudiría tomándolo del sayal.

“Se oyó un barullo de perros correteando a una puerca que mordían por todos lados. La querían matar. Al pasar a su lado, la marrana, desesperada y tratándose de defender, se jaló a Inés. Los perros y marrana se le fueron encima. Casi se lo comieron”.

La lengua purépecha no tiene palabra para designar al diablo. Ni siquiera al mal. En su lugar dicen lo que puede traducirse como no-bien. Por esto le cuesta tanto a Adela definir a Inés. Termina diciendo que en el alma traía un marrano.

La cosmovisión de los indígenas michoacanos considera la asociación entre el individuo y un animal específico. Quien tenga ánimo de ir y venir entre los bosques y los pueblos es, a la vez de hombre o mujer, venado. La mujer virtuosa, que saluda a su paso y sabe de sus quehaceres, es un colibrí.

–¿Y qué animal es un narcotraficante? –se le pregunta a Adela, la médica tradicional de Cherán. Esta noche, como todas desde el 15 de abril de 2011, la mujer está de guardia con sus vecinos porque su pueblo está levantado contra el narcotráfico.

Adela piensa. Busca una palabra y eso es raro, sea para alguna traída de España o nacida en Michoacán. Está triste. Hoy se habla nuevamente de muerte, de cómo Los Caballeros Templarios sí cumplen su palabra de muerte y un día vendrán y los matarán a todos para quedarse con sus bosques y con sus niñas.

¿Por qué no irse y ya, como ocurre con los miles de desplazados de Guerrero, Oaxaca, Nuevo León o Tamaulipas? Adela reflexiona sobre la idea y también respecto a las razones de que los purépechas, antes que nadie y para sorpresa de todos, le plantaran la cara al narcotráfico.

“Los purépechas tuvimos inteligencia y escogimos este lugar, desde hace muchos años, siglos, porque nuestros antepasados supieron que éste no se inunda, no sufre sismos, no está bajo la amenaza de volcanes. Éste es un lugar elevado y se puede defender. El clima es bondadoso y el bosque nos da todos. No podemos entregarlo”.

Hoy, viernes 20 de septiembre de 2013, Adela está intranquila. Por la mañana, un grupo de integrantes del Consejo de Cherán sufrió un accidente en automóvil, pero antes de confirmarse la casualidad del incidente se rumoró un asesinato, como han muerto decenas de comuneros. Cientos más están amenazados. La muerte, otra vez la muerte.

Cherán, que en purépecha significa “lugar de espantos”, vive desde hace 29 meses y cinco días con el presentimiento de la muerte. Aunque aquí la muerte también es fiesta. Es en esta región de indígenas, avanzados hasta el trabajo con metal e imposibles de dominar por los aztecas, que nació el Día de Muertos.

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Hace 40 años, la abuela Adela aterciopelaba la voz y abría los labios. La niña Adela que la sucedería la miraba maravillada al verse ella misma hecha canción purépecha:

Male Adelita, Ka iamindu
Uatsîcha shu Cheran anapuecho
Ka shani sesashika
Ka shami charogarin
Eska ima charanguin tsitsiki
Male Adelita mintzitarhu anapu
Tu dindeskia juchiti pensamiento
Astar san goera male
No kin jurarkuakia.
(Señorita Adelita y todas las muchachas
de Cherán, qué bonitas son.
Y qué chapeadas, como la flor de charanguin tsitsiki.
Señorita Adelita, dueña del corazón
Tú eres la que siempre está en mi pensamiento
No llores,
Que yo nunca te voy a dejar).

La mujer veía a su nieta al otro lado del lugar en el que hacía las sanaciones, un cuarto de cuatro paredes de piedra, tierra y techo de teja colorada. Todo estaba ahumado y oloroso a copal. “¡En esa casa nunca se apagó el fuego!”, subraya Adela con el índice derecho hacia arriba y mirada de orgullo.

De vez en cuando, la niña Adela acercaba algunas hierbas y pócimas. Así inició su camino al conocimiento, como aquí se llama la herencia del conocimiento de los viejos para curar el cuerpo y el espíritu, a mirar el tiempo y predecirlo.

Así se convirtió en la quinta generación de brujas, chamanas, curanderas o sanadoras de su linaje: su abuela aprendió de su abuela. “Somos más las mujeres sanadoras porque nosotras tenemos más la preocupación de lo que necesita la familia o la gente”.

Adela bien pronto supo que la grasa del armadillo sirve para aliviar los granos y las alergias, que con el árnica se tratan las infecciones y que la jara es imprescindible cuando a los niños se les cae la mollera o andan malos por la pérdida de su alma.

Creció con los abuelos y fue la única niña en esa casa. Corría en el bosque, llevada por la abuela para acercar el almuerzo al abuelo, un pastor de borregas. Así la niña entendió que el bosque era una inacabable farmacia.

Jugaba con trastes en miniatura y a que las hojas más redondas eran tortillas. Aprendía a hacer el fuego y que la lumbre nunca se apagara. Jugaba a ordenar a los niños a traer leña. Intentaba hacer atole. Porque en Cherán cuando nace una niña los purépechas recuerdan: “Ya llegó una que va a hacer atole”. Y cuando nace un niño dicen: “Ya llegó un leñador”.

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Foto: Humberto Padgett

Cuando tenía 12 años de edad, una mujer llegó con el corazón en la boca y su niño de dos años moribundo en los brazos.

–Se me está muriendo –obvió la vecina. –¿Dónde está tu abuela? Ella me curó de lo mismo, de empacho, a mi otro niño.

Pero la abuela no estaba.

–Si es empacho yo sé cómo se cura –aseveró Adelita.

–Al otro le dio un aceite –repuso la madre. El vómito del chiquito sólo era menos incontenible que su diarrea.

“Saqué esa medicina que está ahí”, sigue Adela el relato y señala en un estante, en el presente, un envase de Coca Cola relleno de un líquido espeso y rojo. “Es un aceite hecho con manteca de armadillo y semillas de chayotitos. Desmenucé carne seca de tlacuache. Se lo untamos todos en la pancita y en la espalda. Luego el bebé se compuso”.

Adela se dedicó de tiempo completo a la sanación desde hace unos ocho años, cuando relevó a doña Adela. La anciana caminaba en una procesión religiosa cuando tropezó en una escalera y se incorporó con las dos muñecas fracturas.

La mujer ya había enviudado y vivía de curar. No importaba si el pago era con una medida de maíz, un atado de leña o rastrojo en un costal. Entonces Adela pidió a su esposo ir con la anciana.

“Ella, con sus brazos quebrados, me decía qué preparar y qué dar. Y como sí conozco bien las cosas ella sólo me indicaba. Me dio confianza para atender a la gente. Yo fui afortunada porque ella, a través del tiempo, se hizo especialista en varias cosas”.

Por eso sabe que cuando al cerro de la Virgen lo cubre una nube como si fuera rebozo, la lluvia no tarda en caer. Lo mismo cuando un nubarrón se hace sombrero en el cerro de San Marcos. Y que cuando llegan las víboras de agua –tornados–, los hombres se deben prevenir con machetes para salir a cortarlos o, de no hacerlo, ver cómo el remolino se llevaba los árboles consigo.

Y eso no es permisible: los árboles representan lo sagrado.

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Foto: Humberto Padgett

Cuatro años atrás, cuando el Cártel de La Familia Michoacana y los talamontes a su servicio acabaron con los bosques aledaños al de Cherán siguieron su avance hacia aquí. Cortaban árboles como si pasaran una podadora eléctrica encima del césped. Luego lo incendiaban todo.

“Los malos”, como aquí llaman a narcotraficantes y madereros ilegales, continuaron su avance hacia el pueblo. Secuestraron, extorsionaron y violaron.

El 15 de abril de 2011, día de la Virgen de Dolores, inició la más nueva de las insurrecciones sociales en México. Esa mañana, la número 40 desde el inicio de la cuaresma, se haría el vía crucis y las mujeres de Cherán estaban reunidas en el templo El Calvario para limpiarlo.

Barrían el atrio cuando vieron pasar el nuevo convoy de camionetas de “los malos”. Como siempre viajaban armados y, como siempre, llevaban los vehículos cargados de la madera que recién habían robado. Al igual que las demás veces seguían el camino insultando a quien tuvieran cerca.

–¡Qué poca madre tienen! Mira cómo bajan la madera –levantó la voz alguna de las beatitas. Entonces, como nunca, todas las demás dejaron la iglesia y avanzaron a media calle para cerrar el paso a la caravana. El primero de los camiones hizo alto. El conductor se exasperó y amenazó continuar la marcha encima de las mujeres, pero entonces sus hombres reaccionaron y bajaron a talamontes y narcotraficantes.

Los cohetes, dedicados a la fiesta religiosa, tronaron junto con el redoble de las campanas de El Calvario. Así fue como en Cherán se convocó a la rebelión. Los taladores reaccionaron y quisieron retomar el pueblo.

Pero los cheranenses detuvieron a cuatro delincuentes e incendiaron las camionetas, cuyos restos hasta hoy sirven para el refuerzo de las barricadas en las entradas al pueblo.

Cherán es el primero pueblo en rebeldía contra el crimen organizado y las autoridades que, aseguran, les permitieron arrasar su bosque. Es, desde el 22 de enero de 2012 y de manera oficial, un pueblo gobernado mediante un consejo electo por usos y costumbres. No sólo los criminales están expulsados del pueblo sino que junto con estos fueron desalojados los partidos políticos que, por primera vez en su historia, se unieron contra la determinación de los habitantes a gobernarse fuera de sus reglas.

–¿Por qué aquí, por qué no ocurrió esta rebelión en Chihuahua o en Tamaulipas?

–Porque nos mantenemos cerca de nuestras costumbres y moral. La lengua ha sido la que nos ha mantenido con la organización y para que no nos ataquen tan fácil.

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Foto: Humberto Padgett

Adela llora por el bosque y sus recuerdos ahí cortados y quemados.

–¿Qué no existe más en los bosques de Cherán?

–Conocí las yácatas, el templo viejo. Nunca nos hizo falta de comer. Si mi abuelo no cazaba un conejo, cazaba una ardilla o una gallina del cerro. Si algún animal se desbarrancaba, hacíamos el tasajo. Ahora es el dolor de subir y no ver nada –dice la mujer en medio de un llanto suave y dulce, como el purépecha. –Todo es un desierto. Cuando los malos hicieron la devastación parecía que hubiera pasado una bomba atómica por ahí.

–Los purépechas han sido vulnerados en sus tierras y creencias desde hace 500 años, ¿por qué hasta ahora Cherán dijo ya no más?

–Porque nuestra gente sabe amar la tierra, porque somos parte de ella. Si se tratara de vender madera tendríamos dinero y qué nos importaría que tumbaran lo que quisieran y subieran hasta donde quisieran subir, pero no. Nosotros amamos el bosque. Cuando mi abuelo, tumbaban árboles que veían plagados o torcidos para que no dejaran mala semilla. Si un árbol estaba grande, como para no dejar desarrollar los que estaban alrededor, se decía que estaba vencido y se sacaba permiso para cortarlo. Se pedía permiso. Cuando se cortaba, se aprovechaba todo y se limpiaba bien. Ahora ya no. Talaban y quemaban.

–¿Qué diferencia hay entre un leñador y un talamontes?

–En la fiesta del Corpus nuestros hombres leñadores eran enseñados a respetar la naturaleza para que fueran responsables y estuvieran bien con las mujeres. Nosotros conocíamos los caminos reales, lugares a los que, por respeto, se les pedía permiso para entrar. No se pasaba ahí nomás porque se le pegara a quien fuera la gana. Tenías que pararte y quitarte el sombrero y agacharte tantito. ‘Vengo a verte, necesito de ti’, se le decía con el pensamiento y el corazón. Esos caminos tenían señales: una piedra, un árbol muy grandote. Ahí dejábamos imágenes. Eran los guardianes del bosque.

–¿Y esos árboles?

–Ya no están. Devastaron todo. Destruyeron los árboles enormes y las yácatas, que era un lugar hermoso y sagrado. Ahí, en el tiempo de las aguas se hacía una cascada muy bonita en que de una tinaja grande el agua caía a otra más chica y a otra más pequeña. Había un árbol tan grande que entre cinco nos tomábamos de las manos y no lográbamos abrazarlo. Esos eran los padres de los demás árboles, ke’ri, el grande, el fortalecido que sostiene a todos los demás. Y los destruyeron. Utilizaron a nuestros vecinos, purépechas para hacerlo, que se desapartaron de su pasado y se acabaron sus árboles. Hicieron pelear a los hermanos con los hermanos.

–¿Qué significa Cherán? –se le pregunta a Adela.

–Lugar de espantos –dice la mujer con agilidad. –A Cherán lo enfermaron del alma. Lo hirieron bastante. Le quitaron algo, que por miles de proyectos que bajen del gobierno, no lo van a poder remediar: perjudicaron tanto a la Tierra.

–¿Y esos hombres, los narcotraficantes, de qué están enfermos?

–¡Híjole! Traen tanta maldad en el alma que no miden sus consecuencias. Más que hacernos daño a nosotros se lo hacen ellos y a sus familias. Algún día la vamos a pagar. Sí creemos en los castigos divinos. Antes, los purépechas no creían en el infierno. Pero ahora somos católicos. Y allá se irán esos hombres. A Inés Chávez lo devoraron los perros y la puerca mientras retaba a Pancho.

–¿Se curan?

–Cuando lo negativo es tan fuerte, ya no se regresa. Decía mi abuelo que cuando un hombre mata y no es por accidente, puede matar 100 veces. Y tiene mucha más sed de querer matar. De eso viven. Es un diablo que se devora y no está a gusto si no está haciendo sus travesuras. Ese es el verdadero diablo, es el verdadero no-ambakiti.

–¿Cómo definiría, en purépecha, al narcotráfico?

–La única palabra que utilizamos es no-bueno: no-ambakiti, lo que no está bien. Se decían Familia Michoacana. Nosotros no somos eso. ¿Caballeros Templarios? Un caballero es una persona honorable, con respeto, no dado a andar haciendo sus travesuras.

–¿Y entonces, qué animal es un narcotraficante?

–Es como… Un carroñero… Que no le importa nada. Es que en nuestra cultura no se cree en un diablo con cuernos y lengua larga. Sólo pensamos en algo que no sirve y que no va a entrar… ¡Un zopilote! Que no le importa qué come, de donde viene, que esté podrido. Sólo comer. No importa cómo: tener y tener y sólo tener. No le importa la vida. Los gobiernos de los partidos políticos son lo mismo, van de la mano. Los purépechas pensamos en lo recíproco: te ayudo y me ayudarás.

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Los narcocorridos michoacanos o, más precisamente, su versión más necrófila y absorta en el poder de la violencia, el subgénero “movimiento alterado”, podría entenderse como antagónico de la pirekua, la narrativa cantada de los purépechas.

Los indígenas michoacanos entonan sus costumbres en purépecha frecuentemente combinado con el español. Sus letras acuden a la naturaleza, la vida y la bondad. La manifestación es admitida oficialmente como patrimonio inmaterial de México.

fragmentos

animales

enfermedades

pirekua

Cuando Adela elige qué pirekua cantar como su preferida en la entrevista, elige una relacionada con la muerte:

Tiringuin tsitsiki,
será muy cierto
que tú eres naturalita.
No ducga prorhepecha male
jocha no kuetantak tiringuin tsitsiki
okaran ia tsipin tsipin mase jamkus
sapichon eroka ia no jucha purepecha male
jucha no kuatantak jerunguin tortsikin ieperania.
(Flor de cempasúchil,
será muy cierto
que tú eres naturalita.
Nosotros somos purépechas
y nunca nos cansaremos de sembrar la flor de cempasúchil.
Le da mucho gusto cuando mira la lluvia
para que los purépechas la siembren con gusto
y más la sembrarán y nunca se cansarán).

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