Por Jon C. Alonso/Culturamas
Ciudad de México, 23 de abril (SinEmbargo).-Decía el sabio Frank Zappa que los desparrames de la mítica “The Black Board Jungle” (1955) de R. Brooks, conocida como “Semilla de maldad”, le hicieron frotarse los ojos con agua helada y preguntarse; ¿los jóvenes de aquella generación, fuimos nosotros? Llegó muy tarde a las pantallas franquistas y en la vieja Gran Bretaña estuvo vetada durante 11 años. Ahora seguimos siendo los mismos, algo más viejos. Tuvo que aparecer un George Lucas—premonitorio— de su obra de culto “Star Wars” con otra cinta reveladora de su generación cinéfila de los 70, “American Graffiti” para escuchar la sensacional canción que destilaba puro aroma a Rock&Roll.
De la mano de un irrepetible de la historia del siglo XX, Bill Haley con su mítico “We’re Gonna Rock Around the Clock”. La idiosincrasia del tema de Haley consiguió que el hombre de las galaxias nos recordara la hazaña del genio de Detroit, cuando vendió un millón de singles y entró en el Top 16 de la lista más “in” de Reino Unido, como mejor disco de aquel año. Viendo la evolución del rock y la industria todavía impresiona más el hito.
Si lo tratamos con toda la delicadeza que requiere una canción de semejante calibre y el contexto que la rodeaba, le diré que hasta impone analizar el episodio. Piensen por un instante en un joven, que con 18 años y la guitarra a la espalda salió a la búsqueda de rock en un país lleno de Country, Jazz y Blues. Como todo debutante se inicio, aporreando la guitarra y al final consiguió su dominio. En 1945, fíjense lo pasaba en el mundo. El olor a barbacoa y country salvaje era la solfa de las tierras de Booth Winns. Quién diría que este genio firmó su primer disco “Candy Kisses”, y dónde fue a parar… Fácil, en las estanterías de las reliquias. Cervezas, banjos y rodeos en las verbenas locales.
El bueno de Bill, apenas sacaba unos cuartos de dólar hasta que dio de bruces con otra banda de animadores, a la postre, su grupo acompañante; los primitivos Saddlemen, que se transformaron en The Comets. Donde nos encontramos con unos instrumentos de lo más variado de country —acordeón— y de rhythm and blues (el maravilloso saxo de Rudy Pompilli) y nada menos que una guitarra eléctrica. Suena bizarro para aquellos años, pero muy fresco y original. Comenzaron los bolos, actuaciones en las habituales “High School” y los jóvenes estaban cardiacos por nuevos sonidos. El country se empezaba a hacer tedioso para una generación con ganas de contoneos pélvicos.
Se miraba de reojo al nuevo icono del cine, y la cultura beat: las malas bestias de Marlon Brando en “The Wild One” (1954). Los Dj´s apostaron por el sonido de Bill Haley y se fue dando un fenómeno pausado, pero in crescendo donde las audiencias blancas les reclamaban. Sus letras no gustaban a Hoover y McCarthy: los demonios del puritanismo y el anticomunismo feroz. Éstas se añadieron a unas listas negras soliviantadas por las masas que abarrotaban los conciertos.
Haley se lanzó con la máxima de mezclar jazz de Dixieland, rhythtm and blues y country and western para conseguir un ritmo que la gente coreara los estribillos y bailar, algo que colmaba sus esperanzas. El resto fue fácil—cito textualmente— BH: “tomé expresiones de uso diario, como Crazy Man Crazy, See You Later Alligator o Shake Rattle and Roll, y, siguiendo el método descrito, hice canciones sobre ellas”. Con el matiz de que “Shake Rattle and Roll” no era suya, sino de Joe Turner, y “See You Later Alligator”, de Bobby Charles. Pero daba igual. Gracias a estos cover se le catalogó dentro de la crítica musical como Fox Trot.
Bill Haley consiguió que el rock se convirtiera en la mayor revolución musical de la historia. En pocos años, llegaron los auténticos reyes con el repertorio lleno de combustible y hambre de romper escenarios, como Presley, Perkins, Lee Lewis, Berry, Richard o Cochran. Eso sí: él les abrió el camino. Europa adoraba al rubio simpático de la capital del motor y el blues norteño, que no le vieron hasta 1957. Posiblemente, el bueno de Bill era demasiado—James Stewart— no quiero decir blando, pero si un careto de muy buen tipo en una época donde las miradas felinas y cínicas iban a comérselo todo. De ahí, que nunca terminara de personificar con la solvencia suficiente al auténtico héroe del rock and roll.
En el fondo, era como aquel susurrador de Montana que interpretó Robert Redford, un vaquero con talento, bueno y sentido del humor. Los años fueron dejándole de lado y poco quedaba de palabras tan hermosas como las de Pau Casals donde afirmaba que Haley era “un destilado de todas las degeneraciones de nuestro tiempo”. No era verdad, o mejor dicho ni calvo ni tres pelucas. No obstante, resulta agradable que en algún momento un personaje de semejante respetabilidad tuviera esa idea. Bill Haley, el chico bueno de la greña rubia, nativo de Highland Park falleció a la edad de 53 años, prácticamente olvidado, en el pequeño pueblo de Harlingen (Texas, Estados Unidos). Las causas de su muerte nunca quedaron claras del todo. Aunque, la principal tesis sigue siendo un infarto. Gracias, Bill. Siempre nos quedará aquel inmenso “We’re Gonna Rock Around the Clock”.