Ciudad de México, 16 de agosto (SinEmbargo).- Al escuchar el primer balazo se metió debajo de una mesa y puso la cabeza en medio de sus rodillas mientras sus manos intentaban apaciguar el ruido. Un combate frívolo de balas perdidas se había armado en ese bar. Era el verano de 1902, George Herman Ruth, Jr. tenía siete años cuando –lleno de temor– pensó que su vida se acabaría entre el olor del licor caído junto al aroma casi indescifrable provocado por el disparo caliente. Cuando todo cesó, la policía encontró al niño temblando. Los uniformados lo recogieron acusándolo por no estar en la escuela y estar en un lugar para adultos.
Un hecho violento, cambió para siempre la historia del Rey de los deportes. Un castigo determinó para siempre el rumbo de las pasiones de muchos seres humanos que comprendieron mejor la vida con un bat o un guante en la mano. Aquella tarde, el niño se secó las lágrimas y acompañó a su padre, encargado del lugar, para rendir declaración. El gobierno estadounidense, tan tradicional y meticuloso como siempre, le quito la custodia del infante a George Herman Ruth, Sr. Un reformatorio sería el nuevo hogar del pequeño mesero que hasta entonces no había hecho nada más en su vida que trabajar.
Durante 1895, Maryland era un barrio duro de la ciudad de Baltimore. Con los transeúntes de mirada perdida, las calles se llenaban de esperanza que se iba perdiendo conforme avanzaban las horas. Los hombres de boina salían de sus casas con la única intención de conseguir el sustento que no había para alimentar a su familia. Las calles eran un punto de reunión donde personas de todas las edades, compartían la visión de un futuro desolador. Por esas arterias citadinas, Babe Ruth comenzó a vivir trabajando de repartidor de periódicos o vendiendo dulces mientras su padre cambiaba de empleo constantemente.
Todo lo cambió un sacerdote. Ya en el St. Mary's Industrial School for Boys, el pequeño comenzó a mostrar talento para el deporte. Fue el hermano Matthias quien sin saberlo, comenzó a entrenar a la más grande figura en la historia del beisbol. En ese reformatorio, curtió su forma de batear. En 1912, su escuela ganaría el campeonato con los 60 Home Runs de Babe. Fueron 11 años los que portó el overol que usaban todos los internos. El periodo de encierro, le dio el más grande regalo de su vida, años después, le daría al mundo una historia que contar para siempre.
Provocador, lleno de confianza y de talento, Babe Ruth dinamitó lo que el aficionado entendía por beisbol. Amante de la buena vida, disfrutó del hobbie que tenía por vestirse de jugador sin importar en qué estado llegase a entrenar. El poder de sus brazos con la madera era algo nunca antes visto. Fue Pitcher en sus inicios, uno de los mejores zurdos en la historia. Después, a su llegada a Nueva York se convirtió en jardinero. Sus 714 cuadrangulares fueron marca vigente durante mucho tiempo hasta que Hank Aaron la rompió en 1974.
Enigmático como ningún otro pelotero, fue vendido a los Yankees procedente de Boston donde había estado cinco años. “Los Red Sox no volverán a ganar una serie mundial”, dijo. Era 1920, la maldición del Bambino duró hasta 2004. En la Gran Manzana jugó 15 años. Un periodo de Oro donde se vivió la grandeza de un tipo que se reconvirtió en un bateador de una potencia incalculable. Él construyó el viejo Yankee Stadium. La glamurosa ciudad tenía un nuevo espectáculo deportivo.
Recién firmado su contrato con el equipo neoyorkino, fue contratado por el promotor cubano Abel Ramírez quien le pagó 20,000 dólares por jugar 10 partidos en Cuba. En la isla, Babe maravilló a toda la fanaticada con sus proezas dentro del diamante mientras en las noches gozaba del calor caribeño envuelto en fiestas y casinos. Formó parte de los Gigantes de Nueva York donde además de sus números asombrosos como bateador, fue la cantidad de dinero perdida en el casino lo que se quedó en el recuerdo. “Este país es bellísimo, de gente magnífica, lo que da una idea de la razón por la que fueron a la guerra de independencia. Las mujeres cubanas son de las más elegantes del mundo”, declaró antes de irse.
En 1935, los Yankees le informaron que no requerían más de sus servicios. Con 40 años y un cuerpo como muestra del paso del tiempo vertiginoso de placeres trasnochadores, se marchó de Nueva York de regreso a Boston. Con los Bravos, conectó sus últimos tres cuadrangulares de su vida para después retirarse. Un legado vivo decía adiós a las Grandes Ligas. A partir de ese momento, el juego se encargó de recibir a nuevos peloteros que habían sido inspirados por la estela del Bambino.
En la memoria del mundo del deporte, queda una de las imágenes más dominantes por parte de un atleta. Durante el tercer juego de la Serie Mundial de 1932 entre Yankees y Cachorros, Babe Ruth señaló las gradas del jardín central con la cuenta 2-2. El pitcher Charlie Root lanzó la bola para que Babe la conectara con dirección a donde previamente había señalado. Nueva York terminaría barriendo la serie. Ruth ganaría 7 campeonatos en su carrera de 22 años. Su promedio de bateo de .609 es el más alto de un pelotero en toda su carrera. En 1936, sería uno de los primeros cinco peloteros en entrar al Salón de la Fama.
Más allá de su gloria deportiva, el capítulo memorable de su vida lo escribió fuera del diamante. Hombre que supo crecer en condiciones adversas, nunca perdió el rumbo a pesar de todos los lujos con los que vivió. En Junio de 1948, entró al Yankee Stadium con paso lento y una salud muy deteriorada. Ahí, la grada repleta le aplaudió. Esa fue la última aparición en público del gran pelotero. Mientras se especulaba, a Babe le fue diagnosticado un cáncer muy raro llamado nasopharyngeal carcinoma, y no uno de garganta como siempre se creyó. Sin esperanzas de salvar su vida, Ruth contribuyó con la ciencia.
Durante dos meses antes de su muerte, se prestó voluntariamente para tomar medicamentos que estaban a prueba. Brindó su cuerpo para que se experimentara con él. Babe se tomó muy en serio su nueva faceta, y sin importarle los fuertes efectos secundarios, aguanto hasta que su cuerpo dijo basta. Un día como hoy de 1948 en punto de las 20 horas, la luz de un gigante pelotero, y una extraordinaria persona se extinguía para darle paso a la eternidad. Un pueblo entero abarrotó el Yankee Stadium durante un día y medio para despedirlo. Después, afuera de la Catedral de San Patricio, había 75, 000 personas llorando. El “3” adquirió elementos mágicos para siempre.