MADRES LGBTI: OTRO ROSTRO DE LA MATERNIDAD

10/05/2013 - 12:00 am

El estereotipo de la maternidad hace que las mamás entren en crisis cuando sus hijos les confiesan su orientación sexual. Pero muchas lo asimilan, se replantean su sexualidad, se vuelven activistas y hasta su postura política.

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Fotos: Cuenta Conmigo.

Ciudad de México, 10 de mayo (sin embargo).– La primera vez que entré al grupo de familiares de Cuenta Conmigo lo hice con un poco de incertidumbre. Todo estaba planeado. La carta descriptiva con cada una de las actividades durante la sesión; los objetivos a perseguir, los tiempos y el material que se necesitaba. Recuerdo muy bien a una señora que entró al grupo con mucha reticencia. Fue una de las primeras en hablar: “Mi hijo es homosexual”, y sus labios comenzaron a temblar, todo su rostro cambió por completo, vino el llanto y después dijo una frase que me cambió la vida: “Yo preferiría que mi hijo estuviera muerto, prefiero eso a que sea…”.

No terminó la frase, como suele suceder cuando una madre teme pronunciar la palabra homosexual. El silencio, ese día, fue unánime. Algunos familiares, la mayoría madres de distintas edades, llevaban tiempo en los grupos. Los nuevos, como esta señora que reventó en llanto, estaban desencajados. Unidos por la misma causa. Madres y padres de algún chico gay, de una joven lesbiana, e incluso transexual.

Azucena, la entonces coordinadora del grupo, intervino. Todos allí queríamos llorar. Yo, en lo personal, me preguntaba cómo estaría mi madre, cómo viviría el que su hijo fuera homosexual. Esa noche le marqué para saludarla, aunque en realidad quería saber cómo una madre puede vivir la pérdida de una expectativa tan esperada, incluso desde me traía en el vientre.

A la siguiente sesión llegó Tere. Su piel blanca se puso colorada cuando contaba cómo su hijo le “confesó” su homosexualidad. El primogénito, el varón. No podía creerlo. “Fui con un sacerdote, también con otra psicóloga. Tratamos de que mi hijo se cure, pero no sé qué hacer. Unos dicen que se puede curar la homosexualidad; otros dicen que no”, expresaba Tere sin parar de llorar.

Lo sorprendente sucedió a los dos o tres meses. Tere seguía con el llanto, pero poco a poco comenzaba a encontrar una luz. “Mi hijo no es mi extensión. En este grupo estoy aprendiendo a ser una madre distinta”, cuando lo dijo, enseguida vi en ella el crecimiento tangible, el duelo con un destello de luz. Conforme pasó el tiempo, ella y su hijo aparecieron en las fotografías del grupo, en algunas entrevistas para la radio, compartiendo su testimonio.

Después vino la marcha. Tere estaba nerviosa. Tomada de la mano de su marido, miraban hacia todos lados, inseguros. Les pregunté si estaban bien. Ella respondió: “Es raro estar aquí”, en ese momento marchaba un contingente de chicas transexuales con las tetas al aire, “pero estamos aquí por nuestro hijo, queremos colaborar con esto”, y así soportaron la mirada de los curiosos, las fotografías de los medios, el temor a ser vistos por algún conocido.

madreslgbti_chicos3Para Leticia Canseco, actual coordinadora del Grupo de madres, padres y otros familiares en Acompañamiento de Padres de Cuenta Conmigo, “la frase de que cuando un hijo sale del clóset, la familia se mete en él, es muy cierta. En esta cultura de discriminación, si se tiene un hijo o hija lesbiana, gay, bisexual, trans o intersexual (LGBTI) se da por hecho que es una familia disfuncional, y se nos cuestiona qué hemos hecho con nuestro hijo. Hay homofobia dentro y fuera de la familia, hacia las personas LGBTI y hacia nosotros, como familia, que criamos gente defectuosa”.

Detrás de cada una de estas madres hay un proceso: primero de duelo; luego de una lucha constante contra la discriminación. No es que ahora sean mejores madres: sucede que tras el dolor de saber la diversidad sexual de su hija o hijo, ha servido para replantearse su propia sexualidad, incluso el estereotipo de maternidad, su género y, en varios casos, una postura política frente al conservadurismo y la ortodoxia sexual en México.

NORI: Yo nunca supe que mi hijo era homosexual. A mí no me sucedió lo que a muchas mamás: desde que sus hijos eran chicos, notaban algo distinto, algo raro. Aldo no me dio indicios de nada. Una vez, mi hermano hizo un comentario acerca de mi hijo, diciéndole a mi otra hermana que tuviera cuidado porque Aldo era maricón.

Supe que mi hijo era homosexual cuando un día se quedó en su cuarto con un amiguito, porque Aldo siempre ha sido muy amiguero. Cuando entré a su habitación, vi bajo la cama, la ropa interior de ambos. Me sorprendí y le pregunté directamente si era homosexual. Él lo negó. Después, todo espantado, me dijo que no lo sabía.

¿Sabes qué pasaba conmigo? Yo era muy católica. Iba a los rezos. No había domingo que no faltara a misa. Por eso no podía creer que tuviera un hijo homosexual. ¿Cómo, una mujer como yo, con una familia tan perfecta, iba a tener un hijo gay en casa?, me cuestionaba.

Lo compartí con dos amigas. La primera se quedó callada, no me dijo nada. La segunda, de plano, me aconsejó que vendiera mi casa y que me fuera alguna otra  parte de la República. Estaba muy confundida. Aldo buscó información y entonces dio con Cuenta Conmigo. Ahí comenzó todo. Ahora cuestiono a la Iglesia. Me siento engañada, burlada, como si hubieran jugado conmigo…

LA PÉRDIDA DE UNA EXPECTATIVA

Luis Perelman, sexólogo y quien también ha presidido la Federación Mexicana de Educación Sexual y Sexológica AC (FEMESS), considera que si para una madre la noticia de que su hijo es homosexual es tan trágica, tiene que ver porque a las madres nunca se les dice que pueden tener un hijo o hija LGBTI. “Desde que nacen, se da por hecho que el hijo se va a casar, va a tener hijos, va estar con una mujer. Cuando se enteran, sufren mucho porque se rompe esa expectativa”, explica.

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Nori reconoce que no vivió el duelo porque no tuvo tiempo. En pocos días estaba frente al grupo de familiares, escuchando otros casos similares al de ella. “No me sentía sola en el mundo, era reconfortante escuchar que a otras mamás también les pasaba lo mismo. Fue entonces que respiré más tranquila”, recuerda.

Lina Pérez Cerqueda, la recuerdo entonces, tomando los brazos de una madre y ayudándola a que ésta pudiera llorar. Con una voz suave y tranquila, Lina logró que Margarita pudiera externar ese dolor ahogado, aquel sufrimiento que no podía pronunciarlo por miedo.

Creado en 1999 por el activista Arturo Díaz Betancourt y Alejandro Brito, dirigentes de la asociación Letra S, fundaron el grupo de Gays y Familias por una Comunicación Asertiva. Eran tiempos donde el colectivo LGBTI no tenía más espacios que el antro o las reuniones privadas; tiempos donde las familias de este colectivo tampoco encontraban un lugar para responderse dudas y encontrar soluciones.

Único en brindar un espacio distinto, además de contar por vez primera con el apoyo institucional del DIF, este grupo creció hasta convertirse en asociación civil en 2008, y Lina Pérez Cerqueda, psicoterapeuta y sexóloga, se convirtió en la presidenta de Cuenta Conmigo: diversidad sexual incluyente.

Aquí, no sólo el espacio brindó información, sino también el apoyo y el acompañamiento psicológico para que jóvenes LGBTI y sus familiares pudieran encontrar respuestas. Y si la experiencia con los chicos era enriquecedora; con los familiares, sobre todo con las mamás, el crecimiento personal era exponencial. Ahí conocí los nombres de distintas mujeres que llegaron ansiosas de ayudar a sus hijas e hijos, y terminaron conociendo su propia sexualidad, su género y su maternidad.

“Es el estereotipo de la maternidad, lo que hace que las mamás entren en crisis cuando sus hijos les comparten su orientación sexual. Vienen preguntas como: ¿Qué hice mal? ¿Quién tiene la culpa? ¿Por qué a mí? La madre, en esta cultura, es la responsable de la educación de los hijos, a ellas se les responsabiliza del futuro de ellos, sean casadas o no. Por eso se sienten con la culpa de que ellas forjaron maricones o machorras, como se les llama”, precisa Pérez Cerqueda y añade:

“Las madres que vienen a los grupos o que van a otros lugares, en busca de ayuda, y la reciben, terminan por reflexionar sobre cómo aprendieron lo qué es la homosexualidad. Algunas, cuando no se les da la respuesta que buscan –es decir, que curen a sus hijos, por ejemplo–, se van. Pero las que se quedan, se permiten reconstruir su maternidad, su ser mujer, y descubren que sus hijos no son responsabilidad de ellas, que ellos toman sus decisiones, y que a lo mejor ellas pueden acompañarlos”, puntualiza.

madreslgbti_manos3BETY: Daniela siempre prefirió jugar con choches y juguetes de niño. Podría decirte que, desde que era pequeña, me di cuenta de su orientación sexual. Le gustaba ir de pants, y no de vestido. Jugaba con sus primos o con niños.

Acudí con una sicóloga, pero ella me dijo que era muy temprano para saberlo. Yo no me quedé conforme. Pero Daniela me dio una carta. En ella me decía que era lesbiana. Sí me impactó, pero tenía tiempo que ya lo sospechaba. Tenía 17 años cuando me lo dijo. Todavía recuerdo que, tiempo atrás, la obligué a festejar sus 15 años, y todo por quedar bien con la gente.

Me sentía mal, me culpaba porque fallé; algo hice mal, decía. Pero lo más doloroso sucedió el día en que llegó Daniela con el cabello corto, muy varonil. Me sentí tan ofendida. Le reclamé. Entonces fue que me confesó lo que nunca esperaba: ¡que era transexual! Viví dos duelos. Éste, el más fuerte. Porque iba en serio: ya había tomado terapia, estaba a punto de entrar al quirófano para hacerse una mastectomía, hablaba de cambiar de identidad oficial, de hormonización.

Es mi hijo. Él siempre lo supo, pero no encontraba un concepto para definirse. Por eso me dijo que era lesbiana, pero luego entendí, en Cuenta Conmigo, que una cosa es la orientación sexual y otra la identidad de género. Me llevó a la Clínica Condesa, conocí a sus doctores, a sexólogos, mucha gente que lo apoyaba. Yo no podía permitirme que tuviera toda la ayuda del mundo, menos la de su madre. Y así lo hice…

LA HOMOFOBIA EN LAS FAMILIAS

Nori se alejó de su religión, aunque no de su fe. Asegura que no puede rezar en contra de la homosexualidad, porque ella misma ha aprendido que no es una enfermedad ni un castigo. Las amigas de la iglesia ya no la frecuentan mucho. Pero ella encontró en Cuenta Conmigo un espacio donde aprende cada sábado, por la mañana, cuando descubre un tema nuevo, una razón más para seguir en su lucha.

Bety ya no asiste al grupo, pero su lucha está presente cada día. También la discriminación. Si al principio le aterraba la idea de hacer público que su hijo ya no era, que nunca fue mujer; ahora sobrelleva la discriminación, sobre todo la que vive por parte de su familia.

Leticia Canseco también sabe lo que es la homofobia dentro y fuera de la familia. Ella llegó al grupo como las otras mamás. Al principio eran llanto y dolor; luego un descubrimiento personal, un replantearse su maternidad, su entorno, “descubrí que el mejor lugar para vivir es mi propio cuerpo”, fue la frase con la cual conocí a Leticia. Ahora que coordina este grupo, que acompaña a otras personas; incluso, es capaz de parar su trabajo diario para reunirse en cualquier punto con alguna mamá que está en crisis, tras la noticia.

madreslgbti_pdf“He vivido discriminación por orientación sexual, porque mi hija es lesbiana. Desde agresiones, ataques… Pero mi activismo empieza desde mí, conmigo, con mi familia más cercana, con el trabajo hormiga que hacemos todas. Yo creo que si eso ayuda a alguien, ¡ya la hicimos!”, comparte Leticia.

Para Luis Perelman, cofundador  de la Asociación Internacional de Familias por la Diversidad Sexual, el apoyo de las madres hacia un hijo homosexual o una chica lesbiana o bisexual es de suma importancia. “Ayudan a visibilizar el tema. Repercute más en la toma de conciencia de la gente. Es un respaldo muy fuerte. Sí es cierto que viven discriminación, no se les considera como familia, pero también han logrado dignificar el movimiento LGBTI. Ellas son parte de eso”.

A su vez, Pérez Cerqueda matiza: “El movimiento que hagan las madres, es desde ellas mismas. En Cuenta Conmigo no se les dice que tienen que entender a sus hijos, aceptarlos. Se les brinda el espacio para que, a partir de la homosexualidad o transexualidad de la hija o hijo, puedan ver su propia sexualidad, revisar sus emociones; y ya con eso puedan hacer lo que mejor prefieran, lo que les sirva en su vida”, recalca.

ELENA: Yo no llegué a Cuenta Conmigo para que me dijeran que mi hijo podía curarse. Siempre he pensado que la homosexualidad no se cura. Yo soy atea y marxista, no compro el cuento de la religión, que nos manipula con sus dogmas.

Bruno tiene 18 años y desde que él era niño supe que era gay. Necesitaba comprender y manejar el tema para relacionarme mejor con él. Fuimos con un psiquiatra, pero éste le puso unos electroshocks, no para curarlo, sino porque le diagnosticó bipolaridad. Pero cuando lo pensaba medicar, enseguida me lo llevé de ahí.

Luego acudimos con una psicóloga. Duramos cuatro o cinco sesiones. Nos fuimos porque comenzó a dejarle lectura de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Eso es basura literaria, moralina. Total que mi papá encontró los grupos de Cuenta Conmigo, y ahí fue donde conocí a Lina. Desde el primer momento quedé conforme porque había información sustentada y el acompañamiento psicológico también era importante.

Aprendí a relacionarme mejor, no sólo con mi hijo gay. Tengo otro hijo, heterosexual, y con él también modifiqué mi vínculo. Nos llevamos mejor. Todavía temo que a Bruno le hagan algo en la calle, pero sé que tiene sus herramientas. Ya puedo estar más tranquila y conocer mi miedo, dominarlo.

EL ACTIVISMO DE TODOS LOS DÍAS

Hay días en que Elena sale de casa y, con grabadora en mano, entrevista a la gente. Prefiere el Centro Histórico, en especial la Catedral, donde les pregunta a los viandantes sobre la homosexualidad, la homofobia. “Por supuesto que también doy mi opinión. No me puedo quedar callada”, dice y asegura que ese material lo tiene para medir la fobia de la gente, sus motivaciones para discriminar, y también porque le permite incidir en temas de diversidad sexual.

Nori dice que su activismo no es tan político, pero es difícil creerlo, porque ella y su hijo han distribuido algunas guías que elaboró Cuenta Conmigo, y donde aparece ella y Aldo en la portada. Sale, ufana y convencida de que en su colonia se pueden hacer cambios. Apoya, da información y comienza a llevar algunas dinámicas en el grupo. Con nervios, pero siempre con la convicción de que su historia de vida puede generar transformación en otras madres.

Leticia puede pasarse una tarde apoyando a una mamá devastada; puede invitarle un café a un chico que busca información sexológica; toma talleres, se prepara, porque sabe que lo suyo es el acompañamiento, la terapia. Igual acude a una manifestación, que está en reuniones o debate con políticos y activistas. El que su hija sea lesbiana, no sólo significó un cambio en su vida, sino un replanteamiento de su existencia. A ella la diversidad sexual le ayudó a ver la vida en colores.

Bety, en cambio, dice, un poco apenada, que ha escrito una carta. Quiere que su mensaje llegue al Presidente, al diputado local, al delegado, a la doctora, a su vecina, a quien sea. Pide al sector salud que realice las cirugías correspondientes y la atención médica, a través de un trato digno, para personas transexuales. Una iniciativa que Bety quiere lanzar, sin saber cómo ni con quién, pero segura de que su petición es necesaria. Rezan algunos reglones:

“Mi hijo es un hombre en un cuerpo de mujer. Ya realizó todos sus trámites administrativos, psicológicos, legales. Desde su IFE, hasta documentos en la SEP […] Estudia en la Universidad de Ciudad Juárez y es feliz porque lo llaman por su nombre actual, aunque todavía vive discriminación […] Tiene que realizarse una cirugía para quitarse las mamas y la matriz, porque de lo contrario eso no corresponde a su ser hombre […] No tengo dinero, pero sí mucha fe en que alguien me escuche, alguien que me comprenda y me ayude. Se lo pido al sector salud de mi país”.

Bety, después de platicar con ella, me llama y me explica que le faltó algo por decir, algo verdaderamente importante: “Diles a tus lectores, por favor, que mi hijo puede soportar toda la discriminación y el rechazo de la gente; pero no la de su madre. Por eso estoy aquí, en la lucha con él”, entonces sí, Bety queda satisfecha y por fin cuelga.

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